Emilio Vergara SJ: Elegido para una misión bonita
«RAPTADO» POR EL PADRE HURTADO
Pertenezco a una familia tradicional, cristiana, compuesta por mis padres y ocho hermanos. Mi madre marcó a la familia por su piedad cristiana. En la casa se rezaba diariamente el rosario, y ella era de misa diaria. Entonces crecí en un ambiente de piedad.
Nací en Talca, en 1924. Y a los cuatro años llegué Santiago. Entré al colegio San Ignacio a Primera Preparatoria, donde también estuvieron mis hermanos. Todos fueron buenos alumnos, excepto Mario, ocho años mayor que yo y quien fue jesuita también. Él se dedicaba más bien a pintar y leer. Yo fui el séptimo de los hermanos. Mis hermanos mayores fueron bastante severos conmigo. De todos ellos sólo está vivo el mayor, que tiene 97 años.
Algo que me tocó fuerte fue la llegada del Padre Hurtado al colegio, en 1936. Tomé contacto con él, con la dirección espiritual, pero siendo aún niño.
En los años 1938, ‘39 y ‘40 asistí a los Ejercicios Espirituales que daba el Padre Hurtado. Ya me planteé la vocación sacerdotal y él fue mi director espiritual.
En esos Ejercicios Espirituales fui discerniendo y pude ver con claridad que la Compañía era mi camino. Recuerdo muy bien mi decisión, que ya la había tomado en el año ‘38.
No veía otra perspectiva de vida plena que no fuera el sacerdocio. Las mujeres no dejaban de ser lindas y atrayentes, pero el Señor me fue conduciendo desde niño en esta otra forma de vivir.
Yo quise entrar a la Compañía en 1939, al cumplir los 15 años. Pero no obtuve el permiso del papá.
Con mi hermano Mario, que había ingresado unos años antes, la situación había sido diferente. Él era el más flojo de todos los hermanos, le iba mal en el colegio, en las clases se dedicaba sólo a dibujar. Era muy distinto de todos los otros hermanos, todos los demás eran buenos para el estudio, de los primeros del curso. Entonces el papá, muerto de risa, dijo “que se vaya, total va a volver al día siguiente”.
Quizás hoy en día, que un niño de 15 años quiera hacerse sacerdote sería raro, pero en esa época era algo relativamente frecuente. Un director espiritual como el padre Hurtado era capaz de encender muchos corazones, y el mío también. En esa época eran tantas las vocaciones que atraía el Padre Hurtado, que cuando yo ya estaba en el Noviciado y él llegaba a visitarnos, le preguntábamos “y, Padre, ¿cuántos?”.
Pero yo me mantuve muy firme en esto de la vocación, siguiendo la dirección con el Padre Hurtado, el discernimiento con él, tratando de esclarecer lo más posible. Durante dos años peleé mi vocación, ante la negativa del permiso de parte del papá. El Padre Hurtado vio que era clara mi vocación y entonces juntos decidimos: “me voy al noviciado”, el 5 de marzo del 41.
Yo me fui de la casa sin el permiso del papá, arrancado. Prácticamente escondido, arreglé un maletincito con una camisa, una cosa rápida. A la empleada de la casa le dije que fuera a comprar para poder salir solo. El padre Hurtado me estaba esperando para llevarme en su autito. En realidad fue una fuga, porque me salí sin permiso y llevado por el padre Hurtado. Él me llevó al pueblito de Marruecos, actualmente llamado Padre Hurtado, donde está la Casa Loyola. ¡Mi amigo el padre Hurtado! Es un aspecto curioso de él.
Mi mamá no estaba en la casa, porque estaba visitando a unas tías religiosas. Le dejé una cartita escrita a mi papá, explicándole. Cuando la leyó el seguramente disimuló que no pasaba nada, pero debe haber sido algo fuerte para él.
En el trayecto a Marruecos, como era una decisión ya tomada y conversada, yo venía más bien tranquilo. Intranquilo, porque el Padre Hurtado manejaba muy mal, entonces iba en el “fordcito” galopando, eso sí. Pero por lo demás, estaba de cierta manera tranquilo.
