Marcelo Gidi SJ: Ser sacerdote es el mejor modo que tengo para amar

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REBELDE Y DEPORTISTA

Soy el segundo de seis hijos. Mis papás, Alfredo y Emilia, se casaron muy jóvenes, lo cual ha sido un gran elemento de nuestra familia. Mi familia es de origen palestino y cristiana desde siempre. Mis abuelos nacieron allá, y mis abuelas nacieron en Chile, pero sus papás llegaron desde Palestina: puedo decir que soy chileno, pero de sangre completamente árabe.

Al llegar desde Palestina mi familia se estableció en Linares. En esa ciudad nos criamos todos los hermanos y primos, con todos los beneficios de vivir en provincia: tener una mayor calidad de vida, vivir más sencillamente, tener relaciones interpersonales más honestas, más posibilidad de compenetración con todos los estratos sociales, estar cerca de la naturaleza, vivir con un ritmo calmado y tener una vida mucho más humana. Lo bueno es que tú conoces al manisero, al mendigo, al zapatero, al alcalde y al médico, y eso te da mucha libertad para saber estar con gente de todo tipo.

Mi familia, especialmente por su cercana forma de ser, es bastante conocida y eso también nos permitió vincularnos transversalmente con toda la sociedad. Mi abuelo llegó a Linares desde Belén al inicio de este siglo, junto a sus padres y hermanos. Llegaron en la pobreza misma, con buena formación pero sin nada, porque venían arrancando de las distintas invasiones que tuvo Tierra Santa. Con mucho trabajo y esfuerzo, responsable y honestamente, con canasto en mano, se fue haciendo una situación económica estable. Sin embargo mi familia, no es conocida por ser de buena situación económica, eso nunca fue importante al momento de estar en nuestra ciudad, sino que son conocidos por la bondad, transparencia y generosidad que han tenido en beneficio de Linares. Mi abuela era muy simpática y querida, mi abuelo cercano a todos, tenían una personalidad muy especial. Su origen nunca lo olvidaron y por lo mismo tenían una sensibilidad grande con los más marginados. En Linares, gracias a la generosidad y gratuidad de la familia, hay poblaciones, escuelas, una fundación benéfica, centros abiertos populares y salas infantiles de hospitales que llevan el apellido Gidi.

marcelo-gidi-01Me crié, como árabes tradicionales, en una casa en la cual vivíamos “aclanados”, mis abuelos, un tío y nosotros. Llegamos a ser 12 personas en la mesa principal. Vivíamos en tres casas que estaban pegadas, pero todos los momentos comunes, almuerzo y comida, se hacían en la casa de mis abuelos. Eso si, casi todos los dias había algún invitado. Ahí llegaban todos los días desde vendedores viajeros (porque mi familia tenía tiendas) hasta diputados, senadores, amigos, candidatos, obispos, incluso presidentes. A mi casa llegaban de derecha e izquierda, de hecho estuvieron cenando con nosotros tanto Carlos Ibáñez del Campo, Salvador Allende como Augusto Pinochet. Desde muy pequeños nos acostumbramos a tratar a todo el mundo de la misma manera. Esa posibilidad de conocer distintas realidades y de vivir con sencillez, a pesar de tener muchos medios, fue algo que fue dándonos un sello y mucha libertad para estar delante de cualquier ser humano. Quizás por eso yo nunca me he sentido ajeno, en ninguna parte del mundo. Tengo mucha capacidad de adaptación y también habilidades sociales, conozco mucha gente y tengo muchos y muy buenos amigos. Una de las mejores cosas de la vida son los amigos.

Me eduqué en el Instituto Linares, Colegio de los hermanos Marianistas. Antes de entrar a ese colegio estuve en otro, de donde me echaron en kínder por desordenado. Te imaginarás lo que puedo haber hecho a esa edad…Con mi familia esperamos un año y después entré al colegio de los hermanos Marianistas, donde tuve un grupo de amigos con los cuales nos reunimos hasta el día de hoy.

En el colegio no tuve experiencia religiosa, si bien era un colegio católico, por la actitud que yo tenía en ese tiempo. Sentía que la propuesta de la Iglesia era adversa a mi proyecto personal de vida. Me limitaba, me “fregaba”. Y además tuve siempre grandes problemas con los Directores del colegio. Creo que si no fuera por la bondad de mi madre, me habrían echado en octavo básico. Yo pasaba suspendido, estuve condicional toda la enseñanza media.

En el colegio era rebelde, desordenado. En Linares y además en ese tiempo, uno tampoco podía generar grandes problemas, eran sólo revolturas de niñito mimado o inquieto. Yo era bien alto y los bancos eran de esos pupitres antiguos de madera. Era incómodo y por otro lado yo tenía actitudes prepotentes, soberbias, respondía. Entonces me echaban siempre, pero yo lo tomaba a la risa. Eso más molestaba. Como alumno tampoco era muy bueno, salí del colegio con promedio 5,4. Recién en la universidad me puse a estudiar. Era un poco ambivalente, por un lado una gran contestación de parte mía y un reclamo por parte de los profesores, pero al final nos ayudábamos mutuamente. Siempre me pedían que lo representara en algo.

Yo no tenía nada que ver con la Iglesia. Iba a misa para encontrarme con mis amigos, no tengo recuerdos religiosos, hay muy poca experiencia religiosa en mi infancia y adolescencia. No tengo recuerdo de ningún retiro en el colegio, por ejemplo. Hice todos los sacramentos, pero ni siquiera me acuerdo de esos momentos, sólo del día en que me confesé.

Pero en mi familia si tuve un modelo religioso, especialmente de las mujeres. Mi mamá y mi abuela iban a misa todos los domingos, gracias a ellas había oración en la casa. Mi abuelo materno, también, era muy católico, fue el primer médico de la colonia palestina en Chile, atendía a varias congregaciones religiosas y en su consulta llegaba gente de todo tipo, con una gran actitud humilde ante la vida. En él pude tener un modelo de hombre practicante. Por otro lado, el modo de vida de mi papá y mi abuelo si bien no estaba directamente asociado a la participación en la Iglesia era implícitamente religioso, en su modo de ser, de trabajar, de amar, de relacionarse con la gente. Había una experiencia de Dios que emergía de eso y que con el tiempo yo pude reconocer.

