Víctor Gana SJ: He sido profundamente dichoso en la Compañía

SEGUIR A DIOS DE UNA MANERA MÁS PERFECTA

Yo nací en la pensión del “Caramelo” Urzúa, en Talca, en 1929. Creo que llegué antes que mi mamá al parto, porque mis otros 8 hermanos nacieron en Santiago. Pero conmigo no alcanzó a llegar, entonces mi papá siempre me echaba tallas con eso.

Vivíamos en el fundo Curillinque, en el margen sur del río Maule, a unos noventa kilómetros de Talca. Era un fundo ganadero, mi papá se dedicaba a criar y engordar vacunos.

Las tierras eran de una sucesión, y se fueron comprando entre los hermanos. Cuando yo nací mi papá era dueño de la mitad. Dos hermanas de mi papá eran dueñas de los dos cuartos restantes, pero se encargaba de la administración todo el fundo. Era el patrón, con el sistema del patronaje antiguo. Era un buen patrón y papá, aunque nunca tuve mucha confianza con él, porque era bueno para embromar. Creo que él era agnóstico, y mi mamá era piadosa.

victor-gana-01Tengo gratos recuerdos de la infancia. Era una vida bastante aislada y monótona. Esa fue mi casa hasta que entré en la Compañía de Jesús, aunque desde muy niño estuve internado en el colegio, en Santiago. Mi mamá me enseñó a leer y escribir, en Curillinque. En 1937 no fui a ningún colegio, mi mamá me daba tareas. En 1938 entré al colegio inglés The Grange. Ahí estuve tres años.

Mi madre murió cuando nosotros éramos muy chicos, en 1939. Yo tenía diez años, mi hermano menor, Agustín, tenía sólo meses. Tuvo un accidente, pero no murió de eso, sino que de una transfusión de sangre mal hecha posteriormente al accidente.

Una santa mujer, la hermana de mi papá María Gana, le dijo a mi madre cuando aún vivía que no se preocupara porque ella se iba a hacer cargo de nosotros. Creo que era una mala educadora, pero sin duda una santa mujer. Yo me entendí poco con ella, yo creo que como una reacción psicológica, la encontraba como intrusa que se había metido en mi casa.

Después de la muerte de mi mamá, mi abuela materna le dijo a mi papá que el plan de mi madre había sido ponerme en un colegio católico. Entonces me matricularon en el viejo colegio San Ignacio, como interno cuando tenía 11 años.

Mi vida como interno transcurría en el colegio. Algunos fines de semana visitaba la casa de tíos en Santiago. Pero en las vacaciones me iba a mi casa, en Curillinque. Cuando ya fui más grande, a los 16 años, comencé a trabajar en los veranos como ayudante de mi papá en la administración del fundo. Yo era como su brazo derecho. Todo lo hacíamos a caballo, comenzaba el día ensillando el caballo en el potrero, para salir a recorrer todo el fundo.

En los estudios yo diría que yo fui más mateo que bueno. Nunca fui un alumno brillante, pero salí adelante.

De niño me entendía muy bien con mis hermanos. Pero como estuve tanto tiempo fuera de la casa, en el internado, nos distanciamos un poco. Ya de sacerdote me acerqué a varios de ellos, especialmente de mis dos hermanos menores, la Paz y Agustín. Ellos fueron los más amigos. También me llevé bien con mi hermana Inés, que fue soltera y trabajó como secretaria de la Embajada de Chile en Moscú durante el gobierno de Frei Montalva. Era gran amigo de ella. Esos tres hermanos fueron los más compinches conmigo.

Yo diría que en el colegio San Ignacio me sentí a gusto de inmediato, más que en el Grange, a pesar de que había cosas que las hacían mejor los gringos. Fui alumno del padre Hurtado, pero nunca traté mucho con él. Me gustó notar que en este colegio los compañeros eran mucho más cristianos.

Recuerdo que alguna idea de vocación tuve cuando un maestrillo nos mostró una fotografía donde estaba con sus papás. Y yo, que tenía 12 años y debo haber sido muy ingenuo, decía qué curioso, este padre tiene papás, hermanos… ha sido un chiquillo chico como yo. No había caído en la cuenta de eso. Me dije “a lo mejor Dios me llama a ser jesuita”. Esa fue la primera idea, a los 12 años.

