Jorge Lasso SJ: Poner el amor más en las obras que en las palabras
¿MILITAR O JESUITA?
Nací en la ciudad de Riobamba, en el centro del Ecuador, a 2600 metros de altura. Ahí tenemos un nevado muy grande, el Chimborazo, que, al despertar, yo veía todas las mañanas desde mi ventana. Es una ciudad muy bonita, rodeada de cordilleras, con varios nevados y volcanes alrededor de ella. Ahí me crié y pasé mis primeros 18 años.
Mis papás eran campesinos, llegaron muy jóvenes a esa ciudad a trabajar. Comenzaron a forjar su futuro cada uno por su lado, y cuando ya estaban algo mayores se casaron.
Los recuerdos de mi infancia son de los más lindos. Disfruté mucho mi relación con mi papá, mi mamá y mis hermanos. Soy el mayor de cuatro hermanos, tres hombres y una mujer. Además del cariño y la preocupación por mi bienestar que sentía de mis padres, disfruté mucho el que me dejaran ser muy libre. No para que hiciera lo que quisiera, sino que para enfrentarme al mundo. Me enseñaron a ser responsable y comprometido. Me ayudaron a forjar un carácter fuerte para enfrentarme al mundo.
Tengo muchos ejemplos de esto, y cuando los cuento, hay personas que me dicen que mis papás no eran tan buenos; pero yo no lo veo así. Por ejemplo, a los cinco años tenía mi primer día en el jardín de infantes que estaba a cinco cuadras de mi casa. Mi mamá me vistió, me peinó y me acompañó por dos cuadras. Y luego me miró a los ojos, me dio su bendición y me dijo: “tienes que caminar por aquí tres cuadras más. Habrá una avenida, donde suben y bajan autos. Esperas que no venga ninguno y luego pasas. Cuando llegues al jardín te llamarán por tu nombre. Tu nombre es Jorge Raúl Lasso. Cuando te llamen, tú dices presente. Al terminar la clase, a eso de las doce y media, debes regresar por el mismo camino. Si alguien te dice niño venga para acá tú dices no, porque mi mamá me está esperando en la esquina”. Nunca me perdí. Fue algo muy bonito, los demás niños lloraban, no querían despegarse de sus padres. Yo no. Cosas como esa forjaron en una confianza en mí mismo.
Mis padres me pusieron en contacto con mi tradición más antigua, con mis abuelos que no conocí. Salíamos juntos al campo donde mis papás nacieron y se criaron, y pude identificarme con mis raíces, sentirme parte de una cultura indígena. Aunque soy mestizo me siento muy indígena. En mis abuelos encontré una herencia importante en la defensa de los derechos de ese pueblo. Mi abuelo paterno fue un dirigente que animó mucho a su comunidad para tomar las tierras donde ellos trabajaban. Mi abuelo materno se dedicaba a defender en los tribunales, sin ser abogado, cuando se acusaba a algunos de sus vecinos injustamente. Criarme en ese ambiente, ligado a esa tradición, seguramente fue alimentando mi vocación.
Mi papá era muy apegado a las fiestas religiosas y las imágenes. Antes de partir a trabajar tenía el ritual de ponerse frente a una imagen y rezar, luego se persignaba y salía de la casa. Mi mamá era una mujer de oración, muchas veces yo la acompañaba a la Iglesia en las tardes, a dar gracias a Dios por la vida, la comida, el trabajo.
Los domingos celebrábamos la Eucaristía en familia. A veces íbamos a la misa de los padres franciscanos a las seis de la mañana. Mi hermano menor nos despertaba a las cinco, con mucho fervor. Luego de la misa comprábamos pan y desayunábamos juntos. Otras veces íbamos a misa en las tardes, con los padres redentoristas, y luego de la Eucaristía tomábamos helados y jugábamos en el parque. Para nosotros el fin de semana era un espacio de encuentro familiar, era el momento de estar juntos porque durante la semana mis papás trabajaban mucho. Esto sucedió hasta mi adolescencia, cuando me puse un poquito más rebelde y ya no quería ir a misa con ellos.
De niño fui a la escuelita Leonidas García, que quedaba a dos cuadras y media de mi casa. Era una escuela del Estado y mi curso no tenía sala de clases, entonces migrábamos por las casas de los vecinos que nos arrendaban un espacio como salones de clases.
Yo era bastante tímido, a veces me decían que era muy serio. Pese a eso tenía varios amigos con los que jugaba fútbol. En el barrio tenía muchos amigos, jugábamos en la calle hasta el anochecer.
Al terminar la escuela entré en un colegio que yo no conocía, el colegio San Felipe, que va a ser el que me marca a mí durante gran parte de mi vida y hasta ahora, porque ahí conozco a los jesuitas. Aunque yo venía de un colegio del Estado mi papá que soñaba lo mejor para nosotros, quiso que yo entrara ahí.
