Nelson Peña sj: «Me animé a tomarme el tema vocacional en serio porque experimenté un amor mayor»
Nelson Peña sj (46), nacido y criado en Santiago, ha pasado gran parte de su vida como jesuita viviendo en regiones lejanas a la capital. Hoy, experimentando su segunda etapa en Osorno, destaca lo que significa vivir en el sur y relata su trabajo en el colegio San Mateo, un trabajo que se expande más allá de las fronteras del colegio.
En esta entrevista también viajamos en el tiempo a aquellos años previos a ingresar a la Compañía. Y nos encontramos con la historia de un joven distanciado de Dios, que tuvo que dejar los estudios para ponerse a trabajar y que paulatinamente, por distintas experiencias y personajes –como Pedro Arrupe-, fue acercándose nuevamente a la Iglesia y especialmente a la Compañía de Jesús.
Esta es la historia de un camino singular, plagado de prejuicios y temores, pero que siempre tuvo la ventaja de ser guiado por un amor que era más grande que cualquier otra cosa.
¿En qué consiste tu misión como jesuita en la comunidad de Osorno?
Actualmente soy el Capellán del colegio San Mateo; parte de mi misión es colaborar con el rector en su trabajo de animación, acompañamiento y cuidado de la comunidad escolar. Además, soy parte del directorio del colegio San Francisco Javier.
Algunas actividades pastorales que desempeño cotidianamente son: dar ejercicios espirituales y talleres formativos; dar clases de religión; presidir diversas celebraciones y eucaristías; atender pastoral y sacramentalmente -junto a mis compañeros jesuitas- a las personas que lo solicitan, etc.
¿Qué factor distintivo tiene desplegar tu vocación jesuita en Osorno?
Desde la llegada de los jesuitas a Chile ha existido una cercanía pastoral significativa con la zona sur del país; basta recordar el trabajo misionero en la Araucanía, en Chiloé y sus alrededores… En Osorno, en particular, llegamos el año 1959 a dar un impulso educativo, cultural, social y religioso a la ciudad.
Según mi percepción el colegio San Mateo se ha distinguido por su sentido comunitario y cristiano, por su sensibilidad social, por su promoción humana y por su desarrollo deportivo. Muchos de estos elementos le han permitido ser una comunidad abierta, solidaria y cercana a las necesidades de la región.
Destacaría, de manera particular, la posibilidad concreta que ha dado el colegio a cientos de familias de escasos recursos que han sido parte de esta comunidad escolar; señalar, en este sentido, que todos los años entra un curso a la enseñanza medio con jóvenes que pueden acceder a este establecimiento por becas socioeconómicas. Hemos sido testigos como la mayoría de ellos y ellas, después de su paso por el San Mateo, han podido entrar a buenas universidades y han logrado construir, en su vida de egresados, un bienestar mayor; este sistema tiene más de 50 años y es digno de destacar y, según mi opinión, de imitar.
Has vivido en Santiago, Arica, España… ¿Qué destacarías de vivir en Osorno?
Debo confesar que cada día que pasa me siento más cercano a las regiones; he vivido los últimos 15 años fuera de la capital. Me agrada que todavía se puede llevar un ritmo de vida más tranquilo y amigable; las distancias son otras y la gente es reposada y amistosa.
En lo personal vivir en regiones me ha significado ganar en calidad de vida; cuando vivía en Santiago siempre andaba corriendo y vivía más acelerado. De Osorno, en particular, me gusta mucho el contacto con las personas, el clima (incluida la lluvia) y sus hermosos paisajes. ¡Me gusta estar acá!
¿Cómo manejas el tema de la disponibilidad? ¿Cómo manejas la incertidumbre de no saber en dónde estarás en algunos años más?
Hasta ahora la llevo bastante bien… ¡Gracias a Dios! (risas).
Sabía que al entrar en la Compañía se esperaba que me hiciera disponible a la misión, más allá de un lugar determinado o de una tarea concreta. Esto es algo que se espera del jesuita formado. Esta característica de su carisma apostólico fue una de las razones que me sedujeron para pedir entrar. En ese momento, incluso hoy, no me veía -ni me veo- toda la vida en un solo lugar.
La figura de Ignacio de Loyola como peregrino siempre ha sido muy inspiradora e interpeladora para mí. Ir de un lugar a otro, estar siempre en camino o preguntándole a Dios a dónde me quiere llevar me ha animado vocacionalmente. Ello, junto con la necesidad que tengo de peregrinar hacia mi interioridad para profundizar en mi fe y mi búsqueda de la voluntad del Señor.
En mi formación como jesuita el cambio frecuente de apostolados, el vivir en distintos lugares, el cumplir misiones diversas, etc. me ha ayudado a no acomodarme. Por lo mismo me siento tranquilo para decir que estoy abierto a partir cuando la Compañía vea que puedo colaborar mejor en otra misión. En este sentido me siento hoy con libertad y disposición… pedir esta gracia ha sido parte de mi oración. Para mí ser peregrino como jesuita es ser disponible.
