6 Claves para discernir la vocación en tiempos de Crisis. Por Cristian Viñales SJ

En el n° 283 de la Exhortación Apostólica Christus Vivit el Papa Francisco nos señala que:

“Una expresión del discernimiento es el empeño por reconocer la propia vocación. Es una tarea que requiere espacios de soledad y silencio, porque se trata de una decisión muy personal que otros no pueden tomar por uno:  «Si bien el Señor nos habla de modos muy variados en medio de nuestro trabajo, a través de los demás, y en todo momento, no es posible prescindir del silencio de la oración detenida para percibir mejor ese lenguaje, para interpretar el significado real de las inspiraciones que creímos recibir, para calmar las ansiedades y recomponer el conjunto de la propia existencia a la luz de Dios»”

Por un lado, se trata de un empeño por reconocer, es decir la vocación no la inventamos, sino que se nos regala, no debemos crearla sino reconocerla. Para poder realizar esta tarea necesitamos detenernos, darnos espacios de soledad y silencio para percibir los modos y el lenguaje en que Dios nos inspira aquello que deseamos reconocer. Finalmente, como se trata de un proceso que conllevan decisiones muy personales, requiere cuidar la libertad de afectos desordenados y ansiedades que nos puedan distraer de aquel tesoro que Dios quiere compartir con nosotros. A partir de esto es que quisiera proponer 6 claves a tener presente y disponernos, antes de iniciar cualquier discernimiento vocacional en estos tiempos de crisis:

  1. El principio y Fundamento

Para un cristiano, antes de cualquier discernimiento es necesario acoger en el corazón la convicción de ser hijo amado de Dios, esta convicción debe responder la pregunta fundamental de ¿Quién soy? Y ¿Para quién soy? Junto con Jesús en el Jordán es fundamental abrirnos a la gracia de oír desde lo más profundo: “Tu eres mi hijo amado en quien pongo la confianza” (Mt 3, 17). Dios es el principal garante de mi vocación, Él me quiere pleno y feliz. Acogiendo mis fragilidades, consciente de mi pecado y en medio de cualquier crisis, Dios siempre me invita a un camino de amistad con Él. Esto en condición de posibilidad de cualquier discernimiento.

  •  La Palabra de Dios

La Palabra de Dios, no solo nos regala ejemplos poderosos de vocaciones que pueden inspirar nuestros propios discernimientos, como la vocación de Abrahán, Moisés, Samuel, David y Elías, también existen importantes ejemplos en el nuevo testamento como Pedro, María e incluso el mismo Jesús. Todos ellos reconocen en algún momento dudas y fragilidades, pero confían en la llamada del Señor y se entregan a su voluntad.  Un personaje icónico es el Rey Salomón, quien, reconociendo sus limitaciones, para vivir su vocación pide a Dios «discernimiento para gobernar a tu pueblo y para distinguir entre el bien y el mal. » (1 Reyes 3: 9).

Sin embargo, la Palabra de Dios no solo nos ayuda a través de ejemplos concretos, sino que, en su conjunto, por medio de diversos pasajes, historias y discursos, nos revela una sabiduría que nos permite fundar nuestra vida y nuestros discernimientos sobre una roca firme, de manera de superar los vientos y las tormentas que nos sobrevengan (Mt 7, 24-29). Por lo tanto, no hay discernimiento posible sin un responsable conocimiento de la Palabra de Dios.

  • Una Escucha atenta

Otra clave fundamental es desarrollar una escucha atenta, con todos los sentidos, para el análisis de la realidad, lo que pasa en el mundo y en el interior de nosotros mismos. Para esto es fundamental detenernos y acallar el ruido del mundo, el ruido del consumo, de la superficialidad, de lo inmediato. Atrevernos a entrar en serio en el mundo con una mirada profunda y valiente como la de Jesús, que requiere todo de nosotros, así poder acoger y nombrar lo que provoca en nosotros aquello que hemos visto y oído.

Un pasaje de la historia de Elías (1Re 19, 3-15), nos narra que el profeta en medio del miedo, la persecución y la desesperanza, huye por el desierto hasta una cueva en el monte Horeb, una voz le dice: «Sal fuera y permanece en el monte esperando a Yavé, pues Yavé va a pasar.» Entonces, pasó un huracán, un terremoto y un rayo, pero Yavé allí no estaba. Luego, sintió el murmullo de una brisa suave o siendo más fiel a la traducción, un “hilo de silencio sonoro”. En ese momento, Elías se tapó la cara y se situó en la entrada de la cueva, entonces oyó: “¿Qué haces aquí Elías?”. El profeta esperó, confió, venció los ruidos internos y externos para ser capaz de atender a la voz de Dios.

  • Liberar la libertad.

