Juan José Bernal sj: «La novedad de este año ha sido concebir la comunidad como algo troncal de mi proceso»
El 2020 ha sido un año distinto. La propagación del Covid-19 nos obligó a cambiar nuestras rutinas y a pasar gran parte de nuestro tiempo encerrados, compartiendo día y noche con los miembros de nuestro hogar.
¿Cómo viven los jesuitas la vida comunitaria en este contexto? Nos trasladamos virtualmente a Córdoba, Argentina, para conversar en torno a esta pregunta con Juan José Bernal sj, jesuita paraguayo en formación que ha tenido que ha vivido este tiempo de pandemia junto a dos jesuitas chilenos, Diego Salinas sj y Max Eccheverría sj.
A través de Zoom, conversamos con Juanjo sobre la importancia de la vida comunitaria en su vocación religiosa, en la dualidad que se genera con la permanente soledad de este camino y en los aprendizajes que ha podido sacar en limpio durante los últimos meses.
¿Qué importancia le das a la dimensión comunitaria dentro de tu vocación religiosa?
Durante este tiempo, la comunidad ha tenido un valor fundamental en mi vida como jesuita. Me ha llevado a descubrir que, en medio de una gran diversidad de personalidades, dones y talentos, hay un Dios que me habla de compañía y de una presencia encarnada en una comunidad. Cuando ingresé a la Compañía el proyecto giraba en torno a ser cura y servir desde ahí como religioso, pero la novedad que este año ha aportado a mi vida ha sido el concebir la comunidad como algo troncal de mi proceso. Hoy me siento alguien que camina siempre en compañía de otro y que no puede entender ni concebir su vocación sin esa compañía. La comunidad me ha enseñado a caminar, a compartirme, a reconocer que no es simplemente uno el que pasa por la comunidad, sino que es la comunidad la que pasa por uno y la que atraviesa el corazón de uno.
La comunidad no se elige y un jesuita
puede pasar por diversas comunidades durante su recorrido religioso, ¿Cómo fue
vivir en comunidad junto a Diego y Max en medio de una pandemia que nos ha
obligado a permanecer encerrados?
La presencia de Max y Diego para mí se ha tornado como un regalo enorme de parte de Dios. Con ellos comparto el día, los estudios, la vida, la vocación, la misión, el apostolado. Sobre todo, destaco mucho los momentos de profundidad y confianza que se van forjando a través del diálogo sincero, abierto. Sé que basta con ir a golpear sus puertas para encontrar amigos con quienes puedo compartirme y con quienes puedo caminar en sintonía. Además, los tres compartimos algo que en este año de pandemia me sostiene y anima muchísimo que es la música y el canto. Somos como una especie de acorde que juntos hacemos una linda melodía, una melodía más allá de las desafinaciones que nos puedan sorprender.
Desafinaciones que el confinamiento puede agudizar…
Estamos pasando por un tiempo de mucha intensidad, el contexto del Covid
nos ha llevado a estar encerrados, aislados del mundo exterior, y entonces
muchas veces también las relaciones se pueden tornar un tanto intensas, rutinarias
y cansadoras. Pero es allí donde me siento invitado a poner el ojo, a poner la
lupa, a poner el corazón justamente en esa conciencia de que juntos hacemos
acordes para producir una melodía que a mí hoy día me habla de comunidad.
¿Qué aprendizajes o lecciones destacarías
después de estos meses de encierro?
De ellos, esto lo digo de mucho corazón, he aprendido a disfrutar y disfrutarme en comunidad. Como Jesús en casa de Lázaro, vivir esa imagen. Y también a saberme acompañado, sostenido y consolado por estos compañeros cuando transito por Emaús, que es un camino de dudas, un camino donde salta mucho también esa dinámica o esa tentación de frustración, de pseudo fracaso. Y, sin embargo, en estos compañeros, en este Jesús que me habla, me aparece y me regala un aliento enorme. La verdad es que valoro mucho la presencia de estos compañeros y siento que voy aprendiendo a mostrarme como soy, a dejarme acompañar y también a estar ahí dispuesto para ir a acompañarlos.
