Constanza Muñoz: «Me siento infinitamente agradecida de poder encontrar a Dios en los demás»
Durante los días 22, 23, 24 y 25 de enero he tenido la grata experiencia de vivir ejercicios espirituales junto a 7 jóvenes más, en Belén, un pueblo ubicado en la región de Arica y Parinacota que se encuentra en altura, a 3240 metros sobre el nivel del mar.
La nula señal, los 51 habitantes del pueblo y el paisaje lleno de colores vibrantes facilitaron el silencio que tanto me cuesta, para escuchar a Dios.
Javier Hernández sj, Max Echeverría sj, Diego Salinas sj y Cesar Tapia sj, en esta oportunidad fueron nuestros acompañantes, regalándonos la oportunidad de hacer personalizadas las conversaciones diarias, guiándonos a decantar todo aquello que durante los bloques de oración y el resto del día descubríamos.
Si bien esta no es la primera vez que hacía ejercicios espirituales, fue una de las más significativas, por lo todo lo que involucro vivir la pandemia durante el año 2019. Durante el retiro volví a sentir el calor que entrega una comunidad. Saber que en el silencio todos hacíamos vida a Jesús e intentábamos de manera genuina escuchar a Dios con el corazón nos entregaba mucha paz a todos.
Mi primer acercamiento a la espiritualidad ignaciana fue el año 2018, en un espacio creado por dos jóvenes y durante el mismo año un retiro realizado por Cristóbal fones para jóvenes de la diócesis de San Marcos de Arica.
En el año 2019, por iniciativa de Marcelo Oñederra sj, tuve la oportunidad de ayudar a gestionar y participar en un viaje a Machu Pichhu. Y en la ruta con estadía en una casa de retiro de Andahuaylillas, tuvimos dos días de retiro de silencio junto a más jóvenes, con bloques de oración, también acompañados.
En agosto del 2020 Javier nos convoca para hacer un grupo con quienes abarcábamos diferentes tópicos de nuestro interés, y hacíamos comunidad vía online cada dos semanas. Una vez las condiciones lo permitieron nos juntamos presencialmente a compartir. Y en enero con la llegada de Max, Diego y Cesar fuimos al retiro en Belén ya mencionado.
No encuentro un motivo en especifico más que el amor que me mueva a decidir participar de estas experiencias. Han sido demasiados rostros que me han movido el corazón a lo largo de mi vida.
Dios y su inmensa bondad se han mostrado en la intimidad de una conversación, en la alegría que trasciende, en la pena convertida en llanto, en el calor de un abrazo y en quienes me han escuchado con cariño.
De lo que me siento infinitamente agradecida e impresionada es la posibilidad de encontrar a Jesús en los demás, es indescriptible. Además de todos los paisajes que me han brindado estas experiencias, que le han regalado a mis pupilas paisajes llenos de ternura, colores, climas, olores y sensaciones muy sanas. Como las flores que crecen entre el cemento, similar al amor de Dios, un espacio hostil no es impedimento para que se abra y crezca.
Todos con quienes he compartido estos retiros, han despertado algún sueño y/o vocación que los han hecho entregarse más a Dios. Y sería una incoherencia una vez vivida la experiencia negarse a buscar nuevas oportunidades para seguir renovando anhelos.
Cada uno sabe cómo Dios se manifiesta y se muestra con el pasar del tiempo en nuestras vidas y también es parte del discernimiento personal percibir, entender y encontrar como estamos llamados a seguir a Dios. Solo nos queda agradecer para hacernos grandes en su amor, y él así nos haga servidores en la Tierra.