Al año siguiente un profesor de castellano, también jesuita, nos leyó unas crónicas de un misionero español de Alaska, que se llamaba Segundo Llorente. Era un hombre impresionante. Con esfuerzo junté plata, mi papá siempre fue bastante severo y no nos daba mucho. Y me compré el libro, que se llamaba “El País de los Eternos Hielos”. Me impuse de muchas cosas sobre las misiones, pero nunca me sentí llamado a ser misionero, aunque en algún momento me ofrecí, siendo estudiante de juniorado. Pero nunca se concretó.

victor-gana-02Cuando tenía 14 años, en tercero de humanidades, actual primero medio, había un sacerdote que se llamaba Mariano Campos. Me preguntó “oye Negro (yo tenía el pelo bien negro), y tú has pensado seguir a Dios de una manera más perfecta?”

Sin entender bien la pregunta, yo le dije “si”. Entonces me habló del sacerdocio, de la vida religiosa. Yo me dije “que bueno que entendió esto, porque yo sentía que tenía que decírselo a un sacerdote”.

Es que yo había decidido seguir esta vocación cuando tenía 13 años. Estaba bien inmaduro, pero yo decía “esto es lo que Dios quiere”. Y si yo sigo otro camino, me voy a sentir podrido toda la vida, aunque me case con la mujer más encantadora y tenga una familia formidable. Bueno, y además la mujer encantadora probablemente se casaría con otro… son reflexiones de cabro.

ESTO ES LO QUE DIOS QUIERE”

Entonces seguí hablando este asunto, sin prisas, con el padre Campos. Pedí permiso al papá para entrar al Noviciado. Yo tenía 15 años. Mi papá me dijo que no. Pero después dijo, a todos, “cuando terminen el colegio pueden seguir la carrera que quieran”. Yo dije “esto es para mí”.

No le hablé más del asunto, porque no tenía mucha confianza con el papá, yo era bastante cerrado. Entonces le dije al padre Campos que tenía que esperar a que terminara las Humanidades, la enseñanza media.

Por mientras seguía conversando con el padre Campos y vivía la vida normal de un chiquillo en los últimos años del colegio.

Vivía la vida de un tipo que estaba decidido a consagrarse a Dios. Cuando mis hermanas llegaban con sus amigas a la casa y yo estaba allá, las saludaba, pero jamás invité a ninguna a ver una película, a un paseíto. Yo decía “soy bien enamoradizo, y esto sería una infidelidad a Dios, aquí le fallaría a Cristo”.

Mis hermanas sabían lo que yo pensaba, todos supieron cuando le pedí permiso a mi papá para entrar al Noviciado y no me dejó. Pero era un asunto sólo familiar, mis amigos no lo sabían. Cuando me preguntaban los compañeros de colegio en qué carrera piensas tú, decía “pienso ser abogado”. Era mentira, pero no quería que me ficharan como el cura.

victor-gana-03Pero yo decía “lo que Dios quiere es esto”. Y cuando pensaba en el sacerdocio sentía alegría, y cuando empezaba a echarme para atrás, a soñar en el matrimonio, familia, el sexo santo de los esposos, decía “esto no es lo que Dios quiere”. Es una experiencia misteriosa, que yo ahora me atrevo a decir que era una experiencia mística.

Y después, cuando tenía tentaciones contra la castidad, yo me decía “yo tengo que ser fiel al Señor”. Me confesaba, pero me costaba harto, y con el padre Campos era bastante cerrado. Aprendí a vaciarme ya en la Compañía, con el maestro de Novicios.

A fiestas no fui nunca, lo que era fácil porque estaba interno. Y sólo a un compañero le conté de mi vocación, que era bien amigo mío. Entramos juntos a primero de humanidades en el colegio San Ignacio, y después él fue médico psiquiatra. Me dijo “oye Gana, piensas ser sacerdote, ¿no es cierto?”. Yo me dije “este Gaete es más piadoso que yo, debe pensar lo mismo que yo”. Entonces le dije “si, pienso ser jesuita, ¿y tú también piensas ser sacerdote?”. “¡No! ¡Yo me voy a casar y voy a ser médico!”, me dijo. “¿Y por qué te asustas? ¿No será que te estás corriendo?” No se enojó pero fue un no bien enfático.

