Claudia Leal, teóloga UC: «Elegir nuestro camino requiere coraje para asumir que no tenemos un resultado asegurado»
Hoy Santiago despertó bajo la lluvia y, como suele pasar en estas jornadas, la ciudad manifiesta síntomas de caos. Congestión, atrasos, autos que, indiferentes, empapan a peatones indefensos. En ese contexto, la oficina en que la teóloga Claudia Leal (40 años) nos recibe en la Facultad de Teología de la UC se transforma en una especie de oasis en medio del colapso.
Claudia nos recibe a la hora pactada. Sin excusas. Nos interesa saber su opinión sobre la validez que tiene hoy la vocación religiosa en medio de la grave crisis institucional que vive la Iglesia, pero la entrevista decantará en otros temas muy interesantes.
Las oportunidades que surgen de este escenario, el nuevo rol de la mujer, la angustia que le produce ver a una Iglesia dividida y la falta de conciencia de la jerarquía son parte de los temas en que esta académica se zambullirá muy profundamente. Y sin pelos en la lengua.
Vamos al grano, ¿crees que la vocación religiosa mantiene su sentido en medio de esta crisis?
Es que hay que ir más allá de la crisis institucional que vive la Iglesia para ver que hay un fenómeno que se vive hace muchos años y que está en que la respuesta de la gente es “Cristo Sí, la Iglesia no”. En medio de la crisis, la figura de Cristo mantiene su relevancia, su coherencia y su dimensión de liderazgo en un buen sentido. Eso sigue vigente. Pienso que todo lo que la Iglesia y todo lo que los cristianos han dicho y hecho sobre la justicia, la misericordia y sobre Dios va a seguir removiendo el corazón de los seres humanos. Confío en eso.
¿Pero piensas que la vocación religiosa, ya sea de un jesuita o de un joven que siente la inquietud, puede verse trastocada por todo lo que ha sucedido?
O sea, si no se trastoca un poquito sería preocupante. Es imposible que nosotros sepamos lo que han padecido algunos miembros de nuestra comunidad y que no nos toque, que no nos cuestione, que no nos mueva a decir “a ver, primero qué pasó aquí y segundo de qué manera quiero seguir. Hay que comprender que las condiciones para continuar nuestro camino tienen que ser dialogadas, discernidas y revisadas profundamente. No es tan difícil creo yo. La vocación de cualquier cristiano tiene que conmoverse. También es súper importante aprovechar este momento para que nos descubramos como personas frágiles que necesitan ayuda, que no son invulnerables y que pueden, desde esa vulnerabilidad, construir comunidad, construir esperanza, construir cuidado. Es una oportunidad para escuchar aquellas voces que han sufrido la discriminación o el dolor y descubrir ciertos aprendizajes que ellos tienen y que nosotros hemos ignorado. En fin, creo que es una oportunidad súper valiosa para experimentar una fractura sanadora que se traduce en algo que nos hace más sentido.
¿Surgen oportunidades de esta crisis?
Veo muchas oportunidades, pero para mí la más importante es que hay un vacío de poder enorme que nos permitirá tener relaciones más horizontales. Las personas advierten que no basta con ser nombrado o con tener un cargo para tener autoridad, la autoridad ahora se gana con confianza y credibilidad. Eso será importante para que los distintos protagonistas de la vida eclesial podamos mirarnos cara a cara y así expresar nuestras posiciones, valorar la diversidad interna y caminar con humildad hacia un horizonte común. Y ese horizonte común está en decir que la dignidad de cada uno de los miembros de nuestra institución, especialmente los más vulnerables, es infinitamente más importante que el estatus y la fama de la institución. Si somos capaces de caminar hacia ese horizonte vamos a ganar muchísimo en identidad y podremos proporcionarle a la sociedad una reflexión potente sobre el cuidado de los más frágiles.
¿Qué oportunidad se abre para las mujeres?
