El encuentro del Papa con los Jesuitas

El Padre Provincial chileno Cristián del Campo SJ nos cuenta los momentos que vivieron los jesuitas de la CG36 al encontrarse con el Papa Francisco en Roma.

«El lunes 24 era un día muy esperado. Había sido programado como el día en que visitaríamos al Papa Francisco como Congregación General, para escuchar su alocución y saludarlo. Sin embargo, el mismo Papa quiso trasladarse hasta nuestra Aula y compartir toda la mañana con nosotros».

«Llegó en un auto sencillo a las 9 en punto. Con la ayuda del equipo litúrgico, comandado por Clemens (alemán, teclado), Gabriel (canadiense, violín) y nuestro Pepe Yuraszeck (guitarra), rezamos junto al Papa, recibiendo al final su bendición. La oración la lideró Víctor Assoad (nacido en Alepo, Siria), ex Provincial de Medio Oriente, quien fue intercalando lecturas, oraciones y antífonas en francés, español e inglés, además de ofrecerle al Papa una oración en árabe. En la testera, al lado del Papa argentino, el General venezolano y el Secretario puertorriqueño de la Congregación General».

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«A las 9:30 el Papa comenzó a leernos su mensaje. Todos teníamos el discurso, que ya había sido traducido del español al inglés, francés e italiano. El Papa Francisco, en varios momentos, se detuvo para profundizar un punto o complementarlo con alguna anécdota. Fue un mensaje donde se traslucía el conocimiento profundo de la espiritualidad y las fuentes ignacianas. Nos recordó que como jesuitas estamos llamados a ir adelante, a discurrir, a sabernos in fieri, en camino, sabiendo que somos llamados a discernir (palabra que repitió una y otra vez), porque este caminar “no es un mero ir y andar, sino que se traduce en algo cualitativo: es aprovechamiento y progreso, es ir adelante, es hacer algo en favor de los otros”. Aprovechamiento que no es ni individualista ni elitista, que es en todo y que en todo quiere buscar el magis. Es este magis el fervor y fuego que nos sacudirá de nuestros acomodos y dormideras. Y para reavivar este fervor nos propuso pedir intensamente la consolación, porque “una buena noticia no se puede dar con cara triste y porque ‘en la desolación somos muy para poco (EE 324)’; dejarnos conmover por el Señor puesto en cruz, pues experimentándolo en nuestras propias llagas (personal e institucionalmente) perderemos el miedo a dejamos conmover por la inmensidad del sufrimiento de nuestros hermanos, y nos lanzaremos a caminar pacientemente con nuestros pueblos, aprendiendo de ellos el modo mejor de ayudarlos y servirlos”.

«Nos invitó también a hacer el bien del buen espíritu, sintiendo con la Iglesia, sabiéndonos “hombres de Iglesia -no clericalistas, sino eclesiales-, hombres ´para los demás´, sin cosa propia que aísle, sino con todo lo nuestro propio puesto en comunión y al servicio”.

«Terminado el discurso y luego de la pausa para un café, vinieron preguntas espontáneas al Papa, desde las distintas Conferencias, que fue contestando pacientemente, con sencillez y lucidez. Desde inquietudes sobre situaciones conflictivas a nivel eclesial, político o social, hasta preguntas más personales sobre aquello que más identificaba en su examen cotidiano, como fuente de consolación y fuente de desolación».

«Ya cuando eran las 11:45 am, se dio paso a la parte final del encuentro: el saludo personal al Papa Francisco de cada uno de los congregados. Todos debidamente vestidos para la ocasión (se agradece a Gonzalo Silva la chaqueta prestada para la ocasión) íbamos formando una fila, habiendo elegido bien las pocas palabras que en un par de segundos uno le podía decir, mientras le estrechaba la mano. Prohibidas todas las selfies, regalos, pedirle la bendición para algún rosario o medallita, o transmitirle algún pensamiento, inquietud o sugerencia interesante pero fuera de lugar. Mientras Pablo Castro le compartió un breve saludo en chedungún, yo solo atiné a decirle mi nombre y procedencia. Terminada la larga fila, el Papa se despidió, mientras lo aplaudíamos con cariño y admiración».

«Fue una experiencia única e histórica. Consoladora, de gran cercanía y sencillez, como signo de la Iglesia que todos soñamos».