Me crié muy sanamente, con muchas posibilidades. Vivíamos mucho en familia y tengo muy buenas amistades de ese tiempo. Una de las cosas que más agradezco al Señor son los amigos y amigas que tengo, son un puntal fundamental en cada momento de mi vida. Y yo los cuido mucho. En el colegio, que en la enseñanza media era mixto, hice muy buenas amigas y tuve dos pololas. Son aún mis amigas, con las que me sigo encontrando todavía. Quizás por vivir en provincia nos podíamos relacionar muy naturalmente, sin tapujos, sin doble sentido. Podíamos encontrarnos y ser amigos, no sólo pensando en el “carrete”. Teníamos muchas fiestas y había mucha vida social, pero todo era bien sano. Nos íbamos al campo y a la montaña en grupos, lo pasábamos muy bien. Lo que más me gustaba era bailar, me ha gustado toda la vida. Una de las cosas que me cuesta de la Compañía de Jesús en Chile es que no puedo bailar.

marcelo-gidi-02En la casa había un ambiente deportivo y todos en mi familia siempre hicimos deportes. Mi padre era muy deportista, estuvo en la selección de básquetbol de Linares y luego fue campeón sudamericano de pesca y de casa. Yo partí con el tenis, seguí con un poco de equitación, luego me metí a básquetbol, hasta primero medio. Jugué por la selección de la Séptima Región. Ese año fui a participar al campeonato nacional de básquetbol, representando a Linares. Estuve viviendo todo un mes en Curicó, en el colegio de los hermanos Maristas de allá. Me dediqué a entrenar todos los días. Luego sentí que eso no era lo mío y al volver del campeonato me cambié al vóleibol, deporte por el cual Linares es bien conocido a nivel nacional.

Al año de estar practicando este deporte por mi colegio y por mi ciudad, me llamaron a formar parte de la selección nacional infantil de voleibol. Así que comencé a practicar este deporte en las altas ligas nacionales. Todo esto me exigía algunos sacrificios juveniles, que a la larga me han ayudado en mi adultez. Viajaba todos los fines de semana a Santiago para entrenar. El vóleibol fue el deporte que me llevó finalmente a la universidad.

Cuando estaba en tercero medio quedé aceptado en una beca de intercambio estudiantil en USA. Pero coincidentemente teníamos que prepararnos para un campeonato sudamericano de vóleibol. Yo tenía que optar: no era posible estar en la selección y pasar la mitad del año fuera de Chile. Por un lado estaba esta posibilidad, muy atractiva, de pasar seis meses en otro país. Sin embargo me di cuenta de que mi participación en la selección nacional de vóleibol tenía implicancias mucho más relevantes para mi vida futura, porque como tenía malas notas en el colegio el puntaje no me iba a dar para entrar a la universidad a estudiar lo que yo quería. En cambio, siendo parte de una selección podría entrar a la universidad por beca deportiva. Así lo hice. Realicé mi primer discernimiento. Como yo ya había tenido la oportunidad de viajar fuera de Chile con mi familia, además, ya conocía Estados Unidos. Si bien quería aprender inglés, la posibilidad de no entrar a la universidad era mucho más importante. Esa fue mi primera decisión madura, yo creo que fue la primera vez que Dios se fue acercando a mi más explícitamente.

Así salí del colegio, en 1980: dedicado al deporte, pololeando y con cero interés en la Prueba de Aptitud Académica, porque sabía que igual iba a entrar a la universidad.

El deporte ha sido uno de los aspectos más importantes de mi desarrollo. Me ha ayudado de muchas maneras. Primero a saber relacionarme naturalmente con mi cuerpo y con el de los demás; segundo, a organizarme en los tiempos y ganar disciplina. Yo creo no tener una mirada erotizante con el cuerpo. Me crié viendo el cuerpo femenino en un entorno deportivo, en los entrenamientos y camarines, junto a mis compañeras de colegio. En mi castidad, por lo tanto, nunca ha estado como problema la desnudez o la curiosidad por el cuerpo. Y eso también me ayudó a tener una relación muy natural con las mujeres desde joven y hasta hoy. Siento que es algo que le ha dado mucha sanidad y libertad a mi voto de castidad.

ENCUENTRO INESPERADO

Al mirar hacia atrás voy encontrando los eslabones de un camino que yo hice desde la total ignorancia, muy inconscientemente. En este camino el Señor iba trabajando sin que yo me diera cuenta, conduciéndome poco a poco, hacia lo que más adelante me haría replantearme todo, todo y totalmente.

Yo quería estudiar Derecho en la Universidad Católica. Creo que por una búsqueda de status social que por la universidad en sí misma. Pero no quedé, así que entré a la Universidad de Chile. Quería estudiar Leyes pero para ser diplomático de carrera.

marcelo-gidi-03Yo entro a estudiar derecho no para ser abogado, sino porque mi sueño era ser diplomático: quería viajar y conocer el mundo.Quería ayudar a que el Estado se relacionara con otros Estados. Como yo era muy sociable sentía que tenía capacidad para ayudar a dialogar y hacer encontrarse a personas. Y siempre me ha parecido que conocer el mundo es una de las grandes experiencias que puede tener el ser humano. Yo quería una carrera que me ayudara a eso: a conocer distintas culturas, idiomas, modos de aproximarse a la existencia humana. Pero para entrar a la Academia Diplomática se exigía tener al menos un año de derecho, así que postulé a esa carrera.

Mirándolo hoy me parece que estos sueños también eran fruto de la vanidad, no sólo de un deseo de conocer el mundo. No es que haga un juicio negativo a ese tipo de vida, sino que para mi era como la expresión de lo mundano en lo que yo quería sustentar mi vida. Por supuesto que en ese momento yo no era consciente de eso.

Me vine a vivir a Santiago, a la casa de mi abuela materna. Ahí ya vivía mi hermano mayor, que estudiaba ingeniería civil. Seguía teniendo una vida bastante cómoda: vivía en una buena casa, tenía auto y un buen presupuesto mensual, y el cariño de muchas personas.