Vivir en comunidad no hace que este camino esté exento de cierta soledad, ¿cómo convives con esta dualidad? ¿cómo vives la soledad?
La soledad es la compañera que siempre está y es
verdad que me visita a menudo en casa. Hay momentos en que esta misma soledad
lleva a buscar espacios de mucha intimidad, en los cuales poder confrontarla y
confrontarme en torno a lo que estoy sintiendo en ese momento. Me refiero a
ponerle rostro, a poder llamarla por su nombre, a aceptarla y aceptar también
la necesidad que pone ante mis ojos de que tengo necesidad de otras personas,
tengo necesidad de los demás. Es cierto que la comunidad no siempre puede
llenar esta necesidad afectiva que muy a menudo tengo en el corazón, pero para
mí la comunidad en medio de esta dualidad comunidad-soledad se torna como una
escuela de profunda interacción en la que voy aprendiendo a compartir mis
afectos con los compañeros que el Señor me regala.
¿Qué cosas te ayudan en los momentos en que la soledad toca la puerta?
Algo que me ayuda mucho es la producción, la escritura, la música, componer producciones, poder recoger lo que voy sintiendo a través de una pequeña bitácora que me ayuda mucho. Plasmo ahí, a través de la escritura, tanto las fortalezas como las debilidades, los momentos de consolación y los de desolación. Y en esos momentos en los cuales la soledad se hace más intensa, me ayuda mucho ir a mi pequeña historia, recoger y traer a la memoria y el corazón aquellas consolaciones atesoradas y que me hablan de mucha esperanza en medio de esa soledad. Me ayuda también salir a andar en bici con compañeros, amigos. La soledad siempre está, pero con la comunidad se le puede encarar de otro modo de decir “siento algo de soledad, pero no estoy solo”. Es saberse acompañado y sostenido por compañeros que a ratos sienten lo mismo, pero que cuando lo compartimos, lo verbalizamos, lo exteriorizamos y le ponemos nombre, se hace todo más llevadero.
¿Qué le dirías a un joven que tiene inquietudes vocacionales, pero que al mismo tiempo tiene miedos y dudas que lo frenan?
Siento que la vocación se va descubriendo poco a poco y al final de cuentas no hay miedos ni obstáculos que puedan contra ella. Me refiero a ese momento de decisión en que uno decide jugársela. Recuerdo que cuando entré a la Compañía también sentía mucho miedo, mucha incertidumbre, recuerdo que el primer sí para el noviciado estaba revestido de mucha ansiedad, de muchas dudas. Te mentiría si te dijera que fue un sí de absoluta certeza, no fue así. Porque el llamado es un misterio y dejaría de serlo si es que se develara todo. Considero que los miedos en este sentido no son ni buenos ni malos, salvo cuando se convierten en barreras que no le permiten a uno avanzar hacia aquello que de corazón uno siente como muy auténtico, como muy de uno, desde lo más profundo de su ser.
El llamado es a jugársela…
Yo los motivaría a jugarse por ese deseo. A pesar del miedo, de la incertidumbre, de la duda, les invitaría a que se jueguen por ese deseo que se encendió en su corazón y que de cierta manera les habla de alegría y de entusiasmo. Y jugarse por ese deseo no implica entrar ahora mismo a la Compañía de Jesús y pedir la admisión, sino que es animarse a dejarse acompañar por otro en un proceso de discernimiento. Para eso está el discernimiento, para poder cotejar con la ayuda de Dios y con la ayuda de una persona con un poquito de experiencia en este campo espiritual, vocacional, a poder indagar de qué se trata este deseo, a poder poner todo sobre la mesa y desde ahí con mucha libertad decir sí o decir no.