Javier Melloni sj: “Debemos estar en el ruido del mundo, donde la gente está dañada, ahí hemos de partir el pan y repartirlo”.
En medio de su visita a Chile, Javier Melloni sj, jesuita español, antropólogo, teólogo y escritor, nos regaló una mañana para charlar profundamente sobre la vocación religiosa.
Javier, quien es experto en espiritualidad ignaciana y diálogo interreligioso, conversó con Cristián Viñales sj, miembro de nuestro equipo de Vocaciones Jesuitas Chile.
Cristián Viñales sj: ¿Me puedes contar un poco de tu vocación? Cómo surge, de dónde viene…
Javier Melloni sj: Con mucho gusto. Vengo de una familia tradicionalmente cristiana, católica, de Barcelona. Soy el cuarto de cinco hermanos y en esa jauría de hermanos, ahí estoy yo. Era alumno del colegio San Ignacio de Sarria, de Barcelona, entonces mi recorrido está muy marcado, tengo hasta familiares jesuitas. Pero esto, cuando eres adolescente, a veces es una razón en contra porque deseas ser otra cosa. Me atraía Francisco de Asís, una vida más con sandalias, de la naturaleza. Por otra parte, la presencia del Padre Arrupe, por entonces general de la Compañía. El Padre Arrupe tenía la capacidad de convertir una conferencia de prensa en una experiencia espiritual. Le hablaban de cosas de política, lo que fuere y la manera de responder elevaba totalmente le nivel de conversación hacia lo fundamental.
Y tu deseo… ¿es primero hacia el sacerdocio o hacia la Compañía?
Bueno, inseparablemente. De entrada, el sacerdocio. Tuve una experiencia fundante, espiritual, en una eucaristía. Tenía 14 años, era el día de todos los santos y en el momento de comulgar sentí una explosión de amor muy grande. Ahí es el momento en que yo digo sí al Señor, de entregarme a ese amor que me consume y que entiendo que es el fondo de la realidad, o sea, que todo esto que existe es amor y deseé entregar mi vida a eso. Como los sacerdotes que yo conocía eran jesuitas, me pensaba que era lo mismo. Luego fui descubriendo que hay franciscanos, hay dominicos, hay benedictinos, que está la vida contemplativa, la vida activa, todo esto. Y entonces es lo que me va confirmando la vocación a la Compañía, a ir al Noviciado, que en aquel momento era en una calle muy ruidosa de Barcelona, recuerdo haber ido al Noviciado y escuchar la policía, los gritos de los vecinos…
¿Y gritaban cosas en contra de ustedes?
No en contra de nosotros, en contra de ellos, en contra de sí mismos. Y justamente ahí es donde debemos de estar, en el ruido del mundo, donde la gente está dañada, donde hay toda esta tensión, pues ahí es donde hemos de partir el pan y repartirlo. Fue importante que el Noviciado estuviera en un lugar ruidoso porque justamente el silencio hay que tenerlo por dentro, no por fuera, si no es demasiado fácil, por decirlo así, en un mundo en llamas en el que estamos. Y la otra cuestión fue que los jesuitas tenemos nostalgia del futuro, no nostalgia del pasado. O sea, el Reino está por venir, la segunda venida del señor viene a través del camino que nosotros hacemos hacia él, no hay más Dios o Cristo en el pasado que en el presente y que en el futuro y la historia va hacia adelante, pues nosotros vamos con la historia. Para mí, esa mirada hacia adelanta y no hacia atrás es también lo que me confirmó también en la vocación en la Compañía.
Y a propósito de esto de ser compañeros de Jesús, ¿Qué significa para ti ser compañero de Jesús? Jesucristo, en tu vocación, ¿cómo te relacionas con él?
Para mí el principio del evangelio de San Juan es muy bello. Cuando Juan ha percibido que Jesús se ha hecho presente en el bautismo y lo ha reconocido. Y entonces dice «yo me retiro» y a los discípulos les dice “no sean discípulos míos, sean discípulos de Él”. Y entonces los discípulos van por detrás, con temor y temblor, porque no saben cómo abordar a Jesús que de pronto está ante ellos y no se lo esperaban, y entonces Jesús hace el giro amable de facilitarles el diálogo y se gira y les preguntan «¿qué buscais?» y entonces…»señor, dónde vives». Y dónde vives no significa dónde has puesto tu tienda de campaña estos días, sino dónde está arraigado tu ser para que desprendas lo que estás desprendiendo, que en cuanto te hemos visto nuestro anhelo se ha ido hacia ti. O sea, dónde está tu secreto para vivir o para irradiar lo que vives. Porque yo deseo ser como tú. Entonces él dice «venid y lo vereis». Entonces dice «venid», no dice «id», o sea, a Jesús no vamos, sino que venimos…
Con él…
Claro, con él y hacia él. Y yendo a Jesús regresamos hacia nosotros. Entonces, yo sentía y sigo sintiendo que yendo hacia Jesús es yendo hacia la verdad más profunda de uno mismo y de los demás. Ver a Jesús es ir viendo como él ve. Y eso se hace a través del mismo Jesús, lógicamente.