Desde el primer año de universidad la organización fue fundamental para alcanzar a hacer todo. No hay que olvidar que todos los días tenía que entrenar y el fin de semana jugar partidos de vóleibol: yo tenía polola, y además debía estudiar.

En el colegio nunca había tenido el menor interés por los estudios. La verdad es que comencé a estudiar en parte porque me gustó la carrera, pero sobre todo por la necesidad de tener una disciplina debido a la gran cantidad de actividades que tenía y que quería hacer. En la mañana iba a clases, en las tardes estudiaba de tres a seis. Y ése era el único momento del día que tenía para estudiar, porque a las siete tenía que estar entrenando con la selección nacional y algunos días con la de la Universidad de Chile. De lunes a viernes tenía entrenamiento, los sábados había partido. El domingo era el único día que yo tenía más libre. Gané mucha disciplina, lo que me ayuda hasta ahora y me permite hacer muchas cosas. Era una vida bastante intensa.

De todos modos, con tanta actividad tampoco podía ser un alumno muy brillante. Siempre fui alumno de 5.0, aunque finalmente salí con un promedio bastante bueno en la carrera. Cuando estaba terminando el primer año, la Academia Diplomática cambió las reglas y exigió tres años de derecho para postular. Entonces decidí continuar, pero con el objetivo de seguir luego la carrera diplomática.

Ese segundo año fue clave: conocí el mundo ignaciano, al que llegué a través de personas. Yo no tenía ninguna cercanía con la Compañía de Jesús ni tampoco a la Iglesia. Fueron personas a las que me acerqué socialmente y las que me acercaron a la espiritualidad ignaciana. Luego, muy tardíamente y ya en mi proceso vocacional, conocí a la institución que estaba detrás de ese carisma, la Compañía de Jesús.

A ellos los conocí en la Facultad de Derecho. Era un grupo de amigos muy particular, que yo siempre veía en el patio. En segundo año llega un compañero, Ignacio Verdugo, del que me hice amigo. Él me invitó a entrar a una comunidad de CVX (Comunidad de Vida Cristiana), y ahí comienza todo un proceso de reconocimiento. De encontrar una experiencia distinta de Dios y de Iglesia, que no había tenido hasta entonces. Era una experiencia que fue vitalizando la vida, no simplemente la llenaba de obligaciones a realizar, sino de proyectos a vivir.

Dije “OK, me meto a la comunidad, para conocer gente”. La primera motivación era esa: tener otro grupo de amigos. Yo tengo una gama de amigos variadísima, no sólo de estado de vida sino que de estilo de vida, religión, ideas políticas. Siempre me ha gustado moverme en la variedad y luego me di cuenta de que eso es algo muy propio de la Compañía de Jesús.

Bueno, entro a la Comunidad de Vida Cristiana entre segundo y tercer año, donde comienza mi primera experiencia de oración. Yo no tenía idea de cómo se rezaba. Para mí era todo una novedad, a la cual yo estaba muy bien dispuesto. Por eso fue haciendo tesoro dentro de mí.

Al final de ese año nos vamos a misiones. Imagínate, yo con cero experiencia religiosa, tenía que ir a misionar. La CVX invitaba a tres o cuatro universitarios para que acompañaran a todas las comunidades de secundarios. Yo había tenido una muy buena experiencia de comunidad, pero hasta ahí había llegado. Pero quería ir a misiones y me comenzó a gustar mucho el mundo de Dios.

Revisando mis fotos y recuerdos, me encontré un cuaderno que para mí muy valioso. Encontré algo que escribí, fechado el 17 de enero de 1983: “son las 2:52 AM, de madrugada, y yo me encuentro en la estación de trenes de Linares, esperando el tren que me llevará a Concepción y de ahí tomaremos un bus hasta Sara de Lebu, que es el lugar de las misiones. Me encuentro muy bien, con mucha predisposición a ayudar a que las misiones sean un éxito. Porque si lo son, será un éxito más del Señor. Le doy gracias a Dios por darme todo lo que me ha dado hasta ahora: una familia maravillosa, una madre ejemplar, unos amigos a los cuales quiero mucho. También le agradezco por haberme mostrado este maravilloso y verdadero camino de amor, fe y esperanza, alegría y unión con Dios. Es tan fuerte esta unión, que no la va a romper nada. Siento que el Señor me tiene algo importante a donde yo voy”.

Algo yo percibí, estando solo en la estación de trenes. Yo no tengo ningún concepto teológico ni religioso para haber puesto una definición a esta experiencia interior. Pero por algo sentía que algo especial me va iba ocurrir en estas misiones. Iba co

n buenos amigos, y con toda la ansiedad de qué podría ir a decir, si no me sabía ni el credo, ni los milagros, ni las estaciones del vía crucis, ni rezar el rosario. Nada, mi cultura religiosa era cero. Pero como soy machaca, dije “está bien que no sepa esto pero no voy a llegar a misionar sin haberme confesado”. Pregúntame desde cuándo que no me confesaba… al menos unos siete u ocho años.

marcelo-gidi-04Voy a la capillita que tenía ahí la misión de la Compañía de Jesús en esta reducción mapuche, Sara de Lebu. Miro el crucifijo, que a mí siempre me había escandalizado. Yo no entendía por qué los católicos teníamos esta imagen que nos hablaba de muerte. Y la experiencia que tuve ahí, y creo que eso era lo que me tenía preparado el Señor, fue por primera vez, en todas las dimensiones de mi vida, haberme sentido acogido por Dios. Haberme sentido querido, aceptado. Haberme sentido plenamente invitado, pero más que nada, haberme visto a mí al lado de la cruz. Esto me llevó a confesarme. Me confesé. No me digas cómo, yo entré a confesarme. De hecho le pregunté al sacerdote cómo se hacía la confesión. Me explicó el jesuita, yo hago mi confesión y de ahí fue una consolación permanente, un don de lágrimas sin fin que tuve en esos días.

Yo nunca en mi vida había lavado un plato entonces eran arcadas al lavar ollas y fondos, usar letrinas… era todo un mundo, totalmente nuevo. Lo pasé estupendo, me liberé de todo, fue fantástico. Y cambiaron un poco los horizontes sobre los cuales quería construir mi vida.

