Cristián Viñales sj: «Cuando creemos que podemos ser como Jesús, corremos el riesgo de meter las patas»

Es miércoles, ya son casi las cinco de la tarde y Cristián Viñales nos recibe con alegría. Desde que llegamos a la casa que comparte con su comunidad, a pasos del metro Rodrigo de Araya, nos hace sentir como si estuviéramos en nuestro propio hogar. Nos ofrece once y hace varios chistes. Todo indica que tendremos una conversación distendida.

Sin embargo, durante algunos pasajes de esta entrevista, su semblante cambiará. La crisis de la Iglesia, por ejemplo, será uno de los temas que le borrará momentáneamente su apacible y característica sonrisa. Las deudas de la Compañía y las dificultades de seguir a Jesús también harán aflorar su versión más seria.

También habrá alegría e incluso cierta nostalgia. Volveremos a encontrarnos con el Cristián adolescente, el de Antofagasta. Hablaremos sobre los momentos determinantes en su vida, sobre los jóvenes de la actualidad e incluso se dará tiempo de enviarle un mensaje claro a quienes sienten inquietud por la vocación religiosa.

Cuándo miras la vida de tus compañeros de colegio, de tus amigos de la infancia, ¿qué diferencias encuentras centrándote en tu vocación religiosa?

Lo primero que veo es que no todos mis compañeros me generan los mismos sentimientos al pensar en ellos. Algunos me generan mucha envidia (risas). Tienen familias preciosas, grandes, son gente buena y que hace mucho bien. Pero también hay otros que la han tenido más difícil, que han tenido que pelear harto en la universidad, que han vivido muchos fracasos amorosos, que han sufrido. Y ahí, entremedio, yo me sitúo como uno más. A ratos miro la vida de ellos y pienso “qué ganas de estar ahí”, pero luego miro la mía y digo “qué lujo mi vida, qué bacán poder estar haciendo lo que quiero, siguiendo una vocación que me hace sentido”. Entonces es interesante, porque no hay una respuesta obvia ni permanente. Nos une una historia y nunca me han mirado de una manera especial o distinta, y yo a ellos los sigo mirando como compañeros y amigos. Es más, también valoran o mencionan cosas de mi vida que anhelarían tener y eso me sorprende, lo recibo como buena noticia. Una buena vida incluye también sufrimientos y dificultades.  

Al mirar atrás, ¿eres capaz de vislumbrar el momento en que esta vocación religiosa se encendió?

La verdad es que no. Hay cosas como los scouts, la CVX, los apostolados o el servicio que me apasionaban, pero que a mis amigos también. Quizás no me daba cuenta de que en mi caso había un acento o una distinción. Entonces no hubo nunca un click que me hiciera notar algo distinto y tal vez simplemente no había nada distinto. Creo que todo se dio de manera un poco más forzada.  Cuando estaba terminando mis estudios de Derecho, en medio de mi tesis, me pregunté ¿es esto lo que quiero hacer toda la vida? Y la respuesta gigante y evidente era “no, de ninguna manera”. Y Quería algo que tuviera que ver con mi vida entera, no con una pega.  Asumí el riesgo de explorar la vida religiosa, hacer un discernimiento serio y acompañarme con un jesuita que fue Memo Baranda. No hubo un “paf”, esto es. Y quizás eso mantiene viva la vocación, porque hay búsquedas constantes que me dinamizan, miedos que van surgiendo. Mira los tremendos miedos que surgen con la situación que vive la Iglesia.

¿Y cómo te afectan esos miedos que surgen de esta crisis?

Afecta muchísimo. Poco después de entrar a la Compañía estalló el caso Karadima y de ahí en adelante no hemos parado. Ha sido una tras otra y cada vez más cerca y adentro de la Compañía. Me afecta porque me genera repudio y tristeza que alguien con quien supuestamente comparto una vocación pueda llegar a hacer algo tan macabro, tan monstruoso. Y claro, pienso en las víctimas de todos los compañeros sacerdotes y me genera una sensación de rabia pensar que algo que para mí es tan importante como el sacerdocio sea utilizado con fines tan viles. También me asusta pensar que ese sacerdote que abusó, en algún momento pudo ser un joven seminarista sin imaginarse lo que sería capaz de hacer, ufff hay que hacerse preguntas difíciles. Se ha producido un daño irreparable y creo que la respuesta de la Iglesia, con la Compañía incluida, no siempre ha estado a la altura de las circunstancias.

Estás cerca de ordenarte como sacerdote en una congregación profundamente cuestionada, ¿cómo se sigue adelante?

Es súper egoísta lo que voy a decir, pero más allá de la tristeza, toda esta crisis me ha hecho cambiar y plantearme muchas cosas. Me ha obligado a hacerme preguntas más importantes como el sentido profundo de la vocación. Cuando se caen los privilegios, cuando la vocación está puesta en duda, bajo sospecha, cuando en el lugar que tú piensas que es para servir, otros han abusado o posicionado en un espacio de poder haciendo daño. Yo creo que te ves obligado a crecer en humildad y a pensar por qué estás aquí. Te obliga a volver a lo auténtico, Jesucristo. Si en el fondo es Jesús el que me sigue queriendo aquí, esa es mi convicción y eso es lo que debo descubrir y gozar, día a día.

