Luis Roblero sj: «Los católicos estamos en deuda porque fuimos ‘romantizando’ la pobreza»
Luis Roblero sj, capellán de Gendarmería, asegura que el plebiscito del 25 de octubre es el resultado de un país “que exige cambios urgentes en nuestro modo de vida”. Cree, además, que los católicos estamos invitados a participar en este y los futuros procesos político-sociales que se avecinan, pero entendiendo que jugamos de visita.
Durante esta entrevista, este jesuita de 54 años no esconde sus críticas al rol que ha jugado la Iglesia durante las últimas décadas, manifestando que los católicos hemos “romantizado” la pobreza y asegurando que la primera causa por la que debe jugársela la Compañía es “su propia conversión”.
Además, aboga por un espacio para las personas privadas de libertad en los procesos que se avecinan y nos plantea su tesis de lo que está en juego en la elección que dirimirá si se inicia un nuevo proceso constituyente.
Estamos ad portas de un momento histórico, que puede abrir la puerta para la redacción de una nueva Constitución, ¿Qué rol debemos jugar los católicos en este proceso y en los que se avecinan?
Ciertamente estamos viviendo un momento importante. Chile es un país joven, pequeño y con serios problemas como la inequidad, pero también encontramos en nuestra historia a grandes personas que se la han jugado por hacer de Chile una tierra próspera. El tema es que hemos sido incapaces de repartir en justicia lo que producimos. Post dictadura gozamos de largos años de buena política que fueron capaces de entregar paz social, reparar en parte las violaciones a los DDHH y avanzar en materias de educación, salud y vivienda. Pero hubo un gran problema: se nos fue olvidando que la política se hace desde la gente, desde sus vidas, desde los territorios; y que la economía debe dialogar permanentemente con ella para que entregue a todos/as lo que les corresponde para vivir con dignidad. Los católicos estamos en deuda porque fuimos “romantizando” la pobreza predicando la caridad y no la justicia. Nos fuimos enamorando de la palabra solidaridad y dejamos a un lado inclusión, integración, equidad, reparto, en definitiva, justicia. ¿Cuál es nuestro rol? Jugar de visita en un mundo al cual también hemos sido invitados, no de local ni de jefes de tribu, sino que ser uno/a con todos/as. Somos llamados/as a vivir en plenitud Mt 25, aprender a gozar la vida, a no hacer de la culpa moral el motor de nuestra vida, sino que entregarnos por completo a dejarnos amar a Dios en cada creatura humana y en toda la creación. Y, desde ahí, desde esa plenitud compartida, soñar con todos y todas un Chile capaz de asegurar la dignidad y sacralidad de la vida humana. Y ponernos manos a la obra.
¿Qué importancia le atribuyes al plebiscito del 25 de octubre? ¿Qué se juega Chile?
El deseo de la inmensa mayoría por una nueva Constitución es expresión del clamor de “los sobrantes” como dice el papa Francisco. El país exige cambios urgentes en nuestro modo de vida y nuestro modelo de sociedad porque queremos vivir con dignidad y sabemos que hoy ella es posible para todos/as. Es un clamor que también entiende que la actual clase política y en particular el Parlamento han sido incapaces de promover un territorio capaz de asegurar la vida digna y libertad de las distintas identidades que lo habitan. Diría que más que un rechazo a las políticas sociales que se gestaron desde los años 90, es un rechazo a un modo cupular de hacer política que se fue instalando en Chile; la política desconectada de la vida de la gente, la de la discusión chica, egoísta y enceguecida con el poder. Entonces, el 25 de octubre nos jugamos la posibilidad de enmendar el camino, de corregir, limpiar; nos jugamos la posibilidad de una buena política para el futuro porque de ella depende la dignidad y libertad de las personas. Se tienen que rediseñar los tres poderes del estado y el sistema de partidos porque se agotó su modelo.
El estallido social evidenció y subrayó el descontento que existe en gran parte de nuestra sociedad por las desigualdades sociales, pero también agudizó una fuerte polarización política y social en Chile. ¿Cómo se enfrenta este fenómeno? ¿Debemos acostumbrarnos a esta polarización?
