Cristóbal Fones SJ: “Lo que significa la música en mi ministerio no nace de mí, nace de la Compañía”

El micrófono está encendido, la cámara está grabando y Cristóbal Fones sj (46 años) está listo. Parece la escena de una de sus habituales oraciones cantadas, pero no, en esta ocasión no habrá canciones ni guitarra.

En esta oportunidad, este jesuita y músico chileno, que hoy cumple el rol de Delegado de Formación en nuestra Provincia, nos regalará más de media hora para tener una conversación que nos permitirá conocer en profundidad la forma en que se relacionan las dos grandes vertientes de su vida, la de ser religioso y la de ser cantante.

La sencillez del recibimiento en la casa que habita junto a otros jesuitas en San Joaquín hace fácil olvidar que hablamos con alguien que tiene casi 50 mil suscriptores en Youtube y que llena templos, gimnasios, plazas y cualquier sitio en que se presente. Con tono amable y acompañado de Inti, el perro de su hogar, nos hace sentir como en casa.

Cristóbal es uno de los ejemplos más reconocidos de que ingresar a la Compañía de Jesús no significa dejar de lado aquellos talentos que nos han acompañado durante nuestra vida y que el llamado apunta a ponerlos al servicio del cuerpo y la misión. Te invitamos a conocer más sobre su historia en esta entrevista.

¿Qué rol jugó la música en tu postulación a la Compañía? ¿Sentías que era algo que se valoraba por parte de tus examinadores?

Parte de la postulación tuvo que ver con la música. Yo venía del mundo de la CVX, en que cantaba mucho y además tenía un grupo musical. Entonces uno de mis examinadores me preguntó si estaba dispuesto a renunciar a la música para ser jesuita. Con esas palabras.

¡¿Y qué le dijiste?!

Le dije que sí porque realmente lo sentía. No sentía un apego mayor a la música. Pero al día siguiente otro examinador me preguntó si estaba dispuesto a defender este talento y poner la música al servicio de la Compañía. Y le dije que sí muy genuinamente. Después aprendí que eso se llamaba indiferencia ignaciana, pero yo no era consciente de eso. La música es una parte muy importante de mi ser, que se ha ido desplegando porque yo también me he ido desplegando en la Compañía sin querer defenderla con uñas y dientes, sino que de una manera muy natural.

Hoy, 27 años después, ¿estás de acuerdo con ese Cristóbal Fones sj que estaba dispuesto a dejar la música?

Totalmente. Me dice que mi foco era Jesucristo y el Reino. O sea, yo no iba a renunciar a la música en el sentido de que me iba a quedar callado el resto de mi vida, sino que lo que estaba implicado en esa pregunta era «mira, estás teniendo un cierto espacio de fama, con tu grupo te ha ido bien». En el fondo, él me estaba haciendo consciente de la renuncia que yo hacía, de lo que tenía en ese momento, no de mi talento en sí. Y creo que me parece muy de Dios esa perspectiva de querer decir «ok, aquí me pongo a disposición de lo que el cuerpo vaya necesitando de mí». Y así ha sido. 

¿En qué momento la música pasó de ser un hobbie a transformarse en algo elemental de tu vida apostólica?

Es un proceso vinculado a la madurez humana. Lo que significa la música en mi ministerio no nace de mí, nace de la Compañía. Los primeros discos los grabé porque me lo pidió el superior, no por mi propia iniciativa. La misma Compañía ha fomentado el despliegue pastoral de la música. Hubo un punto de quiebre cuando me fui al Magisterio, eso sí. Hasta el año 2000 yo había grabado tres casetes, no habían discos en esa época (risas), pero eran todos como queriendo ofrecer algo más pastoral a las comunidades más cercanas. Después yo desaparecí dos años en que me puse en clave de inserción en el mundo rural e indígena. Y al volver, me di cuenta de que todo había seguido funcionando, que la música grabada permitía llegar a muchos más rincones. Entonces empecé a recibir muchas invitaciones para ir a parroquias y diócesis. Y en la etapa de Teología, siempre con el permiso de mis superiores, empecé a probar y a conocer algo que se relaciona automáticamente conmigo, que son las oraciones cantadas.

¿Cómo llevaste ese proceso de ir agarrando cierta fama? ¿Te daba vergüenza o te gustaba?

No lo tengo tan resuelto todavía (risas). Hay cosas que me dan rabia porque hay veces en que a la gente le interesa más el artista que la oración, por ejemplo. Y tengo que manejarlo con cariño y comprensión de los contextos. Me adapto más fácil en lugares sencillos que en lugares más tradicionales y rígidos. Pero el Señor me necesita como puente y facilitador en todos los espacios. He ido acumulando experiencia y voy logrando adaptar también lo que puedo ofrecer o compartir.

