Experiencia de Inserción Comunitaria

Testimonio de Javier Hernández SJ

Ingresé al Noviciado de la Compañía de Jesús en dos oportunidades. Cosa extraña, pero posible. Entré por primera vez el 2009. Alcancé a concluir casi los dos años correspondientes, habiendo hechos todas las experiencias menos el mes de peregrinación, retirándome las primeras semanas del 2011. A principios del 2015 pedí ingresar nuevamente a la Compañía. Como ya había vivido el Noviciado, el Provincial de turno decidió que mi segundo año fuera diferente y tuviera un tiempo de inserción más largo, que en un principio fue planeado por tres meses.

En julio de 2016 el maestro de novicios me indicó que la experiencia la realizaría en la comunidad San Luis Gonzaga de Antofagasta. El destino lo recibí con alegría y alivio, puesto que, con tres años y medio de noviciado sobre los hombros la rutina se me estaba haciendo pesada y comenzaba a sentir una fuerte de necesidad de “tener más aire”.
Llegué a Antofagasta los primeros días de agosto de 2016. Inmediatamente fui muy bien recibido por la comunidad jesuita y el equipo pastoral del Colegio San Luis. Rodrigo Poblete SJ, superior en ese entonces de la comunidad, me indicó que prefería que no trabajará en el colegio y me dedicara a otro tipo de apostolados, como el Servicio Jesuita a Migrantes (SJM), porque en su opinión los colegios tienden a ser obras muy absorbentes que en algunas oportunidades no permiten tener un contacto con la cotidianidad de la ciudad.
A los días me presenté en la oficina del SJM y comencé a colaborar en la atención social de casos de personas migrantes y actualizarme un poco en algunos temas jurídicos. Hasta la fecha no había tenido ninguna cercanía con el tema migratorio. Solamente sabía que era una rama del Derecho Administrativo que coincidentemente era especialidad profesional como abogado. Sin embargo, con el pasar de las semanas, fui recordando una moción que había experimentado en el último mes de EE.EE., cuando en una de las contemplaciones de la Segunda Semana sentí que esta temática se me ponía por delante como un lugar de donación. Sin quererlo ni buscarlo, aquella moción se fue haciendo carne de forma muy concreta en los cientos de rostros que pasaban a diario por la oficina. Debido a varias circunstancias, inicié en agosto solamente escuchando y tomando nota de las historias de las personas migrantes. Al finalizar los tres meses de la experiencia, contaba con un par de centenar de causas jurídicas a cargo y mucho trabajo por hacer. Junto con la moción anterior, se fue también dando una síntesis entre mi vocación religiosa y mi profesión. Cuando estudié Derecho Administrativo siempre renegué de que era un área muy aburrida, pero en la que había ganado una beca que me permitió hacer una especialidad “medio por cumplir”. Por otra parte, una de las renuncias que había sentido durante los primeros meses del segundo Noviciado fue asumir la posibilidad que podría no ejercer todo lo estudiado. Nunca imaginé que el ser abogado tendría una proyección como la iniciada en Antofagasta. Al recordar esos meses, siento la sorpresa de como Dios se encargó de aprovechar aquellas habilidades que en un momento pensé dejar guardadas, poniéndolos al servicio de uno de los grupos más vulnerables de nuestra sociedad. Al terminar los primeros tres meses se vio conveniente que continuara en Antofagasta hasta el febrero de 2017, momento en que profesaría mis votos del bienio. El trabajo era enorme y la experiencia de inserción estaba dando hermosos frutos apostólicos y personales.
De los 7 meses en Antofagasta guardo significativos recuerdos y amistades hasta el día de hoy. A ese
tiempo le debo lo que ha sido uno de los lugares apostólicos más fecundos que he vivido en mis
años de jesuita. La migración es un tema que se me pegó y del cual todavía no me he podido separar.

Ha sido mi horizonte apostólico en diferentes países y destinos durante 7 años. Un día me estaba quejando con un viejo amigo jesuita sobre lo agotado que era trabajar el tema migratorio y de que estaba medio agobiado. Se detuvo, me miró con cierta ironía y con simpleza me dijo: “sarna con gusto, no pica”. Rápidamente cambié el tema de conversación.