Carlos Hurtado SJ: En todo amar y servir
«Me Gustaría Ser Como Usted, Padre»
Nací en 1920. Vengo de una familia de ocho hermanos, cinco hombres y tres mujeres. Mis hermanos mayores se educaron en el Liceo Alemán y las Monjas Inglesas, en Santiago. Yo no pude tener ese nivel de educación, porque en el año ‘29 hubo un problema económico fuerte en Chile y mi papá, que era agricultor y había estudiado su ingeniería agrónoma nada menos que en La Sorbona, en París, perdió todo. En poco tiempo tuvo que vender su fundo precioso y todos sus caballos. Se tuvo que venir a Santiago y no tenía dónde trabajar.
Mis hermanos tuvieron que dejar el colegio donde estaban. Mis hermanas pudieron seguir, porque el colegio les dio facilidades. Yo me empecé a educar en el Instituto Nacional. Mi hermano mayor, Alberto, pudo entrar becado al colegio de los padres Agustinos porque era campeón Sudamericano de natación. Entonces, cuando me tocaba pasar a lo que hoy es primero medio, mi mamá fue a hablar con los padres Agustinos, para ver si me daban una beca, porque yo también era buen nadador aunque no tanto como mi hermano.
Pude entrar al colegio San Agustín, y después de un tiempo, el padre Escudero logró que pudiera seguir estudiando sin necesidad de nadar. Para eso hizo un concurso: el que sacara mejor puntaje, tenía beca al año siguiente. Entonces, al terminar primero medio (que se llamaba Humanidades), pasé gratis al segundo, porque me gané la beca. Al tercero también pasé con beca. Pero después de eso, cuando tenía 16 años, mi mamá estaba muy necesitada de plata y yo salí del colegio. Me presenté al Banco de Chile y me hice empleado ahí. Seguía estudiando de noche, en un instituto.
Antes de eso, el padre Hurtado había invitado al colegio San Agustín a un retiro. Ahí lo conocí, en el año 1936, cuando él venía llegando de Europa.
En ese retiro lo que nos habló fue tan atractivo, que por primera vez se me planteó la duda de la vocación sacerdotal.
Había contado una historia muy interesante: él venía llegando de Chuquicamata donde había tenido la experiencia de trabajar como obrero durante 15 días, en una salitrera. Un trabajo muy duro y pesado, con mucho calor en el día y frío en la noche. Después de contarnos eso dijo: “lo más curioso es que a este país se han venido dos chiquillos de Holanda, dos sacerdotes holandeses”. Nos hizo una rápida visión sobre Holanda, lo maravilloso que era ese país. Y después de contar lo rico que era, nos dijo “estos chiquillos han dejado Holanda, su familia, su país, su lenguaje, sus costumbres, todo, para venir a meterse a este lugar abandonado de Chile”.
Entonces ahí el padre Hurtado nos dijo, “qué maravilla de hombres estos. Jóvenes, simpáticos, atractivos, y que lo dejaron todo por Cristo. ¿Para qué? Para venir a Chile”. Y nos espetó a nosotros: “¿cómo es que no hay jóvenes en Chile que quieran ayudar a que los demás seamos cristianos? Fíjense que estos chiquillos vinieron de Europa. Y ustedes, ¿no hay ninguno que sea capaz?”.
Después de la comida fui a hablar con él y le dije “mire, lo que usted ha hablado es tan maravilloso, que por qué no podría ser así como usted dijo”. “Si”, me dijo, “¡pero habría que tener vocación, po’ gallo!”. “Y qué es eso?”, le pregunté. “Ah, tener vocación… mira, no te lo puedo explicar, pero es tener un amor tan grande por algo, que uno esté dispuesto a dejar su vida cómoda, renunciar a muchas cosas agradables, para servir a Dios”.
“Ojalá padre que yo algún día sienta que tengo esa vocación”, le dije. “Ojalá Carloncho”, me dijo. Y después me ofreció seguir hablando con él: “si quieres, de vez en cuando puedes ir al colegio San Ignacio, ahí yo trabajo así que puedes algún día consultarme”.
