Juan Cristóbal Beytía SJ: Llamado a ser rostro de Dios para la gente

Llamado a mayor radicalidad

Soy el mayor de seis hermanos. Con el menor tengo una diferencia de 15 años, y sólo una es mujer. Desde que estaba en segundo básico, empezamos a vivir cerca del colegio San Ignacio. Por eso el mundo del colegio fue siempre muy cercano para mí. Los patios eran el lugar donde yo jugaba todas las tardes, me vinculé cercanamente a algunos profesores. No fui un alumno muy destacado durante la educación básica. Pero en la enseñanza media me empezó a ir mejor. En segundo medio comencé a practicar el atletismo, hacía salto con garrocha. Me destaqué bastante a nivel escolar, incluso representé a Chile en algunos campeonatos.

Fue en los años de enseñanza media cuando pude conocer mejor a los jesuitas. Recuerdo a muchos padres que fueron bien cercanos, como el padre Poncho Vergara, el padre Hodgson, el padre Aníbal Edwards, el padre Gregorio Donoso, los rectores del colegio Ramos y Montes. También fueron muy cercanos los maestrillos que pasaron por ahí, de los cuales recuerdo especialmente Felipe Denegri, Pancho Carreño y Eduardo Silva. Me llamó la atención ver en ellos a hombres muy íntegros y felices, cercanos a nosotros y realmente enamorados de Dios, del servicio a la Iglesia y a los más pobres.

En segundo medio entré a la CVX secundaria y tuve mi primera comunidad. En trabajos de verano, al final de tercero medio, nos terminamos de integrar como comunidad y tuve la posibilidad de vincularme más cercanamente a las mujeres, con una relación de amistad.

De CVX fue mi primera polola, con la que estuvimos juntos cuarto medio y primer año de universidad. Fue importante: el primer pololeo y el momento de empezar a pensar en esto de la vida en pareja. Nos conocimos hondamente y hubo mucho cariño. Eso hizo crisis a mediados del primer año de universidad. Entrar a la universidad me desorganizó bastante. Yo quería seguir haciendo atletismo, pero no me alcanzaba el tiempo. Al final terminamos el pololeo.

Con mi comunidad universitaria empezamos a mediados del primer año de universidad, a pensar qué apostolado hacer. Nunca habíamos sido profundamente apostólicos, a pesar de que las actividades del colegio nos habían marcado mucho. Trabajos de invierno, de verano, misiones, trabajos de fábrica, nos dejaron con el deseo de prestar un servicio social. Yo particularmente seguía muy inquieto con este tema. Nos acercamos al que había sido nuestro profesor de religión del colegio, Benito Baranda, para preguntarle cómo seguir este tema. Nos invitó a prestar un servicio muy concreto a una familia en la población El Remanso, al fondo del sector El Castillo en La Pintana. Les construimos una reja en la casa, porque se la habían sacado y estaban muy expuestos a lo que sucedía en la noche en su barrio.

Y por construir esa reja, después quisimos hacer algo para el mes de María, luego organizamos colonias de verano y nos involucramos cada vez más. Finalmente esto se transformó en un proyecto que nos tomó el corazón a todos. Invitamos a algunas amigas, y todos los veranos hacíamos colonias. Algunos seguíamos durante el año prestando diferentes servicios. Yo me puse a pololear nuevamente y con ella iba todos los miércoles a hacer catequesis y otros trabajos en el centro abierto de la población El Castillo. Hoy día mis compañeros de colegio, con los que empezamos en esto, tienen la Corporación Jesús Niño, y han seguido con proyectos grandes. Esa reja famosa, que podía no haber significado nada, nos agarró a todos el corazón. Todos quedamos marcados.

Estudiaba ingeniería civil en la Universidad Católica. Seguía haciendo atletismo, ahora representando a la universidad. Elegí la ingeniería porque la consideré siempre una herramienta creativa. No diría que tuve una dedicación excesiva en los primeros años. Reprobé ramos, hubo ramos que di varias veces. Es que yo tenía mi corazón puesto en La Pintana y en el atletismo, a pesar de que la ingeniería me gustaba.