Mi llegada a ese colegio fue como la entrada al jardín de infantes. Fui solo, aunque ahora ya tenía doce años. Los primeros meses me costaron, fue difícil adaptarme. En la escuela yo era el mejor estudiante de mi grupo, en el colegio no era así y me causaba un poco de angustia.
La mayoría de mis compañeros que llegaron a estudiar al colegio venían de la Escuela de los Hermanos de La Salle, se conocían bastante. Éramos muy pocos los que llegábamos de escuelas del Estado, la mayoría eran de escuelas religiosas o privadas.
Tenía que hacer amigos para sobrevivir. Recuerdo que los primeros días no sabía cómo acercarme a las personas. Hasta que un día me comprometí a hacer algo sin saber siquiera qué era. Un profesor entró al salón de clases y preguntó si alguno de los estudiantes quería participar en un concurso de oratoria. Yo pensé “ésta es la oportunidad para darme a conocer”, y levanté la mano. También la levantaron cuatro compañeros más. Tendríamos que hacer un concurso para ver quién clasificaba. Luego bajé la mano y dije “¿y qué es la oratoria?”. La había levantado sólo por el instinto de presentarme de alguna manera frente a mis compañeros.
El tema para el concurso era “Los jesuitas en el Ecuador”. Para mí fue importante adentrarme en el ambiente jesuita a partir del conocimiento de su fundador y del modo cómo llegaron al país. Luego de meses de preparación finalmente fuimos seleccionados dos estudiantes que tuvimos que hacer un sorteo para representar al curso. Yo lo gané.
En el concurso era de los más chicos. Mis padres fueron a verme ese día. Recuerdo bien ese concurso, tuve que tener bastante personalidad porque nombraban a cada participante y el público aplaudía. Pero me nombraron a mí y nadie aplaudió. Respiré profundo y seguí. Mientras iba caminando al escenario pensaba “estos son puntos para mí, porque verán que no tengo barra que me apoye”. Entre nueve participantes obtuve el segundo puesto.
En el colegio no fui un buen estudiante, pues prefería dedicarme a otros menesteres y no al estudio: empecé a meterme en el equipo de atletismo del colegio, en la selección del fútbol, en el grupo de teatro. Seguí participando en concursos de oratoria y declamación. Mi colegio tiene una banda de guerra que en las fiestas de mi ciudad abre las fiestas con su presentación, también formé parte de esta banda. Y después de los 14 años me empecé a vincular con las parroquias, trabajé en mi parroquia como catequista, integré el grupo de misiones, igualmente grupos juveniles. Entonces prefería dedicar mi tiempo a todas esas actividades, antes que estudiar.
A los 15 años tuve mi primera enamorada, bueno aquí en Chile dicen polola. Esa experiencia la recuerdo con mucho cariño, un 29 de abril le dije que fuera mi enamorada. Recuerdo muy bien esa tarde de viernes, el corazón latía mucho. Estaba feliz de la vida. Fue muy lindo, pero como todo, se terminó. Un año más adelante conocí a otra niña en el ambiente de la parroquia. Ella fue mi segunda enamorada. Un 29 de septiembre me dijo que sí.
Mi adolescencia la viví junto a la parroquia y a un estadio. El fútbol fue mi pasión. Sólo llegar al estadio y oler el pasto, patear una pelota para mí era un placer.
A los catorce años empecé frecuentar la parroquia porque una religiosa colombiana me invitó a participar. Yo le dije que bueno y me integré al grupo de la Legión de María Juvenil, donde fui el secretario. La parroquia me fue exigiendo más cuando me pidieron ser catequista del grupo de Primera Comunión. Luego aparecieron las experiencias de misiones donde también participé.
Ciertamente comencé a alejarme un poco de mi casa por participar en todas estas actividades. Esto lo sentí en algún momento. Recuerdo que un fin de semana llegaron mis papás y mis hermanos de una estancia donde fueron a comer y a pescar. Yo había llegado antes y estuve solo en mi casa. Mis hermanos llegaron contentos, contaron qué habían pescado y comido. Sentí que estaba perdiéndome del ambiente familiar que antes tenía.
Mientras iba avanzando en el colegio, mi ideal, mi sueño, era ser un militar. El penúltimo año estuve prestando una especie de servicio militar para estudiantes los días sábado, la pre militar. Íbamos alumnos de todos los colegios de la ciudad.
En la pre militar recuerdo que aprendí a disparar, a pasar pistas de combate. A veces nos proyectaban videos sobre las fuerzas armadas del Ecuador, yo vibraba con ello. Tenía unos 16 años.
Pero cuando empezaba a verme más a mí mismo, me preguntaba “¿será que eso es posible? ¿será que yo puedo ser feliz siendo militar cuando siento también mucha alegría sirviendo a los otros, cuando siento que transmito paz, tranquilidad a los niños que se preparan para su Primera Comunión, o a los jóvenes que se preparan para la confirmación?”. Pensando en las noches, en mi pieza con esa vista tan bonita al Chimborazo, me preguntaba si sería posible ser feliz en la vida militar.
