Felipe Vicuña sj: “El discernimiento implica confiar en que Dios te habla desde tus propios deseos”

Felipe Vicuña sj vivió un proceso largo antes de ingresar a la Compañía de Jesús. De a poco sus pasos se fueron acercando al mundo jesuita y tras un discernimiento profundo fue forjando la convicción de que este era el camino para desplegar su vocación.
Dicha etapa de discernimiento sigue fresca en su cabeza, pues actualmente vive su tercer año al interior de la Compañía. Tras completar su etapa como novicio, este 2021 se trasladó a Argentina para comenzar con el Juniorado.
Desde el país trasandino, Felipe nos relata cómo vivió los años previos a iniciar su vida como religioso. Aquellos hitos que fueron confirmando las mociones, los pilares que tuvo su discernimiento y también los miedos que fueron apareciendo en el camino.
¿En qué momento de tu vida estabas cuando empezaste a considerar la opción de la vida religiosa?
Mi proceso fue largo, duró cuatro años, pero empezó en mi último año de comercial en la Católica. Había una pregunta de cómo me veía el día de mañana y terminó por echarme abajo el panorama. Yo tenía un bicho religioso desde chico, pero en el colegio no quise darles mucho espacio a esas preguntas, había también algo de negación. Pero ya terminando la universidad, pensando qué quería para el día de mañana, los planes que tenía en mi cabeza no cuajaban del todo y se empezó a abrir la posibilidad de darle espacio a la pregunta más religiosa. Y ahí se inició un proceso largo, cuyos últimos dos años fueron en la Compañía.
¿Hubo hitos que te fueran confirmando que el camino iba hacia la Compañía?
Un proceso como este tiene de todo, pero sí hay momentos puntuales que me hicieron ver que esto podía ir en serio. El 2016 me fui a vivir a La Bandera un año y fue muy importante, fue un quiebre de esquema. Estar un año en el barrio, en terreno, conocer lógicas que para mí eran desconocidas, el anclarse en el momento presente y ver contextos complejos. Vecinos que estaban fuera del horizonte escolar y con horizontes sumamente cortos, anclados en una rutina muy desesperanzadora. Y ahí entraba el bichito de querer colaborar en la construcción de esperanza, ampliar los horizontes y el sentido de la vida de las personas. Y ahí la respuesta religiosa podía ser un buen espacio. Y para mí también, porque hasta ese entonces mi preocupación iba más desde la solución política y no desde lo espiritual, entonces cuando entré en la tecla de la falta de sentido, ahí dije “esto es lo mío”. Y eso se fue confirmando también posteriormente con los Ejercicios Espirituales. A comienzos del 2017 hice una tanda de 3 días y dije “esto es lo que quiero, acá me veo”. Era la unión de mis deseos y motivaciones. Pero claro, todo eso había que seguir purificándolo en un proceso más largo.
Solo los últimos dos años de tu proceso vocacional los viviste en la Compañía, ¿cómo se juntaron los caminos?
Salvo algunas referencias, yo conocía muy poco de la Compañía. Teniendo ya el bicho de la pregunta religiosa me acompañé en un momento con un diocesano y luego en La Bandera me acompañé con un estudiante de Teología que era de Schoenstatt. A él le fui contando mis motivaciones, mis dudas, mis miedos. Y él, que fue un muy buen compañero, me preguntó si había pensado en la Compañía, porque mi perfil encajaba. Me contactó con Cristóbal Emilfork, que en ese momento era su compañero teólogo y a Cristóbal le planteé todo esto y me dijo “bueno, anda a ejercicios y ve”. Le hice caso, fui a Ejercicios y ahí empezó a forjarse el vínculo. La vida me fue llevando a la Compañía y me fue confirmando que esto era lo mío. Desde que entré en la espiritualidad ignaciana me sentí en casa.
¿Tuviste miedo en algún momento?
Yo le tenía miedo a la vida religiosa, en el sentido de que podía sacarte de ti mismo, podía maquetearte, estructurarte con una formación muy cuadrada, pero para mí la Compañía fue todo lo contrario. Fue un espacio humanizador, muy integrador de todo, de mi propia historia y de sentir que iba a sacar lo mejor de mí. Y creo que la Compañía ha sacado lo mejor de mí.
Tú tenías motivaciones sociales y políticas que te acercaron a la Compañía, ¿en qué momento empezaste a agregarle espiritual? ¿Cuándo se empezó a forjar esa relación íntima y directa con Dios?