Al final de esta experiencia yo dije “lo que tengo claro de aquí en adelante, es que voy a ser un cristiano comprometido. Pero lo que no tengo claro, es que esta determinación va a ser la definitiva de parte del Señor”. Ahí comienza todo un proceso de preguntarme qué quiere el Señor de mí.

A DOS BANDAS

Yo pensaba que tenía mi vida muy clara, determinada y dirigida, sabía donde iba a vivir, lo que iba a hacer, mi trabajo, tenía todo muy dispuesto. Por eso mi discernimiento se hizo en la acción.

Comencé a vivir a dos bandas. Por un lado seguía con toda mi vida mundana, a pleno, pero también seguía con mi vida religiosa, cada vez más plena. Y comencé a tener esta experiencia que después me di cuenta de que era imagen de lo que San Ignacio había hecho. Esta experiencia de tener consolaciones y desolaciones. San Ignacio leyó libros de caballería y leyó libros de santos. Bueno, yo vivía mundanamente, y vivía religiosamente. Es decir, estudiaba, tenía estupendas vacaciones, pololeaba, tenía un tren de gastos bastante aceptable, tenía auto, tenía viajes. Y por otro lado, reunión comunitaria semanal, misa semanal, comencé a formar parte de los directivos de CVX, comencé a hacer retiros cada seis meses, comencé a ir a un hogar de niños del Hogar de Cristo todos los días de la semana. Y me empecé a dar cuenta de que lo que más feliz me dejaba era toda la experiencia en la cual yo me encontraba con Dios y me podía poner en contacto con otras personas.

Como para mi era sorpresivo todo esto, yo no creía. Decía “a ver, esto que estás creyendo que tú tienes no puede ser cierto. Hay algo que debe estar funcionando mal en tu vida y en esto de tener tanta disponibilidad, incluso para plantearte un estilo de vida religiosa mucho más explícito”.

Había muchos estudiantes y curas jesuitas con los cuales yo me comencé a hacer amigo. Me comencé a dirigir espiritualmente Me fueron abriendo un mundo eclesial muy nuevo, distinto, muy atractivo. Muy normal, muy desafiante, muy actualizado. En que no me juzgaban, no me criticaban ni me excluían, al contrario, fueron sacando lo mejor de mí, dejándose lo peor de mí. Y esto se fue homologando con la experiencia que había tenido con Dios en Sara de Lebu, de sentirme acogido y respetado plenamente.

Ya habían pasado dos años y estaba llegando al final del tercer año de derecho. En ese momento la Academia Diplomática, ¿no es el colmo?, pide la carrera de derecho completa para postular. Decidí terminar la carrera, aunque nunca quise ser abogado. Sólo era un medio para llegar a ser diplomático. Aunque entremedio se comenzó a meter el Señor.

marcelo-gidi-05Pasé a cuarto año de derecho, en medio de esta vida a dos bandas. Junto con estar pololeando, y yo quería a mi polola, cada vez mi corazón vibraba más con estas experiencias de Dios. Mi relación con Dios se comenzó a hacer muy explícita, el amor que yo le sentía al Señor era cada vez más totalizante. Me conmovía, me alegraba, me daba vitalidad. Entonces estaban estas dualidades.

Ya al terminar las misiones de ese año, el verano del 84, me quedé con una gran pregunta. Así como en las primeras misiones había sido “quiero ser un laico comprometido”, ahora digo “pareciera ser que Dios me está pidiendo algo más”.

Yo, no me pregunten por qué o cómo, estaba muy dispuesto a dárselo. Pero para tener la seguridad necesitaba un espacio para discernir. Mi director espiritual, Frank Kaminski, fue siempre muy delicado y respetuoso, me fue ayudando a hacer los “link” necesarios, pero sin apurarme en el discernimiento. Yo sentía que tenía todo, pero que no era tan feliz como cuando estaba en las cosas de Dios, en actividades con personas que estaban en la misma sintonía o frente a desafíos que me ponía el Señor, y no eran puestos por mi mismo. Comencé a darme cuenta que la felicidad no está en la satisfacción del yo en el si mismo, sino en el otro.

Así como al momento de proyectar mi vida y elegir la carrera yo estaba tan centrado en mí mismo, y por eso sentía que tenía todo muy claro, desde que me comencé a relacionar con Dios, cada vez me fui descentrando más. Y eso era cada vez más fuerte. Me daba cada vez más plenitud, me entusiasmaba, me hacía vivir con mayor libertad.

Ese año tuve la excusa perfecta para hacer un viaje: eran las Olimpíadas en Los Ángeles, Estados Unidos. Como me gustaba tanto el deporte, en las vacaciones de invierno viajé por un mes a California. Dejé a mi polola en Santiago, con la que ya llevaba seis meses, y partí a Estados Unidos donde me encontré con un buen amigo que vivía allá y que me acompañó en todo el viaje. Fui a algunos eventos de las Olimpíadas, pero después me dediqué a viajar con mi amigo por toda California. Recorrimos desde San Diego hasta San Francisco.

Este viaje yo lo hago hacia afuera con esta excusa de ir a las Olimpíadas y de ir a ver a mi amigo que vivía allá. Pero en mi interioridad, yo iba a discernir. ¿Por qué California? Porque Estados Unidos representaba de algún modo los ideales que yo me había puesto en mi vida. El éxito, la riqueza, la comodidad, la belleza. San Francisco es una de las ciudades más elegantes de Estados Unidos. Fui a mirar: esto es lo que yo espero, a ver qué me dice esto a mí, que me ofrece esto a mí, que no me lo de Dios.

marcelo-gidi-06En un momento, en la plaza central de San Francisco, miro para todos los lados, me voy dando vuelta, mirando todo. Y digo “todo esto es lo que yo espero de la vida”. Estaba todo representado ahí de una u otra manera. Y después digo “pero más me ofrece el Señor”. Y esa experiencia de darme cuenta de que Dios siempre ofrece más, es lo que a mí siempre me ha liberado mucho en la vida.

Siempre ofrece más plenitud, más servicio, más libertad, más felicidad. Decidí renunciar a todo lo que veía. Volví a Santiago y postulé a la Compañía de Jesús.