En ese momento apareció la figura del padre Carlos Paredes, mi párroco, al que en una tarde cuando estaba con el grupo de Infancia Misionera que acompañaba junto con mi polola, le dije “voy a hacer lo posible para que todos mis hijos sean curas, pero yo no”. El padre me decía “piénsalo bien, creo que es conveniente que entres al Seminario, yo puedo patrocinar tu ingreso, te podría pagar algo de lo que se requiere para los estudios”. Este sacerdote me motivó a pensar en la vocación sacerdotal.
Esto se empezó a unir con lo que yo veía en los jesuitas de mi colegio. Veía personas comprometidas con la educación de los adolescentes, también con el trabajo indígena. Yo me decía “estos tipos se ven tan felices, tan alegres”. Conocí al Rector y Vicerrector de mi colegio, que jugaban muy bien al baloncesto. Los dos Maestrillos eran entrenadores de la selección de fútbol. Yo decía “si me hago cura, quiero ser como ellos”. Porque sentía que eran personas preparadas intelectualmente y con muchos campos para trabajar. Entonces dije “si soy religioso, si soy sacerdote, yo quiero ser jesuita”.
Así pasé mucho tiempo -unos dos años- entre estas dos vocaciones, la de militar y jesuita.
Unas palabras de mi madre me ayudaron a definir el camino por el que debía optar. Cuando ella tenía unos 32 años, veía que tenía que formar una familia aunque dice que tenía miedo de contraer matrimonio. Tenía un novio desde hace mucho tiempo, seis o siete años. Ella me contaba que con frecuencia iba a la Iglesia y decía: “Dios mío, si quieres que me case con este hombre, que todo sea fácil. Pero si quieres que me case con otro hombre, pon todos los obstáculos para que no me case con él”. Al poco tiempo mi mamá se decepcionó de su pololo, terminó con él y apareció mi papá. Después de cuatro meses se casaron. Esa frase “si tú quieres, que todo sea fácil; pero si tú no quieres que sea difícil” quedó grabada en mí.
Llegaba el momento de hacer mis ejercicios espirituales, estaba terminando el sexto curso, o el cuarto medio. Iba vivir una “experiencia imperdible”, como decían mis compañeros más antiguos, un retiro donde uno pensaba cómo había sido su vida hasta el momento y como podía ser más adelante.
Empecé a vivir mi experiencia de los Ejercicios Espirituales, con un combate bastante fuerte. Llegué con toda la intención de confirmar mi vocación a la vida militar. Y poco a poco cuando iba revisando mi vida, cuando iba viendo cuáles habían sido los momentos importantes en los que Dios se había hecho presente, yo decía “creo que el Señor me llama a esto”. Recuerdo que de rodillas, al pie de la cama de la habitación en la que estaba haciendo los Ejercicios Espirituales decía “Señor, no me pidas esto, es muy complicado para mí dejar mi sueño, no pensar en una esposa. Es muy difícil para mí no pensar en mis cuatro hijos, mis dos niños y mis dos niñas. Es complicado, no me pidas esto por favor”.
En la tarde le pedí al Maestrillo conversar. Empecé a decirle como estaba, lo que sentía, le hablaba de mi historia. Él me preguntó: “bueno, ¿y cómo vamos con tu vocación?” Para mí fue una puñalada; me decía “¿por qué me pregunta sobre eso, si yo no quiero hablar?” Le dije “mira, de pronto sí he pensando un poco en ello, pero no sé si el Señor me llame a esta vida, la encuentro difícil, es un poco complicada para mí, además siempre he deseado tener una familia”. Él me dijo “acompáñame a saludar al Maestro de Novicios que está aquí dando el Mes de Ejercicios Espirituales a los novicios”. El Maestrillo me presentó y le dijo “mira, él está pensando en la Compañía de Jesús”. ¡No podía ser! Volvió a insistir.
SI
Creo que el tercer día de ejercicios espirituales, en mi habitación de rodillas frente al crucifijo, le dije al Señor lo siguiente: “Señor, si tú quieres que yo sea jesuita, haz que todo sea fácil. Pero si crees que yo voy a ser un mal jesuita o si quieres que no sea jesuita, pon todas las trabas para que yo no dé ese paso. Me pongo en tus manos. Pero eso sí, tienes que tener en cuenta que yo no quiero ser jesuita”.
Siento que ahí tuve un quiebre en mi decisión. Di un poco el brazo a torcer en mi vocación primera a la vida militar. Dije “mi vida tiene que ser al servicio de los otros. Y si realmente quiero ser militar, podré vivir en una Compañía de Jesús que parece tener un régimen militar”. De alguna manera tenía que sustituir mi deseo primero.
