«¡Aquí quiero estar!»: Testimonio vocacional de Ignacio Castro SJ

Me pidieron que dijera algo sobre el discernimiento, pero qué difícil resulta balbucear algo coherente de un proceso tan complejo, personal y misterioso del que sigo sin entender mucho. Sin embargo, hay una canción (de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, ¡por supuesto!) que refleja, en parte, lo que he experimentado cuando he intentado sumergirme en los siempre escurridizos caminos del discernimiento. El coro de esta hermosa canción dice así:

“Creo en ti,

como creo en Dios

que eres tú, que soy yo,

en ti, Revolución”.

De algún modo, el discernimiento me ha regalado la posibilidad de experimentar un Dios que revoluciona lo cotidiano, lo sencillo y lo rutinario, porque se ha ido mostrando en lo profundo de uno y del otro. ¿Qué quiero decir con esto?

Hace mucho tiempo (¡ya casi diez años!)  viví en un hogar-hospital cuyo principal objetivo era que las personas más pobres y excluidas de la sociedad pudieran pasar sus últimos años en condiciones mínimas de vida. En ese contexto, parte de mi “pega” era acompañar a aquellos que estaban en estado vegetativo. 

En la medida que fueron pasando los días, ese “estar con el otro” se fue transformando en una rutina austera, incómoda y poco deseada, pues, por un lado, no había ninguna reacción por parte de los enfermos (debido a su situación) y, por otro, me fui haciendo consciente de manera brutal de la vulnerabilidad del ser humano. Me encontré con un otro dependiente, pobre, inmóvil, desnutrido, un otro profundamente herido; pero también me fui encontrando con mis propios afectos desordenados que me iban hiriendo día a día: el activismo y la eficiencia no tenían espacio en este estar. La imposibilidad de concretar mis deseos de “salvar” al otro (cual superhéroe) no tenían cabida en esta relación, por lo tanto, brotaron frustraciones, rabias y permanentes preguntas por el sentido de la experiencia.   

            En la medida que fueron pasando las semanas, ese “estar con el otro” siguió siendo una rutina austera que, de vez en cuando, me volvía a enfrentar con mis desórdenes; sin embargo, fue emergiendo en mí la certeza más absoluta de que Dios estaba en medio nuestro; de que Dios estaba en ese hombre de mirada perdida que tenía al frente mío tendido en su colchón anti escaras; de que Dios estaba en mí tratando de abrirse paso entre mis trancas y rollos; de que Dios estaba. Y porque Dios estaba, yo quería seguir estando ahí.

            Estoy seguro que el discernimiento no me ha ayudado a librarme ni de mis desórdenes, ni de mis pecados (¡y de eso los compañeros con los que vivo son testigos!), pero sí me ha permitido encontrarme con un Dios que me ha hecho creer en Él, porque me ha hecho creer más en ti y en mí, porque me ha hecho creer en un Dios que revoluciona mi austeridad cotidiana y me impulsa a decir: ¡aquí quiero estar, Señor!