Te complica que muchas veces la gente te identifique más como cantante que como religioso, ¿cómo haces tú para no percibirte más como artista que como sacerdote?

Nunca me he visto a mí mismo como cantante, de hecho, no me gusta mi voz. Creo en lo que hago porque lo creo habitado del Señor y veo también el fruto que provoca. Pero siempre me estoy viendo como el religioso que está luchando porque eso vea también la gente. He tenido momentos en que me he enojado porque siento que no se transmite lo que se quiere transmitir. Pero a la larga veo que sí, que toda la energía que gasta la gente en pedir una foto, en tener una selfie, no es algo malo, también hay belleza ahí, hay encuentro. Y cuando he luchado contra eso me he llenado de soberbia, porque me he puesto en el centro y me he considerado un intermediario en vez de un mediador. En cambio, cuando vivo eso con alegría, con buen humor; cuando me saco la foto con todo el mundo, también estoy disfrutando y haciendo comunidad, sabiendo que de alguna manera Dios se comunica en la cercanía, en la buena onda.

¿En verdad no te gusta escucharte? 

Mi voz nunca me ha acomodado tanto… mi manejo de la respiración. Hay cosas técnicas que cuando me estoy escuchando a mí, me concentro en eso. En cambio, cuando escucho a otra gente, disfruto no más. 

¿Has tenido que lidiar con el ego?

Sí, claramente. De hecho, una canción que publicamos este año dice «Lucharemos a muerte con el ego, sentiremos que el tiempo nos aprieta, pero al final de la vida llegaremos con la herida convertida en cicatriz». Yo no pretendo ser una persona perfecta. Lo que busco es ser una persona capaz de amar y esa es mi temperatura de cómo está la situación. Yo sé que va implicado también mi ego, que me preocupa verme bien, decir lo correcto, tanto como hacer el bien, no herir a las personas. No quisiera moralizar o tener una primera aproximación moralizante al ministerio que realizo, sino amorosa. Creo que esa es la entrada, yo sé que están ahí también las propias búsquedas, las necesidades de reconocimiento, pero antes de demonizarlas prefiero humanizarlas y decir aquí también está Dios actuando, sanándome en el cariño de muchas personas y enseñándome a amar, poniéndome límites y al mismo tiempo expandiendo mi corazón. En la juguera van implicadas todas esas emociones y a uno lo que le toca es sobre todo discernir qué es lo que apunta hacia el Reino y qué es lo que me aleja de las personas. Pienso que cuidar la propia persona y acoger esos sentimientos de gozo, porque la gente está contenta por lo que uno hizo, es muy sanador y es muy humano, también me va haciendo mejor persona.

¿Cuál ha sido la respuesta de tus compañeros jesuitas respecto de tu vida musical?

La respuesta ha sido asombrosamente positiva. Jamás he sentido un reproche de parte de ningún compañero. Obviamente hay muchos compañeros que no les gusta el tipo de música que yo hago, que no se sienten identificados con mi estilo y eso por supuesto es lo esperable porque somos súper diversos, porque yo también me he ido especializando en un cierto lenguaje dentro de muchos otros posibles y hasta mejores. He recibido hartos consejos, pero lo que sí siempre he sentido es que es muy visible para otros, así como lo es para mí, que esto es misión y que es parte de lo que podemos ofrecer hoy día los compañeros jesuitas a través de mi canto. También diría que para algunos de ellos ha sido importante mi música en sus propios discernimientos vocacionales o en su vivencia de la propia vocación. Dentro de Chile y también, quizás mucho más, fuera de Chile. Recibo hartos testimonios de compañeros jesuitas a quienes la música les ha ayudado. En ningún caso he percibido que lo miren con sospecha o una búsqueda individual mía.

En tus discernimientos más íntimos, ¿qué te dice Dios sobre la música?

Dios me habla mucho en lo que está sucediendo en torno a la música, más que en la canción misma. Si tengo que preguntarme dónde me está hablando más fuerte Dios es en la dimensión comunitaria que tiene todo esto. Y cómo a través de la música Él me ha puesto de testigos a hombres y mujeres extraordinarios. Una diversidad muy grande de rostros humanos de los cuales yo estoy aprendiendo permanentemente y siento que Dios me grita en realidades súper dolorosas. Recuerdo por ejemplo cuando me tocó hacer una gira en México en lugares especialmente golpeados por la violencia y los secuestros. Recuerdo unas mamás de hijos que los habían colgado de un puente meses antes, llorando y sanando su corazón a través de un canto. Dios me está hablando muy fuertemente en eso y me anima a ser un colaborador en un misterio de consolación que nos urge en un mundo muy herido. Entonces, Dios me está hablando permanentemente y me desafía apostólicamente a través de la música.

