José Fco. Yuraszeck SJ: «Cuando dejé de mirar las renuncias y miré el regalo de una vocación en la Compañía, la decisión se destrabó»

AGENCIA BLACKOUT

Son días ajetreados los que vive actualmente José Francisco Yuraszeck sj, Capellán General del Hogar de Cristo. Las fiestas patrias están a la vuelta de la esquina y el desafío de realizar una celebración significativa, con todas las limitaciones que supone la pandemia, lo ha mantenido ocupado. Además, en el hogar ya miran de reojo el 2021, año que asoma muy difícil y que los tiene trabajando desde ya.

Pese a estar inmerso en distintas tareas y preocupaciones, este jesuita de 43 años aceptó conversar con nosotros sobre lo más profundo de su vocación religiosa. Así, durante esta entrevista recordará los años en que decidió entrar a la Compañía, tanto las cosas que gatillaron su ingreso como las barreras que tuvo que superar. También nos contará cómo el contacto con la pobreza ha tocado su vocación y nos revelará sus métodos para mantener vivo el fuego de su vocación jesuita.

Partamos por la época en que decidiste ingresar a la Compañía, ¿te imaginabas en ese entonces al frente del Hogar de Cristo?

Sí y no. Lo que pasa es que una de las cosas que gatilló mis deseos de entrar a la Compañía fue mi etapa como voluntario en la sala de enfermos terminales del Hogar de Cristo, la sala Padre Hurtado, que queda bien cerca de mi oficina actual. Esa fue una experiencia que me marcó mucho para pensarme sacerdote. Era una labor tan sencilla como acompañar a bien morir y esa experiencia me movió hacia la Compañía, hacia soñarme cura, acompañando en situaciones límite. Y terminé entrando en marzo del 2001. Yo había conocido la Compañía a través de Infocap y Techo, entonces siempre mi proyección fue hacia las obras sociales, es algo que podía vislumbrar, pero así como me dieron esta misión me pudieron dar otra y está bien, porque yo ante todo soy sacerdote y me gusta ser cura. Pero bueno, se dio la circunstancia de que Pablo Walker sj estaba cumpliendo su tiempo acá en el Hogar de Cristo y me han confiado esta misión.

¿De qué manera tu trabajo en el Hogar de Cristo ha servido para desplegar tu vocación religiosa? ¿Qué situaciones son las que te dicen “este es el camino”?

Son muchísimas situaciones, sobre todo con personas en situación de calle. Se da en el ir creando vínculos, que es otra de las cosas que también me desafía y me mueve, por mucho que a veces es difícil, porque me muevo harto. Hay dos lugares donde se me hace más fácil. Uno es la casa de acogida Josse Van der Rest, muy cerca de la casa matriz del Hogar de Cristo y el otro es la hospedería Padre Lavín. En el Hogar de Cristo todavía pervive mucho más que en otros lugares el que a mí me piden sobre todo que sea cura, que anime la celebración de la misa, que escuche, que acompañe, que anime, que motive. Y eso se agudiza en estos dos lugares, pero va sucediendo por donde vaya. Es importante mantener vivo el sentido de nuestra misión, que no nos convirtamos en funcionarios.

¿Cómo ha influido en tu vocación el contacto con la pobreza?

Lo primero que me nace es reconocer que cada persona es un mundo distinto y lo que me toca es acoger esa diversidad, que es súper amplia en edades, experiencias, dolores, etc… Me he ido haciendo amigos, algunos bien portados y otros mal portados, y eso a veces es difícil. He asumido un rol menor de articulación para conectar programas sociales, derivar personas y ya me he ido haciendo mi “clientela”. Y bueno, todo esto tiene una dimensión bonita que está en el encuentro, en la conversación que forja vínculos y particularmente en el caso de personas en situación de calle, donde muchas de ellas tienen problemas de consumo problemático de alcohol y otras drogas, entrando en una dinámica de levantarse y caerse. Y ahí hay que recordar el evangelio, la parábola del hijo pródigo que vuelve y lo primero que hace el papá es abrazarlo y alegrarse. Los evangelios están atravesados de historias de personas que están en el suelo y que Jesús las levanta. Y esa experiencia la vivimos permanentemente junto a los trabajadores y voluntarios del Hogar, el ayudar a levantarse, el iniciar trayectorias de inclusión, pensando que las personas pueden pararse sobre sus propios pies. Eso me motiva y procuro vivirlo lo más aterrizadamente posible.