Hay varias cosas que fueron detonando de a poco mi vocación jesuita. No diría que salí de cuarto medio con una vocación clara, ni siquiera tengo la certeza de que se me hubiera planteado la pregunta en el colegio, cosa que a muchos alumnos les pasa. Pero sí en los ejercicios espirituales de primero o segundo año de universidad se me planteó la pregunta en serio. Pero yo estaba pololeando, tenía proyectos ingenieriles, tenía apostolado, la verdad es que estaba pintado para ser un excelente laico , y no cuajó por ese lado. Pero siempre me siguió dando vueltas el tema.

Una vez, mi polola me preguntó con mucha claridad, dónde tenía puesto en el corazón. En ese momento le dije que en ella, pero la pregunta me siguió dando vueltas. Y la verdad es que yo llegaba a la casa de ella con un montón de historias de lo que me había pasado en la semana en el apostolado, en mi trabajo en la CVX, los proyectos que había para adelante, y tengo la impresión de que nuestra relación más bien para mi era un lugar de descanso que un lugar de sueños. Ella se daba cuenta de eso. Llegó un momento en que tuve mucha claridad de que si quería discernir el tema de la vocación, tenía que dejar de pololear con ella. Precisamente porque la quería tanto, tal vez no era yo el hombre con el que iba a ser más feliz. Fue una renuncia bien dura en ese momento. Podríamos haber hecho una excelente familia, pero creo que fui lo más honesto en dejar de pololear con ella y dejarla en libertad.

En ese momento le empecé a dar vueltas al tema más en serio, con mi acompañante espiritual. Por el mes de abril de 1993, pude ver claramente que el tema era vocacional, es decir, que era una decisión de estado de vida. No tenía que ver con que la carrera era fome o árida. Tenía que ver con que internamente yo estaba buscando por dónde orientar la vida, en qué gastarla. Y me sentía llamado a mayor radicalidad. Los ejercicios espirituales habían sido bien claros en ese sentido. Fue fundamental la moción de que estamos llamados a gastar la vida en algo realmente importante. Yo sentía que debía tener disponibilidad total, a lo que fuera, ser capaz de dejar todo para ser móvil.

En el discernimiento me ayudó mucho mi acompañante espiritual. Él tuvo una paciencia infinita, porque ya en segundo año de universidad yo ya había tenido relativa claridad de que el asunto podía ser por la Compañía de Jesús. Y recién dos años después lo empecé a ver más en serio. Él estuvo siempre ahí, con interés de que me aclarara, fuera la que fuera mi decisión.

Por septiembre ya decidí que sí estaba llamado a la Compañía de Jesús. Entremedio hubo algunas distracciones; no voy a decir que me dediqué 100% a discernir. Hubo amigas con las cuales salí, y de repente se enredaron las cosas. Nuevamente tenía que optar por la decisión tomada. Y así fui optando.

A partir de ese mes se fue confirmando el asunto. Luego de tomar una decisión, es importante ver qué va pasando contigo, si te genera tranquilidad o inquietud. Para mi este fue un tiempo muy feliz, de mucha paz. Confluyeron líneas importantes de mi vida: lo apostólico, lo espiritual, mi cariño por la Iglesia, mis ganas de hacer una Iglesia distinta también. Mi cariño por los pobres que había conocido. Durante ese tiempo las cosas se confirmaron.

Antes de empezar el proceso de postulación, les conté a mis papás. Y su respuesta fue bien notable. Ellos tenían mucha relación con jesuitas. Jesuitas reales, con sus pro y sus contra, sus momentos de gloria y de depresión, sus soledades y bajones. Ellos decían, al final cuando estés enfermo y no puedas hacer el apostolado que te gusta hacer, o cuando estés viejo y un día domingo no tengas a donde ir después de la misa, lo único que cuenta es que tú estés enamorado de Jesucristo . Si lo tuyo es el apostolado, pero no es una relación personal, estás liquidado. Consejo muy sabio. Yo no sé en realidad si a esa altura estaba enamorado. Sí creo que con Dios nos habíamos hecho como cambios de luces, como de pololeo, nos habíamos mirado y nos habíamos gustado.

Después empecé a postular. Conversé con los tres o cuatro jesuitas con los que me dijeron que tenía que hablar, contándoles la historia de mi vocación. En eso fue un tiempo para ir poniéndole nombre a muchas cosas que había sentido.