¿Qué recuerdas tú de los años previos a entrar a la Compañía? ¿Cómo recuerdas ese proceso de discernimiento previo?
Hubo un punto de mi vida en que estuve muy alejado de Dios, pero algunas experiencias de vida me ayudaron a volver a mi opción creyente. A través de diversas actividades, sobre todo misioneras y pastorales en sectores rurales, me ayudaron, en su momento, a tomar conciencia de cómo vivía y me abrieron nuevas posibilidades. De a poco empecé a darme cuenta que la vida no era solo carretear, ir al estadio y tener mis cosas. El trabajo pastoral en la Parroquia de Colina, donde participe en mi juventud, me fue acercando a las personas y a las necesidades reales de muchas familias de escasos recursos. Es curioso que siendo de una familia pobre el Señor me regalo la gracia de tener muy presente en mi corazón a los más pobres, no solo en mi oración sino también en mi acción.
El contacto pastoral y apostólico con las personas me fue conduciendo a un cambio de vida y un compromiso más explícito con la Iglesia en bien de la comunidad. Ese acercamiento espiritual y afectivo con la realidad social y eclesial precaria me cuestionó profundamente y despertó la pregunta de qué hacer con la vida.
Al proceso descrito se sumó un trabajo, en mi comunidad eclesial, como monitor de confirmación. Asumir esta responsabilidad me generó, al poco tiempo, un cuestionamiento mayor ante mi incoherencia de vida. Por una parte, me sentía contento de colaborar en la formación de personas, pero, por otra, me di cuenta que vivía muy centrado en mí mismo y en mi propio bienestar. A los jóvenes del grupo que acompañaba les pedía cosas que yo no estaba dispuesto a hacer… Lentamente tomé claridad que Dios me invitaba a no solo entregar contenidos de fe sino a vivir en coherencia con lo que enseñaba y creía.
En mi formación religiosa de ese momento fui autodidacta. Al principio sabía muy poco de los contenidos que tenía que entregar. Recuerdo que me dije a mi mismo “bueno, si quiero conocer quién es Jesús, quién es Dios, tengo que ir a una fuente”. Junté mis pesitos y me compré una biblia, que costaba en ese entonces $2.500. Y me pasó algo muy potente porque, a medida que iba leyendo las Sagradas Escritura, no solo iba aprendiendo algunas cosas de la fe, sino que logré hacer un link entre la historia de la salvación y mi propia historia.
¿Recuerdas algunos pasajes o personajes que te hayan marcado más?
Hubo relatos y personajes bíblicos que me tocaron profundamente. Por ejemplo, San Pablo, que era un compadre que tenía una vida muy compleja y que una vez que se encuentra con Jesús, camino a Damasco, cambia de vida y se termina convirtiendo en un gran apóstol. Otro que me toco profundamente fue Moisés el cual, después de huir de Egipto, tenía una vida estable y sin mayores preocupaciones, pero una vez que se encuentra YHWH -en la zarza ardiente- se siente enviado a sacar a su pueblo de la esclavitud.
En Pablo, Moisés y en muchos otros personajes bíblicos me fui encontrando conmigo mismo y mi verdad. Pienso que ese vínculo con el Dios de la promesa me ayudó y me sigue ayudando a fundar mi vida en una auténtica experiencia espiritual.
¿Ese tema existencial tenía que ver con las incoherencias que mencionaste antes?
Claro. En esa búsqueda de coherencia y en la experiencia religiosa que iba experimentando me convencí que se podía vivir de una manera distinta más centrada en las personas sobre todo en los más pobres.
El Señor me dio la gracia de enmendar la vida, de retomar cosas pendientes (como por ejemplo mis estudios de enseñanza media) y me fue despertando deseos profundos que lentamente me condujeron a la pregunta por la vocación. Al respecto te cuento que cuando iba en tercero medio dejé de estudiar -por falta de motivación y por temas económicos- por un tiempo largo; estuve casi 5 años sin hacerlo porque tenía que trabajar. Pero este nuevo impulsó que tomó mi vida me dio la fuerza para hacer las dos cosas y logré terminar mi cuarto medio en la vespertina con 21 años.
Mi cambio de vida no fue solo físico, porque usaba el pelo largo y me vestía con ropas llamativas, sino en mi forma de ser. Lentamente me di cuenta que la fe tenía que ver con vivir lo que enseñaba y creía, y me sentí movido a ello. Ciertamente este proceso fue tonificador para mí y para las personas que me rodeaban a los cuales les llamaba la atención mi conversión. Mis preguntas cambiaron en ese entonces y mis respuestas también, claramente el elemento religioso, comunitario y social me abrió nuevos horizontes. La certeza de que Dios me invitaba a algo nuevo se fue instalando en mi corazón y lo fui experimentando con mucha alegría y consuelo.