Y desde ese momento Las cosas empezaron a ser muy fáciles, muy sencillas, para entrar a la Compañía.
El discernimiento duró unos cuatro meses. Después de los Ejercicios Espirituales empecé a aceptar que el Señor me llamaba. Empecé a darme cuenta de que podía servir a los demás como servía en la parroquia, participando en el grupo de catequesis, de misiones, etc.
Lo que me dio más fuerza para tomar la determinación fue el sentir una herencia familiar bastante fuerte. Mis abuelos padecieron mucho y yo sentía que no estaba sufriendo como ellos. Veía a mucha gente que seguía sufriendo. Me parecía que así como ellos lucharon por dejar las injusticias de lado, yo también tenía que hacerlo. Tenía que entregar mi vida por ello, como ellos lo hicieron.
Con ese sueño yo entré. Con ese sueño de buscar una sociedad mejor, un país más solidario, un mundo más humano. De pronto ahora lo formulo con esas palabras, en ese tiempo, a los 17 años, lo formulaba sólo como que uno tenía que combatir. Para combatir había que prepararse muy bien. Y el mejor sitio para prepararse era la Compañía de Jesús. El mejor lugar para servir es la Compañía de Jesús.
Por eso me arriesgué y me lancé a la aventura en muy poco tiempo. Fui a hablar con el Provincial; él me preguntó por qué quería ser jesuita, yo le dije “siento que puedo dar mucho por los demás y que la Compañía de Jesús me brinda la oportunidad de crecer y de servir”.
El Provincial respondió “está muy bien, lo que te pido es que estés un año en el Prenoviciado. Ponte en contacto con el Promotor Vocacional y luego de eso hablamos”. Y así fue. Me puse en contacto con el Promotor Vocacional, hablé con él más o menos en julio, y él me dijo “te espero el 10 de septiembre en el Prenoviciado, en Quito”.
A eso de las seis de la mañana del 10 de septiembre de 1997 me puse en el centro del comedor de la casa, me puse de rodillas y le dije a mi mamá que me diera la bendición, que partía. Así lo hizo.
A mediodía llegué a Quito, mi papá me dejó en el Prenoviciado, me dio su bendición y tomó el bus para regresar a casa. Entonces dije: “empiezo una nueva vida”.
EL AMOR MÁS EN OBRAS QUE EN PALABRAS
El Prenoviciado en Ecuador tiene el nombre de Hogar Xavier, en honor a San Francisco Xavier. Acogía a jóvenes que estaban inquietos vocacionalmente, que llegaban preguntando por la Compañía en las diferentes obras o se comunicaban por algún conocido o por internet. Llegaban a conocer un poco de lo que se trataba la Compañía de Jesús, a tener un primer contacto. Las personas que deseaban conocer un poco más a la Compañía estaban invitadas a vivir allá, por dos, tres, seis meses. Mientras tanto podían seguir estudiando en la universidad. De hecho yo estudié un semestre de administración de empresas en la Universidad Católica de Quito mientras iba pensando, discerniendo mi vocación. Los fines de semana tenía mi apostolado haciendo catequesis en una parroquia donde trabajaban los estudiantes del Juniorado.
El Prenoviciado le permite a uno conocer a los jesuitas y me imagino que también los jesuitas conozcan a quien pretende dar ese paso de ingresar a la Compañía de Jesús. El Hogar Xavier nos permitía luego de un tiempo de estar ahí, ir a vivir en otras comunidades jesuitas. Yo fui a vivir en la comunidad San José de Guayaquil y a trabajar en Fe y Alegría, donde estuve tres meses.
Durante el año en el Prenoviciado conocí a la Compañía, un poco más. Conocí diferentes jesuitas que se dedicaban a la música, a la pintura, también a la ciencia, muchos investigadores. También empecé a conocer jesuitas de otros lados, que llegaban a nuestra casa. Por medio de películas y revistas sabía un poco más sobre el apostolado que la Compañía de Jesús realiza en el mundo. Esto me permitió darle un nombre a este amor que se iba construyendo en mí. Y este nombre era entrega. Yo decía “quiero entregarme acá”. Fue un período de enamoramiento de la Compañía de Jesús.
Me ayudó hacer un corte con mi familia, con mis amistades y mi ciudad, para empezar en un nuevo ambiente. Me dije “de aquí en adelante siempre tendré que estar empezando. Porque a muchos sitios me enviará la Compañía de Jesús”.
Dios fue acompañando este camino. Empecé a pensar que podía servir a los demás para sacarlos de su pobreza, para consolarlos, levantarles el ánimo. Pero no pensaba en servir a Jesús, Él más bien me iba acompañando en este camino.
El Noviciado fue la invitación a enamorarme de Jesús. Y a decir “de aquí en adelante Jesús debe ser el centro de mi vida, y no voy a estar acá por cumplir mis ideales, mis sueños, por una lucha por la justicia así no más, sino porque Tú me invitas a ello”.
