Arturo Vigneaux SJ: «He estado en primera fila para ver la acción de Dios en otras personas»

Este 2022 Arturo Vigneaux SJ cumplirá 30 años como jesuita. Su historia al interior de la Compañía de Jesús ha estado marcada por un vínculo permanente con los mundos más populares.

Trabajó en la parroquia San Ignacio de Loyola en Padre Hurtado, pasó por Angola, donde formó parte del Servicio Jesuita a Refugiados y en su retorno trabajó en la hospedería de niños de la calle del Hogar de Cristo. También estuvo en los albores de lo que hoy es el Servicio Jesuita a Migrantes y pasó 7 años en la misión mapuche de la Compañía en Tirúa.

Hoy, desde su rol en la parroquia Jesús Obrero de Estación Central, hace un recorrido por todas esas etapas. Desde su punto de vista, el contacto con las personas, muchas de ellas en situaciones vulnerables, ha sido el sostén de su vocación religiosa.

Además, en esta entrevista recuerda su discernimiento previo a ingresar a la Compañía, en los inicios de la década del 90’, nos cuenta cómo ha vivido los votos durante tres décadas y también hace una dura crítica a la Iglesia por encarnar las desigualdades propias de nuestra sociedad.

La migración y el contacto con pueblos originarios ha sido parte de tu camino religioso. Ambos son de los temas más candentes en la contingencia nacional… ¿Cuál es tu visión sobre estos fenómenos?

Aquí en Estación Central la mayoría de las personas son migrantes y en situaciones de pobreza, de tensión con los vecinos. Es un tema que vivo, más allá de que me interese intelectualmente. Es y seguirá siendo un desafío súper grande y uno tiene que aprender a escuchar para ir insertándose, empapándose de esta realidad. Lo mismo en el caso del mundo Mapuche. Hay que escuchar y dialogar mucho más. No hay que ir con el espíritu del conquistador que se las sabe todas. Es una realidad cambiante y por lo tanto que hay que escuchar.

¿Hablas del rol de la Iglesia?

Claro, creo que esa parada de escuchar no solo tenemos que tenerla en esos dos temas, sino que en todos. Como Iglesia seguimos con el modelo de evangelización y conquista unidas, como era en el comienzo. Seguimos con ese pensamiento de cómo volver a influir, cómo podemos volver a tener ese poder. Habiendo estado tantos años en Tirúa, viendo la dificultad que es creciente, creo que tenemos que tener esa actitud que tiene la misión allá, que es de escuchar, escuchar y escuchar. No decir “mira, nosotros tenemos las soluciones”, sino que es involucrarse y aprender de un mundo que es distinto para poder descubrir el Evangelio y la buena noticia en esa nueva cultura. Y esa actitud debemos llevarla a otros lugares no solo para abordar el tema de la migración, sino que otros como la realidad juvenil.

¿Cómo recuerdas el discernimiento previo a entrar a la Compañía?

Mi vida escolar estuvo asociada a la Compañía, era la Iglesia que conocía. Participé de misiones, apostolados, era un mundo que me cautivó. Pero sin pensar en la vocación todavía. En la mitad de la carrera de Agronomía tuve una crisis en que surgió la vocación, pero mi pensamiento fue “todavía no, nunca me he enamorado profundamente como para elegir otro camino”. Entonces seguí no más y terminé la carrera. Pero ya trabajando ese bichito seguía dando vueltas en la cabeza y asumí que, si esperaba a vivir todas las cosas antes de tomar una decisión, finalmente no decidiría nunca. Y empecé un discernimiento con harta libertad. Cuando decidí postular dije “si la voluntad de Dios se muestra, si esto es para mí, me van aceptar”. Si no me aceptaban al menos me iba a sacar el tema de la cabeza.

Ha cambiado mucho el contexto en que viviste tu discernimiento y el actual…

Existía un apoyo social muy grande. Si entrabas a la Compañía era bonito, te felicitaban, éramos “los héroes que se necesitaban”. Y entonces también estaba esa dinámica de “voy a cambiar el mundo, tenemos las respuestas y la verdad”. Ese apoyo hoy no existe, la respuesta primera a quien manifiesta vocación por la vida religiosa es “y a este qué le pasa”. Y frente a eso yo admiro a lo que hoy deciden entrar, porque yo no sé si hubiese tenido en ese tiempo la fortaleza o la certeza para decir “vamos”. Ese apoyo social y eclesial enorme hoy ya no está.

Ese cambio de contexto, esa falta de apoyo social, pueden repercutir en la vocación de un jesuita que lleva tiempo en la Compañía… ¿Cómo cuidas tu vocación cuando llegan tiempos difíciles?

