Sebastián Prieto sj: “La llamada a Rusia ha sido una vocación dentro de la vocación”

El pasado 28 de diciembre, tras pasar un mes y medio en Chile, Sebastián Prieto sj, “Cote” para quienes lo conocen, regresó a Rusia, su casa. No vino de paseo. El 3 de diciembre, este jesuita chileno profesó sus últimos votos, que añaden un cuarto voto de obediencia al Papa en cuanto a las misiones.

Sebastián ya está en Moscú para retomar los diferentes proyectos que lleva adelante como religioso y también como músico. Es vicerrector de un instituto de educación superior que tiene la Compañía llamado Santo Tomás, en el cual también se desempeña como docente enseñando Antiguo Testamento. En el instituto también está encargado de la parte espiritual. Dirige los retiros, celebra la misa y está disponible para todas las necesidades espirituales que se presenten. Además, es el encargado local de las vocaciones de Moscú y la parte europea de Rusia.

Por turno con otro compañero los domingos preside la misa en inglés en una Iglesia que está a cargo de la Compañía y luego confiesa en la misa en ruso. Pero una de las cosas que más le gusta es hacer catequesis a gente indigente. “Les enseño biblia, liturgia, teología, porque si bien ellos presencian la eucaristía católica donde las hermanas de Teresa de Calcuta, la mayoría no son católicos”, dice entusiasmado.

Todo esto lo compagina con su trabajo como flautista. Porque Sebastián es un artista de verdad, que cambia el cuello romano por una humita, se pone una camisa elegante con colleras y sale de gira con otros músicos a conciertos pagados.

Pero… ¿Cómo llega un jesuita chileno a asentarse en Rusia y dedicar ahí su vida como misionero?

– La respuesta a eso te va a parecer un poco piadosa, pero es bien auténtica: fue una llamada del Señor. Yo he experimentado distintas vocaciones dentro de la vocación. La llamada a Rusia, la llamada a la música y la llamada al estudio de la Sagrada Escritura son tres llamadas vocaciones dentro de la vocación. Yo entré a la Compañía el 92’, al mismo tiempo en que se configuraba la región rusa en la Compañía. Estando en el noviciado fue a visitarnos un cura gringo que había vivido 16 años en Chile y que tenía el sueño de vivir en Rusia. Nos habló sobre su vocación y ahí el Sembrador encontró tierra fértil. Me impactó su charla y dejó en el diario mural del noviciado una carta que publicó El Mercurio de un cura alemán que contaba su experiencia de trabajar en Rusia y el contacto con los católicos que encontró. Al conocer todo esto yo sentí esto que Ignacio llama “un primer tiempo de elección” y ahí empezó todo un proceso de discernimiento, pero que tuvo pausa porque el maestro de novicios de entonces me dijo que podría ser “algo muy bonito, muy de Dios, pero en este momento hay que considerar cosas más importantes como el mes de Ejercicios”. Y uno, como novicio, obediente, dice “ya pues, será”. Y creí que el capítulo de Rusia se había cerrado.

¿Cómo se re-abrió ese capítulo?

– Después de los primeros votos, el Señor se manifestó otra vez y volvieron a aparecer todas las mociones, todos los movimientos internos, todos los deseos de ofrecerme para ir a Rusia, en modo más frecuente y con mayor intensidad. Y al final hice un discernimiento muy exhaustivo. Al final yo aposté, me parecía que el Señor quería que yo fuera a Rusia. Paradójicamente, yo lo único que quería era que no resultara. Yo antes nunca me había planteado salir de Chile ni ser misionero, yo quería trabajar en Santiago. Y al final, cuando al provincial chileno de aquel tiempo le presenté la carta con el resultado del discernimiento, yo pensé que me iba a decir que no, porque a mucha gente le decían que no para ir al África o a China. “Que tu china está en Antofagasta”, “que tu África está en el San Mateo”, yo esperaba que me dijera “tu Rusia está en el Alonso Ovalle”. Y no po’, me dijo “ok, muy bien, quiero que el próximo año empieces a estudiar ruso acá en Santiago. Yo ahí me caí como Condorito, plop.