La experiencia fuerte que tuve en el Noviciado sin duda fue el mes de Ejercicios Espirituales. Cuando estaba terminando yo no quería salir de ella, pues decía “como esta vida no hay otra mejor”. Estar constantemente con el Señor, con cinco horas de oración diaria, en silencio, en paz, caminando, rezando, con Eucaristía diaria… me dije “esto de seguir al Señor en la oración es fantástico”. En los Ejercicios Espirituales hubo un proceso de identificarme mucho con Jesús.
Lo más duro del Noviciado fue, para mí, el Mes de Hospitales en un hospital geriátrico. Quizás porque el cambio de Mes de Ejercicios al mes de Hospitales fue muy brusco. Pero también fue una oportunidad para caer en la cuenta de que uno le puede decir en la oración al Señor “sí, te quiero seguir”; porque en el Mes de Ejercicios Espirituales uno no le podía decir que no. Pero después, cuando llegamos a la vida de ordinaria decía “ah, el seguimiento implica esto”. No implica sólo momentos de consolación, de gozo, de entrega completa, como cuando uno está en la oración. Ese amor hay que llevarlo a la práctica también. Como dice San Ignacio, el amor hay que ponerlo más en las obras que en las palabras. En el Mes de Hospitales estuve invitado a cumplir eso.
Al finalizar el Noviciado hice mis votos con tres compañeros más. Esa experiencia sigue siendo inolvidable para mí. Antes de arrodillarme para hacer los votos, me acerqué a mis papás y les dije que también tenían que ponerse de rodillas. Yo decía “esto es nuestro, no es únicamente mío. Esta vocación es de la familia”.
Luego de que todos pronunciáramos los votos, mi mamá se levantó de su asiento, se acercó a donde todos habíamos hecho los votos arrodillados, se agachó, tocó con su manito el sitio donde estábamos inclinados y luego se persignó. Esto para mí fue un gesto tan potente que no pude parar de llorar. Con ese gesto me transmitió todo lo que implica la consagración, lo que acababa de hacer. Para mi mamá era definitivamente algo muy, muy sagrado.
Terminé el Noviciado y partí para el Juniorado, en Quito, donde comencé a estudiar Pedagogía en la Universidad Católica. Pero sólo por tres meses, porque el Juniorado en Ecuador se cerró y me destinaron a estudiar en Colombia. Cuando me enteré de este destino, esa noche no pude dormir. Era tanta la ilusión de salir del país.
La experiencia de Colombia, durante los cinco años que estuve, fue y sigue siendo una experiencia realmente inolvidable. En Bogotá realicé mis estudios de Juniorado y Filosofía. Terminé con el título de Licenciado en Filosofía. Los dos primeros años vivía prácticamente dentro del campus universitario, estudié en la Universidad Javeriana, que es de la Compañía de Jesús. El ambiente universitario me ayudó mucho a la formación religiosa y también mi grupo, éramos 17 estudiantes de primer año y un total de 30 jesuitas.
La etapa de Juniorado fue bastante bonita. El primer año llegué a conocer. Ese ha sido un modo de proceder mío, el primer año que estoy en otro país lo que tengo que hacer es únicamente dedicarme a conocer. Escuchar los dialectos, incorporar en el vocabulario palabras distintas, aprender modos y costumbres diferentes. Luego fui participando mucho más y compartiendo lo que yo traía, lo que soy. El fin de semana me medicaba al apostolado y durante la semana estaba en la universidad. Durante el primer año el apostolado lo realicé en una parroquia que no era de la Compañía de Jesús, Santa Inés. Luego de nueve meses pasé a trabajar en la parroquia San Francisco Javier donde más adelante se formó la Delegación Pastoral llamada Beato Alberto Hurtado. Con el pasar del tiempo se convirtió en la Parroquia San Alberto Hurtado, que es la primera en el mundo que lleva ese nombre.
Después de terminar mis estudios de Juniorado tuve que salir de la casa y dirigirme al sur de Bogotá, al Filosofado. Aquí, mis inquietudes giraban en torno al ambiente más filosófico espiritual. Uno de los deseos con los cuales entré a la Compañía de Jesús era el de servir por medio de los Ejercicios Espirituales, porque a mí me hicieron tanto bien en la etapa de la adolescencia. Dije “a muchos jóvenes les hará mucho bien, y no sólo a los jóvenes sino a tantas otras personas”. Me dediqué a investigar, a indagar por allá.
Académicamente logré dos cosas: integrar la filosofía con la espiritualidad, y también demostrar que yo no era tonto para estudiar.