Ahora, tampoco fue tan drástica la cosa. Comenzamos a bajar desde San Francisco a Los Ángeles, ya de vuelta en el viaje, y no es que haya tenido una vida muy contemplativa precisamente. Pasamos a Las Vegas, jugamos toda la noche en los casinos. Como ya me había decidido, me dije “a tirar las últimas monedas en este mundo”.

Eso es precisamente lo que me encanta de la espiritualidad ignaciana como medio para encontrarme con Dios: que me permite rezar en medio de todo. Eso ha sido súper saludable para mí, porque no ambiciono estar frente al mar para rezar. En medio de los casinos y de la mundanidad también se puede tener la mejor experiencia de Dios. Y eso para mí ha sido siempre una de las magnificencias de la espiritualidad ignaciana.

TODO ES REGALO

A la vuelta del viaje lo primero fue terminar con mi polola. Se lo merecía. Retomé el discernimiento un poco más explícito con mi director espiritual, y en las vacaciones de fiestas patrias comencé el proceso de postulación.

Todavía no le contaba a nadie que estaba en esto. Los primeros en saber fueron mis papás, pero recién en Navidad, cuando fui a Linares. Les conté que estaba postulando. La respuesta me la darían entre Navidad y año nuevo. Y así fue. Un sábado en la mañana me citaron a la Curia y en un muy informal encuentro el Provincial, Cristian Brahm SJ, me dice que he sido aceptado. Yo no podía estar más alegre. Lo primero que hice fue ir a visitar a un jesuita muy amigo a su comunidad. Luego tuve que ponerme a estudiar para un examen final. Así que el año nuevo nuevamente fui a visitar a mi familia, donde aproveché para contarles que ya estaba aceptado. Mis hermanos tristes, y el resto de la “tribu”, felices. Ellos me apoyaron decididamente porque me veían muy cercano a Dios y feliz. Tuve un año nuevo de despedida…

Como ya había terminado el cuarto año de leyes, en el que se acababan los ramos cíclicos, congelé la universidad con la intención de terminar esta carrera más adelante, según lo conversado con el Provincial. En marzo del ’85 entré al Noviciado, con ocho compañeros. De ellos quedamos sólo dos en la Compañía, Andrés Vargas SJ y yo. Comienza una historia que ya lleva 24 años, y 13 como sacerdote.

El Noviciado fue excelente, no me costó nada adaptarme aunque la vida era bien diferente a lo que yo estaba acostumbrado. Yo venía de una casa con muchas nanas a mi alrededor, un lugar donde era atendido, donde iba y volvía a mi entera libertad, estudiaba y practicaba mucho deporte. Pero estaba muy feliz por todo lo que estaba experimentando en mi interior. Es que cuando uno está en lo que quiere y tiene que estar, uno aprende y se adapta rápido. El padre Hurtado tiene una frase interesante: “desgraciado es el que está donde Dios no lo quiere”.

Tampoco me costó convivir con muchos. Yo estaba acostumbrado desde chico a compartir una casa con muchas personas, compartir la pieza no era nuevo para mí. Y la rigidez de los horarios era algo a lo que yo ya me había habituado a partir de mi vida deportiva. En la universidad me tenía que organizar para hacer todo: estudios, apostolado, entrenamiento, pololeo, comunidad, pasarlo bien. Entonces llegar a una casa donde había horarios rígidos era un tema menor. Mi maestro de novicios, Juan Diaz SJ, me ayudó bastante.

Lo que sí me costó mucho fue la pérdida de libertad de movimiento que uno tiene en el Noviciado. Yo entré de 22 años, llegando de una vida donde disponía de mi tiempo y tenía muchos medios. Mis papás nos educaron siempre hacia la autorresponsabilidad, nunca nos fiscalizaron ni controlaron, siempre nos apoyaron en nuestras decisiones personales. A esto se le sumas la imagen del Superior, una persona de la cual uno depende en todo. Fue lo único a lo que me costó acostumbrarme. Todo el resto, el frío que uno pasaba, la comida que no era tan rica, la incomodidad de una vida más austera, todo se iba desapareciendo por la alegría con la que yo vivía.

En la Compañía me he sentido súper regalado, con oportunidades importantes. En el Noviciado tenemos una experiencia que se llama Mes de Peregrinación. Con Andrés Vargas SJ estuvimos viviendo en una población en Talcahuano, donde pedimos alojamiento. La señora de la casa nunca supo que éramos religiosos hasta el último día. Íbamos a trabajar a una pesquera, yo era ayudante de bodeguero y Andrés era ayudante de cuidador de barcos. Pasamos un frío…la señora era una viuda con cuatro hijos, una mujer maravillosa con un empuje y fuerza impresionantes. La experiencia de vivir en una población y en los ritmos de quien vive en esas condiciones me ha ayudado mucho a saber ponerme en el desde dónde mirar la vida y situarme ante las personas con las cuales me encuentro. Ahí comenzó a aventurarse un modo de seguir al Señor muy desde la simplicidad. Para mí ese tiempo fue la experiencia de Nazareth. De hacerme consciente de que lo más importante no se juega arriba del escenario, sino que lo que le da sentido a tu vida se juega en la intimidad con Dios. Y esta experiencia de la intimidad con Dios es el permanente desafío de mi estilo de vida lleno de actividades. Es lo que yo siempre busco y cuido.

La vocación nunca estuvo en mi horizonte. Al contrario, el sacerdote para mí era un tal por cual. Creo que es lo más inmerecido que yo pude haber tenido en mi vida. Y es tan inmerecido, que por otro lado me ha dado tanta felicidad, que yo no puedo sino cuidarlo y agradecerlo.

Yo nunca he tenido una crisis de vocación. Porque como la vocación ésta no es mía, no importa cómo esté yo, si estoy alegre, si estoy contento, si me siento solo, si estoy triste, si paso momentos de sinsentido o de adversidad. Nunca la vocación como tal ha tenido una duda. Esto no significa que no haya vivido momentos de dificultad o desvanecimiento.

