Sebastián Boegel: “Siento que estoy en el lugar en que Dios me llama a estar”
Ansias y miedos. Con ambas cosas viajó Sebastián Boegel hace algunas semanas para hacer su ingreso oficial al Noviciado Jesuita en Montevideo. Poquito antes de tomar el avión, se dio el tiempo de conversar largamente con nosotros para que pudiéramos conocer gran parte del camino que lo llevó hasta aquí.
Durante esta entrevista podremos sumergirnos hasta las profundidades de su discernimiento vocacional, que comenzó tras haber vivido una “conversión” hacia el catolicismo.
¿En qué etapa de tu vida descubriste que tu vocación religiosa era algo a lo que había prestar atención?
Mi inquietud vocacional nació antes de que me diera cuenta. En la universidad, estudiando ingeniería comercial, siempre tuve muchas ansias de servicio y participé en muchas cosas. Tenía algunas inquietudes respecto de si lo que estaba estudiando y en lo que trabajaría era mi vocación. Paralelamente también tenía preguntas más espirituales, no en el sentido vocacional, sino en el sentido de si creía o no en Dios, quién era Jesús para mí, qué representaba la Iglesia en mi vida. Empecé a vincularme más con espacios religiosos como voluntario o participando de retiros de Semana Santa de la CVX y se empezó a dar como un proceso de conversión. Antes yo no era practicante y mi familia tampoco es tan católica, entonces empezó cierta conversión hacia el catolicismo. Primero fue más desde la experiencia que desde lo intelectual. Empecé a conocer un poco más, porque no cachaba nada. Mi conversión fue un poco a través de la experiencia de la fe y una búsqueda constante de dar alguna respuesta a mis inquietudes más profundas. Y fui encontrando sentido y coherencia entre el catolicismo y mi propia vida, mis propias inquietudes personales.
¿Cuándo comenzaste un proceso más serio?
El 2020 comencé mi proceso de discernimiento vocacional. Ese año hice Ejercicios Espirituales en la vida cotidiana y tenía una inquietud profunda de búsqueda, sin pensar todavía en una vocación a la Compañía. Y un amigo, Juan Echaurren, me cuenta que iba a ingresar al pre-noviciado, que era la primera vez que se hacía. Al comienzo no le creí y me reí pensando que me estaba molestando, pero cuando me dice que era en serio hablamos, lo felicité y fue bien emociónate. Me acuerdo que cuando corté el teléfono me quedé tiritando, me puse a llorar sin saber qué me pasaba, no entendía nada. Ahí me puse a ver todos los videos de Vocaciones Jesuitas para meterme un poco más. Algo se estaba despertando.
¿Cómo se dio el acercamiento particularmente con la Compañía de Jesús?
Antes tenía una idea “clásica” de la Iglesia y particularmente del sacerdocio. Tenía la imagen del cura viejito y fome, entonces no se me pasaba por la cabeza la vocación religiosa. Pero claro, cuando amigos míos como Felipe Vicuña o Juan Echaurren estaban encontrando respuesta a sus inquietudes más profundas en la vocación religiosa y particularmente al modo de San Ignacio empezó a abrirse la posibilidad de que ante mis inquietudes más profundas también pudiese ser una posibilidad. Eso lo contrasté con mi acompañante espiritual, le conté lo que me estaba pasando y fue muy bacán porque fue un proceso que viví con mucha libertad. Lo que me él transmitió fue que estas preguntas que surgían podía no responderlas, podía terminar el acompañamiento y no escribirle más, estaba en mi derecho. Pero, desde su experiencia personal, me dijo “te recomiendo respondas a esa pregunta, independiente de si la pregunta es sí o un no, porque la pregunta nunca se va”. Y para mí era una pregunta que suscitaba cosas incluso físicas, porque me dolía la guata. Necesitaba más herramientas para poder ir discerniendo y eso implicó empezar con un proceso de discernimiento vocacional.
El proceso siguiente fue ingresar al Pre-Noviciado. ¿Cómo fue contarle a tu entorno que dabas este paso?
Tenía mucho susto, pero fue un proceso bien bonito. Solamente sabían Juan Echaurren y Juan Salazar, pero mi mamá también sospechaba. La primera persona a la que le conté fue a mi mamá, que es con quien mejor me llevo en el mundo. Le dije que nos juntáramos a almorzar y automáticamente supo de qué se trataba, se lo esperaba totalmente. Fue muy bonito su tono, muy de mama, de no entenderlo tanto, pero de apoyarme totalmente porque me veía feliz. Tenía sus sustos, la distancia, el que no estuviera para momentos importantes, y me hizo prometerle que si veía algo que no me gustara tenía que decir algo. Después les conté a mis amigos. Algunos son más católicos y me daba menos susto contarles, pero mis mejores amigos, que son con los que vivía, son muy críticos de la Iglesia y me daba susto decirles. Fui corriendo harto el anuncio, hasta que un día me obligué y les conté. Ya cachaban todo. Me pregunto qué será lo que transmito que era tan obvio (risas).. Sin ser católicos me apañaron muchísimo. Fue un proceso bonito que me hizo darme cuenta de los buenos vínculos que tengo en mi vida, de amigos, de familia. Sin cuestionamientos, sí con muchas preguntas que yo también he tenido, pero no desde el juzgar, sino de acompañar y comprender, fue muy de Dios.