Luego de llegar al Noviciado, estaba almorzando con un amigo y el padre Hurtado y él me dijo que sería bueno que llamara a mi hermano mayor, que ya estaba casado, para avisarle y que supieran dónde estaba.
En broma me decían “va a llegar don Emilio (mi papá), con los carabineros para llevarte”. Pero jamás podría haber pasado eso. Me sentía muy tranquilo y el mismo padre Hurtado sabía que eso no iba a pasar, y que a mi papá no le iba a importar mucho. Y así fue. Quince días después mis papás me fueron a visitar al Noviciado. Mi mamá estaba feliz de mi vocación, y en realidad mi papá también, una vez que ya entré no puso ningún problema más.
Ese año entramos muchos, unos 17. Pero se entraba a través de todo el año, no es como ahora que todos entran juntos. Muchos llegaban casi directamente después de los Ejercicios Espirituales del Padre Hurtado. Él era una figura muy atractiva y convincente.
En mi caso, su amistad y sus retiros llegaron, de algún modo, a completar una formación de base que yo ya traía desde mi casa y en el colegio, donde la vida era muy piadosa. En todo eso estaba actuando la gracia de Dios. Y los retiros del padre Hurtado, las oraciones, sólo hicieron que más patente esta gracia que ya estaba actuando.
A mi me impresionó el apostolado del padre Hurtado, su trabajo con los jóvenes. Desde que lo conocí y comencé a pensar en la vocación religiosa, siempre me pareció muy atractivo el trabajo con la juventud.
A LO QUE VENGA
Los que entrábamos a la Compañía conocíamos el largo proceso de formación que vendría. Dos años de Noviciado, entregarse al Señor, reafirmar la vocación, después los años de Juniorado, había una formación humanista, el latín, el griego. Uno iba llevando todo eso bien entregado al Señor y diciendo “a lo que venga”.
Me fue bien en los estudios, gracias a Dios, siguiendo los años tradicionales de estudios, la licencia de Filosofía, la Licencia de Teología. Antes de eso tuve que terminar el sexto año de humanidades, en el colegio Seminario de Chillán. Luego de rendir la prueba de Bachillerato pude comenzar los estudios universitarios para sacar las licenciaturas.
Desde 1946 hasta 1948 estudié Filosofía en el Colegio Máximo de San Miguel, en Argentina. Luego de esos años, obtuve las Órdenes Menores (lo que actualmente se denomina ministerios laicales).
Luego realicé mi Magisterio en el Colegio San Ignacio de Santiago, años en que tuve la satisfacción de reencontrarme y compartir comunidad con el Padre Hurtado. Pude convivir con él y compartir los momentos más íntimos. Pude verlo reír, llorar. Desgraciadamente el año de su muerte yo estaba estudiando Teología en Argentina. Pero justo el verano anterior fuimos juntos de vacaciones a Calera de Tango. Tengo muy grabado un día que me lo encuentro, en que me dice “Emilio, me siento mal”. Claro, ya estaba su cáncer. “¡Ánimo, patroncito!” le dije yo. Todos le decíamos así, porque él le decía a todo el mundo “patroncito”. Fue en el patio de la casa de Calera, lo recuerdo muy claramente. Yo me quedé preocupado. Fue muy rápida su enfermedad. Luego nos fueron llegando las noticias sobre su estado de salud a Argentina.
Volví a San Miguel, para mis estudios de Teología. En el tercer año de la carrera nos ordenamos sacerdotes, cosa que era normal en ese tiempo. La ordenación fue el 8 de diciembre de 1954, en el Centenario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. A mi primera misa asistieron mi mamá y Pepe, mi hermano mayor.
Luego continuábamos los estudios de Teología, ya como sacerdotes. Pero a mediados de año nos tuvimos que devolver, por la persecución de Perón. Por suerte yo había terminado las clases. Sólo tuve que preparar mi examen Ad Gradum en el Noviciado de Marruecos.