La vocación es mucho más que una mera decisión, es algo que se debe cuidar de manera permanente, ¿Cómo trabajas el cuidado de tu vocación?

Lo primero es cuidar mis vínculos más importantes. Mi familia, mis amigos, sobre todo mis amigos jesuitas. Cuidar el vínculo con mi comunidad, que no es siempre sencillo porque nosotros los jesuitas no nos hemos elegido entre nosotros, no es obvio que nos llevemos bien o que seamos amigos, pero sí hay ciertas cosas que podemos hacer en la casa para cuidarnos y que sea un espacio agradable para estar y acompañarnos, escucharnos y descansar juntos. Muchas veces nuestras comunidades son como una baticueva a la que llegamos tarde en la noche y de la que salimos temprano en la mañana. Eso no debería ser tan así, debemos también procurar cultivar los vínculos entre nosotros para saber qué estamos, para llorar nuestras penas o compartir nuestras alegrías. También me ayudan un par de hobbies, como la guitarra o la lectura.

¿Y qué cosas del Hogar de Cristo te ayudan en el cuidado de tu vocación?

Hay algo que es muy importante y es que a veces, cuando estoy afligido o preocupado por algo relacionado a mi trabajo, un muy buen antídoto para sacudirme de eso son los vínculos que tengo con los viejos –les digo así con cariño- de aquí del hogar. El pegarse una buena conversa me permite ubicarme, recordar que soy servidor de la misión de Cristo, y eso me ayuda a no afligirme.

¿Cuáles fueron los mayores miedos u obstáculos que se presentaron cuando comenzaste a discernir tu vocación religiosa? ¿Cómo lo tomó tu familia?

Afortunadamente siempre me sentí apoyado y querido por mi familia, entonces las dificultades no fueron por ese lado. Lo que a mí me costó asumir fueron las renuncias. Cuando me informé sobre los votos, el que nada sea tuyo, el no tener pareja, el voto de obediencia… me quede un buen rato pegado en las renuncias. Y bueno, todo eso se destrabó gracias al trabajo aquí en la sala Padre Hurtado, porque el contacto con enfermos que se iban muriendo me enfrentó a mi propia muerte y me hizo cuestionarme el cómo quería vivir y el cómo quería morir. Y esa pregunta, el ubicarme respecto de mi propia muerte, de mi propio límite, me hizo dar vuelta la mirada y dejar de fijarme en las renuncias. Estaba terminando mis estudios de ingeniería y tenía proyección profesional como ingeniero, hasta un poquito antes tuve una polola que quise mucho y con la que también me proyectaba. Pero cuando dejé de mirar las renuncias y miré más bien la invitación, el regalo de una vocación en la Compañía, la decisión se destrabó. Y me di cuenta de que estaba arrancando, le estaba dando muchas vueltas.

¿Qué le dirías a un joven que siente inquietud por la vocación religiosa, pero que tiene miedo?

Primero yo le diría que viva a concho, que se enamore, que se la juegue por algo, que se meta en política o en voluntariados, en acción social, que estudie mucho. Que haga con pasión aquellas cosas que le apasionan. Y si es que se le empieza a pasar por la cabeza esto de meterse a cura y particularmente jesuita, que sepa que este es un camino que al igual que todas las vocaciones, que tiene sus dificultades, pero sobre todo muchas alegrías. Que todas las renuncias que implica valen la pena. Y siempre que lo sientan como una llamada de Dios que coincida con su anhelo más profundo. El llamado de Dios siempre coincide con lo que uno profundamente quiere y anhela, lo que pasa es que eso lo tenemos medio fondeado o no lo queremos escuchar. Para mí esta vocación primero es una llamada a ser feliz, es una llamada a la alegría y a compartir esa alegría con otros en una comunidad que es la Iglesia y es la Compañía. Hay que tener cuidado con creerse demasiado el cuento, en el sentido de que somos una congregación religiosa, somos curas, pero no podemos hacer nuestra misión solos. En mi caso particular, yo soy el capellán del Hogar de Cristo, pero acá hay más de 3 mil trabajadores.