Es un tema interesante. Todavía vivimos en un nivel muy precario de igualdad de género, pero eclesialmente me parece advertir una sensibilidad nueva. Hace unos días participe de un panel junto a otras siete mujeres de iglesia y en un momento nos preguntaron qué sugerencia haríamos para mejorar el rol de la mujer. Y transversalmente dijimos que no nos pidan más sugerencias. La bibliografía está, las mujeres que trabajan están, entonces hagan la pega, que las autoridades hagan la pega. Sugerencias no pidan más porque ese trabajo está hecho, así que no nos pidan a las mujeres que hagamos esa pega. Es muy importante porque logrando eso quedamos en un pie mucho más horizontal en lo profundo. Y ahí hay un potencial nuevo que no solo permitirá cambiar protocolos y comisiones, sino también la mentalidad. Por ahí se puede avanzar.
¿Crees que la jerarquía de la Iglesia ha tomado conciencia de la magnitud de la crisis?
No… no. Y no sólo porque sean culpables y todo eso, sino que tiene que ver con razones estructurales. Hay un sistema institucional y normativo que ha puesto a la jerarquía en un lugar en que no tiene que dar cuentas del poder que ejercen. También porque históricamente han tratado a los interlocutores del mundo civil como si fueran menores. Cuando tú ves los documentos redactados en Roma muchas veces el problema no está en el contenido, sino en un tono que se sitúa frente al católico de pie como si fuera menor. Se tiene la idea de que la Iglesia debe tener todas las respuestas y no es así. En los últimos 40 años las ciencias sociales han vivido una revolución en todo lo referido a sexualidad y es lógico que la Iglesia no tenga todas las respuestas en ámbitos de ética sexual. El punto es que no tiene por qué comportarse como si las tuviera.
Y una vez que se tome conciencia, ¿cómo se repara?
Cualquier discurso o relato acerca de la reparación tiene que pasar primero por haber escuchado en profundidad los relatos de las víctimas. Cuando grupos o instituciones quieren hablar de reparación sin haber escuchado a las víctimas, pierden automáticamente la credibilidad. Y bueno, es una misión fatigosa, porque no es fácil escuchar hasta el fondo relatos que hablan del horror vivido de situaciones que no debería padecer ningún ser humano. Las ciencias sociales han avanzado en estos temas. Por otro lado, hoy tenemos diversas escuelas de criminología, de victimología, tenemos diversos modos de justicia penal, entonces no se trata de inventar el agua caliente. Hay que escuchar a las personas que al interior de nuestra comunidad se han formado para esto.
¿Crees que la Iglesia tiene una responsabilidad común ante la crisis o que los distintos segmentos, como la Compañía de Jesús, deben asumir roles distintos?
Algo que me ha hecho experimentar mucha frustración es el nivel de energía que la Iglesia Católica ha puesto en dividirse. Los jesuitas por un lado, el Opus Dei por el otro. Por allá los curas de acción y por acá los del rito. Clérigos a un lado, lacios al otro. Hombres a un lado, mujeres al otro. Ha sido realmente agotador no disponer de una opinión católica consistente y es infantil que a la hora en que la sociedad demanda opinión pública católica no haya a quién recurrir. Para mí es claro que cualquier persona que haya sido parte de la Iglesia chilena durante los últimos 40 años tiene responsabilidad en la crisis. No una responsabilidad que pueda ser evaluada judicialmente, pero éticamente sí. Es súper importante renunciar con la mayor humildad posible a cualquier rasgo de maniqueo que a estas alturas es un poco ridículo. Más vale que nos pongamos en la misma vereda y avancemos.
¿Qué se le puede decir a un joven que siente inquietud por la vocación religiosa, pero que se asusta al ver tan cuestionada la Iglesia?
Yo a cualquier joven le diría que busque su destino sin miedo, que explore lo que el mundo le ofrece y lo que surge de su mismo corazón. Me parece haber leído que San Ignacio en alguna carta dice “mira, para cumplir la voluntad de Dios, voy a seguir el camino que está más profundamente trazado en mi corazón”. Elegir nuestro camino requiere coraje para asumir que no tenemos un resultado asegurado. También valentía, porque usualmente exige renuncia. Hay que apostar, sabiendo que el llamado más trascendental no está en si te haces cura o te casas, sino que está en poner mi horizonte en la justicia, en la libertad en el servicio, en lo que me haga sentir plena o pleno.