Lo que se está dando en Chile es un estallido social y no una polarización política. Un estallido que no habla de dos Chiles enfrentados al modo del tiempo de la dictadura, sino que de una población que terminó colapsando por la violencia que acarrea la marginalidad, la inequidad y los abusos. Hay escándalos de proporciones que benefician a una minoría y no siempre ellos representan a los más ricos; para nada. Los abusos vienen de sectores organizados que acaparan lo que no les pertenece. Mira el estado como está capturado por grupos de poder que abusan de lo público en beneficio propio; el ejemplo más dramático es Sename. Nosotros como Iglesia y como Jesuitas también hemos sido, en parte, de esa casta de privilegiados que jugábamos con reglas distintas a la de la inmensa mayoría. Esa violencia estructural, normalizada e invisibilizada se acumula en la vida humana y en la historia de los pueblos. Se acumula como la nicotina en los pulmones hasta que colapsa. Eso es lo que estamos contemplando. La polarización política que se da en el Parlamento es cosa de una ínfima minoría que trata de colgarse del clamor popular para ganar uno que otro voto, pero es irrelevante.
En las marchas son muchas las demandas que se hacen patentes. Mejores pensiones, mejor salud, igualdad de género, entre otras… ¿qué demandas sociales crees que son las más urgentes? ¿Por qué causas la Iglesia tiene que jugársela con más fuerza?
La primera causa por la que tiene que jugársela la Iglesia Católica y la misma Compañía de Jesús, es su propia conversión. Hemos sido parte de la estructura de abusos y miles de víctimas han quedado heridas producto de nuestro pecado. Tenemos que volver al Evangelio, al sentido eclesial, al amor incondicional por Dios y por sus predilectos que son los pobres. No tenemos que salir a predicar a las calles y menos ir a convertir a otros para que construyan el Reino; tenemos que dejar de poner duras cargas morales sobre las espaldas de la gente, acoger con cariño la rica en inmensa variedad de personas y opciones que habitan en nuestra tierra. No existe un único camino, un único modo de vida para llegar a Dios y construir su Reino, sino que miles. Nuestro marco es el Evangelio de Jesús y de su Iglesia, no el que fuimos construyendo para imponer nuestra voluntad.
Desde el 18 de octubre pasado muchas cosas cambiaron rotundamente, primero por el estallido social y luego por la pandemia. ¿Cómo se han vivido estos hitos al interior de la cárcel? ¿Hay espacio para las personas privadas de libertad en los procesos de transformación que se avecinan?
La cárcel es un espacio de violencia y muerte que traspasa los muros y se reproduce en las poblaciones hoy marcadas por la narco-cultura. Lo que se vive al interior de una cárcel siempre es expresión de lo que está pasando afuera. Ese es el gran drama de la cárcel, que siempre nos habla de una realidad amplia, compleja y violenta que hasta la fecha no hemos querido ver. La violencia que la azota es la violencia instalada en muchas vidas y espacios. Personas y grupos humanos violentados por la marginalidad, precariedad y pobreza. Caldo de cultivo perfecto para que se engendren violencias estructurales que violentan personas, convivencias y a la creación en su totalidad. Por lo mismo, darle espacio a la cárcel es darle espacio a esas poblaciones y territorios abandonados. Si ellos entran a compartir esa dignidad creacional que deseamos para todo, la cárcel dejará de existir.
¿Cuánta libertad hay al interior de la Compañía de Jesús para manifestar posturas políticas? ¿Hay espacio para la diversidad al interior de la congregación?
Muy buena y delicada pregunta. La Compañía de Jesús está formada por personas de carne y hueso. No está formada por superhéroes, sino que por personas que comparten las mismas riquezas y pobrezas de todo el mundo. El deseo por el poder y el éxito también nos sedujo y esto nos acarreó a una crisis, que como dije dejó una estela de dolor y muerte de la que tenemos que seguir haciéndonos cargo. Pero hemos comenzado a caminar de vuelta a casa. Nos costó darnos cuenta, pero el `hambre` también nos hizo recitar con el hijo pródigo, “Padre he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco ser llamado hijo tuyo…” Hoy sí, hoy sí hay espacio para la rica diversidad de vidas, modos, opiniones, opciones… para la rica diversidad que puede expresarse dentro de nuestro “modo de proceder” consagrado en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio.
¿Qué le dirías a un muchacho que siente mucha inquietud por la vida religiosa, pero que también siente mucho interés por el mundo de las políticas sociales?, ¿es la Compañía de Jesús un lugar en el que podrá desplegar ambas vertientes?
La Compañía de Jesús es una orden religiosa. Nos consagramos para vivir un particular vínculo amoroso con Jesús. Es un grupo humano que busca amar a Dios en todas las cosas y que, como consecuencia de ese amor, participa con muchos/as otros/as en la construcción del Reino de Dios. Por lo mismo debiera haber espacio para desplegar los más ricos y variados intereses que vehiculan la vida humana, desde el silencio de la oración, la paciencia del sembrar una huerta, la gratuidad de compartir la vida con una comunidad, hasta el hacerse parte de la más noble causa por la justicia para con la Creación.