Manifiesto de vocación: Cristian Viñales SJ
Soy hincha de la Católica. Cuando era chico tenía un vecino que era un par de años más grande que yo que era de la Católica. Mi papá nunca ha sido muy futbolero entonces nunca tuve una cosa familiar que me guiara. En Antofagasta todo mi grupo de amigos era de la Católica, no sé cómo se dio eso.
El desierto es un lugar muy importante para mí. Yo era scout en Antofagasta y nos íbamos al desierto y las noches, las estrellas, el frío, el calor, las caminatas, todo es maravilloso. El desierto es un lugar de conexión muy importante con mi historia, pero también con la trascendencia.
Viví grandes momentos de mi infancia en Vallenar. Mis abuelos, mis tíos son de Vallenar y tengo recuerdos de muchas fiestas familiares ahí, de juegos con mis primos en el río Huasco, debajo de los árboles. Recuerdo que había unas higueras gigantes y nos subíamos arriba. Ese es un recuerdo muy lindo de mi infancia.
Cuando chico veía los Caballeros del Zodiaco y la Fuerza G. La Fuerza G ya no se ve, pero a mí me gustaba mucho. Había un personaje que se llamaba Nervios de acero, que era verde y yo me creía él (risas).
Estoy viendo dos series. Una es New Amsterdam, que la veo más esporádicamente. Lo que me hace ruido es que todos los capítulos cierran bien, siempre hay un final feliz, es como poco realista. Siempre la persona se sana, hay reconciliación, se resuelva el problema… no da cuenta de la vida real. Y otra que estoy viendo es Snowpiercer que en el fondo es sobre una sociedad post apocalíptica en que el planeta se enfría y solo hay un grupo de sobrevivientes que tiene que ir permanentemente arriba de un tren que puede generar las condiciones de vida. El tren va recorriendo el mundo y es muy interesante porque hay clases sociales, conflictos. En esa voy al día.
Fue raro ordenarme sacerdote en pandemia. Me confirmaron la fecha dos semanas antes. 8 días antes hice Ejercicios Espirituales, pero creo que nunca había rezado menos (risas). Tenía un nivel de ansiedad infinito y fueron días difíciles. Sí fue bonito compartir ese tiempo con Juan Salazar, que también se ordenaba, entonces tuvimos buenas conversas y nos acompañamos harto. Fue un día importante porque es un hito fundamental en mi vocación, pero sí hubo cierta nostalgia porque no estaba mi familia, fue algo pequeño y no pude compartir tampoco con mis amigos.
Mis amigos en general no son muy católicos. Somos un grupo bien apañador, estaban muy contentos por mí y en el Noviciado me iban a ver mucho, por lo menos 2 o 3 veces por semestre. Se quedaban todo el domingo, me llevaban regalos. Yo creo que se sentían parte de esto que yo estaba haciendo y hasta el día de hoy me siento muy apañado por ellos. Están pendientes, me están invitando, me están preguntando, yo cuento con ellos. Así que yo te diría que a nivel de amistad fue algo muy bonito como experiencia.
Le tengo miedo a la soledad. Yo soy feliz siendo cura, pero es una vida que a ratos es bien solitaria. Independiente de que vivimos en comunidad y lo pasamos muy bien. Pero claro, me proyecto mi vejez y también digo chuta «Padre en tus manos encomiendo mi espíritu». Y también me da miedo que mi vocación en algún momento deje de ser buena noticia para la gente, eso también me da miedo, que pierda sentido para otros.
Soy una persona optimista. Sin embargo, debo reconocer que el proceso constituyente, el contexto de las elecciones, los personajes que están de candidatos, me generan un cierto temor. Lo que espero es que podamos avanzar hacia una noción de crecimiento y progreso distinta a la que tenemos ahora, que incorpore a todos y todas, que incorpore el medio ambiente y que pueda significar vivir en una sociedad más austera, pero más igualitaria y cordial.
La cumbre del cerro Coloso tiene una magia muy interesante. Es un cerro pelado, lleno de basura… bueno, ahora está más limpio, pero no tiene mucha gracia en términos de belleza natural. Pero durante mi infancia, todo mi tiempo en Antofagasta subí muchas veces, con muchos amigos. Es un lugar que me genera muchos recuerdos bonitos, momentos de mucho crecimiento.
Me moviliza mucho el tema de la infancia vulnerada. Yo acompaño un hogar de menores del Sename en Santiago. En este tiempo de pandemia no he podido ir mucho porque los protocolos son estrictos. Pasé la última navidad con ellos y también el día siguiente de mi ordenación. Los conozco desde que tienen 9 años y ya van por lo 16-17 años. Me han enseñado mucho, para mí son un cable a tierra en términos de la realidad social. Llenan de sentido mi vocación, hay algo que me renueva, que me da sentido, que me hace bien.
Hay 2 formas de rezar que me conectan más. Una es el caminar solo, en silencio, contemplando la naturaleza e incluso la sociedad. Trato de venir siempre caminando a la oficina para aprovechar esos momentos y disponer el día, en una onda más reflexiva. Y el otro modo que me ayuda mucho es escribir. No me creo poeta ni muy talentoso, pero sí me doy cuenta de que mis sentimientos y mi relación con Dios fluyen más cuando va surgiendo algún versito, alguna historia. Antes subía todo a un blog que se llama “Lo que se siente y gusta”, pero hace tiempo que no subo nada, me empezó a dar vergüenza.
Me dan vergüenza mis manos. Yo me como las uñas y tengo los dedos de las manos horribles. A veces voy en el metro afirmado y como que trato de esconder los dedos. O incluso ahora que me toca hacer la misa, cuando voy a levantar el cáliz también me da mucha vergüenza. Y ahí he hecho todo un proceso de pensar que en realidad nadie está mirándome las manos (risas) Una vez se lo comenté a un psicólogo que veía por otras razones y me preguntó si había tenido complicaciones médicas por esto. Le dije que no y me respondió “entonces no te hagas rollo, es el último de tus problemas”.