Así que sólo ese amigo supo que yo pensaba ser jesuita. Es que yo era bien cerrado, el único con el que hablaba de la vocación era “Campitos”, el padre Campos. Yo creo que el Señor me trajo a la Compañía, no sé si de la nariz o de una oreja.

GANA, “¡CHPÚPATE ESA!”

Cuando salí del colegio llegó el momento que estaba esperando, para entrar al Noviciado. Pero hubo una circunstancia que retrasó mi ingreso. Mi papá estaba enfermo del corazón, entonces decidió junto con sus hermanas arrendar el fundo. Pero había que contar los animales, había vendido las alamedas a un empresario y había que contar las tablas, entonces le escribí al padre Campos “no me puedo ir al Noviciado todavía porque estoy ayudando al papá en el arriendo del fundo, tengo que hacer una pila de cosas”, y le explicaba brevemente.

En el fondo fue como alargar un poco más las vacaciones, antes de volver a Santiago para entrar a la Compañía.

Y cuando llegué a al colegio en Santiago, a fines de marzo le dije “padre, pasó esto”. “Ya leí la carta”, me contestó.

Y no me examinaron. Cuando mis compañeros decían “yo tuve que hablar con el padre tal, el padre cual”, yo decía qué curioso, no hablé más que con el padre Campos. El provincial ni conversó conmigo para admitirme. Sino que me recibió parado frente a su oficina. “Ah, usted es Víctor Gana”, una cosa así. “Y cuándo piensa entrar”. Fue una cosa muy informal. Pero la razón era muy simple. Había hablado con el padre Campos, y él era lo que llamamos el Socio, es decir el brazo derecho del Provincial. Entonces tenía una autoridad moral enorme. Yo no me daba cuenta, después vine a saber lo que era el Socio.

Entré a la Compañía en 1947, al Noviciado que estaba en el pueblo que en ese tiempo se llamaba Marruecos, hoy día Padre Hurtado. A los 18 años recién cumplidos.

Hay una anécdota simpática con el pueblo de Marruecos, que se llamaba así por la bragueta del pantalón. Había un hombre que vendía vinos ahí, y lo llamaban “ño Marruecos” porque era un gordo grande que solía andar desabotonado. Entonces los camioneros pasaban a la botillería y se gritaban “vamos donde ño Marruecos”. Parece que de ahí venía el nombre y por eso se lo querían cambiar. Los jesuitas habían propuesto Loyola pero dijeron que no porque se podía confundir fácilmente con Leyda. Entonces cuando murió el padre Hurtado, un parlamentario propuso que ese fuera el nombre del pueblo, pocos meses después. De inmediato todos se pusieron de pie y fue ley de la República.

Entré con cierto miedo, naturalmente. No sabía qué es lo que me iba a encontrar, pero tenía algunos conocidos que ya eran Novicios. Al entrar, además del miedo, sentía que tenía que obedecer y punto. No sabía por qué Dios me llamaba a esto. Me preguntaba qué iba a hacer si no perseveraba. Yo esperaba perseverar, con la ayuda de Dios. Y de hecho, de los 14 jesuitas que hicimos el mes de Ejercicios Espirituales en 1947, perseveramos siete, la mitad.

El Maestro de Novicios era un hombre que no me inspiraba mucha confianza, sin embargo con él aprendí a hacer una buena confesión. Era un hombre santo que se llamaba Mauricio Riesco.

Del Noviciado siempre recuerdo un libro que se llamaba “Las Prácticas de Villa García”, que era un noviciado en España. Escrito por un jesuita hará 3 o 4 siglos. Había una instrucción para dar cuenta de conciencia, con una cantidad de preguntas donde no se podía responder si o no, o tenía que detallar.

victor-gana-04Yo me acuerdo que me costaba horrores al principio. Pero yo decía, “si tú quieres ser jesuita y quieres responder al Señor y por Él, tienes que pasar por esto”. Y una vez, ya había aprendido bastante yo, me acuerdo que había estado soñando con el matrimonio, pensando en esto. Y le dije al Maestro, porque dije yo “aquí anduve mal”. Y el Maestro de Novicios me dijo una frase del Evangelio: “el que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el Reino de los Cielos”. Yo pensé “Gana, chúpate esa”.