Al terminar la Teología, en 1956, me destinaron a la Tercera Probación en Colombia. Partimos en barco desde Valparaíso, para desembarcar en el miserable puerto de Buenaventura. Seguimos viaje en bus hasta Cali, y luego a Santa Rosa de Viterbo, el destino final.
Una vez terminada esta última etapa de formación, fui destinado a trabajar pastoralmente en el colegio Seminario de Chillán. En 1958 fui destinado al Colegio Loyola, como ayudante del Maestro de Novicios y padre espiritual de los Juniores. Con los Padres José Correa, José Aldunate y José Donoso formamos un buen equipo en la formación humana y espiritual de los jóvenes jesuitas.
Con el Padre José Correa trabajamos en comunicar la espiritualidad ignaciana a jóvenes laicos, lo que dio origen al “Centro Loyola”. Semanalmente proponíamos los temas de Ejercicios Espirituales y luego una práctica de oración, siguiendo esos temas.
Después, lo más significativo diría yo, fueron los estudios que hice en París sobre psicología pastoral. Aprovechando una beca para religiosos llegué al instituto AMAR. Fue muy significativo, estando en París, conocer “les Equipes de Vie Chretien”. Entonces, a mi llegada de vuelta a Santiago, con todo mi deseo de trabajo con la juventud, formé los Equipos de Vida Cristiana.
FORJAR UNA JUVENTUD COMPROMETIDA
Cuando regresé, en 1966, fui destinado a la Residencia San Ignacio con trabajo pastoral en el Colegio. Al llegar vi que todavía estaban funcionado las Congregaciones Marianas, pero que estaban como muy avejentadas. Se reunían en la casa ubicada en Riquelme 21, que fue un lugar bien señalado. Ahí invité a un grupo de los congregantes marianos del sexto año del San Ignacio y a algunos grupos de universitarios. Les dije “ustedes están llamados a hacer algo muy importante”. Yo no sé por qué tenía previsto que terminarían las Congregaciones Marianas. Entonces formé los Equipos de Vida Cristiana, recordando lo de París. Riquelme 21 fue un gran centro de juventud.
Así en realidad hice nacer las CVX en Chile, que nacieron de los Equipos de Vida Cristiana, que se transformaron en el primer grupo de CVX. Yo preveía eso, por eso les dije a los primeros jóvenes que reuní, que estaban llamados a algo más. Efectivamente, el grupo de jóvenes que iniciamos estaba llamado a formar una importante asociación de laicos que ya lleva más de 41 años en Chile y que está presente en 60 países del mundo.
Fue un cambio profundo: las Congregaciones Marianas pasaron a ser la Comunidad de Vida Cristiana. El Padre Arteaga y yo asumimos la dirección de este naciente movimiento. El P. Arteaga a cargo de todo lo administrativo, y yo organizaba los grupos de jóvenes. Luego el p. Eddie Mercieca asumiría la dirección de la CVX.
Luego formé la USC: la Unión de los Secundarios del Centro. La revolvimos mucho, era un tiempo muy interesante: ya se venían los años de la Unidad Popular, antes del año 70. Congregábamos a jóvenes de diferentes colegios, de los últimos cursos. Estaban los Maristas, los Salesianos, el colegio San Ignacio, en fin, todos los grandes colegios de ese sector.Formábamos a cantidades enormes de jóvenes, y teníamos Semanas de Juventud, llenas de actividades según la técnica que había aprendido en Colombia, con el Padre Andrés Vela. Organizábamos grandes sesiones en el inmenso auditorio Don Bosco, donde juntábamos cerca de 1000 jóvenes. Teníamos charlas, recuerdo unas muy interesantes. Por ejemplo una donde estaba invitado Jaime Guzmán, José Antonio Viera Gallo, el padre Hernán Larraín, que era brillante.
Había mucha efervescencia política, entonces resultaba interesantísimo y congregábamos mucha gente en la USC. De esa experiencia nacieron importantes líderes políticos a nivel nacional.