Yo sé que por la formación que he tenido en la Compañía no voy a tener mucho espacio para trabajos en el mundo de los pobres, lo que no significa que no están en mi horizonte. Mi formación desde el contexto la Provincia de la Compañía de Jesús ha sido bastante particular, porque yo llegué a cuarto año de universidad, y parte de mi formación del Juniorado y de la Filosofía fue terminar la carrera de leyes. Como jesuita me gradué y recibí el título de abogado. Y después casi toda mi formación, salvo la filosofía y el primer año de teología, la he hecho en el extranjero. Normalmente nosotros salimos a hacer los estudios especiales, pero yo fui a hacer ciclo básico de teología, la licenciatura en Derecho Canónico, un master y ahora último un doctorado en Derecho Canónico. Cuando me encuentro con mis compañeros de colegio nos reímos porque les digo “yo, que les copiaba todos ustedes, he estudiado más que todos ustedes”.

Pese a que nunca me gustó especialmente estudiar, desde que entré a la Compañía he estado prácticamente todo el tiempo estudiando, y muy contento. Es que como no estudio para mí, yo estudio no más. La motivación que tengo es tratar de servir muy bien a los demás. Y este aspecto del servicio es lo que me hace estar disponible para llegar cansado, agotado al final del día, pero feliz.

marcelo-gidi-07Al terminar el Noviciado pasé al Juniorado, donde hice los estudios de humanidades, y luego de dos años pasé a la primera casa de formación jesuita, en Almirante Barroso, donde hice los estudios de Filosofía y luego terminé la carrera de derecho. Terminé los cursos que me quedaban, en la Universidad de Chile, y me puse a estudiar el examen de grado con dos compañeros laicos, Javier y Juan Pablo.

Fue una experiencia muy linda volver a la Escuela de Derecho, ahora con una identidad religiosa, cinco años después. Todos se acordaban de mí y pude desplegarme ahí como religioso, llegando a ser el capellán de la pastoral de esa facultad y a trabajar en las primeras misiones católicas de la U. De Chile, que siguen hasta ahora. Es propio de la espiritualidad ignaciana, el que no haya ambiente que pueda estar cerrado a Dios. Esto de querer movernos en espacios “católicos”, porque solamente ahí se asegura la experiencia de Dios, es artificial y falso. Si Dios se hizo hombre, está presente en todo lo humano. Si lo buscas sólo en el Templo, eso es querer restringir la experiencia de Dios, que es omnipotente, y amoldarlo a tus limitaciones. Por eso, si bien he tenido una formación y un ministerio muy coherente y consistente, yo no tengo problema con que me manden a trabajar a cualquier lugar del mundo o de la sociedad.

Luego de dar el examen de grado me enviaron al Magisterio, en Osorno, donde pasé seis meses haciendo la práctica para obtener el título de abogado. Estuve trabajando en la Corporación de Asistencia Judicial de Rio Negro y Purranque. Visitaba las cárceles y atendía casos civiles. Al mismo tiempo hice mi tesis de licenciatura sobre el Ombudsman, el Defensor del Pueblo. Me acompañó como director el profesor Máximo Pacheco.

Supuestamente una vez terminado eso me tocaba seguir un año y medio más en Osorno, como Maestrillo en el colegio San Mateo. Pero en cambio el Provincial me destinó a hacer de inmediato los estudios de Teología. Es decir se acortaba mi Magisterio, con el proyecto de enviarme a estudiar en Roma y que desde ahí pudiese estudiar la Teología y además iniciar estudios en Derecho Canónico.

¿Por qué me dieron ese destino? Porque la Iglesia de Santiago le pidió a la Compañía de Jesús que buscara a un jesuita para especializarse en estas materias. Yo era uno de los tres o cuatro jesuitas en “concurso”, y finalmente me seleccionaron a mí, un misterio. Como en Chile no había mucho conocimiento al respecto, me destinaron a estudiar en Roma, para tener estudios más contundentes.

Pero justo en ese momento mi papá se enfermó gravemente, y le pedí al Provincial que me dejara estudiar el primer semestre de Teología en Santiago. Mi papá, con mucha tristeza para mi, falleció al poco tiempo, y después de seis meses partí a Roma, a estudiar en la Universidad Gregoriana. A un centro internacional de estudios que la Compañía de Jesús tiene en Roma, la universidad fue fundada por el mismo San Ignacio. En esa ciudad pude adentrarme en la Iglesia, la Compañía universal y la provincia jesuita de Italia. Trabajé en algunos organismos de la Curia General relacionados con el apostolado social, participé en varios encuentros de la Iglesia universal, di el mes de Ejercicios espirituales a los seminaristas de la diócesis de Roma, trabajé en obras de la Compañía de Jesus italiana, colegios, retiros y movimientos. En medio de tanta actividad terminé la Teología bastante rápido y comencé los primeros estudios en Derecho Canónico. Hice el último año de Teología y la Licenciatura en Derecho Canónico en dos años y medio.

Luego de eso viajé a Santiago para ordenarme como sacerdote. ¡Qué feliz estaba! Mi padrino de ordenación, de quien he aprendido mucho, es Fernando Montes SJ.

Vine sólo por unos meses y volví a Roma, para hacer un Magister en Derecho Canónico, en Jurisprudencia Rotal, que tiene que ver con los procesos de nulidad eclesiástica matrimonial: cómo estudiarla y entenderla desde el punto de vista canónico y jurídico, cómo tramitar las nulidades.

Regresé a Chile en 1997 para tener ya mi primera experiencia como sacerdote en mi país. Llevaba viviendo 4 años en Roma con grandes experiencias de la Compañía universal, conociendo y compartiendo con jesuitas de todo el mundo, participando en primera persona de lo que es la SJ.

Mi primera misión aquí fue ser Asesor Nacional de la Comunidad de Vida Cristiana. Fue muy lindo volver a la CVX, donde yo había partido mi encuentro con Jesús, mi conversión y proceso vocacional. Recuerdo que mi discernimiento vocacional lo hice en medio de matrimonios de la CVX. Yo que quería ser un cristiano comprometido y tenía a estos matrimonios como modelo. Ellos eran tan comprometidos, del modo en que yo aspiraba a comprometerme. Por eso creo mucho en la opción cristiana de laico, en el matrimonio, y estoy feliz de que hoy como sacerdote pueda trabajar junto a muchos matrimonios de los cuales sigo aprendiendo mucho y me siento muy apoyado y sostenido. No es sólo a nivel de trabajo, sino que más bien de encuentro, de compartir el camino con ellos. Puedo reconocer la presencia de Dios en el matrimonio, que es tan válida como la experiencia de Dios que pueda tener yo como sacerdote.