Y yo he sido muy feliz como jesuita y como sacerdote, aunque he pasado, claro, tragos amagos, pero he sido profundamente dichoso. Y estoy seguro que por otro camino no habría sido dichoso.

El Noviciado era algo muy cuadriculado, rígido. Pero a mi eso no me resultaba terrible, yo me sentí casi enseguida feliz en la Compañía. Yo era bastante agresivo, pero en el Noviciado me fui moderando.

En los estudios me fue bien porque soy machacón. Tengo muy buena memoria, pero para la especulación filosófica soy un desastre. Entonces pasaba los exámenes raspando y no saqué la licencia en Teología.

Los jesuitas en general me causaron buena impresión, pero yo sabía que los santos eran pocos. De modo que nunca tuve una desilusión en la Compañía, yo contaba con eso. Pero estoy convencido de que yo hubiera sido mucho peor hombre, mucho peor cristiano, si no hubiera sido sacerdote jesuita.

En el Noviciado y Juniorado estuve consolado. Tenía facilidad para los idiomas y el Juniorado eran estudios de humanidades clásicas. Creo que el mejor examen que di fue el de griego. Y ahora no sé ni conjugar el modelo de los verbos griegos.

Hice medio año menos de Juniorado que mis compañeros, porque me mandaron a hacer la Filosofía al Ecuador. Lo pasé bien, me hacía amigo fácilmente de mis profesores. Esto me sucedió siempre, en todas las etapas de la formación. De mis compañeros menos, quizás porque soy muy irónico. Y yo era mal alumno de Filosofía, pero con los profesores me entendía bien.

Estuve tres años allá. Y no saqué la licencia, sino que sólo el bachillerato, porque no me dio el puntaje. Pero eso no lo supe hasta mucho después.

El Magisterio lo hice en Antofagasta, trabajando como profesor. Estuve ahí del ’54 al ’57. Cuando cumplía dos años de Magisterio, yo quería irme a Teología. El Magisterio había resultado más o menos. Yo me había entendido bastante bien con la comunidad, pero el Magisterio me costó porque nunca he sido buen profesor. No soy paciente, soy duro, algo tenso, y tensiono a los alumnos. Enseñé historia y religión, pero me da vergüenza recordar las clases que debo haber hecho. Tenía buena memoria y la pegaba un poco en historia, pero no sabía nada de pedagogía. No era ningún siete como profesor, ciertamente.

victor-gana-05Le dije al Provincial “oiga padre ya me toca ir a Teología”. “No”, me dijo. “¡Pero serían cuatro años de Magisterio!”, era más de lo corriente. “Sí”, me dijo, “va a hacer cuatro años de Magisterio”. “Si usted lo manda”, le dije yo, no sé con cuánta sinceridad, “si usted lo manda estoy dispuesto a hacer cuarenta”. ¡Sin ordenarme de sacerdote mientras tanto! Y él me dijo “así me gusta, que sea generoso”.

PROFUNDAMENTE DICHOSO

Pero después de unos meses me dijo “yo lo destino a estudiar la teología en Canadá”. Después supe que era porque la Provincia del Canadá francés ofrecía medias becas a estudiantes latinoamericanos, para ayudar a la Iglesia en América Latina. Entonces salía más barato, a pesar de los viajes, estudiar en Montreal que en san Miguel., en la Provincia de Buenos Aires, donde estaba el Teologado latinoamericano en esa época.

Me metieron en Teología los superiores, como si hubiera la licencia en Filosofía. Y no la había aprobado. Y en Teología me fue más o menos bien, pero tampoco saqué la licencia. En talla a veces digo que en Teología, en Montreal, aprendí poca Teología pero aprendí francés, que enseñé en el colegio San Luis. En Montreal se hablaba el francés, pero la lectura en la noche era en inglés. Entonces pude aprender bien los dos idiomas.

Al tercer año de Teología nos ordenamos. Después continuamos el cuarto año de Teología. Nos ordenó un arzobispo notable, Paul Emile Leger. Después de ordenarnos volvimos a la vida de estudiantes, con bastante poco trabajo pastoral, excepto ir a escuchar confesiones a algunos colegios.

