Columna de Cristián Viñales SJ: «MAGIS, el Don del mayor amor»

Somos testigos y damos testimonio de un periodo de grandes dolores, dificultades y cambios en nuestra Iglesia y el mundo, por la misma razón, un periodo lleno de desafíos y posibilidades. Al mismo tiempo no podemos desconocer como inquietud incómoda el anhelo de descubrir a Dios en medio de todo esto. Esta inquietud revela el inherente inconformismo de nuestra fe.  Es por esto que, ante nuevas experiencias y realidades, los cristianos nos aferramos a la esperanza de buscar y realizar la voluntad de Dios y quienes nos identificamos con el carisma de Ignacio, queremos hacerlo contemplando la realidad desde los lentes de nuestra espiritualidad.  Quisiera apelar en estos días de incertidumbre a aquello estable, que nos identifica como ignacianos y se constituye en nosotros como eje en nuestros discernimientos, esto es la búsqueda del «más», no cualquier “más” sino el amor mayor, el amor de Jesús. Esto, el MAGIS, es la experiencia ignaciana, de la convicción de San Pablo:

“El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad.  El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás…”

1Cor 13, 4-8

En los Ejercicios Espirituales, Ignacio esboza al ser humano como quien se entiende a si mismo desde la aceptación de Dios como el único principio y fundamento de la vida. Es decir, se trata de una persona que ha experimentado a Jesús como acontecimiento en su propia historia. Este ser humano, reconociéndose pecador, se sabe a la vez perdonado, amado y llamado. Es desde la experiencia primera de haber sido acogidos y regalados por el mayor amor, que nos damos cuenta de que la respuesta no puede ser cualquiera, pues siempre estará marcada por la locura del amor, que es la base del acontecimiento cristiano. Pongamos nuestra atención, a la gracia que San Ignacio propone para la segunda semana de los Ejercicios Espirituales y el énfasis que se pone en el más, expresión del deseo y querer que configuran al cristiano, seguidor y seguidora de Jesús:

[El tercer preámbulo será] demandar lo que quiero: será aquí demandar conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga. (EE 104).

Para más amarle y más seguirle… Aquí está la clave de todo. El mayor amor. Para Ignacio la encarnación, es comprendida como un profundo acto del amor personal del Señor, entonces, el conocimiento interno que debemos pedir, no es sino, experimentar internamente este amor radical, ante el cual nuestra respuesta es la correspondencia (nunca equivalente) de nuestro amor. Por ello, en la meditación de las tres maneras de humildad o tres maneras de amar, encontramos en palabras de Ignacio una descripción de este ser humano del MAGIS:

La 3ª es humildad perfectísima, es a saber, cuando incluyendo la primera y segunda, siendo igual alabanza y gloria de la divina majestad, por imitar y parecer más actualmente a Cristo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo lleno de ellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por Cristo que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo. (EE 167)

El MAGIS no es, entonces, una especie de imperativo como el que predica nuestra sociedad: el consumo desesperado, competencia injusta y el máximo beneficio a costa de cualquier cosa. No se trata sólo de dar lo máximo, ser el mejor, llegar a más gente, no es exitismo o deseo egoísta de ser un héroe, ni la presión en la espalda de congraciar a todos. Si un ignaciano está llamado a algo, es a buscar el mayor fruto, no hay duda, pero si esto no está configurado desde la experiencia del mayor amor, de nada se distinguiría de la lógica egoísta y autodestructiva de este mundo con la que el cristianismo desde siempre ha querido romper, pues esto sería, entonces, un anti-magis.

A veces, sin darnos cuenta, los ignacianos nos vamos desintegrando espiritulmente al vivir y testimoniar el anti-magis. Una actitud anclada en el deber-ser y el exitismo, se traduce en un individualismo depredador, el cual, a costa de llegar lejos y conseguir objetivos aparentes, va dejando víctimas en el camino, uno mismo en primer lugar. Nos comparamos con otros, nos creemos mejores e incluso se deteriora nuestra vocación, pues perdemos el norte, nos hacemos indiferentes al dolor y la injusticia real, que han sido reemplazadas por discursos y cuñas. Sin darnos cuenta vamos cambiando el motor perfecto por otro peligrosamente inestable: nosotros mismos.  Probablemente nadie podrá ser más injusto exigiéndonos que nosotros mismo.

Vivir el mayor amor es, en primer lugar, saberse salvado por Él, mirar la propia fragilidad, el límite personal y, al mismo tiempo, el Don de Dios que es la vida misma con nuestra fragilidad y talentos particulares. Vivir el mayor amor es hacernos cargo de la totalidad imperfecta y depositarla entera en el altar del Señor, deseando que aquello mínimo que uno es, sea ofrenda generosa, respuesta gratuita a la experiencia interna del amor de Jesús. Vivir el mayor amor, es vivir enamorado, dándose y regalando tiempos tranquilos (improductivos) para gozar del Ser amado. El MAGIS, es la búsqueda, permanente y resiliente, de esa relación de amor escurridiza, a la que deseamos inconstantemente aferrarnos.

“Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la extraordinaria grandeza del poder sea de Dios y no de nosotros. Afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos…” 2Cor 4, 7-9

El mayor amor es el tesoro precioso que llevamos en nosotros, que somos vasijas de barro. Es el secreto de nuestro modo de proceder, el principio y fundamento de nuestra existencia. El mayor amor no nos pertenece, no lo acaparamos, pues es la Gracia que, acogiéndola, nos sana y se transmite desde nuestra vida hacia los demás, es Jesús mismo. Así, evidenciamos, en nuestro modo de amar y proceder, el poder sin límite de quien nos amó primero.

Cristián Viñales Mulet SJ