Efectivamente, estuve yendo a la pieza del padre Hurtado durante cuatro años, una vez, más o menos, cada dos meses. Iba con Enrique Vergara, un amigo que trabajaba en otro banco, que un día también ingresó a la Compañía.
Y mientras tanto yo vivía mi vida de joven. De los 300 pesos que me pagaban en ese tiempo, le pasaba 200 a mi mamá. Y con 100 yo era un príncipe. Así que lo pasaba bastante bien. Muchos amigos, bailábamos, hacíamos todas las fiestas corrientes de esa época.
Esa fue mi vida, hasta que a un Gerente del Banco de Chile se le ocurrió decirme “mira Hurtado, tú eres muy buen empleado. Y estuve preguntándole al contador qué estudios tenías. Me di cuenta de que te faltan estudios. Vas a ir al Banco Central y te vas a inscribir en un curso que hay para ti. Y así te vamos a subir el sueldo, para que puedas mejorar tu situación”.
Fuimos con otro compañero al Banco Central. Estaba en la puerta, y me devolví a hablar con el padre Hurtado.
Es que esa propuesta que me había hecho el Gerente, me hizo pensar cuál era el fin de mi vida. Me di cuenta de que mi vida no era ser banquero. Yo quería trabajar en algo que sirviera a la gente. Y para eso tenía el ejemplo del Padre Hurtado, que cuatro años antes me había invitado a ser como los holandeses. Yo me daba cuenta de que Chile era una mugre socialmente, que había una pobreza muy grande. Y de hecho el año ’36, había entrado en la Falange Nacional, donde luchábamos por la política social. Queríamos servir al pueblo, y eso lo mantengo hasta el día de hoy.
Le vine a contar (al Padre Hurtado) lo que pasaba. “¡Pero estupendo! Vas a tener más plata, te vas a poder casar con la Chepa”, me dijo. Entonces, yo le dije al padre Hurtado: “mire padre, el Banco de Chile me interesa bien poco, yo estoy en el Banco por trabajo, por ganar plata. Pero no estoy porque me guste trabajar ahí. En cambio me gustaría hacer una cosa de mayor servicio, servir a la gente. Me gustaría ser como usted, padre”. Y él me respondió: “Ah, ¡nada menos!, pero para eso hay que tener vocación pues ‘gallo’”.
Le dije que lo había estado pensando, y él me recomendó que lo hablara con mi mamá. Me demoré más o menos 15 días en decidir no hacer el curso, y venir a hablar con el padre Hurtado.
El 15 de mayo de 1940, día de las Encíclicas sociales, entré a la Compañía de Jesús. Ese día el padre Hurtado celebró una misa de despedida.. Estaban mi familia, mis amigos, amigas.. Fue una misa muy bonita, y hasta eché mis lagrimones mientras el padre Hurtado daba la comunión y yo lo acompañaba. “¡Aguántate, hombre”, me dijo el padre Hurtado.
Mis estudios
Entré con 20 años a la Compañía. Todos mis compañeros eran más jóvenes que yo. La etapa de estudiante es más o menos igual para todos. Algunos les cuesta menos y a otros más, pero era una etapa media “fome” en esa época. Cuando fuimos a Argentina para estudiar filosofía y después teología, el ambiente de estudios mejoró por el contacto con otros compañeros argentinos, peruanos bolivianos y brasileros, y también, los apostolados que comenzamos a realizar.
Diría que mi etapa de estudiante fue una vida normal, siempre aprovechando el aspecto social que me motivaba.
Por ejemplo, cuando hice Magisterio en Antofagasta durante tres años, haciendo clases en el colegio San Luis, tuve una experiencia muy linda. Al colegio, que era pagado, llegaban alumnos becados por las salitreras o minas de cobre. Conocí a muchos alumnos, hijos de obreros, que eran capaces de triunfar en un medio distinto. Me confirmó que con oportunidades, el ser humano puede crecer enormemente y así disminuir el escándalo de la miseria que hay hoy día en el mundo.
Durante mis estudios de Teología en Argentina también estuve vinculado al mundo obrero, porque hice apostolado en la JOC (Juventud Obrera Católica). Incluso escribí un libro de formación para la JOC: “Imperativos Sociales para nuestra juventud” (Ediciones JAC, 1953).