Después terminar la Teología en Canadá, hice lo que llamamos Tercera Probación. Es como una especie de nuevo Noviciado, que en esa época se hacía durante todo un año. Fue en un pueblecito de Estados Unidos, Oresville, al centro del Estado de Nueva York. Es el lugar donde murieron 3 de los 8 mártires jesuitas de Norteamérica.

Como hablaba inglés desde niño por haber estudiado en el Grange, pude integrarme bastante rápido. Les llamé la atención a algunos porque encontraban que hablaba bien el inglés.

En la Tercera Probación hicimos el mes de Ejercicios Espirituales nuevamente. El maestro instructor era un viejo de una bondad y sabiduría extraordinarios. Le dijo viejo, pero era mucho más joven que lo que yo soy ahora. Después de los ejercicios él nos daba charlas sobre la Compañía y leíamos espiritualidad.

Durante ese año, en los meses de verano justo antes y después de la Tercera Probación, hice reemplazo en algunas parroquias. Tuve algo en Brooklyn y en Manhattan, sobre todo en el Bronx, en la Parroquia de Santa Ana. Ahí reemplacé al Vicario y me tocó además ser Capellán de un hospital que estaba al lado de la parroquia. Me hice muy amigo del párroco que era de origen irlandés. Él quería aprender castellano, entonces él me enseñaba el inglés y yo le enseñaba castellano, nos reíamos mucho. Claro que yo aprendí mucho más inglés que él castellano.

Me gustó Estados Unidos. Son un pueblo simpático. Y el grupo de “tercerones” era bien grato también, casi todos eran de Estados Unidos, especialmente Maryland y Nueva York.

Al terminar ese verano volví a Chile. Llegué de Ayudante del Maestro de Novicios, a Padre Hurtado. Allí me tocó enseñarles latín, historia de la Compañía de Jesús, y ser el “brazo izquierdo” del Maestro de Novicios. El encargado de apretar las clavijas, como dicen. En las diócesis ya se sabe quién es el brazo izquierdo del Obispo… el que llama la atención como si fuera cosa de él, pero en realidad es cosa del Obispo. Estuve dos años y medio en esa misión.

victor-gana-06Yo quería volver a trabajar en colegio. ¿Por qué? Creía que ahí podía rendir más y servir mejor a la Iglesia y a la Compañía de Jesús.

Y me mandaron de vuelta a Antofagasta, en 1965. Llegué a hacer clases de religión y pedí que me dieran clases de inglés, porque hacer clases de religión a adolescentes me resultaba molesto a mí y a los alumnos. Fuera de clases nos entendíamos muy bien, pero en clases yo les exigía. Me aburría porque el muchacho cree saberlo todo, lo discute todo. Yo les tomaba el pelo un poco, y ellos se enojaban. Y a veces les llamaba la atención por cosas serias. Hubo un muchacho al que tuve que retar por un asunto bien grave, tuvimos una conversación muy larga. Luego este muchacho se convirtió, y su mamá estaba muy feliz. Hizo su primera comunión a los 17 años. Fue algo muy bonito.

Pese a que pedí ser profesor de inglés, me dejaron como profesor de francés. Buscando prepararme mejor para el trabajo en el colegio, donde me sentía llamado a servir, comencé a estudiar.

En paralelo estudié pedagogía y orientación escolar. Estudié pedagogía en religión, carrera en la que entré directo al segundo año porque presenté mi certificado de los cursos que ya tenía por mi formación jesuita, y el secretario de estudios me dijo que me sobraban créditos. Entonces tuve que hacer sólo los ramos pedagógicos. Esos estudios los hacía durante los veranos, era un programa especial de la Universidad Católica.

Además, durante el año, realizaba en paralelo mi trabajo en el colegio y los estudios de orientación escolar en la Universidad de Antofagasta.

En esa ciudad me sentí bien y me hice de buenos amigos. Los muchachos, bueno ya no son muchachos los que fueron alumnos míos, me tienen cariño por leseras, por rarezas quizás. Me acuerdo que una vez llegó un muchacho al colegio y me dijo “quien soy yo”. Le dije su nombre y sus dos apellidos. Esas son las palabras que más quiere escuchar cada ser humano.