Tras esa sorpresa, Sebastián fue enviado a Rusia a realizar una experiencia de contacto por 3 meses en Rusia, el año 1995. “Yo todavía tenía olor a leche, era junior y en vez de participar del Encuentro de Estudiantes Jesuitas de la asistencia del Cono Sur, me llegó justo la invitación del provincial de Rusia para irme a Siberia por tres meses”.

Con 30 grados bajo cero, Cote fue a conocer la realidad fuerte del clima, del idioma y de la Compañía de Jesús en esos parajes. Según sus palabras, varias cosas eran parecidas con Chile, pero muchas otras distaban de lo que había conocido hasta ese entonces. Volvió a Chile para finalizar los estudios de filosofía y luego fue enviado a Moscú para hacer el magisterio. Así comenzaban los primeros años de su vocación.

¿Cuál es el mayor obstáculo que has experimentado en estas más de dos décadas en Rusia?

Lo primero que me nace como obstáculo es enfrentarse al idioma. Es un idioma lindo, fonéticamente precioso, muy suave, no duro como aparece en las películas. Es un idioma melódico, expresivo, exacto, con una riqueza increíble. Pero todo eso lo hace muy, muy difícil. Hasta el día de hoy el ruso es tema y lo va a ser hasta el final. Todos los días hay una palabra nueva, una expresión nueva. Hago todo lo que hay que hacer en ruso. La eucaristía, predico, la catequesis, enseño a nivel de educación superior, converso como lo estoy haciendo contigo, pero es un idioma muy fuerte y yo creo que me voy a morir con un diccionario en la mano. Lo demás no es difícil, yo no he hecho un gran esfuerzo para la inculturización, porque los rusos son muy parecidos a nosotros los latinoamericanos en la forma de pensar y de ser. 

¿Y la mayor riqueza?

La mayor riqueza ha sido el sentirse que estás abandonado en las manos de Dios. Me tocó vivir momentos de soledad muy fuerte en Siberia porque éramos dos en la comunidad, si es que se puede decir que dos forman una comunidad, y a mi compañero le tocaba dejar la ciudad por períodos largos de tiempo. Entonces pasaba más de un mes en una casa de retiro a las fueras de ciudad con 30 grados bajo cero y con oscuridad a las 4 de la tarde. Cuando llegaba a la casa abría la puerta, pasaba a la capilla y le decía “Señor, aquí acompáñame”. Te sientes súper cerca, es una experiencia maravillosa. Porque para mí el único sagrado es Jesucristo. El error ha sido hacer de “vacas sagradas” a compañeros o a la misma Compañía, cuando Ignacio constantemente hablaba de la mínima, refiriéndose a la orden, o sea, es un instrumento pequeñito. Y pequeño debe decir error, quiere decir aprendizaje, quiere decir pecado, humildad y confianza sólo en Dios. Lo otro que no puedo dejar fuera como riqueza es el hecho de que allá estamos a los pies de la Iglesia. En Rusia la Compañía no trabaja aparte de la Iglesia como siempre me pareció cuando era laico en Chile. Allá somos amigos de los obispos, tenemos confianza con ellos, saben que cuentan con la Compañía. Es el vivir constantemente con la regla de Ignacio de de sentir con la Iglesia, que es un sentir “en” la Iglesia. Tengo amigos sacerdotes de otras congregaciones, alejadas de la Compañía desde el punto de vista apostólico y del carisma, que es algo que raramente verás en Chile, aunque conozco gente muy buena de esas otras congregaciones en Santiago. Te podría decir que mi mejor amigo en Rusia en este momento no es un compañero jesuita, sino que es un amigo diocesano. Es el sentir con y en la Iglesia.