Colombia me recalcó que el amor hay que ponerlo más en las obras que en las palabras. Si bien la universidad me ayudó mucho, al igual que mis compañeros y mis acompañantes espirituales, lo que más me dejó Colombia fue la relación con la gente más sencilla. En cada visita que realizaba tenía una mamá, un papá, otros hermanos y hermanas que me acogían como tal en sus casas y que me impulsaban mucho a seguir sirviendo a los otros. De ellos aprendí la entrega, el servicio a los demás, el compromiso con los más necesitados y con los que viven y padecen situaciones violentas, y el modo de tratar a la gente con mucha calidez. Además pude sentir que Jesús era el que consolaba, el que acompañaba, el que impulsaba a seguir adelante. Las manifestaciones religiosas como procesiones, la participación en la Eucaristía, las celebraciones, las catequesis; eran muy fuertes. Yo sentía que esta Iglesia vive porque esta gente vive con el corazón lleno de Dios. Ver al Señor en todas las cosas, en el corazón de cada uno de ellos, me hacía ver cómo el Señor actuaba en mí. Independientemente de los problemas que yo podía tener, la gente me decía que el Señor está, y que está haciendo maravillas.
PESCADOR DE HOMBRES Y MUJERES
Mi último año de estudios en Colombia tuve que dejar la parroquia que tanto quería y fui a trabajar en la Casa Manresa, el Prenoviciado en Colombia, acompañando a los jóvenes que estaban inquietos vocacionalmente, que querían entrar a la Compañía de Jesús. Trabajé un año ahí porque en mi Provincia ya se había decidido mi próximo destino para la etapa de Magisterio, como Promotor Vocacional en Ecuador. Entonces ahí empezó la tarea de ser el pescador de hombres, aunque yo decía que era pescador de hombres y mujeres para que fueran futuros religiosos, futuras religiosas y también para que formaran matrimonios felices. Porque entendía la promoción vocacional como algo más amplio que la vida religiosa, como una vocación de entrega, de servicio a los otros.
Cuando me destinaron a ser Promotor Vocacional,yo dije lo asumo, no hay ningún problema porque estoy hecho para obedecer. Lo dije no con el corazón, sino con la cabeza. Luego de despedirme de los jesuitas que tanto me habían acogido en la parroquia donde trabajé más de tres años, subí al auto y me hice la imagen de que estaba partiendo. Iba conduciendo y cada vez que me venía la imagen del desarraigo me iba cayendo una lágrima. Iba llorando, decía “no puede ser que me cambien. Tendré que empezar de nuevo”.
Además yo siempre había soñado con trabajar pastoralmente con indígenas, para recobrar un poco más de mis raíces. Mi sueño siempre era terminar mi formación como religioso e ir a trabajar en Guamote, que es el sitio donde los jesuitas trabajamos con el pueblo indígena en el Ecuador. Cuando me dieron mi nuevo destino me dije “ese sueño también se me va a ir al piso”.
Al conversar con mi Provincial le dije: “mire padre Provincial, yo con mucho gusto accedo a este apostolado como Promotor Vocacional, pero tenga en cuenta que mi vocación más profunda, la que yo siento como un llamado intenso, es la pastoral indígena. Además sueño con trabajar en la pastoral social, en el Hogar de Cristo o acompañando la educación popular en Fe y Alegría”. El Provincial me dijo “no dejes ese sueño a un lado, sigue soñando, pero por el momento sueña con una Promoción Vocacional”.
Dije: “si la Compañía de Jesús me pide este servicio, es porque cree que puedo responder bien a él, y manos a la obra, es lo que tengo que hacer”. Pero después, mientras iba transcurriendo mi trabajo como Promotor Vocacional, me decía “a mucha gente tengo la oportunidad de animarla a que trabaje con indígenas, en educación popular, en las obras sociales que tenemos en la Compañía de Jesús, con migrantes. Creo que el trabajo como Promotor Vocacional puede ayudar a muchos jóvenes a quienes impulse o anime realmente a trabajar por la fe y la justicia”. El Señor me fue acompañando para aceptar esta nueva misión que se me encomendaba.
Luego de un tiempo de conocimiento de lo que querían los jesuitas en la Provincia Ecuatoriana empecé a hacer un plan de promoción vocacional, y a pensar y soñar en algunas experiencias vocacionales.
El primer año de Magisterio fui ayudante del Promotor Vocacional y los dos años siguientes fui el Encargado de la Promoción Vocacional. Pusieron mucha confianza en mí, cosa que agradezco al Provincial, pues me confió este trabajo donde pude acompañar a jóvenes que están en la Compañía de Jesús en este momento. Me permitieron desplegar los sueños que yo tenía, por ejemplo, organicé las Misiones Xaverianas, donde participaban jóvenes de todos los colegios de la Compañía de Jesús del país. También organicé campamentos de jóvenes donde también iban chicos de los colegios. Para los que estaban más interesados en realizar un discernimiento vocacional formamos las peregrinaciones, donde los chicos salían por tres días a peregrinar, sin comida ni dinero. Estas experiencias todavía se mantienen y son espacios para que los jóvenes disciernan su llamado a la vida religiosa y al servicio cristiano.