A mí me ayuda muchísimo el servicio pastoral que hago. Uno en tiempos de crisis puede dudar de su propia vocación, puedes cuestionarte si fuiste lo suficientemente libre, si no habrás sido influenciado por el éxito de una época o te puede afectar que una persona que te acompañó ahora esté en crisis. Y se te pueden venir todos los fantasmas encima. Pero cumpliré 30 años en la Compañía y en este tiempo he estado en primera fila para ver la acción de Dios en otras personas. Y eso es muy fuerte. Ver la forma en que Dios actúa, la forma en que sana y cómo uno muy humildemente es espectador de primera fila y a veces es también medio para que eso pase. No se puede dudar de esas acciones de Dios en tantas personas. Eso para mí es fundamental.

Has tenido la oportunidad de vivir misiones que te conectan directamente con personas en situaciones vulnerables…

Sí, ha sido un poco de suerte caer en esos mundos. Nunca he estado en labores más administrativas de la Compañía o en el área intelectual. Y si no fuera por las personas reales en donde veo esa acción de Dios y la importancia de las mediaciones eclesiales que podemos prestar, yo creo que me habría ido a la cresta. En Infocap me costó más porque, pese a que el contacto con los estudiantes me animaba, ahí sí entraba en esa dinámica de tener que influir, de conseguirse los recursos… para mí eso fue mucho más duro que estar en un enfrentamiento en Angola o estar en un baleo en un cierre de camino en Tirúa.

¿De dónde surge este interés tan grande por estar inmerso en esos mundos?

Yo soy bien ideológico. No es que tenga nada contra los ricos ni mucho menos, yo vengo de una familia súper acomodada. Pero cuando uno ve que las mismas desigualdades que vive Chile, que son las que llevaron al país a un estallido social, pasan también dentro de la Iglesia… No puede ser que haya 10 veces más curas en la zona cordillerana de Santiago que en la zona poniente. Y para qué hablar si nos vamos fuera de Santiago a sectores rurales. Entonces hay que estar. Si hablamos de eso tenemos que testimoniarlo con hechos concretos y no podemos dejar de estar en los sectores más populares, donde hay necesidades no solo sociales, sino que también necesidades de apoyo, de compañía, de sostén espiritual.

¿Cómo se entiende que se produzca esa desigualdad “espiritual”?

Es parte de esta Iglesia asociada a la conquista, asociada al poder, a los lugares de influencia. Tiene que ver con una realidad más amplia como país. Si uno ve los 30 años de democracia, en que la mayoría de los gobiernos han sido de centroizquierda, una de las banderas de lucha era contra la desigualdad. Y, sin embargo, los índices no cambian en nada, porque la generación de riqueza sigue concentrada. El poder económico, político y espiritual están concentrados. Y nosotros no salimos de eso. En el discurso quizás un poco, pero en la práctica… si uno compara los recursos puestos en nuestros colegios particulares comparado con las escuelas. Aunque ahora se ha hecho un mayor esfuerzo. Finalmente, no es un tema de maldad, sino que hay una marea que te tira para allá y a veces tienes que hacer contramareas demasiado grandes para ir en la otra dirección.

¿Qué han significado los votos en tu vida religiosa durante estos 30 años?

Sigo creyendo que los votos son cruciales para tener una verdadera libertad. Más allá de la austeridad con la que uno vive, es el no tener que planificar el futuro, planificar una familia. No tengo que pensar si la misión que se me ha encomendado genera recursos. Eso da una libertad enorme. Y hay tensiones, porque en el voto de obediencia no podemos seguir con que Dios habla en tu superior y punto. El espíritu habla también a través del pueblo y de las bases. Pero sí, de alguna manera, en la gestión interna de la Compañía está decir “Dios me quiere acá porque me han mandado y hago un acto de fe de que es ahí donde me está llamando hoy”.

¿Qué le dirías a un joven que tiene inquietudes vocacionales por la vida religiosa, pero que al mismo tiempo tiene grandes temores de dar ese paso?

Le preguntaría si cree en la fidelidad como un valor. Porque es como el matrimonio, si alguien no cree efectivamente en lo que vas a decir en el consentimiento, con salud y enfermedad, hasta que la muerte nos separe, si no cree en eso, que no entre a la Compañía. Pero si cree en ciertos ideales y que esos ideales no van a mudar, entonces hay un camino precioso por delante. Tiene que ver con estar enamorado, porque habrá momentos en que lo único que te va a sustentar es el amor. Y bueno, le diría también que la visión no debe ser la de cambiar el mundo, la de volver a tener éxito, sino que es descubrir la buena noticia de Jesucristo en el mundo de hoy, con los desafíos y problemas actuales. No queriendo conquistar, sino que celebrando y descubriendo nuevos caminos con otros. Se necesita esa sangre nueva que haya nacido en esta sociedad, porque para los que somos más viejos los temas como la no discriminación, la diversidad, la sensibilidad en lo ecológico, son temas que ponemos en los documentos, pero que en el fondo no están. La diversidad no está, es como un “sí, perfecto, pero no”. Si un cabro hoy día siente una vocación religiosa a la que quiere responder, quiere decir que ha visto esos potenciales en la nueva sociedad, no en la que vivimos hace 30 o más años.