Jesuitas por el mundo: La misión de Claudio Barriga sj en el norte de Brasil
El 16 de julio pasado, día de la Chinita del Carmen, llegué a estas amazónicas y cálidas tierras nortinas brasileñas, a la ciudad de Boa Vista, capital del estado de Roraima, a asumir mi nueva misión. Fui destinado a acompañar el caminar, las alegrías y las luchas de la comunidad indígena Wapishana, viviendo con ellos, a una hora y poco de la capital. Es la misión original que trajo a los jesuitas hacia estos confines hace 11 años. Junto a otro padre jesuita, Urbano, ayudaré a atender pastoralmente 25 comunidades esparcidas en la región llamada “Serra da Lua”, fronteriza con Guyana.
Son un pueblo pobre, sufrido, muy religioso, católico, y aprecian mucho la presencia de los padres… a pesar de que, por las distancias y por sus horarios, cada comunidad logra tener misa dominical no más de cuatro o cinco veces al año, o incluso menos. (La comunidad más distante está a más de 5 horas de camino… un pésimo camino.) Hay ministros instituidos que reúnen a la comunidad y celebran la liturgia dominical cada domingo cuando no están los sacerdotes.
La mitad o más de los indígenas de esta tribu están al otro lado de la frontera, en Guyana, formando un conjunto dentro del cual ellos transitan libremente. Los indígenas del lado de Guyana también son atendidos pastoralmente por jesuitas.
La casa de los jesuitas es pobre y sencilla, similar a las casas que habitan nuestros vecinos. Fue construida por ellos mismos, después de autorizar por especial concesión a dos blancos no indígenas a vivir dentro de sus tierras demarcadas. La casa tiene tres ambientes interiores, que equivaldrían a dos dormitorios y un espacio común, que hace de sala, cocina y comedor. No tiene muebles, salvo dos mesas y seis pequeños pisos de madera, todos hechos por nuestro vecino Antonio. En lugar de ventanas con vidrios hay postigos de madera. Los dormitorios no tienen puertas. En lugar de camas, por acá desconocidas, hay hamacas. El baño consiste en una ducha y en una letrina, situados fuera de la casa, en el patio. Hay además un pequeño cuartito afuera de la casa que ha servido de pieza de huéspedes, pues cuenta con los ganchos para colgar las hamacas, para los que me vengan a ver por estos lados ?. Hay electricidad en el sector, gracias a lo cual podemos tener un refrigerador y cinco ampolletas colgando. No tenemos ni radio ni televisión. Ni siquiera un ventilador, que posiblemente más adelante voy a añorar. Ninguna compañía telefónica tiene señal en la región. El wifi más cercano está a 75 kms., que es la ciudad de Boa Vista. Un saludable aislamiento y desconexión del mundanal ruido…
En los cinco días que he pasado en la casa me hago la idea del ritmo de vida que se lleva durante el año. Nos regimos por los horarios locales, cerrando el boliche temprano…. Tipo 19 hrs comemos algo con mi compañero, conversando largas sobremesas (le hago muchas preguntas!)… Tipo 20 ó 20:30 hrs. no hay nada más que hacer. Después de leer un rato, sentado en una banquita, y de orar otro rato, sentado en la misma banquita, mirando las estrellas, me voy a mi hamaca. El día también comienza muy temprano. Me levanto entre 4:30 y 5:00 AM, para estar listo para la misa que tenemos en casa a las 5:30, entre los dos. Desayuno tipo 6:00. Es verdad que el primer domingo que estuve allí me permití dormir hasta tarde, pues teníamos la misa con la gente del sector a las 8:00 AM… Flojeé hasta las 6:30 AM (!), después de haber dormido gratamente en mi hamaca más de ocho horas.
Los zancudos son huéspedes permanentes, irritantes, persistentes, indeseables…. Para defensa de los previsores misioneros tenemos líquido repelente para esparcir en la piel y unas finas mallas que se ubican estratégicamente por sobre las hamacas para impedir la entrada a los indeseables y permitir un reparador sueño al apóstol… cosa que he logrado con bastante eficiencia, durmiendo sorprendentemente bien.
