Acción del Espíritu Santo y vocación personal. Por Jaime Castellón SJ

Poco después de bautizar a Jesús, Juan Bautista dijo a la gente: “El que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ese es el que bautiza con el Espíritu Santo’. Y yo lo he visto y doy testimonio de que este es el elegido de Dios” (Juan 1,33).

Tal como dijo Juan, el Espíritu se quedó sobre Jesús, no se limitó a venir sobre Él en momentos especiales. Descendió sobre Él en plenitud, habitó, reposó, se encontró en Él como en su casa.

Jesús venía a cumplir una misión que el Padre le había dado: “He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Juan 6,38). Esa misión era transformar el mundo, unir a la humanidad con Dios y entre sí, con el mismo amor que une a las Personas de la Trinidad. Así habló Jesús al Padre antes de su entrega definitiva: “Que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno” (Juan 17,22-23).

Cuando Jesús comenzó su actividad pública, dijo: “El Espíritu está sobre mí” (Lucas 4,17). Con esa certeza se lanzó a realizar su misión. Se la describió a la gente diciéndole que traía la Buena Noticia a los pobres, la liberación a los cautivos, la vista a los ciegos, la libertad a los oprimidos y la gracia de Dios (Lucas 4,18).

Jesús llamó discípulos para que estuvieran con Él y para que lucharan junto a Él por realizar estos altos ideales. No fueron los discípulos quienes eligieron a Jesús entre muchos otros maestros posibles, porque les atrajera su figura o porque estuvieran de acuerdo con sus ideas, sino que Él fue quien los eligió y ellos respondieron a su llamada.

Formaron con Jesús una comunidad de vida. Fueron sus amigos, con quienes trabajó codo a codo. Él les pidió que lo siguieran en sus penas para que también pudieran seguirlo en la gloria (cf. Ejercicios Espirituales 95). Ellos se sorprendieron y se entusiasmaron con su modo de proceder: era pobre, manso, totalmente entregado, misericordioso, limpio de corazón, un auténtico luchador por la justicia y la paz (cf. Mateo 5,1-12).

            Su camino no fue fácil. Encontró tenaces oposiciones y aun persecuciones, pero todo ello no logró apagar el amor a Dios y a los demás que tenía en su corazón y que el Espíritu le reavivaba en todo momento. Jesús dijo a la gente: “Si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a ustedes el Reino de Dios” (Mateo 12,28). La incondicionalidad infinita de su amor fue revelación del Dios verdadero.

            Aproximándose su muerte, Jesús prometió a sus discípulos que nunca los dejaría solos. Una vez cumplida su misión, les daría su Espíritu: “Yo se los enviaré” (Juan 16,7).

            Esto es lo que se realizó en Pentecostés. El Espíritu descendió sobre los apóstoles y sobre María y también sobre muchas otras personas. Produjo unión, consolación, paz. Desde entonces los discípulos no solo fueron amigos y compañeros de Jesús, sino que el amor tan profundo que los inundó los hizo uno con Él. Pablo llegó a decir: “Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gálatas 2,20).

La Encarnación de Jesús tuvo como meta la liberación del ser humano, que consiguió mediante su muerte y su resurrección; todo eso llega a hacerse realidad en cada uno al recibir al Espíritu Santo. “El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5,22-23). Llenándonos de amor, el Espíritu hace que volvamos a ser auténticamente imagen y semejanza de Dios (cf. Génesis 1,27).

            Eso se realiza en cada persona al recibir el bautismo y se revitaliza con la confirmación, en la que el Espíritu le confirma la fe que anima su vida.

Teniendo en el corazón el Espíritu de Jesús, cada uno es llamado a compartir su misión y su modo de proceder, de acuerdo a sus características y circunstancias personales. El Espíritu enseña a discernir la voluntad de Dios en cada situación y da la fuerza para enfrentar los obstáculos que la persona encuentre en su cumplimiento. Así lo anunció Jesús: “En el mundo tendrán tribulación. Pero ¡ánimo! Yo he vencido al mundo” (Juan 16,33).

            Cada bautizado no es una isla, sino que forma parte del pueblo de Dios. Hemos sido creados a imagen y semejanza de un Dios que es Trinidad, así que solo en comunión podemos realizarnos completamente.  

“Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo el Dios que obra todo en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carisma de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad” (1Corintios 12,4-11).

La unidad de la comunidad de los discípulos de Jesús, fruto de la acción del Espíritu, es un conjunto de diversidades reconciliadas, una variedad unificada en el amor. Vivir en el Espíritu exige rechazar la actitud del que divide, así como la del que quiera uniformar arbitrariamente. El Espíritu mueve a respetar y acoger la singularidad de cada uno, pero hay que velar porque todo sirva para el bien común, para la edificación de un solo cuerpo.

            ¿Cuál es tu vocación y cómo realizarla? Son preguntas que cada persona y cada comunidad cristiana debe formularse. El Espíritu ofrece la luz para discernir y la generosidad para llevar a cabo la inspiración recibida; cada persona y cada comunidad es libre para abrirse a Él y acoger sus dones o no hacerlo. Responder positivamente no solo hace mejor la vida de quien discierne, sino la de toda la sociedad, porque la inspiración proviene del Espíritu de Dios, cuyo amor es universal.