Mi ordenación sacerdotal fue en 1953, en Argentina. Nos ordenamos unos 20 sacerdotes, fue muy emocionante, Me acompañaron mi madre, mis hermanas y dos hermanos. Uno de ellos ayudó mi primera Misa.
Volví por un año a Santiago, nombrado Ministro del Colegio San Ignacio de Alonso Ovalle, aprovechando mi experiencia en el Banco de Chile. Luego estuve seis meses en Colombia, en 1955, para vivir la experiencia de la “Tercera Probación”.
Volví a Chile en 1956. Fui Secretario de la Nunciatura. Apostólica, para colaborar en la organización del “Cuarto Congreso Internacional de Vida Rural” propiciado por el Iglesia. En ese Congreso destacó el P..Roger Vekemans, jesuita belga destinado a Chile para el trabajo social en nuestra Provincia.
Hogar de Cristo
Terminado este apoyo a la Nunciatura me nombraron Capellán del Hogar de Cristo, donde estuve hasta 1967. Participaba en el Consejo del Directorio del Hogar, y me encargaron de lo que llamábamos “Chorrillos”: un complejo que incluía diversas atenciones: la Hospedería para hombres, mujeres y niños.
Los niños recibían una atención especial que empezaba en el “Aguachadero”. De ahí pasaban a diversas secciones según la edad y se manejaban en la forma tradicional de los “asilos”: 30 o 40 niños o jóvenes, que empezaban a trabajar a cargo de ”tíos”. El Padre Balmaceda los acompañaba espiritualmente. Pronto hubo necesidad de crear hogares para niñas, y me encargaron este trabajo. Felizmente los más chicos quedaron en Colina, atendidos por los Padres de Don Guanella, con una formación diferente a la de Chorrillos.
Mi actividad era igual a la que en su tiempo hacía el padre Hurtado: salía en la camioneta, que no era la verde, y primero aprendí dónde se alojaban los “cabros”. Conocí todos los sitios, y también me conocieron ellos. A veces cuando iba a buscarlos, algunos se subían a la camioneta, yo los traía y se quedaban un tiempo en el “aguachadero”. Después de ese tiempo, los que querían quedarse, entraban a un grupo, de acuerdo a su edad. Yo encontraba que el sistema era poco educativo: no veía qué aspecto de familia iban a adquirir, en grupos de cuarenta niños de la misma edad, con un inspector.
Los hogares familiares
Empezamos a buscar una mejor atención conversando con el Capellán Josse van der Rest. Lo estudiamos con psicólogos y gente más entendida y propusimos un modelo que llamamos “hogares familiares”.
En 1962 partió el primer Hogar Familiar. Buscamos parejas que quisieran hacer la experiencia de ser papá de 12 niños. Si ellos tenían tres, le agregábamos los nueve nuestros. Así Y fundamos los hogares familiares, manejados por un matrimonio. El papá podía trabajar fuera de casa, y a la mamá la contratábamos para educar a los doce niños. Pero había un papá que llegaba en la tarde y un ejemplo de vida familiar. Realmente fue un éxito.
Ubicamos las empresas que construían poblaciones, y compramos en distintos lugares de la población, tres casas pegadas. Las uníamos y las convertíamos en una casa grande, donde toda la familia estuviera bien. Esto lo hicimos en varias ciudades: en Arica, Antofagasta, Concepción, Chillán, Santiago. Y nació la experiencia a través de buenas parejas dispuestas a servir con sentido humano a estos niños sin hogar. Esto significó que me invitaran a ir a España, Italia (Roma) y Francia (Lyon), a Congresos, para dar a conocer nuestra experiencia.
En 1963 recibí el Premio “Latin America 1963 The Laine Bryant Intrenational Volunteer Citation”, que permtía un tour por tres meses para conocer los servicios de menores de USA y Europa. No lo usé, sino que se lo cedí al Presidente de la Comisión, Secretario del Ministro de Justicia.