Salvo una noche que pasamos en otra comunidad, donde iría el obispo a confirmar a un grupo de jóvenes. Llegamos el viernes a confesar a los 25 confirmandos y algunos de sus familiares. Al otro día las confirmaciones serían a las 8 de la mañana. Por lo tanto, era aconsejable quedarse en el lugar, pues nuestra aldea estaba lejos.
Esa noche estrené mi pequeña hamaca misionera (regalo recibido en Chile…) extendiendo sus cuerdas en las vigas de un cobertizo de uso ocasional cercano a la capilla. En realidad, habían dispuesto un cuarto para nosotros, pero al llegar vimos que no tenía los ganchos necesarios, ni vigas adecuadas…. y peor aún, tenía muy mal olor … olor a perro y a encierro, dije yo, pero me corrigieron, diciendo que era olor a murciélago. Con el gozo interior del misionero novato, me preparé para esa primera noche casi a la intemperie, protegido sólo por un techo de lata… (techo muy necesario, pues llovió abundantemente durante la noche, lluvia que me obligó a cambiar tres veces la ubicación de mi hamaca misionera pues justo le caía encima una gotera). Tuve la sensación de no haber dormido en casi toda la noche, no por la hamaca, que se ajustó muy bien a las circunstancias, sino por los zancudos, insistentes, irritantes, persistentes, indeseables… Me cubrí con un paño el cuerpo y “me bañé” profusamente las zonas visibles con repelente, pero al parecer eso a ellos no les importaba, pues su ataque y su apetito no cesaba en los pequeños centímetros de piel expuesta. Me moví y me defendí como pude toda la noche… Pero la alegría que sentía en el corazón fue más grande que el ensañamiento de los mosquitos, y amanecí con el cuerpo reposado y dispuesto para el nuevo día. Acompañamos ese sábado una bonita y bien celebrada misa de confirmación con un obispo muy sencillo, alegre y de gran sentido pastoral. ¡Una gozada! La fiesta concluyó con un tempranero almuerzo para toda la comunidad participante. Arroz, carne, tallarín y harina de mandioca es el plato habitual que veo se repite en los encuentros indígenas, del cual ya he participado en dos. Fruta y verdura, disponibles en la zona, casi no forman parte de su dieta…
Además de los zancudos, de los abundantes sapos, baratas, luciérnagas, monos, y otros animales que no he visto aún, dicen que en estas partes hay muchas serpientes de diversos tamaños, venenos y colores, incluyendo a la gigantesca boa constrictor, capaz de tragarse entera a una vaca…. Mi compañero Urbano dice que ha debido matar varias culebras en nuestra casa. Pero en los días que pasé allí, ninguna me vino a dar la bienvenida (él me recomendó que, si me levanto al baño en la noche, debo salir siempre con una linterna…).
Además de la misión indígena, los jesuitas hace dos años abrieron una casa en Boa Vista, donde viven otros dos padres y un maestrillo. Atienden la pastoral universitaria y capellanías diversas en la ciudad y en el campo. Pero lo que los ha ocupado y enfocado la misión es la emergencia migratoria con los flujos de venezolanos que entran a Brasil por esta ruta. La oficina de SJM local, fundada hace dos años, está en ebullición. La frontera está a 144 kilómetros de la ciudad y cada día es cruzada por unas 600 personas, empujadas por la pobreza, la frustración y por la esperanza de encontrar una vida mejor. Un flujo imparable, familias enteras, muchos niños, que se encuentran en un grave desamparo… una verdadera tragedia humanitaria. Hay también migrantes indígenas venezolanos, expulsados de sus tierras ancestrales, que deambulan miserables por las calles de Boa Vista. Los migrantes están en campamentos improvisados en distintos puntos de la ciudad, bajo tiendas habilitadas por el ejército para acogerlos durante la noche y en otros albergues de emergencia. Durante el día se les ve por todas partes, vendiendo pequeños artículos en las esquinas, mendigando o incluso llegando a la desesperación de la prostitución. Dicen que están llegando a ser el 10% de la población de esta ciudad, de 300.000 habitantes. En las diversas visitas que he hecho estos días a SJM me entero de su angustia y frustración que los obliga a salir de un país que colapsó y de una economía tragada por la inflación. El resultado es el hambre y la total falta de trabajo y perspectivas en su país. Todos los que tienen juicio y razón están saliendo a otros países….
Un abrazo caluroso como el amazonas, ancho como el río Branco…