Claudio Barriga sj: «Si no estás dispuesto a entregarte por completo a esta locura, no vengas»
Hace algunos días, Claudio Barriga sj cumplió un año y tres meses viviendo en una comunidad indígena en la Amazonía brasileña, particularmente con el pueblo Wapichana, en el estado de Roraima.
Durante mucho tiempo, este jesuita de 60 años fue cultivando un deseo interior de orientar su vida de forma explícita a los más pobres, viviendo con y como ellos, y esta misión le ha permitido desplegar ese deseo.
Pero antes de llegar hasta aquí, hubo varios hitos que han marcado su vida como religioso. A los 18 años entendió que su vida era para Dios y a los 21 decidió que eso lo viviría en la Compañía de Jesús, después de pasar 3 años en el Seminario Pontificio de Santiago.
¿Qué le hizo discernir que su camino iba por la Compañía de Jesús? ¿Qué les dice a los jóvenes que sienten inquietud por la vocación jesuita? ¿Qué momentos han marcado su historia? Esas son algunas de las preguntas que Claudio responde generosamente en esta entrevista.
Iniciaste tu vida religiosa a los 18 años, ¿cómo hiciste el click de que tu camino iba por ese lado?
Viví una adolescencia y juventud bonita, con muchas actividades y diversiones, lo pasé muy bien. El click se produjo cuando caí en la cuenta que, de todas las actividades que realizaba, aquellas que más me gustaban y que me llenaban el corazón eran las actividades religiosas o de solidaridad. Ahí caí en la cuenta que el sacerdote es la persona que dedica TODA su vida justamente a eso que a mí más me gustaba. A partir de ese momento, comencé a pedir a Dios me otorgara el don de la vocación, rogándole que no fuera un invento mío, sino que siguiera su voluntad.
La Compañía de Jesús no fue tu primera opción, pero con el correr de los años descubriste que sí era la congregación ideal para desplegar tu vocación… ¿cómo supiste que era la Compañía? ¿Cuál fue el factor diferenciador?
Unos meses después de empezar a pedir a Dios que me diera la vocación, en mí había madurado el llamado y estaba convencido que quería ser “de Dios”. Pero creo que en ese período no tuve el adecuado acompañamiento para decidir el “dónde”. Conocía y estimaba a los jesuitas como exalumno, y también tenía una gran amistad y cariño por un sacerdote diocesano. Sin gran discernimiento y sin consultarlo ni con él ni con otros, llevado por un impulso del momento, postulé al Seminario Pontificio de Santiago. Desde que llegué a vivir al Seminario me sentí extrañamente fuera de lugar en ese modelo de vida diocesana. Desde el primer día comenzó mi nuevo discernimiento, preguntando al Señor dónde quería él que lo sirviera. Mi modelo interior de deseo de consagración a Dios correspondía más a la vida religiosa que a la vida diocesana; eso lo fui entendiendo de a poco. Los diocesanos mantienen sus posesiones, no hacen votos, viven vinculados a su Iglesia local. Yo quería una entrega más radical, más despojada, en concordancia con el modelo de vocación que veía en los jesuitas y otros religiosos. Después de pensar por un tiempo en los monjes Trapenses, la duda finalmente se resolvió tres años más tarde, en un día de luz y claridad interior, en medio de un retiro, cuando supe que debía entrar al noviciado de los jesuitas. Desde ese día nunca más tuve dudas al respecto.
Han pasado casi 40 años desde que ingresaste a la Compañía, con múltiples misiones que te han llevado a distintas partes del mundo, ¿cuáles han sido los momentos en que has sentido más confirmación en tu vocación?
