Héctor Guarda sj: «Si Jesucristo volviera a nacer hoy, lo haría en un campamento»

La historia vocacional de Héctor Guarda sj tiene un vínculo transversal con Techo. No solo porque hoy es el capellán de dicha institución, sino porque el origen de su relación con los jesuitas se dio cuando ingresó como voluntario a lo que por entonces era Un Techo para Chile. Hoy, aquello que empezaba a surgir como promesa, se ha convertido en realidad.

En esta edición de La Entrevista de la Gente, Héctor relata cómo ha sido retornar a Techo siendo sacerdote y cómo el contacto como los más pobres le ha cambiado la vida. También se sumerge en la principal renuncia que ha debido asumir al ser jesuita y rememora su proceso de discernimiento antes de entrar a la Compañía.

¿Cómo fue tu proceso de discernimiento para entrar a la Compañía y ser sacerdote religioso?

A mí lo que me cambió la vida fue el contacto con los más pobres. Yo fui voluntario del Techo (ex Un Techo para Chile). Entré a fines del ´99 o principios del 2000 hasta el día antes de entrar a la Compañía. Y mi proceso vocacional se dio primero en el encuentro con el mundo de los más pobres. En unos trabajos en San Pablo (decima región) fue cuando me di como la primera vuelta de carnero. Fue caer en la cuenta de que era un privilegiado y que parecía que mi vida tenía sentido cuando ardía profundamente el corazón estando ahí, había algo de que esto lo quería dedicar para toda la vida.

Y ahí fue cuando me hice la gran pregunta. Ese ha sido para mí un bonito indicador: que mi vocación religiosa, siendo compleja a ratos, es una cuestión que tiene sentido, cuando tiene sentido para otros, porque el ministerio que se me ha confiado no me pertenece, es de y para la Iglesia. Y eso es muy potente. Te puedes acostar muerto de cansado, pero la vida termina teniendo mucho sentido.

¿Es posible plantearse la vocación a la Compañía teniendo 36 años?

Tengo que ser honesto, yo creo que es tarde. La pregunta que yo le haría es por qué estaría respondiendo esa pregunta vocacional recién a los 36 años, por qué tardó tanto. Yo no creo en un Dios esquizofrénico que te llama para una cosa y que después te manda por otra. Yo creo que a veces uno toma decisiones tarde cuando lamentablemente el tren ya pasó. Y ahí lo que queda es hacerse responsable de las decisiones que uno toma, porque cuando eliges ciertas opciones en la vida vas cerrando otras puertas. Y creo que a los 36 años hay puertas que uno ya cerró.

¿Por qué la Compañía de Jesús?

Tuve un discernimiento bien primitivo. El vínculo con la Compañía se dio porque yo estaba ligado a Techo, al Hogar de Cristo y porque los curas que yo conocía eran jesuitas y había algunos a los que admiraba mucho. La vocación de los jesuitas me hacía sentido y mi pensamiento era que “si no es en la Compañía, quiere decir que no tengo vocación religiosa”. No sé qué hubiera pasado si es que la Compañía no me aceptaba, fue todo muy primitivo.

Entré con 25, 26 años a la Compañía y creo que no tenía tantos elementos para el discernimiento. No hice un proceso de discernimiento tan largo, pero sí tenía claro que el corazón me ardía profundamente cuando pensaba en la Compañía, cuando veía el trabajo que hacía, cuando veía a los jesuitas trabajando con tanto cariño, pasión y tan poca formalidad. Eso me cautivó. Sobre todo, cuando veía que la opción por los pobres (en el trabajo en el Techo y en el Hogar de Cristo) era algo que quemaba profundamente el corazón y hacía que los compromisos personales sean coherentes con ese fuego interno.

¿Cómo diferenciar si Dios quiere que sea cura?

Yo creo en un Dios que ama profundamente al humano y por lo tanto quiere que el hombre y la mujer sean plenamente felices. Más que en un Dios todopoderoso, yo creo en un Dios “todoamoroso”. Y cuando experimento momentos plenos de mi vida siendo jesuita, para mí es como una confirmación, es algo que Dios quiere para mi vida. Si yo estuviera amargado o pasándolo mal en la Compañía, sería mucho más un tema mío y no tanto un deseo genuino de Dios. Pienso que Dios quiere que yo sea feliz y que me invitó al seguimiento de Jesús y yo elegí a la Compañía de Jesús. Y bueno, tampoco puedo ser tan egocéntrico para pensar que puedo traducir el mensaje de Dios, no puedo atribuirme esa capacidad, pero sí tengo intuiciones para distinguir ciertos elementos en los que percibo que Dios me habla y que se traduce en alegría, felicidad, plenitud.