Cada vez que recibía el ánimo de mis compañeros jesuitas me sentía bastante contento. Tenía mucho apoyo en los colegios y en las comunidades jesuitas; claro que también tuve malos ratos. Por ejemplo, cuando me preguntaban: “cuántos vocacionables tienes”. Mi respuesta era la siguiente: “enviados por esta comunidad no tengo a nadie, por otras sí”. Esta era una forma de decirles a mis hermanos que el trabajo era de todos.
Considero que la promoción vocacional tiene que ser una promoción humana, para que el mundo sea más humano, más solidario, un mundo comprometido con el otro. La vocación no se reduce únicamente a la sacerdotal o religiosa, sino que es una vocación al servicio. El sello que le quise dar a la Promoción Vocacional fue la imagen de Jesús diciendo a sus discípulos “yo no he venido a ser servido, sino a servir”. En la invitación a servir a los demás están involucrados hombres y mujeres que trabajan en distintos campos. La invitación que hacía entonces a los jóvenes era a preguntarse ¿qué desea Dios de ustedes?
Creo que el mayor fruto de mi trabajo en la Promoción Vocacional fue dejar a los jóvenes con la inquietud de que no pueden conformarse con lo que ellos desean, sino que deben abrir un poco más su horizonte para ver qué es lo que Dios y la gente desean de ellos. El Señor habla a través de las personas, no me llama telefónicamente ni me pone un mensaje en el Facebook para decirme lo que tengo que hacer. Me habla a través de lo que la gente me está diciendo. Por eso los jóvenes tienen que tener los ojos bien abiertos para ver lo que les dice Dios a través de las personas.
Al terminar mi trabajo como Promotor Vocacional fui disponiéndome para poder comenzar una nueva etapa de mi formación, la etapa de Teología, con la cual también soñaba. Le había dicho al Provincial que quería estudiar en Brasil para poder conocer otra lengua, para rezar en otro idioma y tener una nueva experiencia de Iglesia y de Compañía.
Mi Provincial me destinó a Brasil, pero no pidió cupo. Entonces me quedaban dos opciones, regresar a Colombia o venir a Chile. Yo decía: “si regreso a Colombia pasaré como en mi casa, disfrutaré el reencuentro con mis amigos y la universidad”. Pero quería conocer una cultura completamente distinta.
El Provincial pidió cupo para que fuera a Chile, el Provincial de Chile me aceptó, no sé cómo pero me aceptó, muchas veces me digo que entré por la ventana. Empecé a soñar con venir a Chile, con el sueño también de empezar un Teologado internacional.
Vine con ese deseo. Al llegar a Chile una vez más llegué a un sitio donde no conocía a nadie. La experiencia de una casa internacional, donde vivimos jesuitas de varias nacionalidades ha ido enriqueciendo nuestra formación como religiosos. Nos ha permitido conocer diferentes maneras de ser jesuita.
La Comunidad San José, donde vivo actualmente, es una de las tres casas del Teologado Interprovincial de la Compañía de Jesús en América Latina. Vivimos once jesuitas, cuatro formadores y siete estudiantes. Los formadores son chilenos, y los estudiantes somos de Venezuela, Colombia, Perú, Ecuador, Uruguay y Chile. Nos hemos ido conociendo y formando una comunidad en la que se procura compartir sueños, seguir fomentando una Compañía de Jesús universal y ver cómo podemos responder a lo que el mundo nos pide.
Los estudios han sido más enriquecedores que los de Filosofía, quizás porque se acerca la ordenación sacerdotal y porque uno se empieza a enamorar mucho más de Dios, no sólo en la oración sino que también a través de los estudios teológicos. A veces el estudio se vuelve oración; es decir, la oración no sólo se alimenta de lo que uno vive en el apostolado sino que también de lo que escuchas en las clases.
Para mí resulta muy enriquecedor combinar la experiencia pastoral que vivo en la Parroquia Jesús Obrero, donde estoy trabajando, con lo que vivo en la universidad.
En la parroquia colaboro en la catequesis familiar, acompañando catequistas de niños y de papás, y también a grupos de personas adultas que están preparando a sus hijos para la Primera Comunión. A veces me piden un consejo, y yo procuro decir algo desde lo que he aprendido, desde lo que me invita la Compañía a dar con la formación que me ha entregado, y hablando en un lenguaje que la gente entienda. Para eso tuve que aprender a hablar chileno durante un año.
Todavía me falta un año de estudios en Teología. Veo con mucha ilusión la ordenación sacerdotal. Siento que el Señor me ha ido confirmando a lo largo de mi vida como jesuita que éste es mi camino. El amor se ha vuelto mucho más intenso cuando he podido experimentarlo a Él en la gente. Le doy gracias a la Compañía de Jesús por haberme permitido prepararme un poco en los Ejercicios Espirituales; y es que los momentos más profundos de relación con Dios han sido los momentos de oración en los Ejercicios Espirituales cuando he acompañado a jóvenes y adultos, pues al escuchar a las personas e ido descubriendo cómo Dios se iba haciendo presente en sus vidas, y a través de lo que me decían; se iba haciendo presente en la mía.
