«Magisterio, paso a paso…» Testimonio vocacional de Cristian Igor sj desde Antofagasta

Después de dos años y medio de estudios de filosofía y humanidades en Argentina (San Miguel y Córdoba), fui destinado a iniciar magisterio en el Colegio San Luis de Antofagasta.

Cuando vi que mi regreso a Chile era inminente, experimenté un miedo enorme. De alguna manera, al otro lado de la cordillera, se vive en un ambiente eclesial protegido, lejos de una Iglesia y provincia religiosa actualmente en crisis de confianza.

Llegué a la ciudad el lunes 02 de septiembre de 2019. Durante las dos primeras semanas el paisaje desértico me resultaba extraño a lo que estoy acostumbrado en La Unión (Región de Los Ríos), no conocía mucha gente y me veía con un pie en la etapa de vida apostólica que comenzaba y el otro aún de donde venía. Sin embargo, de inmediato me sentí muy cómodo entre mis compañeros jesuitas y en la comunidad escolar que me abrió sus puertas. Poco tiempo tuve para la inducción porque a la semana siguiente me pidieron dar clases a niños y jóvenes, como profesor de asignatura. Al principio estaba un poco perdido, ya que soy educador de oficio y no de profesión docente (¡sólo porque me lo pide la santa madre Compañía!). Pese a ello, al parecer no lo he hecho tan mal. Me renovaron el contrato y me han confiado nuevos cursos cada año, entre otras tantas tareas que en un colegio nunca faltan.

Así lo pasé el primer mes, conociendo la infraestructura del colegio, a las personas detrás de sus cargos y la dinámica organizacional interna. Todo relativamente normal hasta que vino el denominado “estallido social”. Algo realmente impactante, por su magnitud y complejidad en su origen. Como buen chileno siempre me jactaba de un país ordenado, con gobernabilidad, democrático y en una macroeconomía estable. Lo cual era sólo un espejismo en realidad, que nos ha llevado a perder progresivamente el “alma” de Chile. Sin embargo, despejando el tema de la violencia, creo que en este acontecimiento vivimos un “despertar a la conciencia” por mayor empatía, dignidad y un nuevo trato entre los chilenos. Se agudizó mi curiosidad intelectual en la mirada sociológica sobre la desigualdad -grieta profunda y lacerante en el país- y la consiguiente necesidad de una mayor justicia social, desde una valorización de la democracia y el respeto por los derechos humanos.

El término del año no fue para nada fácil, menos en el sector céntrico donde se ubica el colegio. A dos cuadras de la plaza Sotomayor, podemos decir que está en la “zona cero” de todas las manifestaciones y movilizaciones ciudadanas.

A nuestra crisis social y política del 2019 se sumó la emergencia sanitaria y económica por la pandemia del coronavirus en 2020. Rápidamente, llegaron las cuarentenas, el confinamiento y la virtualidad forzosa. Ha sido un tiempo de mucha incertidumbre y vértigo por la fragilidad de nuestra vida y de preocupación por la salud de nuestros seres queridos, amigos y conocidos. Por mi parte, hace más de un año que no veo a mi familia, por la imposibilidad de viajar al sur, pero me tranquiliza saber que están bien dentro de todo.

El colegio ha sido un espacio de aprendizajes, pero no por eso menos absorbente y, literalmente, agotador. Desde mi rol, solidarizo con los profesores en sus esfuerzos, desvelos y en el desafío de formar nuevas generaciones, hombres y mujeres, al servicio de los demás (como fue mi propia formación en el Colegio San Mateo de Osorno). Asumiendo las dificultades pedagógicas y tecnológicas del momento, me mueve el deseo de generar en mis estudiantes la capacidad reflexiva crítica, la transmisión de una fe adulta y el sentido social, según el humanismo del P. Hurtado.

Al igual que la vida de san Ignacio de Loyola, estamos en medio de un cambio de paradigma. Una oportunidad de crecimiento si lo vivimos desde la esperanza y si logramos, conscientemente, cuestionar nuestras certezas/seguridades, replantear nuestro estilo de vida, volver a lo profundo de nuestras relacionas humanas, y apuntar a lo esencial y trascendente: Dios. Sólo desde esta convicción podremos transitar en algún momento hacia una “nueva normalidad”, en una sociedad global más humana y humanizadora.

En fin, más allá un magisterio “virtual e híbrido” (como anecdóticamente lo defino), agradezco a Dios por haber sido enviado en misión al norte grande, por las amistades que siento voy cultivando y por las personas que he podido servir o simplemente acompañar humanamente, después de un año y medio en Antofagasta. Aquí he sido yo mismo, puedo vivir mi modo particular de seguimiento del Señor y de a poco voy acogiendo la pregunta por el sacerdocio ministerial, un oficio socialmente cada vez más irrelevante, en medio de la institución Iglesia que requiere una urgente renovación. Mientras tanto, intento ser fiel a la moción que me ha inspirado hasta hoy: “pensar y ayudar a pensar, rezar y ayudar a rezar, y transmitir a Cristo en los pobres”.

Cristian Igor, SJ.