Entre 1969 y 1970, me fui a vivir a la casa de Riquelme 21 con un grupo de jóvenes, con los que estábamos formando comunidades cristianas. Esa fue una experiencia bien interesante: residíamos juntos, los chiquillos tenían sus estudios y trabajaban. Y yo aportaba también mi dinero. Era de alguna manera, ganarnos la vida y tener una vida en comunidad, aprendiendo a compartir. La idea era trabajar para vivir, y todo eso lo poníamos en común. Era, literalmente, una vida comunitaria. Hacíamos reuniones y apostolado.
En Riquelme se reunían muchos jóvenes de varias comunidades, y la asistencia de misa el día domingo era masiva. Es que los jóvenes en ese tiempo eran muy activos. Ahora están más apagaditos. Antes eran diferentes, realmente.
La gran efervescencia política no nos impidió ahondar en la formación espiritual de los jóvenes, con Ejercicios Espirituales, talleres, charlas y conferencias. En verano salíamos a los trabajos de verano. Muchos de ellos eran para colaborar en la autoconstrucción. Yo recuerdo, por ejemplo, en el año 60 fuimos a trabajar luego del terremoto de Puerto Montt. Me acuerdo que todo un grupo de jóvenes vivíamos en una carpa, a veces veíamos cómo el hielo se nos formaba en la noche, por dentro. Era duro, pero era bonito. Estas eran las primeras experiencias de este tipo de trabajos voluntarios que se dieron en Chile.
El tiempo del golpe militar fue un momento difícil. Recuerdo por ejemplo, que teníamos en Riquelme 21 una biblioteca y había varios libros sobre el marxismo. Yo vivía en Almirante Barroso, que está muy cerca de Riquelme, y en una ocasión llegaron los militares a revisar la biblioteca. Tuve que estar muy alerta para disimular los libros más “complicados”.
Un día llegaron también a allanar la casa donde yo vivía. Nos hicieron salir, ponernos boca abajo y uno con metralleta estaba custodiándonos, mientras allanaban la casa. ¡Esas cosas nos tocó pasar, pues!
Poco a poco los grupos de la USC fueron perdiendo fuerza, principalmente porque ya había pasado el tiempo de la efervescencia política y por todas las restricciones que iba poniendo el tiempo de la dictadura. Se fue apagando el movimiento, en forma natural. Cuando en 1975 fui destinado a Puerto Montt, la USC empezó su proceso de finalización definitiva.
Mucha gente tiene recuerdos preciosos de esa época. Son grupos que han permanecido. Varios de ellos después fueron profesionales muy activos, por ejemplo en el tema de los derechos humanos.
A veces nos juntamos los de Riquelme 21. Hace unos años nos encontramos cerca de 50 personas en la actual casa de la Comunidad de Vida Cristiana.
Fue una época muy linda, tengo recuerdos gratos de ese tiempo, aunque también fue bien difícil. El tema del compromiso social nos dejó marcados a todos.
A Puerto Montt me fui “desterrado”, en 1975. Como la estaba revolviendo tanto acá, entonces dijeron “mejor este que se vaya, porque si no vamos a tener líos”. Era sin duda para hacerme bien, estaba la cosa complicada.
Y en Puerto Montt formé el grupo de los profesores cristianos, eso fue interesante. Con profesores de diferentes colegios. Y seguí las Semanas de Juventud, con revuelo de todos los colegios. Además en el colegio tenía los llamados seminarios de religión, con el grupo del sexto año, cuarto medio actual. Teníamos reuniones mensuales para discutir problemas de moral cristiana, frente a la realidad. Eran grupos de reflexión.
Pero mi principal misión en Puerto Montt fue dirigir estos grupos de profesores cristianos y las Semanas de Juventud. Tenía un pequeño consejo directivo, que ayudaban a la coordinación entre los diferentes colegios que participaban en las actividades. En verano teníamos los ejercicios espirituales y los trabajos de verano.