“Mi gran sueño era ser profeso de cuatro votos”

El pasado 3 de diciembre Sebastián profesó sus últimos votos, donde se añade un cuarto voto de obediencia al Papa, el cual se conoce como “voto especial de obediencia al Romano Pontífice acerca de las misiones”. Éste es considerado como una nota característica de la vocación jesuita de hacerse disponible para acudir a lugares y situaciones de mayor necesidad de la Iglesia.

¿Qué ha significado para ti la profesión de tus últimos votos? ¿Qué importancia tiene en tu camino?

– Una importancia caballa, enorme. Cuando entré a la Compañía empezamos a estudiar las constituciones de la Compañía y me enteré de los distintos grados de pertenencia a ésta, ahí supe del profeso y de los 4 votos. Eso me fascinó. Mi gran sueño era ser profeso de cuatro votos, porque implica ser parte del corazón de la Compañía. Y significa estar a los pies del Papa en cuanto a la misión. Era un sueño que incluso superaba al de la ordenación sacerdotal. El sueño de ser sacerdote sí se hizo muy grande en el mes de Ejercicios y después de los tres meses en Siberia, donde entré a la Compañía por segunda vez. Cuando volví de ahí el provincial, que era Juanito Díaz, me preguntó muy curioso cómo me había ido, qué me había pasado en Rusia. Y yo le respondí “quiero ser sacerdote”. Pero ciertamente mi mayor sueño siempre fue ser profeso de la Compañía, porque nos habla de ser hombres consagrados al Señor, de ser compañeros de Jesús.

¿Fue especial vivirlo en Chile?

– Cuando el provincial de Rusia me dio la posibilidad fue inesperado y me sorprendió mucho. Me abrí a la posibilidad y después entendí que era bonito, porque es cerrar el círculo delante de la gente que más me quiere y que me vio nacer en la Compañía y que me vio partir a Rusia. Y pensé también que seguramente era el último regalo grande que como jesuita le podía dar a mi madre, a mis hermanos, a mi hermana, a mis amigos y a los compañeros que quiero y me quieren.

Decías que otra de tus vocaciones dentro de tu vocación es el estudio de la música y su ejecución en flauta traversa. ¿Cómo se compagina tu vida de jesuita con tu vida de músico? ¿Son caminos paralelos? ¿Se entrelazan?

– Yo no lo veo como cosas paralelas, sino como algo integrado. Y los cuatro votos me ayudan mucho a eso. Porque yo me preguntaba bueno, seré admitido a la profesión solemne o no… porque por un lado 50% sí y por otro 50% no. Por un lado tengo todas estas cosas peculiares de ser flautista y tengo también las características del  jesuita tradicional. Entonces yo veo mi vida como una pizza, es decir, algo que es integrado. Tiene distintos ingredientes, pero el plato es uno. Yo soy el Cote que está enseñando Antiguo Testamento en el Instituto Santo Tomás, estoy con chaqueta y corbata, después estoy haciendo la catequesis a personas indigentes y celebrando la misa a las monjas de Calcuta con una camisa y con la cruz. Después el domingo estoy celebrando la eucaristía en inglés o en ruso y confesando con el cuello romano. Pero después estoy haciendo giras junto con un cantante lírico y un organista, vistiendo una camisa súper elegante, con humita y colleras en un concierto donde la gente paga y exige, codeándome con profesores del conservatorio de Novosibirsk en Siberia, enfermo de pituco. Pero por todo esto no creas que soy un gran músico. Al contrario, soy un flautista muy simple, algo el mínimo que significa el máximo para mí. Pero, al verme así, y yo me pregunto ¿qué es todo esto? ¡Y no tengo idea de qué es, pero lo estoy pasando chancho! Siento a Dios en todo esto. Y tiene mucho que ver con la incorporación definitiva en la Compañía, porque, cuando el Padre General me admitió a la profesión solemne de cuatro votos, entendí que no sólo la Compañía acepta mi modo de ser jesuita, sino que también ella desea que yo sea así, tal como soy. Cuando estudiaba en Italia la Teología Bíblica en la Universidad Gregoriana y la flauta traversa en el Conservatorio conocí una pizza que se llama “pizza de cuatro quesos”. Es exquisita, ¡me encanta! Pues bien, tal vez esta pizza ahora podría llamarse pizza de cuatro votos”.