Así trabajé hasta 1967 , cuando en el Consejo del Hogar de Cristo los Directores plantearon la mala situación económica, y en el Consejo se propuso disminuir los Hogares Familiares, acogiendo 20 niños por hogar. Discutimos por varias sesiones en el Consejo. No escucharon razones. Planteamos el problema al equipo técnico que nos apoyaba, y a la gente que entendía de educación. Como no aceptaron nuestras razones pedagógicas, yo renuncié al Consejo y al Hogar de Cristo, y conmigo, las Asistentes y Psicólogos. A pesar de esta ruptura lo Hogares Familiares siguieron. Nunca más volví a ellos.
En 1994, estando en Concepción como Director del Colegio San Ignacio, el Padre Poblete, Capellán General del Hogar, me pidió un servicio: que sintetizara las actas del Consejo del Hogar, en sus primeros cincuenta años: 1944 a 1994. Como fruto de este estudio y la colaboración de la periodista Haydée Rojas, nació el libro “Un Milagro”, cuya autora es Haydée Rojas.
Comisión Interministerial de Protección de Menores
En 1960 el Gobierno de Jorge Alessandri creó esta Comisión, en la que participaban representantes de los Ministerios de Justicia, Educación y Salud e instituciones privadas. De los privados, el Presidente nombró a un representante de la Ciudad del Niño y a mí, del Hogar de Cristo. El Consejo me eligió Secretario, durante los seis años que participé en él.
De ahí nació la necesidad de coordinar las instituciones privadas, para lo cual creamos la Federación Nacional de Instituciones de Protección de Menores en 1962, de la cual fui fundador y primer Presidente. Se inscribieron 51 instituciones, y actualmente es presidida por la señora Alicia Amunátegui de Ross. Uno de los mejores logros de la Federación fue el la formación para Educadores Especializados en Protección de menores, que desde 1962 a 1967 impartimos a través de cursos de verano de la Universidad Católica.
Trabajo en el extranjero
Durante los seis años que trabajé en la Comisión Interministerial tuve el honor de haber sido invitado a varios países por mi trabajo en protección de menores: a Perú y Ecuador concurrí durante los seis años, un mes en cada uno de ellos. También participé en congresos en Argentina y Uruguay.
De Honduras me invitaron en 1976 a una semana de formación en protección de menores y para orientarlos en cómo crear una institución para ellos. En 1977 me invitaron para colaborar en la creación de la institución por ellos comenzada. Necesitaban 50.000 dólares para una “Ciudad de los Niños”, e hicieron una especie de “Teletón”. Ahí tuve una experiencia muy difícil: expuse por televisión lo que hacíamos en Chile, con diapositivas de nuestros hogares familiares. Al terminar se armó la “toletole”, porque el encargado de reunir los fondos renunció en público, debido a que lo que yo había mostrado era el ideal, y ellos estaban en otra. Debían cambiar su proyecto. Y así fue: transformaron el proyecto de “Ciudad” en hogares familiares.
En Perú, mi labor fue con el Consejo de Menores. Quisieron conocer personalmente y así vinieron a Chile en grupos. Tuve el honor de ser invitado a dar una charla en la Corte Suprema de Justicia, en donde el Ministro de Justicia me presentó a los Ministros de la Corte y al público, agradeciendo mi apoyo al Consejo.
Educación
En 1967 Salí del Hogar de Cristo y lo Superiores me destinaron a trabajar en Educación. Fui enviado a Antofagasta , donde había hecho Magisterio. Iba con una misión: “democratizar” el colegio. Esto significaba que los chiquillos no fueran tan estrictamente tratados y que hubiera mayor libertad. Por ejemplo, que hiciéramos fiestas con el colegio de monjas, nuestras vecinas, para que aprendieran a tratar las chiquillas. Estuve unos ocho años, muy feliz de hacer más familiar nuestro estilo de educación. He mantenido amistad muy sincera con esos chiquillos, hasta hoy.
