Juan Cristóbal Beytía: «“Salir del centro es muy importante para tener un buen discernimiento”
La historia vocacional de Juan Cristóbal Beytía SJ no tiene un inicio épico, con un gran hito que le hizo un “click”. Fue un proceso paulatino el que lo llevó a convencerse de que debía realizar un discernimiento para ingresar a la Compañía de Jesús.
Mirando
hacia atrás, el actual director de la revista Mensaje y socio del Provincial es
capaz de reconocer y destacar algunos rasgos elementales que debe tener un buen
discernimiento vocacional. Recuerda las convicciones de aquella época, a
comienzos de los 90’, cuando sus inquietudes empezaron a germinar, así como
también los miedos que afloraron cuando el camino se hacía realidad.
“Juancri”, como lo conocen sus más cercanos, reconoce abiertamente y con cierta
cuota de humor que en su vida como jesuita jamás ha sido enviado a los lugares
que quería, pero que en esas misiones indeseadas ha aprendido a creerle a Dios,
porque siempre terminó pisando tierra fértil.
¿Los votos?
Le costó tiempo vislumbrar los beneficios del voto de castidad, mientras que ha
tenido que ir aprendiendo a convivir con el de obediencia.
Aquí, una breve conversación sobre el discernimiento y la historia vocacional
de Juan Cristóbal.
¿En qué momento de tu vida la inquietud vocacional empezó a tomarse en serio?
La primera vez que consideré la vida religiosa fue en primer año de universidad, pero en ese momento estaba en otra. Tenía polola, el grupo de amigos y un proyecto de trabajo social en La Pintana con mi comunidad de CVX. En ese punto parecía más interesante una vocación laical. Comprometida, pero laical. Fue en cuarto año de carrera cuando volvió a surgir esta idea. Pasaron varias cosas ese año, murió gente relativamente cercana y fue avanzando el tema del trabajo apostólico social. Había un tema eclesial muy fuerte en esa época, yo estaba en CVX y tenía un compromiso muy importante con la iglesia de Santiago. Con todo eso encima me metí en abril de ese año a hacer un discernimiento y en abril tomé la decisión de postular.
Dices que ese año pasaron muchas cosas. ¿Recuerdas algún hito particularmente inspirador o alguna persona que te haya ayudado a descubrir esta vocación religiosa?
Hay dos tipos de vocaciones. Hay casos en que hay un “click”, un momento en que te llega un mazazo y tú dices “esto es”. Y hay otros casos en que se dan procesos largos, más suaves. Y te diría que mi caso es el segundo. No hubo un momento en que tijera “aquí lo veo claro”. Es algo que fue decantando durante 3 años. Sí en ese cuarto año entre los Ejercicios Espirituales, las conversaciones con mi comunidad yo fui viendo que momentos en que gente era feliz por cosas que yo había hecho. El apostolado en La Pintana, el trabajo con comunidades, temas de acompañamiento espiritual, gente que quería conversar con uno siendo uno laico. Entonces la idea que empieza a rondar es pucha, esto en vez de hacerlo en el tiempo que me queda, podría hacerlo toda mi vida.
Antes mencionaste la muerte de personas cercanas, ¿cómo eso te movió internamente?
Hubo un par de personas que murieron y que inevitablemente me conectaron con cuando era chico. Yo a los 8 años tuve una enfermedad muy grave, estuve desahuciado, pero la superé y sigo vivo. Cuando me enteré un poquito más grande de lo mal que había estado me quedé con una pregunta: ¿en qué vale la pena gastar la vida? Y entonces, estas muertes de ese año para mí fueron importantes en el sentido de que resucitaron esa pregunta previa que yo tenía. Para qué vale la pena vivir. Y es una pregunta súper ruda cuando te la tomas en serio.
¿Qué elementos debe tener un discernimiento serio?
Uff, se me
ocurren algunas cosas. Primero, es muy importante acompañarse para evitar los
dos desvíos presentes en un discernimiento: hacer pasar por vocación lo que no
es o correrse cuando la vocación es verdadera. También es importante vivir el proceso
con genuina libertad de que sea lo que Dios quiera y no con el foco en la
realización personal. Porque justamente esa realización personal termina
dándose igual cuando uno busca que otra gente sea feliz. Salir del centro es
muy importante para tener un buen discernimiento. También creo que es
importante liberarse antes de otros compromisos. No es honesto hacer un
discernimiento vocacional mientras estás pololeando. Es como conversar y salir
con otra galla para ver si te resulta. Y eso no se hace, es poco honesto y
enturbia las decisiones. Hay un mínimo de libertad y por eso considero
interesante que los jóvenes que entran al pre-noviciado tengan que dejar su
pega, porque es una forma de decir “yo esto quiero entrar y quiero entrar con
libertado”
¿Qué papel jugaron los votos en tu discernimiento?