¿Qué elementos crees que fueron claves en tu proceso de discernimiento?
El Pre-noviciado fue fundamental. Admiro mucho a la gente que antes se tiraba a la piscina solo con su inquietud inicial. La experiencia apostólica fue fundamental en mi discernimiento porque mi camino siempre ha estado anclado en esa búsqueda de ser un instrumento de Dios para poder dar vida a otros. Y vivir en la población Los Nogales y trabajar en el colegio San Alberto despertó eso. Se fueron confirmando llamados iniciales en ese deseo de acercarme a las personas que se sienten solas o abandonadas, para darles la buena noticia de que hay un padre amoroso que las ama profundamente. También me ayudó mucho conocer la Compañía en realidad, salir de la idealización inicial. Ver que hay gente que le interesa el arte, otros dedicados a temas de exclusión social o gente que se dedica a cosas más técnicas, ver esa diversidad me ayudó. Comprender la vida ordinaria de un cura le dio una cuota de realidad a mi discernimiento. La experiencia comunitaria de conocer realmente la Compañía y la experiencia apostólica fueron fundamentales. Y además todo esto acompañado de una vida espiritual activa, de misa al menos dos días a la semana, de oración constante, de examen diario, para poder ir viendo cómo esta experiencia alimentaba mi propia experiencia espiritual, mi relación con Jesús.
¿Con qué miedos llegas al Noviciado?
El miedo principal es la soledad. Yo soy una persona muy afectiva, me siento muy amigo de mis amigos, soy muy de familia. La vinculación presencial con la gente, el conversar, estar al tanto de la vida de mi entorno, esas cosas son importantes y el Noviciado implica, primero, estar en otro país. Habrá una lejanía física y de comunicación, porque es un proceso hacia adentro. Y lo entiendo porque hay algo muy bonito de conocer la Compañía y el modo de San Ignacio. Pero despojarme de esos vínculos, el no poder estar en hitos importantes, me da susto. Es algo que he trabajado y que sin duda tendré que seguir trabajando espiritualmente.
¿Por qué sigue teniendo sentido la vida religiosa y la vocación jesuita en el mundo actual?
Cuando uno ve la sociedad actual la invitación es siempre a la preocupación de uno mismo, a no depender del resto, a pensar únicamente en el bienestar individual. Se piensa que el depender de otros y la vida comunitaria es algo que debemos superar y no es algo en lo que debamos profundizar. Entonces la vocación religiosa viene a romper un poco esa premisa y que es finalmente la vida de Jesús, porque es empequeñecerse para engrandecerse, es poner al otro antes que a uno. Hay una preocupación y entrega radical por los demás. Y eso hace más sentido que nunca en una sociedad que invita a lo contrario. Es muy contracultural, peor además es necesario y uno se da cuenta de que en esa entrega se van experimentando diferentes cosas que te permiten encontrarte con uno mismo. Y bueno, en ese quehacer contracultural también debe haber un diálogo actual. No tenemos que apartarnos o encerrarnos en nosotros mismos.
¿Qué esperas de esta etapa de Noviciado?
Voy con muchas ansias de seguir profundizando en la vida de Jesús, en sus modos. Con mucha apertura también. No solo una apertura espiritual –que por supuesto estará- sino también una apertura cultural, porque se comparte con otras provincias como la paraguaya, la argentina o la uruguaya. Voy con ansias de aprender, de conocer y seguir profundizando en mi fe al modo de San Ignacio. Siento que estoy en el lugar donde Dios me llama a estar y parto con esa expectativa de que estar respondiendo al llamado de Dios y eso me da mucha confianza.
¿Cómo afrontas los votos?
He pasado por etapas. Con el voto de pobreza me pasa que he sido muy independiente económicamente, está el tema de poder disponer de mis propios bienes… eso puede ser difícil. El voto de castidad ha ido tomando peso con el tiempo. Cuando veo amigos que se van a casar o que están teniendo guagua… es más que la abstinencia sexual, que también pesa evidentemente, pero el hecho de tener familia está ahí. Porque yo no me imaginé eligiendo la vida religiosa porque la vida laical no me gustara. Hay una renuncia porque también hubiera sido feliz siendo papá, casándome. Y eso va adquiriendo un peso. Pero trato de tomarme los votos con libertad y sopesando las cosas que me pasan con los votos. Y los que los hace llevaderos es comprender que son una condición de posibilidad para vivir la vocación religiosa en libertad.