En la CVX visité las comunidades a nivel nacional, ofrecimos un camino de crecimiento, acompañé a los laicos en sus compromisos, me dejaba cuestionar por ellos. Me encontré con grupo humano lleno de proyectos apostólicos y con gente jugada por la Iglesia y la espiritualidad ignaciana. Después de cinco años trabajando con ellos me enviaron a hacer la Tercera Probación, que es una experiencia formativa que tenemos los jesuitas unos años después de ordenarnos. La hice en Chile, con el P. Juan Ochagavía SJ, aunque se realiza en muchos países. Como yo ya había estado mucho tiempo fuera era conveniente que la hiciera en mi provincia.

Luego me enviaron a continuar profundizando en el Derecho Canónico. Eso siempre estuvo en el plan, ya que la idea era que yo trabajara como profesor universitario. Para eso debo tener la mejor formación. Así que nuevamente partí a la Universidad Gregoriana, en Roma, para sacar el Doctorado en Derecho Canónico. Antes de eso pasé seis meses en la Universidad de Georgetown, en Washington DC. Luego llegué a Roma, el año 2003, hasta que pude terminar el doctorado, el 2007, con una defensa de tesis sobre la función del Obispo en la misión de enseñar que le es propia a la Iglesia.

marcelo-gidi-08De todos los años que llevo en la Compañía, la mayor parte han estado dedicados al estudio. Yo estoy muy agradecido de las grandes oportunidades de formación que aquí he tenido. No sólo en términos de los estudios, sino que también por pasar largos años en Roma, con todo lo que significa como experiencia de conocer a la Compañía universal, desde muy temprano. He compartido con compañeros del todo el mundo, de Asia, África, Estados Unidos, América, Europa. Curioso: es justo lo que yo soñaba cuando joven, cuando quería ser diplomático para encontrarme con distintas culturas y conocer el mundo. Todo eso lo he tenido como jesuita.

También como jesuita terminé de conocer Chile… Dios se encargó de regalarme lo que yo estaba buscando como ser humano, pero me lo dio dentro de lo que es más grande para mí: el haberme sentido llamado por el Señor a amarlo en la Compañía de Jesús.

Sin embargo, los grandes sueños que yo tenía son muy chicos al lado de todo lo que Dios me ha permitido hacer.

Desde niño yo leía todos los diarios que llegaban a mi casa lo que ha despertado en mi un gusto por informarme de lo que está pasando. Estoy constantemente intentando hacerme cargo de la realidad, haciendo algún informe o artículo que de cuenta de la contingencia. También ayudando a que algunas instituciones puedan solucionar sus problemáticas con mis conocimientos canónicos.

La experiencia humana, los desafíos pastorales, la posibilidad de comprender la humanidad, mi país, de tratar de reflexionar no desde lo que tú mismo quieres sino que desde lo que la gente necesita, de jugársela para que a otro le vaya mejor en la vida y se una más a Dios.

Cuando entré a la Compañía jamás me hubiese imaginado que iba a terminar trabajando en lo que hago hoy día, que es una mezcla de labor profesional y pastoral. Jamás me habría imaginado que yo iba a ser profesor universitario. Que la Compañía me haya pedido formarme y que me envíe a trabajar como profesor en la universidad es algo para agradecer nada más, y para tratar de buscar los mejores medios para hacer un buen trabajo.

Actualmente trabajo como abogado del Tribunal Eclesiástico, soy profesor de Derecho Canónico Facultad de Teología de la Universidad Católica y de la Universidad Alberto Hurtado, soy ministro y consultor de mi comunidad en el colegio San Ignacio El Bosque, acompaño a tres comunidades de matrimonios y doy acompañamiento espiritual a varias personas.

Es algo que me ha ido tomando cada vez más el corazón. Ser profesor era el trabajo que yo hacía por obediencia, al principio. Hoy en día lo hago con mucho gusto y disponibilidad. Le dedico las mejores horas del día y es mi principal misión como jesuita.

La materia que me toca enseñar no es muy bien recibida en la Facultad de Teología, porque es jurídica y un poco árida, al no ser tan narrativa. Pero de todos modos ha sido una experiencia muy buena. Ahora me gusta ser profesor y quiero serlo, desde mis precariedades, incompetencias y vacíos que he ido completando con mayor formación, porque si bien la formación en la Compañía de Jesús ha sido larga y yo he aprendido mucho, mi capacidad intelectual ha crecido y ha sido utilizada, yo sigo siendo una persona con limitaciones, como todos.

El trabajo en la universidad me obliga a mantenerme al día en la contingencia y actualizado en las problemáticas jurídicas que tenemos como Iglesia. Mi trabajo en el Tribunal Eclesiástico consiste en acompañar a personas que fracasaron en el matrimonio, intentando que la Iglesia les de la posibilidad de celebrar un matrimonio que realmente sea válido. Yo diría que mi trabajo es principalmente consolar y acompañar a personas en una experiencia tan trágica como el fracaso matrimonial. Y en este proceso intento buscar una posible explicación al fracaso de ese matrimonio. Entre tanta explicación, puede coincidir que la razón del fracaso sea a la vez una causal de nulidad eclesiástica. En ese caso se tramita la declaración de nulidad, que algunas veces se obtiene y otras no. Cuando se obtiene implica que el matrimonio no existió: si bien hubo una ceremonia y una convivencia matrimonial, el sacramento no surgió, faltaron condiciones de validez para que se diera el sacramento. En esta tarea he tenido una de las experiencias más profundas de Dios. Así como yo me sentí muy aceptado y querido por Dios, también me he sentido consolado en mis tristezas, en mis dolores, mis abandonos. Esa experiencia la quiero entregar a otros que pasan por momentos muy duros. Por eso digo que este trabajo consiste en consolar a la gente, antes que nada. Es un trabajo de abogado, pero muy marcadamente pastoral, porque para mí es principalmente una experiencia de acompañamiento.

