Dignidad de un lonko, dignidad de un pueblo, por Pablo Castro sj
Dignidad…
No se me habría ocurrido usar esa palabra años atrás. La dignidad tenía que ver con dignatarios o gente muy especial, gente ‘digna’. Así creo que lo entendía de niño y de joven. Tal vez, sin forzar mucho la historia, la primera ampliación de la mirada se produjo en mi encuentro con el mundo mapuche. Con las hermanas Puen, con familia de Brígida, y el kultrún de Elba, allá en el verano de 1983. No es que usara entonces esa palabra. Pero se ensanchó mi mirada del mundo, mi mirada de la gente, mi mirada del país y de lo que llamamos “cultura”, que, como digo, estaba bien vinculado en mi formación con la gente ‘digna’. Ellas me hablaron otro idioma. Me ensañaron a pronunciar ñuke ka chaw, lamuen ka peñi, (padre y madre, hermana y hermano), con sonidos que abrieron mi mente y mi corazón a un universo nuevo.
Hoy día no tengo dudas de ocupar la palabra dignidad. Y de usar el lema “hasta que sea haga costumbre”. Hoy día descubro un vínculo inseparable entre la acción sanadora e integradora de Jesús, entre su modo de tratar al enfermo y al excluido y al pecador de su tiempo con la dignidad. La dignidad que nos habita a fondo, hasta la médula de los huesos, porque somos imagen del Dios creador. Quien mira el rostro de Dios en el rostro de sus hermanos y hermanas, no tiene temor de declarar en voz alta su dignidad… y luchar por ella. Luchar porque esa dignidad sea reconocida y respetada. En leyes justas. En justa repartición. En justa remuneración. En justa jubilación. En el derecho al territorio de las comunidades mapuche y a la gobernanza sobre los mismos. El derecho a expresar tu fe en la misa y en el nguillatún y en el culto.
Recuerdo cuando el lonko Teodoro Huenumán, mi entrañable vecino amigo/hermano/padre, me dijo sobre la recuperación de las tierras: “nosotros no queremos ser ricos, nosotros queremos vivir con dignidad”. Eso debe haber sido por el año 2006. No sólo se jugó su vida de lonko por recuperar tierras para su comunidad, recuperó el nguillatún, la oración comunitaria, desterrando el ingreso de alcohol y promoviendo la profunda espiritualidad que lo habita. Recuperó la celebración del We Tripantu dejando a un lado la guitarra y retomando su kultrun; dejando la cueca y bailando el purrun. Un proceso largo de recuperar una dignidad que había intentado persistentemente ser arrebatada. Como cuando de pequeño ingresó a la escuela y fue duramente golpeado por los profesores por hablar idioma de indios. El chedungun estaba prohibido en las escuelas. Ese idioma debía desaparecer. No era digno. Cuando pienso en todo esto y veo como la batalla por la dignidad continua, me resuenan las palabras de Jesús a los discípulos de Emús: ¡qué lerdos para entender que somos!
No le tengamos miedo a proclamar la dignidad y velar porque se haga costumbre. Es lo que trató de hacer insistentemente el mismo Jesús: devolvernos la dignidad de hijos e hijas amadas de Dios.
Pablo Castro, sj
*Si deseas adentrarte más en el concepto de dignidad desde las perspectiva de la cultura mapuche, te invitamos a ver lo que expone el filósofo chileno Gastón Soublette en el siguiente link