Cristóbal Emilfork sj: «No hay que hacerse el tonto con la vocación religiosa, si es honesta va a pulsar por salir»

Son las 9:00 de la mañana en el Campus San Joaquín de la Universidad Católica y Cristóbal Emilfork sj llega puntual a la cita. Son decenas los jóvenes que ingresan al recinto y en el medio este jesuita se camufla como un estudiante más. Pocos podrían imaginar que en un par de semanas vivirá su ordenación diaconal.

Está en la última etapa de su magister en sociología, pero se hizo un espacio para conversar con Vocaciones Jesuitas antes de entrar a clases. Pocas veces le ha tocado estar de este lado de la conversación. Como periodista, suele ser él quien hace las entrevistas

Café en mano, Cristóbal ahondará en el camino que lo llevó a la Compañía, analizará las dos caras de la cultura actual y hará un diagnóstico de las fortalezas y debilidades que tienen hoy los jesuitas.  

Estás a un par de semanas de tu ordenación diaconal, ¿cómo empezó este camino? ¿Cómo descubriste tu vocación religiosa?

Esto empezó a formarse cuando iba en segundo o tercer año de universidad. De hecho, yo en el colegio no me confirmé. Dicho eso, pienso que mi vocación religiosa tiene mucho que ver con el servicio, con las preocupaciones que muchos compartimos hoy por las injusticias, por las inequidades. En mi colegio tuve un impulso no tan evidentemente espiritual, pero sí apostólico y social. Campañas de ayuda fraterna, trabajos voluntarios… Y en la universidad eso empalmó con una vertiente más propiamente religiosa. Un jesuita que hacía un curso teológico me ayudó a hacer el vínculo entre la dimensión más social de la vida con una dimensión que va innegablemente de la mano que es la espiritual, que finalmente es cómo internamente tú vas encontrándole sentido a tu existencia. Y a mí eso me hizo click con el tema religioso, la búsqueda de Dios, y empecé a tomar decisiones activas que me fueron acercando a la Iglesia.

¿Hubo resistencia en tu entorno cuando decidiste ser jesuita?

De mi papá. Cuando conté en mi casa de mi discernimiento vocacional mi papá no quiso saber nada más del tema y se convirtió en algo así como un tema tabú. Después empezó a abrirse paulatinamente a la idea de tener un hijo que entre a la vida religiosa. El resto en general me apañó, pero tampoco fue como “bueeena compadre, qué rico” porque yo no vengo de un mundo típicamente religioso. Sí tengo un recuerdo bonito de la gente de la universidad, fueron bien apañadores y fue un proceso muy bonito el de las despedidas. Eso sí, hay que aclarar que fue el 2008, antes de la crisis de Karadima. Eran tiempos radicalmente distintos para la Iglesia en Chile.

Y en estos tiempos en que la Iglesia sí vive una situación difícil, ¿han surgido cuestionamientos?

No tanto, porque siento que, en general, los jesuitas vivimos protegidos en ambientes donde nos relacionamos con gente que nos estima. No hay cuestionamientos duros, y eso puede ser trampa para nosotros, porque finalmente podemos no experimentar en carne propia el descrédito de la Iglesia. Hay un trabajo por parte de la Compañía de salir necesariamente a aquellos lugares donde la Iglesia está vilipendiada, no sé si para empatizar, pero para realmente, como nos gusta decir a nosotros, meter las patas en el barro.

Cuándo miras la sociedad actual, ¿hay algo que te preocupe de los jóvenes?

Me da la impresión de que hay una baja capacidad de resiliencia frente al fracaso. En el sentido de que debemos asumir que hay procesos en la vida que son necesariamente largos, y que, por lo tanto, requieren una espera mayor. Pero hoy la cultura no te forma para eso, hoy tú quieres las cosas rápido, quieres alcanzar tus metas en lapsos breves y ojalá con poco esfuerzo. Hoy la cultura te prepara para que la dificultad inmediatamente sea sinónimo de eliminar esa posibilidad. Eso sí, no me gusta la mirada tan crítica de la cultura actual. Por ejemplo, cuando desde Roma se enfatizan los “peligros de la cultura digital” eso da cuenta de una aproximación poco amistosa a la cultura, y creo que eso termina generando anticuerpos en los jóvenes. Además, la cultura actual tiene cosas muy positivas.