En 1975 me enviaron a Osorno, donde los Padres Jesuitas de Maryland habían construido un imponente colegio, el San Mateo. Ellos, muy buenos educadores, tenían el colegio organizado en el sistema americano. Las salas no eran de un curso, sino de las asignaturas. Tuvimos que cambiar todo ese modo de funcionamiento. Para vergüenza mía, yo cambié el sistema de ellos para hacerlo similar al de nuestros colegios chilenos, y cuando después me especialicé en Educación Personalizada, me di cuenta que su forma de trabajar era, precisamente, “personalizada”. Eso lo descubrí cuando entré en la línea del jesuita francés Pierre Faure.
El San Mateo era subvencionado, pero como la plata que entrega el Estado no alcanzaba, los jesuitas americanos ponían el resto que faltaba. Me pareció injusto. Debían aportar las familias chilenas que recibían el beneficio de la educación. Les pedí que hiciéramos un convenio y conseguimos un sistema que fue muy justo y que después lo aplicamos a todos los colegios: que la familia pagara no una cantidad de dinero estipulada, sino lo que podían pagar de acuerdo a las condiciones económicas de cada familia. Así podían llegar al San Mateo familias ricas y pobres.
En 1976, el P.Provincial me pidió: “¿por qué no aprovechas lo que has aprendido en San Luis y en San Mateo? “OK”, contesté. Me nombró Encargado de la Coordinación de Colegios Jesuitas de Chile, al que hoy día se agregó la Red Educacional Ignaciana, donde están asociados que colegios no son nuestros, pero que buscan nuestra espiritualidad y educación.
Usando el sistema “ver, juzgar y obrar”, partimos con una evaluación para ver los problemas que tenían nuestros colegios. Estuvimos dos años haciendo este estudio. Creamos un Proyecto Educativo, que fue después mejorado en el año ’96, incluyendo la Educación Personalizada.
En 1980 enviamos al Padre Guillermo Marshall, Rector del colegio San Ignacio de Alonso Ovalle, participó como representante nuestro en una reunión con el padre Pedro Arrupe, General de la Compañía de Jesús. En esa reunión el padre Arrupe planteó aspectos importantes que debían caracterizar a nuestros colegios: que fuera para todos, es decir no sólo para hombres, o para niños buenos. Sin ninguna exigencia económica, es decir, que la parte económica no significara que algunos niños no pudieran ir a nuestros colegios. Y para formar hombres y mujeres para los demás. Él dijo hombres y mujeres, porque nuestros colegios normalmente eran sólo para hombres.
Con estas ideas mejoramos nuestro Proyecto Educativo de Colegios y Escuelas Jesuitas de Chile. Fue muy estimulante y nos permitió hacer una proposición que para mí es uno de los frutos de mi accionar en educación, aunque no siempre bien aceptado. Se llama CDF: cuota diferenciada familiar, que la aplicamos en todos los colegios de la Compañía, en ese año.
La CDF se calculaba estableciendo cuánto costaba financiar anualmente cada colegio, y proyectando los años siguientes. Eso se dividía por el número de alumnos, para obtener costo promedio por cada uno. Se pedía a las familias su estado de situación, igual como los bancos exigen cuando uno va a pedir un crédito. Con eso, ordenamos a las familias desde el más rico al más pobre, viendo cuánto ganaba cada uno y estableciendo así cuánto debiera pagar. Este sistema supone que los que tienen más, paguen incluso el doble de lo que vale el arancel realmente, y con eso posibilitar que niños que no tienen esos recursos, accedan a una educación de calidad. Para mí esto es un deber de los cristianos. Es cumplir la ley de Dios de amar al prójimo.
Esto funcionó unos cinco años, muy bien en todos los colegios. Pero cuando la parte económica se puso difícil, algunos rectores no pudieron seguir con la cuota diferenciada, por las dificultades del control de los ingresos de los apoderados, y volvieron a cobrarles a todos igual, retomando el sistema de becas, para los que tenían problemas, que era más fácil de llevar.
Pero el sistema de becas que estimula las buenas notas, hace éstas favorezcan a los mejores alumnos, que normalmente son los que tienen más medios y mejores condiciones, y por eso finalmente se sacan mejores notas. Por esto me tocó discutir sobre el sistema de becas, con sacerdotes muy queridos, sin éxito.