¿Has tenido la tensión o tentación de creer que debes ser un nuevo Jesús en la tierra?

No me ha dado para pensar que tengo que ser Jesús (risas), pero me siento muy amigo de Jesús, lo siento como naturalmente compañero de mi vida, no solo por ser jesuita. Desde chico. Entonces no solo me inspira, también como que el pobre tiene que aguantar todas mis descargas y mis cosas. No es un modelo que tengo al frente, sino que es alguien que está al lado caminando conmigo e incluso aprendiendo conmigo. Y en ese proceso me voy cristificando, pero no porque me voy haciendo un Jesús, sino porque el modo más humano que él me propone me va saliendo al paso. Y tengo mucho camino por recorrer, porque hay muchas dinámicas en mí que son excluyentes, patriarcales, propias de la cultura en la que me crie y de las elecciones que yo he hecho también con menos discernimiento. Eso exige para mí estar en vigilia, pero no en la misión agotadora de ser un personaje ideal, sino en la propuesta bonita de ser lo más plenamente yo.

Tú estabas dispuesto a dejar la música de lado con tal de ser jesuita… ¿Qué diferencias ves entre ese Cristóbal Fones que entraba con un arrojo absoluto a la Compañía y los jóvenes de hoy?

Por un lado, veo que son mucho más conscientes de las renuncias que implica la vida religiosa. Yo no tenía idea, ni siquiera sabía que había votos, no cachaba nada. Y eso lo agradezco, porque me permitió un arrojo de mucha confianza, pero era una confianza no informada. Es muy bueno que los jóvenes sepan muy bien lo que implica ser religioso y que manejen mucha información, aunque obviamente eso les pueda generar un montón de recelos. Eso es positivo. Lo que creo que tal vez está más debilitado es tener una claridad de dónde está el corazón finalmente. Porque cuando uno no tiene eso claro es difícil jerarquizar, es difícil abrazar cualquier opción porque cualquier camino que uno tome va a implicar renuncias. El tema es que uno no elige lamentándose de todas las renuncias, sino que sobre todo abrazando lo que está delante de sus ojos y asumiendo con alegría y lucidez todo lo que eso puede implicar.

Eres un referente para muchos jóvenes que tocan la puerta de la Compañía, ¿cómo prevenir que no ingresen queriendo ser nuevos “Cristóbal Fones” y que puedan vivir sus propios procesos?

Lo principal en un discernimiento vocacional es ayudar a los jóvenes a conectarse con Jesús. Nadie puede entrar a la vida religiosa ni a vivir realmente su bautismo si no es centrado en Jesucristo. Obviamente hay personas que a nosotros nos aportan imaginarios de lo que deseamos vivir y eso no es malo necesariamente, pero naturalmente eso va dejando de ser el motor en la medida que va creciendo también la experiencia personal del Señor y del cuerpo de la Compañía. La verdadera motivación es desplegarse uno sirviendo a Jesús como jesuita, por lo que en el Noviciado, sobre todo en la experiencia del Mes, Cristóbal Fones desaparece del mapa. Ahora, si yo puedo servir para despertar esos deseos bendito sea Dios, pero es algo que tiene que discernirse, que tiene que ordenarse, porque son espacios de movilización que a la larga son insuficientes, no son finalmente la razón por la que uno puede ser jesuita.

¿Cómo cuidas tu vocación en medio de tanto movimiento y de tanto ruido? ¿Te cuesta?

Me cuesta tanto como a cualquier persona. La vida religiosa interior no es equivalente a tener mucho silencio, hay que ser religioso y plenamente con Jesús también en la acción. Ese es un ejercicio importante que yo tengo delante de mis ojos. Cuando estoy con personas, cuando estoy viajando, moviéndome, hacerlo como religioso y en conexión con Jesús. Luego hay una parte importante que no se ve en Instagram, que son los intersticios entre un lugar y otro. Esos son momentos maravillosos para mí. Una buena siesta en el avión, una buena conversación con el chofer del bus o cuando llega la noche. Para mí es hermoso cuando llegan las 11 de la noche y el metro deja de pasar porque realmente hay silencio. Ese es un momento sagrado en mi vida. Y bueno, siempre ando con mi cuaderno espiritual. Ahí trato de poner parte de lo que voy sintiendo delante de Jesús esté donde esté. Hay muchas instancias en las que voy cultivando la relación con el Señor.