Estabas más cerca de Dios, pero todavía no del mundo jesuita… ¿Cómo se generó el contacto con la Compañía?
Al mundo jesuita no lo conocía hasta el año anterior de entrar al noviciado.
La pregunta por ser jesuita apareció, también, mediada por la lectura. En uno de los varios trabajos que tuve trabajé en una librería que tenía textos de historia, pero también religiosos. Pasó que me pidieron que, dentro de mis labores, acompañara al chofer de la camioneta a repartir libros por diversas partes de Santiago. En ello pasó algo anecdótico porque el conductor no era muy simpático ni conversador, así que, en los recorridos, para no aburrirme, empecé a leer libros. Y en esas lecturas aparecieron la vida de dos jesuitas que me tocaron el corazón y me movieron profundamente: Alberto Hurtado y Pedro Arrupe. El primero me interpeló por su profundo amor a Dios y a los pobres cuestión que me permitió entender las opciones que comenzaban a inundar mi mente y corazón. El segundo me conmovió profundamente y me animó a buscar conocer la Compañía; su vida, su obra y su enseñanza quedaron instaladas en mi corazón y me movieron a dar el paso para pensar en una vocación religiosa siendo, si era voluntad de Dios, jesuita.
En otras palabras, puedo decir que conocer el carisma apostólico de la Compañía de Jesús, por el testimonio de estos dos apóstoles de nuestro tiempo, me animó a dar el paso de la fe hacia la vocación religiosa y sacerdotal.
¿Experimentaste miedos en ese tiempo?
Postule a la Compañía de Jesús el año 1996 movido por grandes deseos, pero, cuando estaba en ese proceso, aparecieron los prejuicios y los miedos que me tuvieron muy inquieto y desolado durante varios días.
Mis prejuicios fueron: “no van a admitir a un desconocido porque no provengo de una obra de la Compañía”; “mi vida de juventud había sido desordenada por lo mismo no tenía una historia intachable para pensar siquiera en la posibilidad de ser cura”; “vengo de una familia pobre y tengo una formación académica precaria y postulo a una congregación que tiene en sus filas muchos ex alumnos y personas con un bagaje cultural e intelectual superior”; etc. tras estos prejuicio habían temores que me empezaron a paralizar. Ellos, menos mal, se disiparon cuando me los formulé y los puse delante de Dios para pedir su ayuda. Cuando lo hice se empezaron a disipar y empezó a aparecer la moción de confiar en Dios, en mí mismo y en la Compañía.
Junto con los prejuicios y temores tomé mayor conciencia de lo que podía significar para mí el renunciar a formar mi propia familia y a tener hijos. Ambas ideas me acompañaron un buen tiempo, claramente me gustaba la idea y me proyectaba como un buen papá y esposo, pero el amor que experimenté en el trabajo pastoral, mi cercanía afectiva con gente muy pobre y los grandes deseos que despertaron el testimonio de muchas personas entregadas a Dios y a los pobres cautivaron mi corazón. En síntesis, puedo decir que me animé a tomarme el tema vocacional en serio porque experimenté un amor mayor que incluso me movía a renunciar a cosas buenas y deseables.
Al mirar estos 25 años en la Compañía de Jesús reconozco que entré movido por ese amor mayor que se ha ido confirmando en el tiempo no sin tensiones, dolores y días de oscuridad. Agradezco que en todo lo que he emprendido, siendo jesuita, he experimentado la gracia de sentirme acompañado, sostenido y regaloneado por Dios.
¿Qué le dirías a un joven que en pleno 2021 experimenta esos miedos que tú sentiste hace más de dos décadas?
Le diría que los temores son parte de la vida y que nos van a acompañar siempre. La diferencia va estar en qué hagamos con estos; si nos dejamos atrapar por ellos vamos a perder vitalidad y esperanza. En cambio, si los enfrentamos vamos a aprender a vivir con ellos y a superarlos. En lo personal me ha ayudado a enfrentarlos mi relación con Dios y el dejarme ayudar por otras personas. Eso me ha permitido, incluso, a vivir tiempos complejos sin perder la esperanza.
Por último, puedo sugerir -con mucha humildad- a una persona que esté pensando en una posible vocación religiosa que confié toda su vida plenamente a Dios: sus talentos y fragilidades, sus sueños y frustraciones, sus deseos y límites, etc. Sabiendo que hacerlo será fundamental para vivir una vida consagrada con alegría en el corazón.
Al pasar el tiempo he llegado a la certeza que para dar forma a una vocación religiosa comprometida y radical lo más importante es el cultivar cada día el amor a Dios. Pienso que no bastan solo las buenas intenciones o las ideas altruistas, lo verdaderamente importante es pedir a Dios que nos ponga cotidianamente bajo su estandarte para convertirnos, así, en auténticos y creíbles colaboradores de su misión en este momento tan particular de la historia.