Diáspora SJ: Córdoba – César Tapia SJ

En esta edición, César Tapia SJ nos cuenta lo que han sido sus primeras semanas del juniorado en Córdoba con sus 27 años recién cumplidos.

Camino cuarenta y cinco minutos cada mañana para llegar a la facultad (suelo hacerlo con cierta lentitud) y mientras lo hago voy mirando con actitud contemplativa la vida en este lugar. Puedo observar que existe una gran cantidad de jóvenes que “callejean” la ciudad, siendo en su mayoría universitarios. Les gusta reunirse por las tardes -en grupos o en parejas- para hacer ejercicios en los parques, comer un trozo de pizza o simplemente “tirar la talla” junto a un buen mate. Por otro lado, he notado el peligro mortal que significa cruzar de una vereda a otra, la belleza femenina en todo lugar que visito, la calurosa humedad “cacheteante” -un clima al que no estoy habituado-, y tantas cosas que, luego de un suspiro, hacen aparecer una voz conocida en mi mente que me dice: “acostúmbrate guachito que estai comenzando”. Este es otro país.

En Córdoba capital he tenido un aterrizaje un tanto forzoso: los horarios de casa, las distintas costumbres, volver a estudiar en una universidad y los papeleos para vivir en el país, me han hecho caer en la cuenta de estar entrando, a mis 27 años recién cumplidos, en una etapa de mayor autonomía. Un lindo desafío de disponibilidad interna, tanto para las cosas prácticas como para el trato con quienes comparto la vida.

Estoy agradecido de vivir en una comunidad que me acoge con brazos abiertos: entre las conversas de camino a la universidad, las pichangas internacionales y las comidas compartidas, el cariño se hace notar y las tensiones se disipan. Esta comunidad -que tiene por nombre “Arrupe” la conformamos 16 estudiantes, tres formadores, Laura, quien nos cocina, y China, la mascota. Aquí en casa el queso, la leche y la carne no discriminan comida alguna para hacerse parte; algo que, por ser el “niño lactosa”, me ha tenido un poco dudoso al momento de probar cada bocado.

En cuanto a la formación, somos diez los juniores que asistimos a la universidad. Allí hacemos lo que podemos -lo digo con humor- con el griego y el latín. A ratos parecemos apóstoles en Pentecostés -no por lo borrachos claramente-. Lo novedoso es que tenemos algunas clases con laicos (con laicas, para ser sincero) y agradezco que así sea, pues me acerca más a la lógica universitaria cotidiana y me anima a seguir creciendo afectivamente en mi vida como consagrado.

Este mes en Córdoba ha sido un tiempo desafiante, pero a la vez ideal para acoger con humildad el amor de Dios en lo cotidiano. Ante tanto cambio, reconozco que la comunidad, estudios, apostolado y la oración, han ayudado a que este primer mes en Argentina vaya tomando, a pesar de todo, un rico sabor a facturita.