Mi comunidad supo a fines de diciembre, en una salida de comunidad les conté que estaba postulando a la Compañía. Para ellos fue un remezón, porque ellos me veían canchero con las niñas, muchos de ellos habían dicho “yo voy a entrar a la Compañía después de que entre Juan Cristóbal”, así como diciendo esto es imposible. Y bueno, resulta que ahí estaba yo contándoles que estaba postulando.

En mi vocación, lo que más me atrajo, más que el ser cura, fue la misión de la Compañía. Estos hombres que entregan la vida por una causa. Y esa causa tenía que ver con el Reino de Dios. Ver hombres que como grupo se ayudan en eso, que lo viven con tremenda alegría, para mi eso fue fundamental. Yo entré a la Compañía en esa onda, no para ser cura. El sacerdocio era una suerte de añadido al asunto, y de hecho tengo la impresión de que mi vocación sacerdotal se fue fraguando a lo largo de la historia, pero no desde su origen. Yo entré para trabajar con jóvenes, con adultos, en lo que fuera, pero para trabajar en la misión de la Compañía.. Lo propiamente sacerdotal se fue gestando después, cuando ya llevaba algunos años en la Compañía.

Estudiante jesuita

En el Noviciado pude conocer a la Compañía de Jesús a través de sus experiencias. El mes de ejercicios espirituales me ha marcado, me ha hecho ser jesuita. Uno siempre recurre a esa experiencia fundante para significar y darle un lugar a otras experiencias, es como la matriz.

Después tuve el mes de hospital en San Fernando. Fue súper importante, ahí toqué la vida y la muerte. Vi nacer, vi morir gente. Consolé, me consolaron, es como tocar un pedazo de mundo donde está toda la vida. Me tocaba hacer el aseo, pero me gustaba cantarle a las señoras y a los señores canciones antiguas, tangos. Lo pasábamos bien. Ahí aprendí a llegar a la gente.

El mes de inserción me tocó en la casa de ejercicios de Padre Hurtado. Trabajaba en la casa, prestando servicios desde lo más básico como aseo, de repente temas de electricidad por mi carrera. Y me tocó que muriera una señora de ahí, en una explosión que hubo en la cocina. Entonces, esa experiencia de trabajos humildes se transformó en la experiencia de acompañar a un grupo de trabajadoras y trabajadores, tratando de darle sentido a la vida y a la muerte, al trabajo. Me sentí muy religioso.

Luego vino el Mes de Peregrinación. Partí con dos compañeros a Curanilahue. La idea era conseguir comida, trabajo, alojamiento a cambio de nada, porque no teníamos nada excepto lo que nos pagaran por la pega. Estuvimos en unas minas de carbón. Fue bien duro, vivimos en una población en condiciones muy precarias, trabajábamos como mineros por turnos. Meterse en esa cultura fue fuerte. Descubrí cómo son generosos los pobres. Alojé en la casa de una señora que no tenía agua y me lavó la camisa. No tenía la cama y me arregló un catre para que durmiera yo, que era su visita. Que no tenía comida, y se encalilló en el negocio de la esquina para que yo tuviera una cazuela en la noche cuando llegara. Ella no tenía idea quién era yo, de puro generosa me atendió. Los pobres te evangelizan, te muestran cómo es Dios.

Durante el Noviciado me tocó hacer apostolado en el Movimiento Eucarístico Juvenil. Fue bien difícil porque mientras mis compañeros iban a parroquias, les tocaban las primeras comuniones, los invitaban a tomar once a la casa, nosotros íbamos los viernes a trabajar en una oficina y los sábados nos daban documentos para leer, y nos quedábamos en la casa. Fue árido en un primer momento. Y de a poco el Director del MEJ nos empezó a dar más responsabilidades. Empezamos a hacer talleres en varios lugares de Chile. Teníamos que ir preparados para todo, no sabíamos si iban a haber 15 cabros o 200, no sabíamos cómo era el lugar, si había luz o no. Con unas cajas grandes de cartón armábamos un verdadero escenario. Para mi ese fue un aprendizaje: tu mejor preparación es estar tú bien con Dios, porque eso es lo que tienes que transmitir. Lo demás, tienes que estar preparado para lo que venga.

Finalmente, yo que me quejaba tanto al principio de esta aridez, pude viajar a Argentina a formar el MEJ en ese país.

El Juniorado para mi fue maravilloso. Yo venía del mundo de la ingeniería, y meterme en las humanidades fue notable. Descubrí también que había una parte de mí que era media humanista. Escribir poesía, leer, meterme en el teatro, aprender a hablar, un montón de cosas que me abrieron el mundo.