¿Hay un vínculo directo entre tu música y Dios?

– Dios pasa por todo esto. Participo en muchos conciertos que son música espiritual. Por ejemplo, he tocado el Ave María de Gounod. Siempre interpreto algo de Bach, porque Bach es muy religioso y a la gente rusa, a los músicos y al público, les encanta Bach. En Rusia siempre tiene que haber algo de Bach en el repertorio de cada concierto. Eso me ha impresionado mucho. Bach no es Mozart, que a mí me encanta, pero que tiene algo de superficial, o de menos profundo, en comparación con Bach. A mí también me gusta Mozart porque como artista también soy ligero y tengo que tener, además de la sensibilidad profunda y seria, una cierta “inconsistencia” para piezas que son de carácter más bien “frívolo”. Siendo Bach religioso y profundo, nos lo piden en los conciertos. Entonces, te repito, lo veo como cosas que se entrelazan o que se fusionan. Ahora claro, si alguien abre mi mochila se preguntará “quién es este tipo”, porque se encontrará con una flauta traversa, con partituras, con una biblia en hebreo, otra biblia en ruso y otra biblia en español, cosas poco comunes.

Pasando al lado más espiritual, muchas veces cometemos el error de pensar que la vocación es una decisión, algo de una sola vez que luego podemos olvidar, en vez de entender que la vocación es un proceso permanente, con momentos de crisis y fortalezas. ¿Podrías contarnos cómo cuidas tu vocación, cómo “mantienes vivo el fuego”?

– Qué bonita pregunta. Cuando he casado parejas les he dicho siempre que el matrimonio es como la vocación jesuita y sacerdotal. Me quedan mirando con una cara… pero claro, es una plantita que hay que regar todos los días, tanto en el matrimonio como en la consagración religiosa. Y no quiere decir regarla todo el día, porque la matas, sino que siempre está el concepto de que con algo yo la riego cada día. Y ese algo es la relación con el Señor. Para mí una palabra clave es la perseverancia. Yo cada vez que me acuerdo de ese concepto, sea una vez al año o 20 veces en un día, le pido al Señor que me regale la gracia de morir en la Compañía. Y no solo es una cosa de tiempos de crisis, porque yo entré a una Compañía triunfante, que defendía los derechos humanos en la dictadura y después de ella, pero me ordené en una Compañía que ya no era matriarca, sino más bien débil, en un contexto donde ya salían a la luz los abusos sexuales y de poder. Y ten en cuenta que ahora, con los últimos votos, me han incorporado definitivamente a la Compañía en un contexto donde la Mamá Iglesia y la misma Compañía, en muchas partes del mundo, están derrumbadas. Sin embargo, el Señor nos dona la esperanza y confianza en su acción salvífica. Y hablar de la relación con este Señor no quiere decir ser el cura nerd y mojigato que está únicamente todo el día “con el rosario”, sino que es establecer una relación verdadera en que todos tus sentimientos pasan por esa relación, los buenos y los malos de los que el Señor sana. También mucha oración espontánea. Yo cuido mi vocación dándole gracias al Señor por el momento que estoy viviendo aquí y ahora. Me ayuda también la figura de ver la mitad del vaso lleno, ser consciente de que el vaso nunca va a estar lleno de agua. Quizás en algunos momentos puntuales, como cuando entré a la Compañía, cuando me ordenaron de diácono y sacerdote, cuando hice la profesión solemne, que son los días más felices de mi vida. Pero claro, durante la vida en general el vaso está a la mitad no más. Pero ahí está la gracia que Dios nos da para vivir con su alegría y fuerza. Como dice el maestro Ignacio, “dame tu amor y gracia, que ésta me basta”.