A través de este trabajo además he podido alimentar otra tarea que realizo desde que fui Asesor Nacional de la CVX. En ese tiempo colaboré en la preparación de novios que hacía la CVX, y que ahora he retomado con fuerza. El Provincial me ha encargado que coordine a nivel de Santiago el gran número de matrimonios que siguen la espiritualidad ignaciana y que se dedican a la preparación de novios, y, por otro lado, aunque parezca aparentemente contradictorio, el trabajo en el Tribunal Eclesiástico me ha dado experiencia y formación para el acompañamiento de comunidades de matrimonios.

Como podrás darte cuenta, donde el “caballo loco se me desboca”, es con el trabajo pastoral. Cuando uno se entusiasma puede verse un poco sobrepasado con las charlas, el acompañamiento a personas, conversas espirituales, celebración de matrimonios y otros sacramentos. Constantemente debo ordenarme y para esto están mis compañeros de comunidad, que me ayudan a no asumir más trabajo del que puedo y debo. En esto ayudan mucho el acompañante espiritual y la vida comunitaria, que es un lugar precioso en la Compañía de Jesús para ir confrontando y ordenándose. El que tus compañeros vean como estás, te da la posibilidad de que te vayan ayudando e interpelando. La autorresponsabilidad también es importante y la Compañía te invita a eso. Uno sabe cuando está haciendo algunas cosas por afectos desordenados, y debe trabajar constantemente para ordenarlos.

Es muy importante cuidarse y no excederse en el trabajo, porque si uno está cansado no tiene la lucidez que se necesita para acompañar a las personas. Hoy vivimos en un mundo acelerado, lo que las personas menos necesitan es encontrarse con un cura acelerado. Por eso cuando me doy cuenta de que ando “en otra”, busco los modos para retomar una buena acogida de las personas que solicitan conversar conmigo. Esa es una responsabilidad pastoral que yo asumo y discierno.

Ser sacerdote es mi vida entera. Es el mejor modo que yo tengo de sentirme querido por Dios, para amar a Dios y a los demás. Es el mejor modo que tengo, no me imagino otro. Ser sacerdote todavía, en el mundo en el que nos movemos, te da la posibilidad de encontrarte con el ser humano, tal cual es. Y eso es un privilegio en este mundo. Ser sacerdote es el mejor regalo que yo he podido recibir, una cosa inesperada. Entonces lo miro con mucha libertad. Hay cosas que tú en la vida consigues por tu propio esfuerzo, y eso está OK. Pero esto yo no lo conseguí ni por mis méritos ni por mi esfuerzo, entonces es lo que más libremente vivo. Completa mi vida. Ser sacerdote significa también hacerme cercano a la gente, muy comprensivo, significa tener libertad para renunciar a mi propio gusto, a mi propio pensamiento, a mis propios criterios cuando me doy cuenta de que no son criterios de Dios. Significa la gran responsabilidad de día a día crecer en esta intimidad que es el vínculo de amor que tú tienes con el Señor. Eso es ser sacerdote.

Y también significa tomar conciencia profunda de que yo soy pecador. Ese mismo amor que sentí en Sara de Lebu en mi primera experiencia de misiones, cada vez me hace comprenderme con una indignidad absoluta y con un sentido de que no me merezco tanta maravilla que Dios ha hecho en mí. Y eso mismo es lo que busco que vivan los demás: que sean felices, que vivan libres, que gocen la vida, que tengan una imagen de Dios cercana, comprensiva.

Ser jesuita es lo mejor. No tengo mucha objetividad. Para mí ser jesuita es lo mejor que me pudo haber ocurrido en la vida. El grupo humano que constituye la Compañía de Jesús, a excepción mía, es extraordinario. No hay otra congregación que esté donde está la Compañía de Jesús, que haga lo que hacen los jesuitas.

Ser jesuita fue el mejor medio que Dios me puso para encontrarme con él. La espiritualidad de la Compañía de Jesús fue el medio que Dios puso para hablarme, para llamarme y convocarme a esta misión, por esto nunca me planteé otra opción de vida religiosa.

Por todo eso, para mí ser jesuita es un orgullo. Es una congregación cercana, capaz de sostenerse en la adversidad, capaz de vivir en paz el conflicto, de asumir con humildad las contrariedades, las críticas, las incomprensiones. Porque a nosotros nos interesa Dios. No caerle bien a la gente, sino que servirla. Lo que nos mueve es que Dios se quede en medio de este mundo, y eso nos da una libertad enorme ante cosas como los cargos eclesiásticos y los poderes. Nos da una libertad que permite servir a todos, desde la jerarquía hasta el más humilde de los cristianos. Pero también que nos permite servir a creyentes y no creyentes, a la sociedad y a la Iglesia. Es un grupo transversal, dispuesto a servir a todos. Ser jesuita me ha puesto en medio de la Iglesia, una Iglesia que para mí era totalmente ajena, desconocida, adversa. Me puso en medio de la Iglesia de un modo creativo, inteligente, lúcido, por puro amor a Dios.

Así es la Compañía de Jesús: con todos los avatares que ha tenido en la historia, sigue siendo una voz en la Iglesia y el mundo. Ser parte de esto es sentir “temor y temblor”: no puedo sino sentirme orgulloso.

Estoy muy agradecido de Dios. Primero, de que se haya fijado en mí. El hecho de que Él se haya fijado en mí para ofrecerme esta posibilidad de servicio y ofrecerme la vocación me sostiene, le da estabilidad a mi vida. Él se fue haciendo presente en todas las personas que me rodearon, mi familia, mis amigos, las experiencias pastorales.

Se fue haciendo presente en ellos de un modo tan delicado, que nunca me asusté de Él. A pesar de ser un desconocido para mí, nunca me asustó Dios. Es algo maravilloso y que te hace capaz de decir que no a muchas cosas, que tú antes decías “no puede ser que yo no viva con esto”. Desde lo más cotidiano hasta lo más profundo.

Desde los 22 años en adelante, yo he sido tremendamente feliz. Cada día que pasa le puedo decir al Señor “yo me puedo morir ahora, no te puedo pedir más”. A la vida, ni a Dios ni a nada. Yo estoy plenamente realizado como persona. Siempre con la sensación de que no he dado todo lo que tengo que dar, de que no soy coherente con todo lo que Dios me da, pero no puedo pedir más. Entonces todo para mí es regalo. Yo lo veo así: todo para mí es regalo.