Después entré a estudiar filosofía y también fue un mundo nuevo. Me di cuenta de que no sólo me gustaba, sino que me inquietaba el espíritu, me hacían pensar. Lo gocé profundamente.

Después volví a la ingeniería, eso fue un choque violento. En una semana estaba haciendo una síntesis sobre Kant, y dos semanas después estaba metido con Poison, integrales, de las cuales algo me acordaba, pero fue violentísimo. Además con compañeros que no conocía, que eran bastante menores que yo, y que no estaban muy interesados en lo que decía el profesor. Y yo sí venía a aprender, con una actitud distinta tal vez a la que tenía antes de entrar a la Compañía. Si en filosofía y humanidades yo había tenido muchas buenas notas, al volver a ingeniería me saqué un 4,2 en mi primer trabajo. Fue un balde de agua fría. En ingeniería había otras exigencias y fue un desafío bien grande entrar a un mundo no jesuita. Al principio yo entré bien anónimo, y creo que les daba la impresión de que yo era un viejo que se había quedado pegado, medio perno. Cuando empecé a entrar en relación con algunos compañeros, de a poco se empieza a saber que soy religioso. Eso dio pie para muchas buenas conversaciones en torno a la fe, al sentido que tiene estudiar.

Como parte de un ramo me tocó hacer una asesoría a Codelco. Fue bien interesante como espacio de inculturación en un mundo ajeno. Las lucas, el tiempo, la tecnología, todo era nada muy distinto de lo que estaba transmitiendo el resto de mi comunidad jesuita. Mientras ellos tenían el ritmo de vida muy ordenado, por ejemplo, después del día comunitario, cuando todos se iban a acostar, yo tenía que empezar a hacer un informe para entregar al día siguiente, y me podía quedar hasta las cinco de la mañana. No por desorden mío, sino que porque era mayor la carga de la carrera.

Además entré al Magíster en Economía y me metí en temas de administración, finanzas, control de gestión y otras áreas, como el cambio cultural que ocurre en la modernidad y el comportamiento organizacional. Otro nuevo mundo. Fue bien notable hacer dialogar estas cosas: el proyecto religioso, el Reino de Dios, con las herramientas que te dan las ciencias exactas. Finalmente hice mi tesis sobre ética en la empresa.

Partí a mi Magisterio sin la tesis terminada, lo que significaba añadir algo de trabajo a la labor en las parroquias. Estuve en Jesús Obrero y la Santa Cruz en Estación Central, en pastoral juvenil. Vivía en la comunidad Jesús Obrero, en la población La Palma. Además trabajaba tres mañanas en el colegio Francisco Borja Echeverría, donde hice clases de religión, economía, filosofía y de matemáticas, y también fui encargado de pastoral. Pude tener otra entrada con los alumnos. Fue muy bueno, cinco alumnos míos de matemáticas entraron a la universidad, eso me deja muy contento de lo que hicimos como colegio.

De a poco la Compañía además me ha ido pidiendo trabajos más especializados, de acuerdo a mi formación como ingeniero. En ese tiempo participé en el equipo que coordinó la planificación estratégica para los próximos diez años de la Provincia Chilena de la Compañía, que salió el 2003.

Mi trabajo en el Magisterio fue fundamentalmente con jóvenes. La gente de Estación Central me convirtió. Sacó a relucir mis afectos, mis capacidades. Me di cuenta de que había muchas cosas ante las que no tenía solución, y por mi formación profesional como ingeniero, yo sentía que tenía la solución a muchos problemas. En Estación Central, la gente sólo me pidió que la acompañara, que estuviera con ellos en sus cumpleaños, en los bautizos, funerales. No me pedían soluciones. Me abrieron las puertas de sus casas, todo tipo de personas: viejos, familias completas, jóvenes de esquina, algunos drogadictos, a veces delincuentes. Esas cosas te tocan el corazón. Yo creo que alcancé a tocar un poco por qué Jesús dice que los pobres son bienaventurados. Y ellos me han hecho bienaventurado de a poco, y me siguen haciendo. Me ponen otros criterios, donde la productividad, el impacto, lo mediático, no es relevante. Fueron años realmente felices. Viví arriba de la bicicleta, acelerado, pero realmente contento.