En ese momento para mí era muy importante entender que la vida religiosa implicaba una entrega total, radical. Y era importante también ver esta radicalidad en jugársela por la causa de Jesús. Sin un tinte sacerdotal, sino que lo mío era la vida religiosa, el hacerme disponible en la misión de la Compañía. Fe y justicia. La palabra justicia era y sigue siendo una palabra muy potente. Y en ese momento ni el voto de obediencia ni el de pobreza eran un gran tema. El voto complejo era el de la castidad. Y años más tarde, ya dentro de la Compañía yo planteé en una reunión de Provincia –muchos todavía se acuerdan- que la castidad hasta ese momento era puro costo. No veía el beneficio cuando hacía el contrapeso. Y bueno, no es que con el tiempo deje de ser complejo, porque no deja de serlo, pero uno sí va encontrándole el lado amable. El voto de castidad te da una libertad enorme para poder moverte de un lugar a otro sin grandes amarras. Te permite amar de manera más amplia, más universal. No tienes las obligaciones propias de una vida familiar y efectivamente puedo ser un cura entregado 24/7.
Antes de entrar no te preocupaba el tema de la obediencia, ¿cómo lo tomas hoy?
Se va tornando más difícil (risas). Porque las grandes obediencias tienen que ver con dónde vas a vivir y dónde vas a trabajar. Mis compañeros se ríen un poco porque yo lo digo abiertamente… a mí la Compañía nunca me ha enviado donde he querido. Desde el Noviciado. Pero, con todo, cuando miro mi historia para atrás, a pesar de ir a lugares donde no quería, en todos hubo gracia de Dios. Me encontré con gente que creció, que me hizo crecer, con tareas desafiantes. Pude aportar algo que yo traía a esas comunidades y a la Iglesia. Y he podido verlo, valorarlo, entonces Dios ha sido fiel. Con el tiempo he ido aprendiendo a creerle a Dios. Cuando me enviaron a Techo todos me decían “oye, pero es una obra tremenda, vas a salir en la tele, puedes hacer tanto bien”. Y sí, todo eso era real, pero yo creía y creo que había gente mejor que yo para esa misión. Pero bueno, la asumí porque me lo pidieron y me metí. Y Dios fue fiel porque en Techo crecí, crecieron los demás, creció la institución, aporté lo que pude aportar, hubo mucha gratitud. Entonces cuando me mandan a un lugar yo le digo a Dios “no entiendo, pero viejo, ahora tú te las arreglas”.
En tu proceso de discernimiento predominaba el concepto de “radicalidad, pero… ¿había espacio para los miedos?
Sí po’, obvio que sí. Sin ir más lejos, el día que tenía la jornada vocacional me subí a la micro que se iba por Bilbao para llegar al San Ignacio y tengo la sensación de que ha sido el viaje más largo de mi vida. Porque a esas alturas todavía podía tomarme la micro de vuelta y se me pasó por la cabeza mucho rato. Siempre estos pasos van acompañados de un momento de miedo y hay que contar con eso. El miedo es el espacio donde de alguna manera el mal espíritu te juega en contra, se aprovecha para sacarte. Entonces ha sido un tema importante espiritualmente el tema de los miedos para discernirlos. Cuando siento miedo tengo clarísimo que en ese espacio el mal espíritu entra con mucha más facilidad y desordena. El miedo lo tuve y lo he tenido muchas veces de ahí en adelante. Pero vuelvo a lo mismo, decirle a Diso “estoy aquí y supongo que tú te vas a poner”.
Y los momentos de crisis o de desolación, como cuando un compañero abandona la Compañía, ¿cómo haces para mantener viva la llamita vocacional?
En momentos de duda lo que me ayuda es mirar para atrás y ver las historias que mi vida ha afectado La gente con la que trabajé en el Mej, las personas de la parroquia Padre Hurtado, la gente de CVX Secundaria y de Jóvenes, todos los bautizos, funerales, matrimonios, prédicas, retiros… y no puedo traicionar todo eso, no puedo decir “bueno, todo eso pasó mientras jugaba en el Barcelona, ahora me cambio de equipo”, por hacer la comparación contingente. Porque para toda esa gente fue muy importante no porque fuera Juan Cristóbal, sino porque había un jesuita, un religioso, un cura que los acompañó. Entonces no puedo borrarlo y decir que fue una etapa de mi vida y bueno, fue bonito mientras duró. Yo, de alguna manera, soy con todas las personas que han estado en mi historia y en cuyas historias yo también he estado como jesuita, como cura, y tengo que ser responsable con eso también.
Tú estudiabas ingeniería, parecías tener la vida laical encaminada, ¿cómo fue el proceso de contarle a tu familia?
Mis papás conocían mucho a los jesuitas, tanto su lado brillante como su lado mísero. Les importaba que yo conociera la Compañía real y que no me encandilara con imágenes de religiosos que no mostraban el panorama completo. Les importaba que conociera, por ejemplo, la vejez en la Compañía. Cuando les conté mi papá fue súper práctico. “Tú tienes 21 años, puedes hacer lo que quieras con tu vida y te vamos a apoyar”. Mi mamá, por su parte, me dijo “mira Juan Cristóbal, lo único que es importante es que tú en algún momento estés enamorado de Jesucristo. Porque un día domingo cuando ya se hayan terminado las misas tus hermanos van a estar con su familia en su casa y tú vas a estar solo. Cuando te enfermes a tus hermanos los van a cuidar distintas personas y tú vas a estar solo. Y ahí lo único que cuenta es que tú estés enamorado de Jesús”. Fue súper clave. Y bueno, en ese momento yo no sé si estaba enamorado de Jesús, me parecía raro esto de “enamorarse” de Jesús. Pero finalmente creo que mis padres tenían mucha razón.