Uno me saludó hace poco tiempo y me dojo “soy Juan Piantini”. “Si, Juan Piantini Castillo” le respondí yo. No podía creerlo. Y hacía añales que no lo veía.

En ese tiempo sucedió que el Obispo de Antofagasta pidió a la Compañía apoyo para la parroquia de Mejillones, y me destinaron a trabajar ahí, los fines de semana. Yo le dije al Rector “mire yo creo que no soy capaz, con las clases de francés, de latín, el departamento de orientación, estoy copado, y tengo que respirar”. “No, si es sencillo”, me respondió.

Me hice amigo de los feligreses, y yo creo que me hizo bien por un lado. Pero al cabo de unos años yo estaba realmente reventado. Yo no me daba cuenta pero estaba enfermo, y no sabíamos de qué.

Es que a mí me reventaron en la Compañía. Con la mejor intención por supuesto, pero de todos modos terminé bastante mal y me costó mucho recuperarme.

El Provincial me destinó a Santiago en 1978, para trabajar en una Parroquia. Yo le había dicho que el trabajo que menos me gustaba era ese, pero de todos modos me envió a trabajar como vicario en Jesús Obrero.

Tuve una crisis en los ejercicios espirituales de año. Fui a dar a la clínica del Carmen. Me trató un siquiatra. Después me dieron de alta porque mi enfermedad era bien poco visible.

Pero meses después me venían unos mareos y yo no me podía tener en pie, tenía que tenderme en la cama para no irme al suelo. Al parecer era algo de la presión. Los médicos se rascaban la cabeza, no sabían cuál era el problema.

Aunque yo trabajaba en Jesús Obrero, vivía en casa parroquial de la parroquia Jesús de Nazareth. Entonces todo el tiempo interrumpían mi trabajo para pedirme servicios y necesidades de esa comunidad parroquial. Hasta que un día un compañero, Javier Pérez me vio y me dijo “tú no puedes vivir acá. Necesitas trabajar concentrado y acá te desconcentran todo el tiempo. Voy a hablar con el Provincial”. Yo estaba desesperado. Le dije “habla con el Provincial, ¡pero habla ahora!”.

En septiembre del ’79, el Provincial Fernando Montes me hizo cambiarme a vivir en la Residencia San Ignacio. Soy el jesuita que vive hace más tiempo en esta comunidad.

Desde ahí seguí trabajando en la parroquia, hasta el ’84. Ese año el superior de la comunidad me dijo que el trabajo en parroquia ya no daba para más, y me destinaron a trabajar como orientador y capellán en colegios y escuelas de Estación Central. También fui capellán de las monjas Adoratrices, que trabajan con niñas en peligro y prostitutas.

Esta es la comunidad más difícil que me ha tocado. Pero yo me doy cuenta de que es una comunidad bien santa. De estos viejos hechos polvo hay varios que son santos. Y los que yo considero mediocres a lo mejor son harto menos mediocres que yo. Yo soy de la mitad joven de esta comunidad, y en marzo cumplí los ochenta años.

Después de un tiempo me dejaron sólo como capellán del colegio San Francisco de Borja Echeverría y de la Escuela Lecaros. En el colegio Borja Echeverría estuve trabajando por más de 20 años, es donde más tiempo he estado. Yo era el único jesuita que trabajaba ahí. Me entendía muy bien con los profesores y con los alumnos, y me entendía con ellos mucho mejor que antes, aunque no les aprendía los nombres porque es imposible, son demasiados y no era su profesor. Como orientador los iba entrevistando de a uno, creo que era una buena ayuda.

He trabajado como orientador escolar desde 1966, cuando empecé en Antofagasta, hasta el 2003, cuando me enviaron a trabajar a la Pastoral Hospitalario.

Yo creo que en ese trabajo se puede hacer mucho bien y mucho mal. Yo espero haber hecho más bien que mal, pero eso se puede discutir. Es una especialidad bonita de la pedagogía. Tiene algo del trabajo del psicólogo, pero poco. Tiene bastante del trabajo del pedagogo.

