Juan Diego Galaz SJ: «A corriente y contracorriente»
Nos invitan a pensar sobre qué significa hoy ir ‘contracorriente’. Debemos aceptar, inicialmente, que ser ‘contracorriente’ se ha vuelto una etiqueta seductora. Vanguardistas y reaccionarios, en iglesias y partidos políticos, lo alzan como elogio heroico o sello de autenticidad. Pero no debemos confundir buena prensa con argumentos sólidos: ir contracorriente no es valioso por sí mismo. Y al contrario, puede ser un recurso retórico muy peligroso.
No tiene nada de valioso, por la sencilla razón de que no debemos confundir la cantidad de adherentes, o lo disruptivo de una corriente, con la calidad de la corriente en sí. Un grupo minoritario puede insistir que los extranjeros no pueden gozar de los mismos derechos que los chilenos. Su contracorriente nacionalista nada tiene de valiosa por impugnar la corriente universal de igual dignidad y derechos de todos los seres humanos. Es simplemente absurda.
Y como absurda puede también ser peligrosa. La etiqueta de ‘contracorriente’ suele reducir toda la identidad personal a una idea, causa o pertenencia. Frecuentemente se presenta como una reivindicación de la ‘verdadera’ forma de ser de lo que sea: religión, idea política, movimiento social, etc. y la fantasía de impulsar su destino.
Pero eso es falso. Los seres humanos no somos, ni estamos llamados a ser, una identidad rígida. Somos múltiples identidades por afinidades y afiliaciones. Cada una de ellas, en diversos niveles y grados, las compartimos con un grupo también heterogéneo de personas. Hay lugares y momentos en que alguna de ellas se vuelve preponderante, pero eso no neutraliza las demás. Exacerbar una y atribuirle mágicamente un destino, niega nuestra humanidad, nos hace peligrosos y vuelve al mundo inflamable. Baste recordar, en lo negativo, católicos torturando católicos durante la dictadura, ebrios del odioso destino heroico de eliminar el comunismo. En lo positivo, si es que se puede decir así, hubo católicos y marxistas “intrínsecamente perversos” rescatando a esos católicos de la tortura.
Es que cuando ir ‘contracorriente’ se vuelve un valor en sí mismo y heroico, todos los que no comparten la causa, la ‘auténtica causa’, pasan a ser una amenaza. No solo están en desacuerdo: son enemigos. Su alimento es el rechazo de los adversarios y su consumo es una droga. Cada vez debe ser más disruptivo y desmesurado el discurso para que produzca efecto. Lamentablemente, ejemplos sobran hoy en día.
¿Y dónde Dios en todo esto?
¿Acaso Dios mismo no va contracorriente y, consecuentemente, no estamos los cristianos llamados a ir contracorriente junto a Ella?
La verdad es que no. Dios no va contracorriente. Dios, en Jesús, descubre y opta por las corrientes humanizadoras actuando en la realidad que compartimos. A Jesús lo persiguieron y mataron por desafiar a las autoridades políticas y religiosas de su tiempo. Pero Jesús no quería ser disruptivo ni minoritario. Tampoco estaba defendiendo una iglesia, una moral o una idea política determinada. El simplemente caminó mostrando dónde y cómo el Reino ya se estaba realizando. El Reino que se revela en el encuentro y el abrazo con todos, pero especialmente con aquelles menospreciades y perseguides por ser quienes son o por lo que no tienen. El no llamó a negar nuestras identidades. Al contrario, mostró que esas múltiples identidades pueden realizarse alegremente en la invitación que nos hacía, en una opción fundamental. Jesús se sumó, e invita a sumarse, a esa corriente humanizadora de la historia, aunque solo un puñado lo comprendiera, y estuvieran dispuestos a morir sin matar por ella.