Actualmente hay dos colegios que funcionan muy bien con el sistema de Cuota Diferenciada Familiar: el San Ignacio El Bosque y el Colegio San Ignacio de Concepción. En El Bosque funciona a la perfección. Los papás que tienen más recursos dan testimonio al mundo de que ellos quieren entregar una educación de calidad a sus hijos, pero también ayudar a que otros la tengan. Ellos son capaces de pagar más de 300 mil, para que otros paguen 30 mil o menos. Esto es solidaridad. Para mí, es el ideal.
Tengo escrito un artículo sobre este tema, que espero sea publicado mientras se discuta lo que pasa con la Ley General de Educación, LOSE. Planteo que todos los colegios pagados debieran tener cuota diferenciada, porque de lo contrario a los colegios buenos, van los ricos no más, y los pobres no pueden entrar.
En 1985 cuando dejé la Coordinación de Educación, mi Provincial me dijo “mira, ya está bueno que descanses. ¿Dónde te quieres ir?” Yo nombré varias partes donde me gustaría ir, no pensando en educación. Me preguntaron “¿no te gustaría ir a Concepción?” “No”, dije yo. “Tengo un mal recuerdo de Concepción, es muy fría la noche”. Pero a la semana me llegó una carta que decía “anda a Concepción”. Era una escuela muy buena. “Haz lo que quieras”, me dijeron. “¿Y si la hago colegio, con educación media?” pregunté. “Si puedes, hazlo”, me dijeron. Así que me fui con cheque en blanco.
En 1990 ya tenía preparada la posibilidad de comenzar con el nuevo Colegio San Ignacio. Formamos una fundación a la que le pusimos el nombre de un jesuita que murió mártir en Paraguay, que es santo de la Iglesia y fue profesor de nuestro colegio en Concepción, en el tiempo de la Colonia: Juan del Castillo. La fundación era bien “rasca”: hicimos 1000 bonos de 300 mil pesos, que sumaban el total de los 300 millones que necesitábamos. La gente podía comprar estos bonos y pagarlos en cuotas. Y la gente se montó. Así juntamos casi todo lo que se necesitaba para construir el colegio. Quedamos con una deuda, pero ya está todo pagado. Hoy en día se está construyendo un nuevo colegio, y en el que habíamos construido nosotros va a instalarse “Infocap“.
El colegio San Ignacio de Concepción, subvencionado, mantuvo el aporte familiar en forma de Cuota Diferenciada Familiar. Tiene excelencia académica. En él hay niños pobres y ricos. Yo había introducido la Educación Personalizada en todos nuestros colegios y escuelas, reducida al primer ciclo, pero en Concepción la instituimos desde primero básico hasta segundo medio. Para mí, ese es el mejor colegio de Chile, porque junta la excelencia con la apertura a todos: pobres o ricos.
Y como decimos los jesuitas: nuestra misión es promover la fe y la justicia. Nos referimos a la justicia social. Y por lo tanto decimos que nuestra preocupación principal es trabajar por los pobres.
La educación personalizada
No todo es éxito y buenos recuerdos. Este título lo escribo con mucho dolor, tras tantos años de educador. Cuando conocimos esta línea (1976) tan cercana al ideal educativo de los jesuitas, nos entusiasmamos y nos perfeccionamos en ella, ayudados por P. Faure y las Teresianas. En 1996, al reeditar el Proyecto Educativo, incluimos la Educación Personalizada, exigida para el Primer Ciclo y recomendada para los cursos mayores En el 2000, el Provincial, P. Juan Díaz, me pidió que editara un libro sobre el tema, que salió al público en 2001. El P. Guillermo Baranda lo recomendó a todos los Rectores. Sin embargo, fue rara la Biblioteca que compró un ejemplar, con excepción de Concepción. Total fracaso. A pesar de eso, no me queda ningún ejemplar, de los mil editados.
En especial las profesoras del primer ciclo lo tomaron con mucha responsabilidad y gusto. Esto se ha mantenido por unos 15 años, pero al desaparecer los Coordinadores que habían introducido el sistema, Carlos Hurtado y Alberto Vásquez, los siguientes responsables académicos no tuvieron mayor conocimiento ni interés, frente a la “competencia” y el “rating” de la PSU. Se empezó a exigir el rendimiento “académico”, en desmedro del sistema personalizado.