A mí siempre me ha gustado atender a las personas. Escucharlas, aunque tengo el defecto de que soy bastante charlatán. Pero soy capaz de escuchar a los muchachos y son capaces de abrirse conmigo con más facilidad que con otros. Un jesuita me dijo “te inspiran confianza porque eres un hombre reservado. Uno sabe que si yo le digo a Gana esto, Gana va a guardar el secreto”.

victor-gana-07Desde el 2003 trabajo como Capellán en un gran complejo hospitalario que incluye los Hospitales El Salvador, y Geriátrico, además de los Institutos del Tórax y de Neurocirugía. Son cuatro hospitales que están ubicados juntos y conectados por dentro. Yo trabajo principalmente en El Salvador, pero de los otros también llaman.

Me toca entrevistarme con los pacientes, aunque hablo poquísimo con ellos, en general porque no quieren hablar, están cansados y tienen sueño. Les ofrezco la unción de los enfermos. Algunos me piden que vuelva a hablar con ellos.

Es bien difícil, porque somos sólo dos capellanes para todo el Hospital. El otro es el Capellán Jefe, es más joven que yo y le sacan el jugo.

Me han dicho “mira, no te mates trabajando. Queremos que dures en el trabajo. Y no que revientes”. Pero es difícil, porque los hospitales están muy mal atendidos, hay mucha necesidad. Si me llaman a atender a un paciente de una sala donde hay otros siete pacientes, después de atender al que me llama me acerco a hablar con los demás.

En el hospital se escuchan pocas confesiones. Es que las salas comunes no se prestan para eso. Pero doy muchas unciones de los enfermos. Muchas veces me sucede que de una sala donde me llamaron por una persona que quería conversar conmigo, doy finalmente la unción a seis de las ocho personas.

Nos organizamos bien con el Capellán Jefe. Atendemos sala por sala, y nos comunicamos los recados a través de un cuaderno. Me demoro al menos una semana en recorrer todas las salas de El Salvador. Voy a atender de lunes a viernes, mañana y tarde.

Los fines de semana aprovecho de caminar un poco, tomo confesiones en San Ignacio los domingos. A veces voy a Peñaflor, donde vive mi hermana Teresa, una de los tres hermanos que aún vivimos.

Es un trabajo fuerte enfrentarse al dolor humano diariamente. A mi me impresiona eso, y se me nota. No soy llorón, pero me llegan bien adentro algunas cosas. Y la gente se da cuenta. Y tiene confianza.

Cuando me dicen algunas cosas, “mira”, le digo yo, “Dios sabrá hasta dónde llega tu responsabilidad. Dile a Dios que te perdone. Piensa que Él es el mejor de los padres.

A uno le dije una vez que las últimas palabras de Cicerón fueron “causa causarum, miserere mei”, es decir, primer principio, causa de las causas, ten misericordia de mi. “Dile cualquier cosa al Señor, sabiendo que Dios te mira como a un hijo querido, o a una hija querida”. Y así voy dando respuesta, las que se me ocurren.

Creo que tengo buen sentido para escuchar. A muchas preguntas respondo “eso lo sabe Dios no más”. Son perogrulladas, pero las perogrulladas hacen bien a veces.

He trabajado bastante en confesiones. Pero ahora menos, porque estoy medio sordo. En el confesionario es más fácil porque la gente se acerca más y los otros no están cerca. Trabajo en eso dos horas, cada mañana de domingo, en la iglesia San Ignacio, durante las misas de 11 y 12.

En realidad me ha gustado todo lo que me ha tocado hacer como jesuita. Aunque me he dado cuenta de que tenía pocos dedos para el piano en el trabajo de parroquia, igualmente me gustó, me hice amigo de los feligreses.

Jamás tuve tentaciones contra la vocación. Cuando salían algunos compañeros a mi me daba pena, pero nunca pensé dejar la Compañía.

Si no hubiese entrado en la Compañía me habría sentido como un cobarde que rechazó la invitación del Señor. Me habría sentido como el joven rico a quien Jesús le dice “anda, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres, ven y sígueme”. Y él se fue triste porque tenía muchas riquezas. Eso me llegaba al alma a mí.

Ya tengo 62 años de jesuita. Le agradezco a Dios que me haya llamado a la Compañía de Jesús. He sido profundamente dichoso en la Compañía, profundamente dichoso.