«¿Soy llamado por Dios?», por Hernán Rojas sj y Cristián Viñales sj

Hernán Rojas sj y Cristián Viñales sj tomaron las palabras del teólogo alemán Karl Rahner sj (1904-1984) dirigiéndose a jóvenes que se enfrentaban a una decisión vocacional y, en particular, a la pregunta por la vocación religiosa o sacerdotal. Traducido por Hernán, resumido y adaptado por Cristián.

¿Se necesita una inspiración Divina?

Cuando se trata de discernir la vocación, muchas personas tienen la impresión de que debieran sentir de alguna forma una inspiración divina clara y perceptible. Esto vale para quienes se quieren decidir por la vida religiosa, pero también para aquellos que, aún en su decisión por una profesión a estudiar, dan valor a cumplir la voluntad de Dios. Quizás esperan que Dios les manifieste en una especie de revelación privada, qué profesión debieran elegir. Entonces, si no creen sentir ninguna inspiración divina de este tipo, piensan que no hay una verdadera vocación de Dios. Este es el modo de comprender las cosas, al que la palabra “vocación” tiende erróneamente a conducir una y otra vez.

¿Tienes la aptitud necesaria?

A comienzos del siglo XX, el teólogo francés Lahitton, defendió la tesis de que, para la presencia de una vocación religiosa y la tranquilidad de que Dios desea esa ocupación para una determinada persona, no se necesita nada más que –primero– la verdadera aptitud para ella y –segundo– la elección libre basada en los motivos apropiados para esa ocupación. Si esas dos cosas están dadas, entonces no hace falta esperar una inspiración especial que venga “de arriba”. Dónde están esas dos condiciones, está el llamado dado.

¿Tienes las motivaciones correctas?

Si consideramos correcta la idea fundamental de esa teoría, entonces se le puede decir tranquilamente a alguien que está ante una elección vocacional: ¡No estés esperando alguna especie de iluminación mística de arriba! Mira sobriamente, quizá también con la ayuda de consejo psicológico o escuchando con atención a quienes realmente te conocen. si tú, considerando todas tus cualidades, experiencias, inclinaciones, circunstancias internas y externas, eres apto para esa profesión. Mira y confronta si tienes los motivos correctos, o sea, por ejemplo, si tú quieres ser sacerdote no para llegar a un cargo y tener poder sobre otros, sino para servir a las personas y a Jesús en ellas. Y si tú en esas consideraciones llegas a una conclusión positiva, entonces puedes decir tranquilamente tengo una vocación y no necesito buscar temerosamente en un misticismo espiritual que la confirme. Pues Dios da la vocación justamente al dar la aptitud para ella y al cuidar mediante su providencia que estén dadas las motivaciones correctas para tal decisión.

Una fuerte inclinación de los sentimientos puede ser un signo de la aptitud para tal ocupación. Pero también es cierto que hay psicópatas (en el amplio sentido de la palabra) que tienen un deseo feroz de ser religiosos. Sin embargo, no tienen una verdadera vocación por no tener la aptitud. Hay, por otra parte, personas que dicen con una sobria objetividad: yo puedo y quiero hacer esto por motivos auténticos y no me hace falta para nada tener un entusiasmo emocional apabullante y arrollador. La decisión libre por una ocupación llena de sentido, que se quiere y puede ejercer verdaderamente, ya puede significar tal vocación.

¿Le tienes miedo a un compromiso duradero?

Otra dificultad que aparece especialmente en las preguntas vocacionales de jóvenes de hoy acerca de la vida consagrada, es que tales ocupaciones según su propia naturaleza y en la interpretación de la Iglesia significan un compromiso duradero, mientras que, por otro lado, justamente los jóvenes se preguntan: ¿Acaso sé yo si en cinco o treinta años más querré esto mismo que deseo ahora? El miedo a embarcarse en algo para toda la vida, para lo cual no se tiene por sí mismo la suficiente seguridad, certeza ni garantía de poder cumplirlo realmente; ese miedo está muy extendido hoy en día.

Los apoyos externos para una ocupación religiosa dados, por ejemplo, por una opinión pública favorable ya no existen como antes (cuestión, a todas luces entendible). Hoy hay transformaciones rapidísimas de los paradigmas de bienestar, que influyen a su vez en los individuos. Es comprensible que tales cosas provoquen gran inseguridad y miedo para optar por la vida religiosa.