¿Y eso tú crees que cambia respecto de otros contextos como el que había cuando entraste a la Compañía en los años 80? ¿Cambia el cómo descubrir a Jesús en la realidad?
Sí, claro, ha ido cambiando todo. El cambio tiene una continuidad y una discontinuidad al mismo tiempo. Uno siente que esa llamada primera sigue estando intacta y de hecho yo me remito muchas veces a esa experiencia fundante que fue para mí ese momento de la eucaristía, ese momento de la explosión de amor. Ese recuerdo no está atrás, yo sentí en aquel momento que era una anticipación del final, cuando tienes una experiencia fundante se nos da en aquel momento todo lo que será en el futuro, camino que al mismo tiempo hay que recorrer. Entonces eso está atrás como experiencia fundante, también está adelante porque eso tiene que ser vivido plenamente. Entonces, por un lado, esa experiencia está desde el principio y a eso le llamamos experiencia fundante. Y va cambiando, claro que sí, como para los discípulos. El conocimiento de Jesús fue cambiando a lo largo de su vida. Incluso, de repente Jesús desaparece y… “cómo va a desaparecer en pleno éxito, por qué se va”. Es muy engañoso y ahí pierden a Jesús, que son como las primeras expectativas que tienes de tu primera misión, de tu primera identificación con la Compañía y de repente eso se cae. Eso es una primera discontinuidad, la del lago. Pero esa pérdida anuncia otra segunda discontinuidad que es la de la pasión, que todavía es mucho más duro porque aquello explota en mil pedazos, que son crisis que uno tiene en la propia vida y crisis que percibe la Iglesia o en la misma Compañía o bueno, lo que está sucediendo aquí y en otros lugares, donde to parece que se caiga. Pero eso precisamente es lo que permite ir hacia un Dios mayor, hacia un Jesucristo mucho más purificado de nuestras expectativas de triunfo, de halago. Para mí con los años ha crecido la capacidad de reconocer más a Jesús en muchos lugares y en muchas situaciones que de hecho es lo que les pasó a los discípulos después de la resurrección. Para mí también ha sido muy importante la tercera probación, la hice en la India y entonces eso me llevó a todo el tema del diálogo inter-religioso y entonces en mi vida coexiste la espiritualidad ignaciana, o sea, profundizar la experiencia de los ejercicios, ese conocimiento interno de Jesús para amarle y seguirlo, que esto es la clave de nuestra vida espiritual y al mismo tiempo el diálogo con las otras religiones. Es decir, qué experiencia de Dios, del sagrado tienes, que yo también puedo comprender o que podemos compartir porque en este momento del planeta nos necesitamos todos.
Nosotros acá en Chile estamos en un momento en que parece que se nos perdió de vista Jesús e intuitivamente decimos «bueno, debe estar ahí»¿Cuáles son las claves para volver a descubrirlo en un contexto tan complejo como el que estamos viviendo?
Estamos llamados a una conversión radical. Jesús está en el interior de todos los hombres y por lo tanto a través de los diferentes nombres que los jóvenes o los que están en contra de la iglesia, o las otras tradiciones religiosas nombran lo que para ellos es verdadero, ahí está Jesús escondido. Nuestro esfuerzo consiste en ir hacia los demás porque el nombre de Jesús fortifica los demás nombres, no los secuestra, no los abduce, al contrario, los ilumina. Jesús es el encuentro de vaciamiento de Dios en los seres humanos y del ser humano en Dios. Ahí donde el ser humano se vacía de sí mismo por amor hacia los demás, hacia una causa justa, hacia la causa verdadera, ahí está Jesús. Aunque no de entrada tenga el nombre que nosotros sabríamos identificar.
¿Qué claves crees que nos entregan a nosotros la Espiritualidad Ignaciana y los Ejercicios Espirituales para esto?