Después volví a los estudios de teología. Estuve tres años en la Universidad Católica, para alcanzar el grado de bachiller. Vivía en la comunidad San José, en la calle Hannover. Fueron años muy felices, donde pude estar con compañeros de comunidad fraguando lo que me había pasado en el Magisterio. Hicimos un esfuerzo por vincular los estudios de teología con la vida de cada uno.

Llamado a ser sacerdote

Como decía antes, yo entré a la Compañía por su proyecto, no necesariamente porque quería ser sacerdote. Con los años se fue perfilando ese llamado a ser cura, a través de la experiencia. Eso decantó a partir de la reflexión y oración en el Mes Arrupe, en el último año del Magisterio.

En esa experiencia, que es como una preparación remota para el sacerdocio, nos juntamos estudiantes jesuitas de América Latina. Fue un tiempo muy bueno, con ejercicios espirituales más largos en los que pude conocer a un Jesús muy humano, que hizo sintonía con mi vida en los últimos años y dentro de la Compañía. Empezaron a cuajar muchas líneas fundamentales de mi vida; reaparecen las experiencias que he tenido a lo largo de mis años en la Compañía, las eucaristías celebradas, los acompañamientos espirituales.

Por ejemplo, en tercer o cuarto año de la Compañía, me enviaron a una parroquia en Padre Hurtado, donde trabajé con las comunidades campesinas. Celebré con ellos la Eucaristía, hicimos liturgias de comunión. Comenzamos celebrando el mes de María en un gallinero, y poco a poco fuimos consiguiendo espacios. Para mi ese misterio de la gente que se reúne en torno a Jesucristo, como fue probablemente el pesebre de Belén, me marcó mucho.

También me marcó el acompañamiento espiritual a jóvenes en distintas partes. Muchas veces la experiencia de la conversación en torno a Dios se vinculaba a la necesidad de reconciliarse. Y ahí yo decía, lo obvio sería cerrar esto sacramentalmente. A partir de esas cosas se empezó a configurar mi vocación sacerdotal propiamente tal.

En el Mes Arrupe vuelven a mi memoria estas experiencias y me doy cuenta de que es la comunidad cristiana la que te empieza a pedir jugar un papel dentro de la comunidad. En las parroquias y la CVX de jóvenes donde trabajé como estudiante jesuita, las personas te ponen como un referente que espera que los oriente, que los escuche, que celebre con ellos. Yo tengo la impresión de que ha sido la Iglesia la que me ha puesto en este lugar, como cura. Que me han pedido que celebre con ellos a Jesucristo, que me han pedido a mí que conduzca sus comunidades. Y yo me he dejado tomar por eso. Y he visto que a la gente le ha sido de mucho bien.

Empieza así a tener sentido que yo sea religioso, porque estoy llamado al sacerdocio. Teólogo, porque soy llamado al sacerdocio; ingeniero, amigo, confidente, porque soy llamado al sacerdocio. Todas las líneas de mi vida se potencian en ese llamado de la Iglesia.

Me siento llamado a servir a la Iglesia como cura, a ponerme a los pies de la gente, en particular de los más pobres. Y es una petición que no es ingenua. Yo no vengo a trabjaar a una Iglesia ideal, que es como yo esperaría que fuese, sino que es una Iglesia súper real, con sus problemas, egoísmos, luchas de poder. Y también con sus sacrificios. Me ha tocado conocer una Iglesia de gente que se levanta, que sobrevive, que trata de juntar a los jóvenes, de ser un aporte en las comunidades locales donde se lucha contra la pobreza, donde se busca mayor dignidad. De esa Iglesia real yo quiero ser servidor.

Luego de ese discernimiento y confirmación personal, pedí las órdenes al Provincial. Después del período de consulta, me dieron las órdenes y me encomendaron como primera misión la CVX Secundaria.

Partí a preparar mi examen de grado a Valparaíso, por tres meses. Después de dar el examen de grado y antes de ordenarme comencé a trabajar en la CVX Secundaria, con jóvenes de segundo a cuarto medio. Soy Asesor Eclesiástico en Santiago. Me toca ayudar a la comunidad a trazar sus líneas fundamentales, acompañar a los chiquillos en su crecimiento en la fe, apostólico y comunitario, y además creo que es importante marcarles a ellos un horizonte, desafiarlos, más que sólo acompañarlos. Además de estar en CVX viendo cosas organizativas, trabajo en los dos colegios San Ignacio haciendo capellanías y acompañamiento de alumnos, y haciendo clases de religión. Pero además visito bastante los demás colegios que participan de CVX y acompaño a las comunidades que me van invitando.