Luego de tantos años trabajando, seguía con todo mi entusiasmo puesto en el trabajo con la juventud. Por eso, cuando después de estar dos años en Puerto Montt me destinaron a Santiago, seguí trabajando con este grupo. Estuve un año en el colegio San Ignacio El Bosque y luego viví en la residencia de Gravity, y trabajaba en la Parroquia Jesús de Nazareth. En ese tiempo formamos la pastoral universitaria en la Universidad Técnica del Estado, actual Universidad de Santiago. Ahí formamos un Centro, en unas dependencias de la Parroquia Jesús Maestro que nos prestaron. Pude entrar a esa universidad y dar charlas ahí. En estas reuniones debía ser muy cuidadoso. En una ocasión fui acusado por un espía, y tuve que comparecer ante el Rector Delegado del Gobierno para dar explicaciones.
En la Parroquia Jesús Maestro trabajé muy unido al vicario de la Pastoral Universitaria de ese tiempo, Cristián Caro, actual Arzobispo de Puerto Montt. Éramos bien amigos.
Es bonito mirar hacia atrás y ver que en cada lugar donde llegué pude crear estos espacios de participación y reflexión para jóvenes.
Luego me destinaron a Antofagasta, donde estuve por 18 años. Formé la CVX, el año ’80. Fui el Asesor Regional, creando diversas las actividades con un equipo de personas.
Trabajé básicamente con universitarios de la Universidad del Norte, donde los jesuitas tenemos bastante presencia. Conseguimos una sede en la calle Poupin, que también fue un espacio bien importante, al igual que Riquelme 21. En esa época había una publicidad que decía “donde la noche no tiene fin”, entonces nosotros decíamos “Poupin, Poupin, donde la noche no tiene fin”. Eso reflejaba el gran entusiasmo que hubo en esta casa de universitarios.
La actividad era mucha: teníamos cursos de iniciación de CVX, donde revisábamos los Principios Generales. La misa de los universitarios, siempre con mucha participación. Ellos mismos crearon la revista Presencia para la difusión de la CVX en Antofagasta, y teníamos los viernes formativos, en los que dábamos charlas.
También había una biblioteca con libros de interés para los universitarios. Recuerdo particularmente los de medicina. Los jóvenes se reunían diariamente allá para estudiar en unas salas con pizarrón que había en el segundo piso. También ahí se reunían las comunidades y teníamos misa todos los días. Por lo tanto la casa se mantenía en constante actividad.
La acogida era muy importante. Recuerdo que cuando llegaban a la misa personas nuevas, los saludábamos con un aplauso especial, que se llamaba “el matemático”.
También hacíamos actividades culturales, como talleres de teatro y peñas folclóricas. Recuerdo que los conjuntos más importantes del norte llegaron a nuestra casa de Poupin.
Desde luego que esa casa de de la CVX también fue allanada. Pero también tomamos medidas para protegernos. Lo primero que hice fue ponerme de acuerdo con el Arzobispo y pusimos un letrero afuera, que decía “Arzobispado de Santiago, Sede Oficial CVX Antofagasta”. Al alero de la Iglesia nos defendíamos, con un gran letrero. Porque todo era considerado peligroso, especialmente las actividades folclóricas.
También teníamos actividades de formación en los veranos, con siete días de ejercicios espirituales y luego otros siete días de reflexión grupal, sobre temas candentes.
Luego de un tiempo y cuando ya la CVX universitaria estaba funcionando, formamos la rama Secundaria con los colegios San Luis y Santa María, el colegio femenino que está justo al frente.
Tengo marcado el año 1984. La CVX hasta ese momento jamás había penetrado el mundo más popular, entonces formé las primeras comunidades poblacionales. Fue en una capilla, donde tuvimos mucha asistencia. Fue una experiencia muy bonita e importante, incluso uno de ellos viajó a Santiago como representante a la CVX Nacional. Es la única experiencia de CVX en poblaciones que se ha dado en Chile. Pero lamentablemente, el nuevo sacerdote que llegó a cargo de esa parroquia eliminó la CVX. Los que participaban en las comunidades quedaron desorientados, fue muy triste.