En primer lugar, la gran intuición de los Ejercicios es la convicción que tiene San Ignacio de que cada uno tiene un lugar en el mundo, cada uno tiene una llamada personal y cuando descubrimos esa llamada personal, toda nuestra energía mental, psíquica emotiva se concentran en un punto y eso permite una explosión, permite la donación más plena de nosotros mismos. Entonces, identificar esa llamada personal es básico para estar en el lugar del mundo para lo que nací.
Y todos tenemos una llamada personal…
Todos tenemos una llamada personal, claro, y eso está oculto en nuestro propio nombre, digamos. La genialidad de la espiritualidad ignaciana y de los Ejercicios está en que confluyen la experiencia de Dios, el conocimiento de nosotros mismos y el servicio al mundo. Y en esa confluencia está la clave de la espiritualidad ignaciana. Y eso es el discernimiento, porque primero es discernir la llamada personal que centra tu vida en el mundo, pero luego en la vida hay que estar continuamente decidiendo cosas porque las situaciones cambian. Entonces lo que aporta la espiritualidad ignaciana es el discernimiento no como una técnica de pros y contra, sino como una disposición para escuchar en todo momento donde se está manifestando Dios. Y en esa manifestación de Dios se requiere mi entrega y en esa entrega se requiere la atención al mundo.
Todas las personas tenemos un llamado, hacemos un discernimiento para nuestra vida, pero no todos están llamados a la vida religiosa. ¿Tú crees que hoy día tiene sentido la vida religiosa?
Totalmente. O sea, todos estamos llamados a la vida verdadera y cada cual tiene que descubrir la verdad de su vida. La vida religiosa es una opción. Está la potencia del querer, la del poseer y la del poder. Eso bien vivido es muy sano, pero mal vivido puede ser muy destructor. Entonces, la libido del querer, del eros, la vida religiosa la contiene, no la reprime ni al extirpa, la transforma a través del voto de castidad. La libido del tener, que nos hace seres potencialmente devoradores en un mundo consumista la contenemos con el voto de pobreza. Y la afirmación de nosotros, que es el poder, la contenemos por el voto de obediencia. Cada voto responde a una pulsión del ser humano. Si eso lo trascendemos dándoselo a Dios, eso crea vida en torno nuestro. Nos ponemos al servicio de la vida. Hoy más que nunca los votos son algo tremendamente contracultural, en cada uno de los tres ámbitos, por eso la única manera de vivirlo es con una profunda experiencia de Dios. O sea, si el combustible de los 3 votos no es una experiencia íntima de Dios, son inhumanos, son imposibles, culturalmente imposibles.
¿Cómo cuidas tú esa experiencia de Dios?
Bueno, pues para mí es muy importante tener espacios significativos de oración durante el día. Para mí es inconcebible salir al día sin haberme antes dispuesto a acogerlo y a acoger a todo aquello por lo que Dios se manifestará a través de lo que el día va a presentar. Y también me es inconcebible acostarme sin recoger el día. Detenerse al final del día y leer en lo que hemos vivido el mensaje oculto, implícito del sentido segundo de lo que hemos vivido, es básico para que cada uno de nuestros días tenga sentido.
Te quiero hacer una última pregunta, Javier. ¿Qué le dirías tú a un joven que está considerando la vida religiosa y que está inquieto, pero que el contexto no lo ayuda?
Más bien el contexto es adverso, absolutamente. Bueno, le diría que no miremos lo inmediato, lo más cercano, que tengamos una mirada amplia hacia el pasado y una mirada amplia hacia el futuro. El gran problema de nuestra cultura es la inmediatez y la inmediatez nos hace muy estrechos. Hemos perdido la memoria, no tenemos memoria, consumismos el instante. Las emociones son muy intensas, pero son efímeras. La Compañía tiene mucho que ofrecer en cuanto que está muy abierta a los signos de los tiempos y eso es constitutivamente la intuición de San Ignacio: Dios en todas las cosas y todas las cosas en Dios. Y por lo tanto cuando no encontramos a Dios en las cosas es en que en el fondo no hemos encontrado todavía a las mismas cosas, porque en el corazón de la cosa está Dios. Y cuantos más sigamos siendo ayudados para tener esa mirada profética y mística al mismo tiempo de la realidad, eso es ser compañeros de Jesús y para eso estoy aquí. Sigo estando en ella con todo el amor y con toda la conciencia de estar en una familia como nuestras propias familias, con nuestros propios defectos y nuestras propias oscuridades, y eso no nos avergüenza, eso nos hace humildes, nos hace más verdaderos.