Ignacio Castro sj: «Los silencios inesperados han poblado de belleza mi etapa de juniorado”

Ignacio Castro SJ:

Bajo el todavía fuerte sol de marzo, recorría el camino que me levaba de la universidad a la casa. Mientras caminaba, pasaban junto a mí varios grupos de jóvenes dejando una estela de ruido y movimiento: su hablar fuerte, su música estridente, sus sonoras carcajadas adornaban mi rutina de regreso. Así fue como, antes de llegar al cruce que inicia la última parte del trayecto a la comunidad, vi de frente acercarse a un nuevo grupo de jóvenes. De igual manera que los otros, se notaban alegres y expresivos. Sin embargo, a medida que nuestra distancia se reducía, fue emergiendo una bellísima diferencia: el silencio era ahora el protagonista indiscutido de la escena. Se reían, conversaban, discutían, pero todo en el más absoluto silencio; el gesto y la mirada se apoderaron del inagotable sonido. Sorpresivamente me vi seducido por su modo y una fuerza interior me inspiró a agradecer por haber sido testigo, aun por un instante, de ese pequeño respiro en la siempre agitada ciudad cordobesa. ¿Por qué comienzo con esta anécdota que ya tiene 7 meses?

Creo que de alguna manera mi estadía en Córdoba se puede graficar a través de este sencillo encuentro. Mis días pasan de manera muy similar: oración, estudios, comunidad y apostolado. Mis días pasan y me voy encariñando cada vez más de esta ciudad que nos acoge, pero principalmente de las numerosas personas con quienes comparto en los diferentes ambientes. Mis días pasan tratando de ser un religioso que intenta vivir la consagración a Dios en la cotidianidad, la contradicción, la frustración y la esperanza. Mis días pasan y van transformando mi vida en Argentina en una rutina que agradezco y celebro. Mis días pasan como ese camino que una la universidad con la comunidad.

En el devenir de estos días ha ido emergiendo una necesidad o un deseo de apostar por lo pequeño y lo silencioso. Son esos gestos sencillos, esas miradas cómplices, esos ratos en los que creo que Dios se ha callado, esa aridez en el estudio del latín, ese sudor que moja la polera mientras esperamos en el barrio a personas que no llegarán, ese caminar con un compañero mientras vamos o venimos de la universidad, ese no saber decir cuando el otro te cuenta una pena, ese no saber hacer cuando eres testigo de la injusticia más flagrante, esa sonrisa que brota espontánea por una cerveza bien helada después de una ardua jornada. Son esos silencios inesperados mientras camino a casa los que han ido poblando de belleza mi etapa de juniorado.

De algún modo, ha sido el encuentro con esos grupos de jóvenes del Instituto Helen Keller, que está ahí en el cruce antes de llegar a mi casa, lo que me ha encendido el corazón en estos meses y me ha impulsado a seguir apostando día a día por el seguimiento de Jesús al modo de la Compañía.

Compañeros, unidos en la oración, les mando un fuerte abrazo!