Diálogo: Praxis Liberadora

En estos días de contingencia, agitación y reunión he visto que se han vuelto constantes algunas palabras: represión, opresión, unión, violencia, justicia y diálogo, entre otras. Quisiera referirme precisamente a esta última: el diálogo. Quiénes deberían dialogar, de qué se debería dialogar, cuándo debería ocurrir este diálogo, y por qué es importante. Todas están preguntas me evocan algunas ideas y propuestas que Paulo Freire (1970) manifiesta en su libro “La Pedagogía del Oprimido”, en el que refiere a diversas propuestas, que pueden ser esclarecedoras respecto a lo que estamos viviendo en Chile.

En primer lugar, y refiriéndome a la situación de opresión, que a mí parecer estos días se ha vuelto una constante en nuestras conversaciones, el autor menciona que “toda situación en que, en las relaciones objetivas entre A y B, A explote a B, A obstaculice a B en su búsqueda de afirmación como persona, como sujeto, es opresora” (p.36), pues, se estaría negando y prohibiendo la vocación ontológica e histórica de hombres y mujeres de ser “más”. Así, frente a lo que estamos viviendo, creo que en muchas y muchos ha surgido la preocupación y el compromiso de generar un cambio en estas situaciones. Salimos a protestar, debatimos en nuestros hogares, nos organizamos con el barrio y comunidad e incluso ya van surgiendo cabildos ciudadanos. Pero, independientemente de la forma en que nos comprometamos, Freire sostiene que “transformar la realidad opresora es tarea histórica, es la tarea de los hombres” (p.31), y me tomo la libertad de agregar, que también de las mujeres. En otras palabras, esta transformación es una tarea de todos y todas, sin exclusión de sector político, social, generacional, religioso, o cualquier otra distinción. Esto nos interpela directamente como cristianos a seguir la intuición medular de la Teología Latinoamericana, que nos impulsa a la reflexión crítica de la praxis histórica a la luz de la fe.

En segundo lugar, creo que esta transformación va de la mano con una liberación de la situación opresora, la que, según el autor, solo es factible a través de una praxis auténtica de acción y reflexión. Esta última, a mí parecer, es clave, pues nos previene de transformarnos en una masa maniobrable, fácil de manipular y engañar con promesas disfrazadas de falsa generosidad. En ese sentido, Freire también menciona que el énfasis que da al esfuerzo constante de reflexión, no implica “llevar a cabo un juego meramente intelectual” (p.46), sino lo opuesto, pues, está convencido “de que la reflexión, si es verdadera reflexión, conduce a la práctica” (p.46), y lo mismo para la acción, de la cual dice que “se hará praxis auténtica si el saber que de ella resulte se hace objeto de reflexión crítica”, de lo contario, la acción puede correr el riesgo de quedar en meros hechos y de no transformarse en cambios reales y profundos.

Así, creo que una de las grandes invitaciones que se nos hacen en estos días, y también uno de los más grandes desafíos, es dialogar, generar un diálogo crítico, genuino, horizontal y liberador, que nos lleve a la acción. Sin embargo, me parece importante no olvidar, tal como menciona el autor y como pregona el cristianismo desde su esencia: “el pueblo es la condición previa, indispensable, a todo cambio revolucionario” (p.41). Es por esto que creo que la convocatoria no es solo a dialogar en nuestros grupos, comunidades y barrios, sin desmerecer la tremenda importancia y riqueza de esto, sino también a que se genere un diálogo real entre quienes gobiernan el país y los ciudadanos y ciudadanas. Estos últimos a su vez, deberían ser responsables de representar la voz de aquellas y aquellos que no pueden levantarla, por ejemplo, niñas, niños, adultos y adultas mayores, privadas y privados de libertad.

Lo anterior es importante, porque si este diálogo auténtico, transformador y vinculante no se produce, la posibilidad de llegar a un punto de encuentro y de poder ser hombres y mujeres nuevos, no se concretaría, alejándonos así de un enfoque de derechos y del ejercicio de una agencia individual y colectiva, entendidas como la capacidad de las personas para elegir, construir y disfrutar la vida que razonablemente quieren y eligen vivir (PNUD, 2015).  

Por último, y con esto sintetizo lo que aquí he querido expresar, considero que la propuesta y desafío de lograr una praxis liberadora es de todas y todos, de quienes constante e históricamente han sido vulnerados(as) en sus derechos, libertades, agencia, y en su vocación de ser más, y de quienes, y aquí me reconozco, hemos vivido llenos(as) de privilegios y alejados(as) de la violencia, opresión, e injusticias, pues así también nos lo recordó Jesús, al llamar bienaventurados a los que tenían sed y hambre de justicia, y así también la invitación de Freire (1970): “a los desharrapados del mundo, y a quienes, descubriéndose en ellos, con ellos sufren, y con ellos luchan”.

Rosario Vázquez Santander, Psicóloga Comunitaria

Freire P. (1970). Pedagogía del Oprimido. Madrid: Siglo XXI