Sobre los momentos en que he sentido confirmada mi vocación, en realidad, como comenté recién, ha sido siempre. Después de entender y decidir que mi vida era para Dios (a los 18 años) y que eso lo viviría en la Compañía (a los 21 años), nunca más tuve dudas, de acuerdo al dicho: “Mil dificultades no hacen una duda”. La diaria y constante práctica de la oración silenciosa, sin prisas, a lo largo de todos estos 38 años de jesuita, ha sido la forma en que he cuidado y alimentado mi vocación, creo yo. Sí puedo destacar dos momentos o dos gracias especiales que me han marcado en estos años, entre muchas otras. Primero, siendo estudiante del juniorado jesuita, a mis 25 años, participé de una experiencia de verano con jóvenes jesuitas en Bolivia. Los temas tratados, los expositores, los Ejercicios Espirituales que hicimos allá, significaron para mí una fuerte conversión al mundo de los pobres, una atracción por el Dios que se manifiesta en los humildes, pues él mismo fue un pobre y un marginado en su revelación humana. Descubrí que, en los pequeños, los descartados, en la disminución, brilla la verdad de Dios de forma más diáfana y luminosa que en el poder o en los poderosos, camuflados por sus bienes y sus maquillajes. Desde entonces, en mis misiones como jesuita quise y pedí siempre ser enviado al servicio de los más pobres, con la segura convicción que entre ellos lo encontraría a Él y experimentaría con más intensidad la alegría del evangelio.
¿Y qué recuerdos tienes de tu misión como encargado del Apostolado de la Oración y del MEJ?
Esta obra apostólica tiene al centro la espiritualidad del Corazón Sagrado de Jesús. En ese tiempo de mi vida me sentí personalmente elegido por el Corazón de Jesús, unido estrechamente a él, consolado y enviado a repartir su amor a los pobres. Viví en Roma siete años como Director internacional, durante los cuales visité 62 países en todos los continentes, y el kilometraje de lo volado equivale a haber dado la vuelta a la tierra 16 veces por el ecuador. Aprendí nuevos idiomas, conocí personas y culturas maravillosas, vi lugares asombrosos. Pero todo lo conocido en los viajes exteriores, que fue mucho y fue un enorme privilegio, no tuvo el peso ni la importancia de lo que vivía (y vivo) en el viaje interior, donde me siento acogido tierna y personalmente por el Corazón amoroso de Jesús, donde me llama amigo, y desde donde me envía a ser su misionero mundial.
¿Qué ha significado tu actual misión en Brasil para tu vocación? ¿Qué aristas de tu vida actual te han permitido desplegarla a full?
Yo no pedí venir a Brasil ni a la Amazonía. Varias veces a lo largo de los últimos años le había manifestado a mi Provincial jesuita mi deseo interior y disponibilidad para orientar mi vida de forma más explícita a los más pobres, viviendo con ellos y ojalá como ellos. Donde fuera; allí donde hubiera mayor necesidad. Cuando le dije esa última vez, el año 2018, haciéndole ver que ya me acercaba a los 60 años, y que, si no era luego, más adelante me sería muy difícil iniciar una nueva etapa de vida en la línea de esta moción espiritual, él acogió mi deseo. Si me hubieran pedido elegir, habría elegido venir a la Amazonía… pero fue él que me envió, y estoy feliz. La mayor novedad y alegría de estar aquí es entrar al mundo y a la cultura indígenas, que desconocía por completo. Estoy aprendiendo con ellos una nueva belleza y sabiduría de vivir, que me abre el horizonte y enriquece mi espíritu. Vivo con otro sacerdote en una casita de madera, igual a la de los indígenas, hecha por ellos mismos, sin artefactos ni comodidades, casi sin muebles, durmiendo en hamaca… lo más cercano al modo de los vecinos de la etnia Wapichana que nos rodean. Es un gozo y privilegio el solo hecho de estar aquí, acogidos por nuestros hermanos indígenas, acompañando el caminar y las luchas de su pueblo y prestando humildemente nuestra asistencia pastoral.
¿Qué le dirías a un joven que siente inquietud por la vida religiosa, pero al mismo tiempo está plagado de inquietudes y temores?
A un joven con inquietudes y dudas vocacionales le diría: Si Dios (o Jesús) no capturó tu corazón y no dio vuelta tu vida o, por último, si no estás dispuesto a que eso te ocurra de manera total y radical, para entregarte por completo y sin reservas a esta locura, no vengas. Solos tus propios ideales y ganas no resistirán las crisis, soledades o añoranzas interiores de distinto tipo que siempre te acompañarán. Solo podrás perseverar si estás encantado por la persona de Jesús y vives con él una relación tierna y personal de auténtica amistad. Pídele que eso te ocurra, será lo mejor que te pueda pasar en la vida y será fuente de una profunda e inagotable alegría para ti. Con eso te basta. Todo lo otro se soluciona a partir de ahí.