Hoy, paradójicamente en el contexto en que muchas cosas se realizan o se dejan de hacer en nombre de la libertad, se vuelve inmensamente necesario liberar la libertad. Aun cuando nos creemos muy libres al rechazar constantemente aquello que nos obliga desde afuera, sin mucha lucidez nos explotamos a nosotros mismo convencidos de que nos estamos realizando. De esta manera la libertad no es reprimida burdamente, sino que se explota a través de nosotros mismos. El imperativo de ser feliz bajo los criterios del mundo (el éxito, la belleza, el consumo de determinados productos), genera una presión desde adentro que puede llegar a ser más devastadora que cualquier opresión externa. Para poder discernir es fundamental interrogar nuestra libertad y los criterios que la orientan, pues el desorden de los propios afectos puede ser muy difícil de detectar.

El evangelio nos ofrece una imagen paradigmática de esto, en la historia del llamado: “Joven rico” (Mt 19, 16-30). El hombre que protagoniza este pasaje guardaba el deseo de tener una vida plena y sabía que esto implicaba la cercanía con Jesús. Este hombre creía ser libre y probablemente estimaba que su riqueza era garantía de libertad. Sin embargo, no es capaz de renunciar a su riqueza para seguir a Jesús. Jesús le hace ver que era esclavo de su propia riqueza y él entiende que no está preparado para despojarse de ella. Aún no es libre para hacer opción con todo su ser por aquello que sabe que es camino de plenitud. Tomar consciencia de esta contradicción interna le genera profunda tristeza, pero al mismo tiempo se le revela un camino de sanación.

  • El peligro del Individualismo y la felicidad autorreferida.

Como se menciona en el punto anterior parece ser que hoy vivimos en medio del imperativo de: “Se feliz”. Lo preocupante es que la idea de felicidad que subyace este imperativo nos termina por aislar, pues cada uno debe competir por su propia felicidad, esta se vuelve un asunto privado y se pierde por completo el sentido de la solidaridad y la dimensión colectiva del bienestar. Es importante tener cuidado al fantasear con el futuro y al proyectar escenarios de plenitud vocacional ¿Podemos ser felices aislados de los demás? La respuesta es clara: NO.

La Constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II señala: “fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo …” (LG 9). Esto es fundamental e implica que todo proyecto vida que estimamos como gracia de Dios necesariamente nos vincula a los demás, en esto hay que ser categóricos, si en tu fantasía de futuro te ves solo, entonces eso no viene de Dios. Nuestra vocación dialoga con los deseos y necesidades de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, si bien es buena noticia para uno mismo, siempre será también buena noticia para los demás. Por esta razón, al discernir es necesario romper el individualismo reconociendo por un lado que necesitamos de otros y estamos llamados a dejarnos acompañar por ellos y, por otro lado, debemos tener presente las necesidades de los demás, allí también se manifiesta nuestra vocación. De manera que aquello que llamamos vocación, es con otros y para otros o no será jamás camino de plenitud.

  • Dar lugar al dolor

Hoy queremos combatir y anular la dimensión “dolorosa” de la vida a toda costa. Las drogas, el Photoshop, las redes sociales, los juegos de computador, entre otras cosas, pretenden custodiar una dimensión placentera de la vida, por más efímera que esta sea, lo pretenden hacer negando el dolor y privándolo de su carácter objetivo. En una sociedad individualista, el sufrimiento, “lo feo” y lo desagradable de la vida, es percibido como resultado del propio fracaso. Por esto, en lugar de nombrar el dolor, lo escondemos bajo la alfombra y en vez de integrarlo o enfrentarlo (que sería reconocerlo), lo vivimos de la peor forma posible, como autoagresión.

En el ejemplo de Jesús vemos como la pasión es al mismo tiempo dolor y plenitud. Dar espacio a las experiencias dolorosas es dar espacio también a la felicidad, pues parece que entran en nosotros a través del mismo receptor, si se bloquea el dolor, la felicidad a lo sumo será equivalente a un mal analgésico. La plenitud que nos propone la resurrección del Señor, no evade la muerte ni el dolor, sino que pasa a través de ellos, por esto, las llagas de Jesús y su costado abierto, son la gran buena noticia que nos trae el resucitado.

Para discernir nuestra vocación es fundamental mirarnos a nosotros mismos y a la sociedad de la que formamos parte, también con su dimensión dolorosa. Los sufrientes del mundo interpelan nuestra vocación, enaltecen la dimensión solidaria de esta. Por otra parte, dar espacio a nuestros propios dolores permite que nuestro discernimiento abarque la totalidad de nuestra vida, nos disponga a las renuncias necesarias, nos vuelve más humildes y por sobretodo nos permite disfrutar en mayor profundidad del goce de orientar la vida a la voluntad de Dios.