Mi trabajo en la CVX se concentraba en las tardes. En las mañanas trabajaba intensamente en la Universidad del Norte, donde me tocaba hacer clases de Iniciación Bíblica y Cristología. Junto con esto, fui nombrado por el Arzobispo Carlos Oviedo como Delegado Episcopal de la Pastoral Universitaria. Formé el grupo de los profesores católicos, para reflexionar la catolicidad de la UCN y sus proyecciones pastorales. También daba charlas sobre temas de formación en las diferentes sedes universitarias, celebré misas en la Capilla de la universidad y di los Ejercicios Espirituales durante fines de semana. En un acto solemne recibí del Rector de la UCN el premio “Docente Destacado” de la Universidad.
ÉCHALE PA’ DELANTE
Estuve en Antofagasta desde 1980 a 1998. Ese año volví a Santiago, y desde ese momento trabajo con los apoderados del Colegio San Ignacio Alonso Ovalle. Les doy charlas y soy Capellán del Departamento de Catequesis. Trabajo con los apoderados que están en formación para la Primera Comunión de sus niños, en tercero y cuarto básico. Es el momento más firme de formación para los apoderados en su paso por el colegio.
Los primeros años viví en la comunidad del Colegio San Ignacio, y luego el 2003 me trasladaron a vivir en la Residencia San Ignacio.
Además del trabajo con los apoderados, estoy a cargo de la Pastoral de los trabajadores del Hogar de Cristo en Recoleta, donde voy todos los miércoles en la mañana. Y también la Capellanía en Jesús Obrero los domingos, en los que presido la Eucaristía.
En todos estos trabajos me toca también hacer acompañamiento personal a algunas personas.
Así que ya estamos en otro campo de actividades. Con más adultos y menos dinamismo. En lo otro tenía un horario completo, me pasaba la mañana entera en la universidad, en la tarde la CVX. Osea, ahí estábamos “estrujados”. Entonces, ya como trapo viejo, llegué a la residencia, más “desahogadito”.
Mi trabajo actual es más tranquilo. Los grupos de apoderados son bien atentos, uno a esta edad necesita más comodidad. Me doy cuenta en este trabajo que las cosas han ido cambiando. Actualmente hay mucha ignorancia religiosa, entonces mis charlas tienen que tener un contenido más elemental.
Le agradezco a Dios toda mi vida. Todo lo tengo de Dios, lo siento así. Por algo opté por esto, y no me puedo desdecir. Es como una consigna: échale pa’ delante. ¡Esa es la consigna que tengo! Tomé esta opción y quiero ser consecuente, en las buenas y en las malas, sí. Échale pa’delante.
Es evidente que uno ha pasado miles de dificultades e incomprensiones, claro que sí. Pero nunca me ha atascado, sino que hay un principio. Tomaste tu compromiso, tomaste tu opción, te dijiste “mira, me entrego al Señor en las buenas y en las malas”, ése es el compromiso. Y eso es lo que vale en el compromiso.
Y agradecerle a Dios que me haya dado esto, que haya sido yo elegido para una misión bonita. Y que ha pasado de todo, lo normal. Igual que un laico se compromete y le dice sí al Señor, en las buenas y en las malas.
Para mí siempre fue muy fuerte este sentido del compromiso. Pese a que en algunos momentos la renuncia a una vida familiar se hace más difícil.
Ahí uno se encuentra con la gracia del Señor. Es evidente, me tocó trabajar con la juventud, todo el tiempo estaba con mujeres lindas. Pero la fidelidad se vive con fuerza, y la gracia del Señor también: siempre me he sentido sostenido, y creo que Cristo está, que Cristo vive, Él, camino, verdad y vida. Y aunque no lo vea, Cristo está y me ayuda. ¡Y me ha ayudado! ¡Es evidente que vale la pena ser jesuita!