¿Qué es lo que más cuesta de seguir a Jesús?

Puede sonar fácil y obvio, pero lo más difícil es recordar todos los días que no somos Jesús, que no seremos nunca como él. Ni tan pobres, ni tan castos, ni tan obedientes como él al Padre, ni tan apasionados por el Reino, ni tan radicales en la entrega generosa y en el amor. Cuando creemos que podemos ser así, corremos el riesgo de meter las patas hasta el fondo como lo hemos hecho. Somos compañeros de Jesús porque solos no podemos andar este camino, sino que necesitamos caminarlo junto a él.

Has trabajado mucho con jóvenes, ¿hay algo que te preocupe de las nuevas generaciones?

Hay algo que rescata el Papa en la última exhortación apostólica que es el peligro del falso culto a la juventud, esa idea de que lo joven y nuevo es lo bueno, y que lo viejo y arrugado es lo malo. En esta cultura de la selfie, de Facebook y de Instagram se ha instalado la idea de que la vida plena es la que se vive siempre alegre, siempre disfrutando, pero eso no es real. Entonces cuando nos encontramos con el sufrimiento, con el fracaso, se cae todo. Lo que más miedo me da de la juventud, en la cual me incluyo, es el pavor al sufrimiento. Como si no tuviese lugar en la vida. Ahí, desde el acompañamiento, tenemos que ayudar a integrar el fracaso, integrar el dolor. Encontrar la hermosura en una arruga o en un trabajo difícil que no me gusta tanto. Reforzar los compromisos permanentes, no limitándolo al matrimonio o al sacerdocio, sino a cuestiones más cotidianas como las relaciones de amistad o el servicio a los demás.

¿Y qué virtudes y aportes percibes en los jóvenes de hoy?

Algo que valoro y me llama la atención es la capacidad que tienen dos amigos o amigas de decirse te quiero, de expresarse afecto. También la capacidad de aceptar la diversidad, no solo la sexual, sino también la diversidad en gustos, pasiones, talentos, incluso la diversidad social. Para los jóvenes es mucho más natural aceptar temas como la migración u otras cosas que vivimos como país.

En la búsqueda de plantearse como un espacio que va contra la corriente, ¿qué banderas contraculturales lleva adelante la Compañía y la vocación jesuita en particular?

Lo más contracultural es que la vida religiosa es donde mi vida entera se hace plena, es donde soy mejor hijo, mejor amigo, mejor hermano, mejor servidor de Jesús. Hay que preguntarse dónde surge la mejor versión de uno mismo y mi mejor versión es esta, con su fragilidad y con su posibilidad. Y me gusta, porque es una vocación que abarca toda la vida. No es un trabajo, no es un estudio, no es un tiempo. Caer en la cuenta de eso me apasiona. Porque hay un riesgo de incoherencia. Yo puedo decir que no hay nada más contracorriente que vivir en comunidad, pero esa vida también se puede transformar en algo individualista. Nada más contracorriente que la castidad para amar, pero hemos visto que también puede devenir en cualquier cosa. Las incoherencias respecto a la pobreza están a la vuelta de la esquina. Entonces lo más contra cultural, puede ser intentar vivir con mucha paz y al mismo tiempo responsabilidad, el ser pecadores, siempre, y sin embargo llamados a:  en compañía de Jesús, hacer un mundo más justo, el Reino.

¿Qué deudas tiene la Compañía? ¿En qué vicios ha caído?

Una gran deuda, que poco a poco va siendo saldada, es creer que la institución es más importante que la misión y que las personas. Cuando afloran los silencios, esta idea de que “es mejor que esto no se sepa”, finalmente termina siendo auto-protección y esa es una deuda grande. La otra es que, creyéndonos insertos en el mundo, nos encanta mirar el mundo desde el balcón y juzgar desde ese balcón. Y no nos damos cuenta de que esas cosas que juzgamos también pasan en nuestro mundo, en nuestras parroquias, en nuestras obras, con nuestra gente. Ambas cosas, finalmente, desencadenan en que nos creamos un poquito mejor que los demás, cuando en realidad somos los demás.

¿Qué le dirías a un joven que siente inquietud por la vocación religiosa en un contexto tan complejo como este?

Le diría que si hay un contexto que no favorece esto, que si con tu familia es compleja esta conversación, si con tus amigos es compleja esta conversación, y aun así está esa pregunta en ti, chuta, puede estar pasando algo importante que hay que mirar de frente. No hay que esperar que el miedo se acabe, porque el miedo cambiara de rostro, pero no se irá. Está esa idea de decidir cuando todo esté tranquilito, bajo control, pero no, el miedo y la inseguridad no van a irse. La valentía se juega en atreverse a enfrentar la pregunta en libertad con uno mismo y con Dios, que es quien pone esa pregunta en ti. Caemos en el error de pensar que Jesús nos entregará una respuesta, haciéndonos un llamado claro, pero lo que nos entrega es una pregunta y responderla depende de nosotros. Y nos hace la pregunta teniendo plena consciencia de todas nuestras fragilidades y de todas esas cosas que erróneamente pensamos que no tienen nada que ver con la vocación.