Gonzalo Castro sj: «La ordenación diaconal es un regalo porque sintetiza una vida compartida con otros»

Gonzalo el día de su ordenación diaconal

El pasado 28 de noviembre, Gonzalo Castro sj se ordenó diácono en Brasil, país que en que vivió durante los últimos tres años. Fue, al mismo tiempo, el hito que marcó simbólicamente el cierre de su etapa en esas tierras y su retorno a Chile.

Durante esta entrevista, Gonzalo hace un repaso de lo que significó su ordenación, tanto en su vida como jesuita como a nivel personal. Nos cuenta cuál será su nueva misión en nuestro país y también viaja al pasado para recordar el proceso de discernimiento que lo llevó a ingresar a la Compañía de Jesús.

¿Qué significó este nuevo hito de ordenarte diácono en tu camino como jesuita?

La ordenación diaconal es un regalo porque traduce mi vocación de servicio, que es esencial de un religioso, de un jesuita, a un sacramento que me pone al servicio de la comunidad. O sea, por un lado es un sacramento que es visible, sirve para exteriorizar una disposición aprendida, una actitud de servicio, una experiencia de Dios, cosas que en mi caso vienen de más de 10 años de estar dentro de la Compañía. Sintetiza también estudios y la experiencia apostólica de servicio. Es un regalo que sintetiza una vida compartida en comunidad con otros.

¿Qué es lo que más te motiva de esta etapa?

El diaconado tiene cosas muy bonitas. Algo que para mí es muy importante es que está al servicio de la comunidad. La palabra diaconía significa servicio, entonces es el tiempo de mi vocación como religioso donde yo voy a explícitamente vivir la caridad. Tengo que visitar familias, enfermos y estar atento a las distintas necesidades de una comunidad. El diácono es para eso.

¿Fue simbólico que fuera en Brasil? ¿Fue un cierre de esa etapa?

Fue muy simbólico porque mi ordenación diaconal fue en un régimen de pandemia, entonces pude invitar solo 3 personas. Para mí, la ordenación en Brasil es síntesis de mis 3 años de un servicio muy humilde. Me tocó ayudar en una parroquia de un barrio de mucha vulnerabilidad que se podría decir es una favela. Y ahí, una de las 3 personas que invité fue la Fátima, que fue mi compañera de trabajo estos 3 años. Me acuerdo muy claramente que después de la ordenación, en el momento de los saludos y abrazos, el despedirme de la Fátima fue muy potente porque era una síntesis de los 3 años de historia juntos. Y ella representaba a mucha más gente. Representaba a las personas de la cárcel que conocí trabajando en la pastoral carcelaria, representaba a las familias que fueron atendidas durante este 2020 en pandemia y también a muchas personas que pertenecen a la comunidad. Y, también es bueno decirlo, encontrarme con la Fátima también era encontrarme con mi familia en cierto sentido. Mi familia no estaba ahí, entonces fue una historia entera que se me vino encima. Cada una de las 3 personas que me acompañó en mi ordenación diaconal en Brasil sintetizaba toda una historia.

¿Qué dejaron en tu vocación los años que viviste en Brasil trabajando con personas privadas de libertad?

Dos cosas principales. Una es el cariño por nuestra casa común. En nuestro lenguaje sería la cuarta preferencia universal, las que en el fondo Arturo Sosa sj nos viene indicando como general en la congregación 36. Creo que en Brasil me metí de piquero en eso. Y, junto con eso, yo creo que es una sensibilidad, una confianza de las comunidades eclesiales de base por llamarles de alguna manera… hay un modo de acompañar a la gente que es muy propio de Brasil que me queda como riqueza.

¿Qué te espera en este retorno a Chile?

Me han pedido ser vicario de una parroquia que queda en Padre Hurtado. Y bueno, los que conocen Santiago saben bien que Padre Hurtado es una mezcla muy interesante de lo urbano con lo rural. Son 11 comunidades, algunas están bien en el campo, son 4 o 5 que están en el radio urbano. Y bueno, la principal pega que me han encomendado como diácono ahí es acompañar y dar continuidad a las comunidades del campo, no desatenderlas. Mi misión es estar presente, cercano y parte de mi inducción será irme a vivir un fin de semana a cada una de esas capillas para que la gente me presente cuál es su dinámica, cuáles son sus enfermos, cómo funcionan sus comunidades. Encuentro espectacular que me hayan propuesto irme a vivir un fin de semana a cada una de esas capillas.

Mirando hacia atrás, ¿Cómo recuerdas ese proceso de discernimiento en que decidiste entrar a la Compañía? ¿Qué factores entraron en juego?

Entré a la Compañía con 22 años, entonces mi etapa universitaria fue de 4 años, en los que estudiaba ingeniería civil. Tuve dos períodos de discernimiento, el primero fue entre el primer y segundo año de universidad. No sé si era más inmaduro en ese entonces, pero lo cierto es que como que todavía no tomaba el peso de lo que significaba este discernimiento. Entonces yo tenía un deseo muy grande conocer más la Compañía, de conocer más todo lo que significa consagrarse, pero no era muy consciente de lo que significaba en cuanto a renuncias, en cuanto a estilo de vida. Ese fue un período muy intenso, pero que duró poquito tiempo y que dejé decantar.

Y luego vino la segunda etapa de discernimiento…

Claro, tuve un segundo proceso empezando mi tercer año de universidad y que yo asocio mucho a la experiencia de la Storta. Para mí fue un hito haber participado un mes en una comunidad de laicos, cada uno con su carrera universitaria, donde la vida continuaba. Y dentro de eso introducir dinámicas de oración todos los días, dinámicas de visitar obras del Hogar de Cristo, de visitar a los enfermos terminales y también a las distintas obras. Ahí me fui dando cuenta de que ese ritmo de vida de estudio intenso, junto con la vida comunitaria, con la oración diaria y profunda, vistando a las personas que más lo necesitaban, llevando un estilo de vida muy austero, todo eso junto me apasionó. Y ahí fue importante porque al vincularme con otros, en esos vínculos Dios era el protagonista. Cuando empecé a darme cuenta de que eran esas las cosas que me hacían feliz, que me hacían vibrar, la opción fue decantando solita para la vida religiosa, porque en el fondo llegó un momento en el que me doy cuenta de que eso es lo que me moviliza internamente. Y eso facilitó mucho también decantarme para entrar a la Compañía.

¿Qué le dirías a un joven que siente inquietud por la vocación religiosa, pero al mismo tiempo tiene miedo? 

Lo animaría a darse cuenta de que Dios está presente y actúa en todos los caminos. Siendo jesuita, siendo consagrado, siendo laico, siguiendo su vida tal como está, independiente del camino que elija Dios va a estar de su lado y el seguimiento de Jesucristo puede ser radical más allá de la opción de vida. Eso es lo primero. Después, es normal tener dudas en medio de un contexto eclesial tan completo, pero los que estamos buscando a Dios sabemos que la Iglesia de Jesucristo es mucho más grande que eso. Sabemos de nuestra miseria, pero eso no nos paraliza. Generalmente los jóvenes que están deseosos e inquietos, pueden complicarse el cómo se plantean delante de otros, pero la certeza de que Dios es más grande que el contexto está. Y bueno, ¿cómo plantearse delante de otros? Ahí lo que uno necesita es agarrarse de una o dos verdades, no mucho más. No hay que tratar de explicar el conjunto de todas las cosas ni dar razones exactas para cada paso que uno da, sino que se trata de ser sincero con Dios.