¡Ten valor para decisiones irrevocables!

¿Qué se puede decir a esa dificultad, que comprensiblemente existe? Es cierto que en la vida vista en general hay muchas decisiones que de alguna manera se pueden reconsiderar. Uno puede decidirse a vivir hoy en la capital y luego en dos años más, si se dan para ello las condiciones necesarias, decidir irse a vivir al sur. Pero si se mira más exactamente, la vida está siempre, irremediablemente puesta ante decisiones no reversibles.

Uno puede quizás cambiar de una profesión secular a otra, pero finalmente eso no cambia el hecho de que la vida vivida en una determinada profesión, aunque después se la deje por otra, no se puede deshacer. Lo mismo nos sucede con las relaciones: se puede decidir alejarse de una persona que ha sido importante, sí, puedo dejar de verla, pero nuevamente, el sello de la presencia de esa persona en la vida, es irreversible. Un joven de hoy debe decirse: La vida es tal, que inevitablemente se deben tomar decisiones, se quiera o no, que en realidad no se pueden revertir más. Uno está –como diría Sartre– “condenado a la libertad”, y por cierto a una libertad que puede seguir hacia adelante, pero que no puede rehacer otra vez el camino ya elegido.

Puesto que no puede evitarse las decisiones irreversibles, se debe tener el valor para atreverse a ellas, para saltar al agua, incluso cuando uno no ve tan claramente la otra orilla a la que quiere nadar y no está cien por ciento seguro de si se tienen las fuerzas para alcanzarla. El valor para decisiones irreversibles es algo que necesariamente pertenece a la esencia de un ser humano correctamente constituido y valiente.

¡Comienza hoy tu camino!

La gente tiene hoy la impresión de que no se pueden asumir garantías para un tiempo futuro. Por eso es que ya no se casan, sino que viven juntos mientras resulte, mientras vaya bien. Yo creo que a esa persona se le puede decir objetivamente lo siguiente: Lo que tú serás y cómo serás en treinta años más, puede serte aquí y ahora totalmente irrelevante, supuesto solamente que tú ahora tengas el deseo y la voluntad honesta, que tú quieras vivir honesta y correctamente tus votos y cumplir con los deberes que tu vocación actual conlleva. Y segundo, que, en cuanto de ti depende, al menos en cuanto está en el ámbito de tu libertad, tú vivas de tal forma, que también mañana puedas cumplir con esta vocación y sus deberes.

En cierto modo, no necesitas decidir y disponer ahora acerca de ti a los cuarenta años. Pero puedes vivir y actuar ahora de tal manera –en cuanto cabe a tu libertad–, que también cuando tengas cuarenta años puedas seguir estando casado o siendo religioso honestamente y con gusto. Dicho más simplemente: Tú no sabes, si todavía vas a rezar en cincuenta años más, pero puedes rezar ahora y puedes rezar mañana y en cierto modo paso a paso –en cuanto cabe a tu libertad– ir dirigiendo el camino de tu vida para que también en el futuro sigas rezando.

Si y en la medida en que realmente sin tu culpa, por circunstancias más allá de tu libre disposición de tu vida, tu historia individual se desarrollara de una manera en que el sacerdocio o la vida religiosa no tenga más sentido, entonces puedes y debieras pedir resueltamente a la Iglesia que te libere de tus compromisos. Y la Iglesia te lo concederá. Pero tu deseo actual y tus actuales decisiones tienen pretensión de eternidad.  Así como nadie ama a otro, pensado que lo dejará de amar mañana.

¡Y, de ahí en más, confía en la guía de Dios!

Naturalmente, todos tenemos un cierto miedo en nuestra vida. Nosotros somos interna y externamente también los amenazados, personas cuya vida no tiene garantizado por principio el ser feliz. Pero ese miedo en nuestra vida no se puede superar escapando de una decisión valerosa. Más allá de eso, uno puede decir: Yo hago mis primeros pasos en esta dirección. Luego de estos primeros pasos tendré la posibilidad y la libertad para dar los siguientes pasos importantes. En todo confío en la guía y el amor de Dios, y sé que Dios conduce con benevolencia y suavidad al justo y también al pecador en el camino de su vida, hasta que llegue a Aquel que es la vida plena.