Se sigue forjando (risas). Eso se fue dando cuando apareció esta faceta de poder volcar la vida y generar un horizonte amplio que forje esperanza en las personas. El poder ser puente también ante la desconexión, el unir esa esencia más terrenal e histórica del proceso que cada uno vive con esa dimensión más trascendente, con un Dios que te libera a veces de muchas ataduras. Y ahí entró el bichito de que la espiritualidad era la respuesta a muchos procesos. Pero no es fácil, a mí me costó entrar en la dinámica espiritual, en el asumir que la oración iba a ser un pilar fundamental y que la relación con Dios iba a ser la base sobre la cual cimentaría la vocación religiosa. En el Noviciado pude ordenar la vida desde la oración y desde el encuentro con Dios, pero hasta antes era una relación muy sacramental.
¿Qué elementos crees que son fundamentales para tener un buen discernimiento vocacional?
Cada
proceso es distinto, pero para mí fue vital entender que es un proceso. Porque el
proceso tiene de todos los colores, de todas las emociones. Habrá momentos de
consolación, alegría, entusiasmo y también habrá momentos de frustración, de
desolación, de soledad, de no encontrar respuestas. Y entender que es un
proceso es libertador. Después, la confianza es vital. El discernimiento
implica confiar en que Dios quiere lo mejor para uno también. A veces está el
miedo de ver la vocación como algo externo que tengo que encontrar, pero Dios
te habla desde tus propios deseos y motivaciones, de lo que te moviliza
internamente, entonces la Compañía te ayuda a vivir el sueño que Dios tiene
pensado para ti. Y es importante dejarse acompañar, aunque a mí me costó al comienzo.
Pero te ayuda a ponerle palabras a lo que vas sintiendo, a descubrir lo que
realmente deseas, lo que te moviliza, lo que te da miedo y por qué te da miedo,
lo que te cuesta. Y así, ir hincándole el diente a las primeras, segundas,
terceras preguntas, e ir contrastando con tu acompañante.
¿Cómo fue la respuesta de tu entorno cuando les contaste que querías ser jesuita?
Si bien vengo de un contexto en que la religión es importante, cuando le conté al principio del proceso a un par de amigos y a mis papás, se sorprendieron. No se lo esperaban para nada. Y fue un proceso de muchas decisiones en poco tiempo, porque yo estaba en tal proyecto, estaba pololeando y de la noche a la mañana salía con una carta bajo la manga que no se imaginaban y sí les costó. Pero luego, al ver que el proceso iba en serio, que estuve cuatro años, que implicó decisiones de trabajar en tal lugar, de irse a vivir a tal lugar, ya cuando supo el resto de mi familia y de mis amigos, en el tercer año, no hubo mucha sorpresa. Y me apoyaron mucho. Finalmente, cuando tu familia te ve bien… finalmente parte del amor familiar reside en eso de que si tú estás feliz yo estoy feliz también. Obviamente que hay un duelo, porque uno se va, hay una renuncia que es grande y hay un costo, pero me sentí muy apoyado por mi familia y por mis amigos.
¿Cómo viviste el tema de los votos en tu discernimiento?
Los votos los vi más en su conjunto. Y yo sentía que eran la consecución de lo que estaba viviendo. En el Noviciado me sentí muy en casa, me sentía en paz, entonces sentía que los votos eran la posibilidad de continuar ese proceso de entregar la vida que me estaba haciendo tan pleno, tan feliz y que pe me permitía encontrarme conmigo mismo. Los votos tienen renuncias, pero si los veo en su conjunto también son fuente de mucha vida. Y para mí, más que las renuncias, lo que primó mucho más fue la fuente de vida que me daban los 3 votos, esa posibilidad de entregarse por completo, de dar la vida, de sentir que estaba en compañía de Dios y con la confianza de que estaba haciendo camino. Yo entiendo que la vida religiosa implica renuncias más radicales, pero cualquier proyecto de vida tiene renuncias. Y la renuncia no hay que obviarla, hay que madurarla.
En los momentos de desolación, cuando tienes alguna crisis vocacional o un compañero jesuita decide salirse, ¿cómo vuelves a encender el fuego interno?
Uff, no es fácil. Cuando pasan cosas como que un compañero se salga uno se bajonea mucho y en el camino siempre hay momentos difíciles, de fragilidad. Pero cuando uno repasa las mociones del buen espíritu y la gracia que Dios me va dando, para mí son fuente de vida y de confianza. Porque tal vez esto en la nebulosa hoy día, pero si veo el recorrido completo digo “sí” nuevamente, esto es lo que quiero. Y ahí los compañeros son vitales. La Compañía me ha dado amigos de vida y aquellos con los que tengo más afinidad pueden ser partícipes también de mi proceso. Realizar el examen también ayuda mucho porque vas registrando y cuando tienes registro puedes hacer una lectura más amplia y no te ahogas en el momento puntual.