Durante mi primer tiempo no era ni siquiera diácono. Con los cevequianos me ordenaron de diácono y de sacerdote. Ha sido un trabajo bonito y desafiante. Aquí se puede gestar un punto de apoyo importante para la Iglesia de Santiago de la próxima década, y eso depende de cuán bien hagamos el trabajo aquí. Estamos haciendo una revisión del plan de formación de la CVX, porque los jóvenes de hoy son distintos. Me gustaría que fuera un proyecto que haga significativa la fe, que los jóvenes puedan conocer íntimamente a Jesucristo, porque él es nuestro criterio para proceder, para elegir, a la hora de determinar modos de actuar. También me gustaría que acá ellos puedan desplegar las potencialidades que tienen en su interior, por ejemplo, las potencialidades artísticas. Y que también puedan hacer apostolados diversos con calidad técnica. Que aquí puedan soñar el país que quieren, y que el apostolado sobrepase la imagen del serrucho y el martillo sino que sea un servicio que puede ser político, familiar, en una ONG, en su trabajo profesional hecho con calidad. Y con la certeza de que en eso está siguiendo a Jesucristo.

En agosto de este año fue mi ordenación sacerdotal. En ese momento confluyen muchos elementos de mi historia y mi vida. Es algo que quise decir en mi primera misa: el hombre que yo soy ahora, el cura, lo soy por lo que otros han hecho de mí.

La fidelidad de Dios

La Compañía me ha puesto en distintos lugares en los que he podido soñar, aportando a la misión de la Compañía. Dios ha sido fiel en los lugares donde yo he estado. Nunca en la Compañía me han mandado al lugar donde yo he querido, o donde yo tenía expectativas de estar. Siempre me han mandado a lugares donde yo no me imaginé. Y ahí Dios ha sido fiel. Eso ha sido lo más valioso y lo que yo más rescato.

Entonces, que la Compañía me mande donde quiera, ella sabrá. Por eso no puedo decir que tenga proyectos o certezas para el futuro. Y no significa que tenga poca capacidad de soñar. Es un soñar con un pie puesto en tierra: es ésta la misión que me han encomendado, y desde aquí yo sueño.

Ser sacerdote para mí significa fundamentalmente amar en particular a los que han sido menos amados. El sacerdote está llamado a ser rostro de Dios para la gente. Estamos llamados a mostrar el rostro de Dios y la transparencia de su amor en el mundo de hoy. Y eso en todas nuestras acciones, en nuestro modo de querer, de acariciar, de mirar, de hablar. Ser mejor o peor cura, para mi se juega en si estoy más íntimamente relacionado con Jesucristo. Porque es eso al final lo que transmito. Si me vendo a mí mismo como un gallo hábil, simpático, con bonitas palabras, eso da lo mismo. Si yo no llevo a Jesucristo, mi misión no sirve para nada. Lo que hago, es vacío no más, estéril.

Nosotros somos un cuerpo para la misión, somos hombres que compartimos una misma misión. Somos un cuerpo apostólico en misión, que tiene vocación universal. Vivimos en comunidad porque pertenecemos a un cuerpo. Cumplimos diferentes funciones dentro del cuerpo, con carismas particulares, pero siempre articulados en torno a esta misión que nos unifica. Para ser jesuita no se puede ser solo.

Valoro mucho en mi vida como jesuita a los jesuitas concretos, con sus virtudes y sus defectos, con sus pecados y sus bondades. También valoro tener una misión, y que la Compañía intenta por todos los medios ser fiel a ella.

Le agradezco a la Compañía que me ha puesto en los lugares más insólitos, pensando que yo podía ser una buena noticia ahí, y me ha hecho sacar lo mejor que he tenido adentro, en esos lugares. Me ha dado herramientas, ha hecho despertar zonas de mi que nunca imaginé que las tenía. No sólo a nivel de capacidades o conocimientos, sino que zonas de mi ser más humano. Lo otro que agradezco es que me ha dado un motivo, o un lugar donde gastar eso que me ha dado, donde darlo.