¿Cuál ha sido la mayor renuncia en tu vida como jesuita? 

Diría que mi renuncia más consciente no es la vida en pareja, no quiere decir que no pesa… Una renuncia que hago con dolor, pero también siendo muy libre, es la paternidad. El renunciar a criar un hijo, una hija y que hay algo de uno que trasciende esa experiencia. Es una renuncia para mí muy pesada que está por sobre otros temas, pero que reconozco que es parte de la castidad, la obediencia y la pobreza, que libremente hice el 2006.

¿Es Techo un lugar para responder inquietudes vocacionales?

¡De todas maneras! Originalmente el Techo fue el lugar donde encontré que Dios mi gritaba entre los más pobres. Y volver al Techo ha sido reencontrarme con ese amor primero porque es un lugar que está marcado a una historia vocacional. Es volver al origen, volver a Manresa o a Loyola para Ignacio.

Es una experiencia fundante en mi vida. Y el volver hoy como cura es ver cómo eso que fue promesa hoy lo veo como un cumplimiento en mi vida. Y me admiro mucho cuando veo a los voluntarios y voluntarias desplegados en los territorios trabajando en los campamentos con esa misma pasión que a mí me cautivó. He podido tener la experiencia de presenciar el cariño que las dirigentes le tienen al Techo y no por un tema material, sino porque ha sido la primera vez donde hubo gente que las miró a los ojos y les devolvió la dignidad que les habían arrebatado con un simple abrazo. Esos son los milagros de Dios en un campamento, son los milagros cotidianos de Dios.

¿Qué relación ves entre la vida más sacramental y tu trabajo apostólico?

Si creemos que lo sacramental se vive en una capilla no hemos entendido nada de la persona de Jesús y lo que significa la Encarnación, la opción de Dios por hacerse ser humano. Se nos dice en el evangelio de Juan que el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. El sacramento de Dios para nosotros es Jesucristo hecho hombre. Y para nosotros lo sacramental está en el terreno, en la vida de todos los días. Yo también vivo la eucaristía cuando comparto un plato de comida con la familia en los campamentos, porque ahí se parte, reparte y comparte el pan. Lo vivo cuando estoy con una familia en un almuerzo, en una olla común y literalmente he vivido el milagro de la multiplicación de los panes. Eso es sacramento de Dios.

Entonces creo que parte de nuestra esquizofrenia entre lo sagrado y lo profano, entre lo de arriba y lo de abajo, nos hace y nos ha hecho un daño tremendo. Porque yo soy el mismo cura cuando estoy en un campamento y cuando estoy revestido celebrando la eucaristía. Creo que, si Jesucristo volviera a nacer hoy, lo haría en un campamento. Y eso es sacramento para mí.

Como mujer divorciada, ¿podría vivir el resto de mi vida para Dios? ¿En qué lugar?

¡De todas maneras! El que sea divorciada no es ninguna condición de imposibilidad para consagrarse a Dios. Sobre el lugar, bueno, ella tendrá que buscar y tocar puertas. Primero, puede vivir como laica consagrada toda su vida, puede vivir siendo religiosa. Hay muchos movimientos laicales en que la gente consagra la vida al Señor. Hay muchas formas de concretarlo, pero tiene que salir a tocar puertas y ver la forma y el lugar que le haga más sentido.

¿Cómo influye en tu vocación cuando un compañero jesuita deja la Compañía?

Es muy fuerte porque se me han ido muy grandes amigos. Hay salidas que pienso que está bien que se produzcan, porque no estaban siendo felices y tampoco estaban haciendo felices a los otros. Pero hay otras que duelen mucho porque yo me siento muy cómplice con mis compañeros jesuitas, uno tiene proyectos comunes y sueña la Compañía con otros. Entonces se te va un cómplice, se te va un partner y que después cuando la vida te ha vuelto a encontrar, ya no existe la misma intimidad, ya no está ese sueño compartido.

Y es duro porque yo entré para morir en la Compañía, entré para ser jesuita toda la vida. Y me pasa que las salidas de algunos compañeros me han insegurizado. Yo hoy quiero morir como jesuita, pero no sé qué pasará conmigo en un mes más, en un año más. Finalmente, creo que pasa lo mismo en un matrimonio en que dos personas se casan para toda la vida, pero no está garantizado que será así. Claramente aquí hay una apuesta.