Pablo Castro SJ: «Al comienzo, la experiencia de la duda me hizo pasarlo mal»

Cuando Pablo Castro SJ se topó con la duda, un poco después de ingresar a la Compañía de Jesús, comenzó a vivir una etapa muy dura en su vida. Hoy, más de tres décadas después, se lo toma con humor, asume que “fue positivo pasarlo mal” e incluso admite que ahora le “encanta dudar”.

Trabajando en el colegio San Ignacio el Bosque, rodeado de jóvenes plagados de dudas, este sacerdote jesuita aborda lo difícil que fue enfrentarse “a tantas verdades” durante sus estudios de teología y lo dolorosas que son las interrogantes que se han abierto a raíz de la situación que vive hoy la Iglesia Católica.

 

¿Cómo se convive con la duda en el ejercicio del sacerdocio?

Ha sido una historia que cambia mucho. Yo entré con 18 años a la Compañía en una época de muchas certezas, con una Iglesia definida, creíble casi al 100%. Tenía ciertas convicciones más absolutas y quienes me presentaron su testimonio eran personas sin dudas, personas que siempre han vivido su vocación con una determinación tremenda. Entonces, cuando al poco andar me topé con la duda, me costó muchísimo. Me costó integrarla a en mi vida, en la vocación, tener la duda de seguir o no en la Compañía, experimentar la fragilidad.

¿Cómo se expresaba esa fragilidad?

Esa fragilidad tenía cara de duda. Vivía con una incertidumbre que no fue fácil de enfrentar porque no estaba dentro de mi horizonte de formación previa. No fue fácil y desde entonces he convivido con la duda.

¿Cómo la confrontaste?

Con mucha angustia, lo pasé muy mal. Al comienzo la experiencia de la duda me hizo pasarlo mal. Pero 35 años después, cuando releo esa etapa, encuentro que fue muy sano pasarlo mal. Fue sano no haber tenido sobreprotección y haber experimentado ese vació, haberlo masticado. No tuve un mal acompañamiento, pero tampoco fue muy sabio. Fue un proceso más solitario y que mezclaba muchos temas, pero ninguno con dudas de fe, esas son posteriores (ríe).

 35 años después, ¿podrías decir que la duda es permanente?

Es permanente, cambia la forma de tomarla. Ahora me encanta dudar, lo encuentro muy sano, lo encuentro normal. Creo que las certezas son peligrosas porque nos encierran en verdades absolutas que nos hacen poco flexibles.

¿Y las dudas de fe cuándo llegaron?

A mí me pasó que al final de la teología pensaba “párenla con tantas verdades”. Hay mucha gente en el mundo que cree y piensa de otro modo. Me llegué a sentir cansado ante una visión de muchas certezas y pocos cuestionamientos.

Imagino que sigues sin tener respuestas absolutas…

Es que las preguntas que brotan nunca dejan de ser preguntas que están vivas, es parte de creer para mí preguntarse y dudar, son cosas que van juntas. No veo una contradicción entre dudar y creer.

¿La situación actual de la Iglesia puede tender a aumentar las dudas?

Se han generado dudas del tipo institucional, pero son mucho más dolorosas las que se han formado en torno a modos de proceder, a falta de transparencia. Yo, frente a ese contexto, he ocupado la imagen de la barca en la tormenta y la barca en aguas calmas. Apareció en mí la convicción de que prefiero seguir navegando en la tormenta, porque esas aguas calmas no eran verdaderas, sino que había toda una estructura que posibilitó mucho abuso. Hoy estamos en una tormenta, pero una tormenta más transparente.

¿Qué le dirías tú a joven que experimenta un proceso de dudas?

Que persiga sus dudas, que las busquen, que las trabajen. La duda siempre es una pregunta, la duda no es una convicción y al ser una pregunta abierta la invitación es a buscar qué te estás preguntando.  Dudar significa que todavía hay temáticas personales, institucionales y de fe no resueltas y eso me parece maravilloso, no tiene por qué estar resuelto. Si alguien está con duda yo le digo persigue esa duda, trabájala, mírala, no le hagas el quite porque es una pregunta valiosa la duda.