Mes de peregrinación: una escuela de confianza 

Testimonio de Tomás Browne SJ en su mes de peregrinación

La confianza es algo que se teje lentamente. No se puede comprar ni asegurar de ningún modo. Se  nutre, entre otras cosas, de largas conversaciones, de miradas confidentes, de gestos de cariño y  cuidado sincero. A la base hay un acto audaz; un salto en medio de la incertidumbre. 

La experiencia de peregrinación tiene como contexto esa incertidumbre. Durante un mes no  puedes planificar el día, sino que es el encuentro con otras personas y realidades la que modela tu  jornada. No te puedes distraer ni con reels ni viendo qué vas a comprar pues no cuentas ni con  celular ni con dinero. No puedes sostenerte en la imagen de ser religioso, ya que no puedes  revelar tu identidad jesuítica. Sólo queda emprender el camino junto a tu(s) compañero(s),  hacerse disponibles y confiar. 

Recuerdo que, en los primeros días, después de caminar mucho, comer poco y dormir en la  intemperie, nos dijeron que la señora Nolfa necesitaba de ayuda. Se encendió en nosotros una luz  de esperanza. Cuando llegamos a su casa esa tarde, estábamos tan desesperados porque nos  recibiera que la terminamos asustando y nos cerró la puerta. La confianza no cuajó. En medio de  esa fragilidad, aprendimos. No había que hacer entrar a la fuerza a Dios en nuestros planes, sino que, al contrario, debíamos estar abiertos a encontrarlo a Él en lo que el camino nos iba presentando. 

De ahí en adelante, la confianza fue encontrando un lugar. Se hizo presente en la comunidad pehuenche que nos invitó a ser parte de su Nguillatún. O en la belleza de la familia evangélica que  nos recibió a los pies del volcán Callaqui. Cómo olvidar la molienda de choclo en Malla, el  cumpleaños en Chenqueco o ver cómo en Guallali pasamos de dormir en las afueras de una  escuela a ver la teleserie junto a una señora que se compadeció de nosotros. Esas familias tenían  en común que ninguna estaba preparada para recibirnos. Los recursos no sobraban y tenían  mucho trabajo que hacer. Así y todo, en vez de dar excusas –que hubiesen sido razonables-, hacían  un espacio y le ponían más agua a la sopa. 

En todas las casas ofrecíamos nuestras manos, mente y corazón para lo que hiciera falta. Como era  de esperar, la gran mayoría no abría sus puertas ¿Por qué dejar entrar a 3 extraños? ¿Para qué  poner en peligro la comodidad de mi zona de confort con la presencia de alguien desconocido? Era  una locura. Sin embargo, la pregunta que aún me da vueltas es otra: ¿por qué algunas familias sí  nos abrían las puertas? La respuesta es un misterio. Aunque probablemente, en las profundidades  de su corazón, había algo/alguien que les hacía creer que de ese encuentro podría brotar algo  bueno. Y yendo contra toda lógica, daban un salto de confianza. 

Pd: pregúntenle a Max Echeverría (@max.echebsj) por la historia del “pan por caridad” o el “mamalleo”.