Saber que la gente iba dejándose guiar para ir encontrándose con el Señor me permitía ir descubriendo que el sacerdocio, el llamado a consolar, a acompañar, a impulsar a otra gente, iba confirmándose en mí.
Me apasiono hablando, buscando la manera de transmitir el mensaje de reconciliación, de perdón, de anuncio del Reino de Dios. Esto me hace soñar con el sacerdocio y con un cristianismo comprometido. Si esta gente está sedienta de Dios, yo no puedo que darle cualquier cosa, yo tengo que prepararme muy bien para acompañarlos. Antes de alguna celebración o de los puntos que tengo que dar en los Ejercicios Espirituales, siempre me encomiendo al Señor pidiéndole “pon tus palabras en mi boca para que pueda ser un testigo tuyo”.
Como jesuita no todo ha sido fácil. Por ejemplo, en la etapa de Juniorado en Colombia pasé por un momento de crisis. Empecé a ver un mundo lleno de violencia, incomprensión y dolor. Algunos jóvenes que conocí en el apostolado fueron asesinados. Yo no podía explicarme esas muertes violentas. Sentía mucha angustia y pensaba que el mundo en el que yo soñaba era imposible cuando reinaba la muerte, cuando el egoísmo gobernaba en los corazones. Viví meses de total sequedad y tuve que seguir estudiando pese a esto. Me di cuenta que no todo en la vida era felicidad, pero que con la ayuda de Jesús un mundo nuevo era posible.
Otro momento difícil en mi vida fue una experiencia de enamoramiento, ya siendo jesuita. Me preguntaba cómo podía llevar mi vida de religioso con un deseo que me invitaba a tener un amor más exclusivo, a estar sólo con una persona y no con el corazón abierto a tanta gente como sacerdote. Lo que me ha ayudó a encontrar sentido a esta experiencia de enamoramiento fue ser transparente con la Compañía de Jesús. Decir “me está pasando esto, me estoy enamorando, esa chica me gusta, siento que estoy llamado a formar un hogar, etc.” Escuché a mis acompañantes espirituales que me decían que no me asustara, que la elección que había realizado no la podía cumplirla sólo con mis fuerzas, sino con la gracia del Señor. A través de experiencias como estas, he visto que soy un hombre, que tengo corazón, que siento y que estoy invitado a amar, y que tengo que contar con mi fragilidad. No puedo cerrar mis ojos ante la primera mujer bonita que aparece. Por esto doy gracias al Señor, ya que con experiencias como estas ha ido fortalecido mi vocación.
He comprendido que después de un momento difícil, siempre llega un momento de esperanza, de resurrección, de fiesta. Esto he podido compartirlo con otros, cuando están tristes y desanimados. A ellos les digo que los momentos de desolación pasarán, y que llegará la luz.
Tengo muchos sueños. En este momento sueño con terminar mis estudios, con regresar a mi país y empezar a trabajar en la promoción vocacional y en la Pastoral Juvenil, que son, hasta el momento, mi próximo destino en Ecuador. Sueño con animar a muchos jóvenes y en emprender un movimiento juvenil muy grande en el país, donde Dios, la fe y la justicia estén presentes en cada una de las vidas y de las cosas que hacemos; en la oración y en la acción.
Soñando un poco más, a veces me veo en la selva del Ecuador donde los jesuitas no tenemos ningún trabajo. Sueño con abrir una casa jesuita allá. Pero creo que antes de ello debería acompañar a mucha gente en su discernimiento vocacional, para que así algunos jesuitas podamos ir a trabajar en este rincón del país. Si es voluntad de Dios esto se cumplirá.
Le agradezco mucho a la Compañía de Jesús su confianza, porque apostó por mí al admitirme al Noviciado. Por la confianza que me dio al designarme como Promotor Vocacional y al enviarme a estudiar fuera del país en dos ocasiones. Agradezco también la posibilidad de encontrarme con la espiritualidad ignaciana, que es muy profunda cuando nos invita a relacionarnos directamente con Dios, y muy apostólica cuando nos invita a hacer realidad la voluntad del Padre sirviendo al otro.
Le agradezco muchísimo a Dios el haberme regalado la familia que me dio, mis papás y mis hermanos, con quienes me siento muy unido pese a la distancia. Por haberme dado la disponibilidad de moverme de un lado a otro y no requerir de muchas cosas para vivir, pues eso me ha hecho ágil. Y por haberme dado un corazón que hace amigos con facilidad. Por todo esto puedo decir: ¡gracias Señor, gracias!