En Todo Amar y Servir
Estuve en Concepción hasta el 2000, cuando volví a Santiago a vivir en la Residencia San Ignacio. En esta última etapa de mi vida, para ser consecuente con lo que a mi me gusta, estoy en cuatro actividades semanales.
Cuando el padre Provincial me dijo “ya no trabajes más, vente a Santiago, anda a la Residencia, tienes que descansar, ya tienes ochenta años, qué más quieres”. Yo dije, “ochenta años, pero estoy bien”. Entonces empecé a buscar pega. Y busqué un trabajo balanceado. Lo primero que pedí es ir a la parroquia Jesús Obrero para estar con la gente que más necesita, que está al lado del Hogar de Cristo. Ahí tomé una capellanía, todos los domingos.
En el colegio San Ignacio el Bosque me pidió el Rector, Gonzalo Silva, que fuera a trabajar allá. Al poco tiempo me dije “estos gallos tienen mucho, vayamos a algo más pobre”. Entonces pedí ir al Hogar de Cristo de Ancianos, que queda en Nos. Pero me quedé con la impresión que yo podría hacer lo mismo que en El Bosque, con niños más pobres. Me fui a la Pincoya, una Escuela de barrio de la Fundación Alberto Hurtado a la que había ayudado en años anteriores, para instalar la educación personalizada.
Así, a los 86 años trabajo seis días de la semana, es decir, la semana completa, menos el sábado. Voy a todos lados en Transantiago: micro o metro. Para ir a Nos, tomo el metrotren y taxi colectivo.
Dentro de mi vocación de servir al prójimo, he podido hacer todas las cosas lindas que hubiese querido. Aunque reconozco que los últimos 20 años, han sido los más felices. Porque he podido hacer cosas que hacen un bien enorme y que van en bien de los más necesitados. Los otros años yo trataba de cumplir con la voluntad de Dios. Donde me mandaban mis superiores, yo trataba de hacerlo lo mejor posible, y estaba plenamente feliz, toda la vida.
He sido muy conciente de que si no hay buena salud, uno no puede ser bueno. Puede ser buen enfermo, claro, pero no sirve a la gente. Desde que tenía 17 años hasta hoy, todas las mañanas me levanto a las seis y media y hago un cuarto de hora de gimnasia. Cinco minutos son especiales para tratar la artrosis que tengo. Gracias a esta rutina diaria no me caigo, no tengo debilidad, mi pierna funciona como si estuviera buena. No tengo que tomar remedios, estoy regio. Le doy muchas gracias a Dios por la salud.
También he podido aceptar las dificultades que he tenido en la vida. El Señor le dice a uno “si quieres ser mi discípulo, toma tu cruz y sígueme”. Así fue la experiencia de la educación personalizada para mi.
Cuando alguien me viene a pedir un servicio, yo respondo que sí encantado. Porque el que me está pidiendo, necesitado, es Jesús para mí. Eso me lo enseñó el padre Hurtado, él lo decía, y por algo le puso Hogar de Cristo: porque era Cristo el que iba a dormir a su casa, a su hogar. Esto que el padre Hurtado vivió, yo ahora en estos últimos siete años, también lo vivo.
Cuando a veces me llaman por teléfono, mientras voy desde el escritorio hasta el teléfono, me pregunto; Jesusito, ¿quién me está llamando? Y a veces contesto así: “aló Jesús?”. Y algunos “gallos” me contestan… no “h…”, soy Pedro”.
Le agradezco mi vida al Señor, con un poco de vergüenza. Porque muchas veces soy egoísta, no hago las cosas con la generosidad que quisiera. A veces me doy cuenta de que recibo más que lo que doy.
Los últimos años, cuando ya me vine para Santiago, la vida me sale tan linda, tan fácil, tan hermosa. Porque todo lo hago con gusto.
Es tan simple: he llegado a sentir como normal lo que cantan mis alumnos cristianos:
Amarte a Ti, Señor, en todas las cosas y a todas en Ti,
En todo amar y servir, en todo amar y servir.
AMDG