¿Cuál destacarías?

La enorme capacidad para valorar la diversidad. Puede ser una comparación mañosa, pero si pones en la balanza esa valoración de la diversidad y la falta de resiliencia, creo que la cultura actual sale positivamente evaluada.

¿Qué banderas de la compañía crees que siguen vigente desde el punto de vista contracultural?

Habría que distinguir entre lo que la Compañía dice y lo que la Compañía hace. Lo primero es que, desde el origen, dejarnos en claro que no estamos solos en el mundo. Ignacio era muy preocupado del “espíritu de cuerpo”, de sus compañeros de misión. Esa relacionalidad es una buena noticia para el mundo actual y es algo que tenemos que recordar internamente. Está este cliché que dice que estamos cada día más conectados, pero también más solos. Es un cliché, pero es real. Hay que fomentar el comprendernos relacionalmente como seres humanos. Otro punto importante es el desarraigo. En una cultura que nos define a partir de lo que tenemos, o de donde venimos, es muy importante el no aferrarse a nada. Lo último es el tema de la dispersión, de salir fuera de nuestro espacio de confort.

¿Y deudas? ¿En qué está al debe la Compañía?

Yo diría que hay una suerte de arrogancia en creer que nosotros lo hacemos mejor que nadie, que somos dueños de la verdad. En el caso de los abusos, por ejemplo, el creer que ahora que nos estamos haciendo cargo, que estamos casi que haciendo escuela. Hay un estilo medio heroico que peca de poco humilde. También hay individualismo: tendemos a potenciar más la figura de ciertos jesuitas que la del cuerpo. Pareciera que para ser “jesuita vocacionable” tienes que ser un compadre que esté con los migrantes, con los presos, tienes que ser carismático, tienes que salir de la media. No mostramos la vida cotidiana, ordinaria, el jesuita promedio que está abocado a trabajos más sencillos y menos vistosos.

¿Qué diagnóstico haces de la forma en que la Compañía ha comunicado el mensaje de Jesús?

Tenemos un problema con el fondo de lo que comunicamos. Somos parte de una Iglesia que no se destaca particularmente por una apertura a la diversidad. Por ejemplo, que es súper machista. ¿Cómo podemos hablar de mayor incorporación de la mujer a la sociedad cuando en nuestra Iglesia estamos tan acostumbrados a que los presbiterios estén llenos de hombres? ¿Cómo podemos hablar de procesos democratizadores cuando la lógica en la Iglesia es profundamente jerárquica? Entonces vivo en esa paradoja: hay muchas cosas que me hacen ruido, y sin embargo, me siento profundamente invitado a ser parte de la Iglesia.

¿En qué ha cambiado Cristóbal Emilfork desde que entró a la Compañía?

Aparte de los años que han pasado, la Compañía te va regalando una cercanía con Jesucristo admirable. Te va regalando encuentros con personas. Te va regalando una mirada de la vida que de a poco va comulgando -o que tiene ese deseo de comulgar- con la forma, con el modo, con el estilo de Jesucristo. Y eso es muy potente, porque eso pasa también por un conocimiento interno muy grande, conociéndolo a Él, se conoce uno mismo. Eso es para mí el mejor resumen de mis 11 años en la Compañía. Conocerme mejor a mí mismo también para amarlo más verdaderamente a Él, a Jesús.

¿Qué le dirías a un joven que tiene esa dicotomía vocacional, que por un lado quiere seguir la vocación religiosa y también quiere seguir una vocación profesional?

No hay que hacerse el tonto con la vocación religiosa, si es honesta, legítima y verdadera, va a pulsar por salir. No hay una dicotomía entre la vocación religiosa y la profesional. Yo entré a la Compañía porque sentía que los jesuitas podíamos estar dedicados a misiones que no necesariamente tuvieran que ver solo con lo litúrgico, y eso sí lo puedo ver en la Compañía. Existe esa certeza de que nada del mundo le es ajeno, que tú puedes amar a Dios en todas las cosas. El Noviciado es una etapa preciosa para probar, y creo que la vocación religiosa me llamó con todo lo mío y eso también implicaba mis intereses profesionales. Ahí la Compañía trata de encontrar el modo.